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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

UNA VISIÓN PERSONAL DE NUESTRA SEMANA SANTA BAJOARAGONESA

UNA VISIÓN PERSONAL DE NUESTRA SEMANA SANTA BAJOARAGONESA

        Las fechas de Semana Santa me evoca, siempre, momentos  donde se entremezclan sentimientos profundos, junto a emociones y recuerdos personales y, desde luego, también colectivos. Por encima de crisis, dudas y contradicciones internas por las que, en un momento u otro de nuestra vida todos pasamos, la Semana Santa me hace pensar en el verdadero sentido que la religión debe tener en medio del mundo actual: surgen así los eternos interrogantes sobre el valor del mensaje evangélico, sobre el auténtico papel liberador que, al margen de todo dogmatismo y nostalgias confesionales, nos legó Jesús de Nazaret.

       Todas estas cuestiones, que bullen en nuestro interior, en el Bajo Aragón se producen en un contexto especial cual es nuestra Semana Santa, con nuestra procesiones, con nuestros tambores y bombos. De este modo, las procesiones se convierten en un símbolo, en una imagen perfecta y visual de cómo, a través de los tiempos, por encima de las dificultades de cada momento, el pueblo cristiano camina (literalmente) hacia su liberación, hacia Dios. Por su parte, la percusión de nuestros tambores y bombos siempre me ha parecido que creaba una atmósfera tan sorprendente como única en la que, tras el aparente estruendo, permitía que en lo más profundo de cada uno de nosotros, surgiesen momentos de sentida emoción, de añoranza y, también, de oración.

      En un aspecto más social, siempre me emocionó el asociar estas fechas de la Semana Santa con la vuelta a Alcañiz, con el retorno a nuestra tierra, a nuestras raíces, al reencuentro con nuestros pueblos, con nuestros seres queridos. Valoro el espíritu abierto y acogedor de nuestro Bajo Aragón, así como la nobleza de su carácter y el hecho de haber sabido mantener una tradición centenaria cual es nuestra Semana Santa. Con la misma sinceridad digo que nunca entendí las rivalidades entre nuestros pueblos: nunca me interesó demasiado polemizar sobre en qué pueblo de la Ruta del Tambor y del Bombo eran mejor sus procesiones, sus repiques, cuál se sabía promocionar mejor o era más conocido en el exterior. Al margen de "piques" y repiques, no éramos ni mejores ni peores, éramos simplemente diferentes, formábamos parte de un mismo sentimiento colectivo. Por ello, la Semana Santa bajoaragonesa se convierte en una señal de identidad cohesionadora de nuestra tierra, que aúna voluntades... y eso es lo importante.

      Desde otro punto de vista pienso que, aun siendo consciente de la importancia de promocionar nuestra comarca, recelo ante el riesgo de una excesiva mercantilización de nuestra Semana Santa, un fenómeno religioso y social tan importante y con tanta tradición, de reducirla a una mera atracción turística. Ciertamente, el reto sigue siendo armonizar ambos aspectos: una tradición religiosa y cultural que nos define y un progreso comarcal que merecemos.

      Como balance final, y porque respeto y valoro una celebración tan especial cual es la Semana Santa en el Bajo Aragón, quisiera hacer algunas consideraciones personales. En primer lugar, durante estas fechas, además del reencuentro personal y social con nuestra y nuestras gentes, sobre todo para los que vivimos fuera del Bajo Aragón, pienso que estas celebraciones nos ofrecen un espacio y un lugar único para pensar sobre el papel liberador de Dios en el mundo actual, un mundo en el cual el laicismo no es ningún demérito, del mismo modo que pasadas confesionalidades estatales tampoco fueron un mérito por lo que a la fidelidad al mensaje evangélico se refiere. En consecuencia, nos plantea la necesidad de retomar, desde el punto de vista cristiano, una fe libre de privilegios y comprometida socialmente.

      Por todo lo dicho, me gustaría que nuestra Semana Santa se mantuviese siempre como algo más que como una simple escenificación con fines exclusivamente turísticos, y que suprimiera algunos prejuicios antijudíos que todavía perviven en ciertas tradiciones semanasantistas. Bueno sería también que, por esa misma razón, para superar definitivamente intolerancias y dogmatismos excluyentes, no figurasen en las fachadas de nuestras iglesias las lápidas que recuerdan a una parte de nuestros paisanos muertos trágicamente en una dramática guerra civil mientras que se olvidan, siempre se olvidan, a la otra parte de nuestros vecinos y parientes. La Iglesia, si quiere ser fiel al mensaje de reconciliación evangélica, debería de evitar esta afrenta permanente, este recuerdo en sus templos de una contienda incivil. Y la Semana Santa, es un buen momento para superar todos estos errores, prejuicios y deformaciones que no hacen otra cosa que desvirtuar el verdadero mensaje que hace dos milenios nos legó Jesús de Nazaret y que, desde distintas perspectivas y conciencias, se nos hace más cercano en estas fechas.

      Esta es mi visión personal de nuestra Semana Santa, lo que siento y lo que pienso, en medio del atronador retumbar de nuestros tambores, los mismos que remueven nuestras más profundas convicciones y los que nos unen a nuestras raíces, a nuestra tierra.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(La Comarca, 22 marzo 2005)

 

 

 

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