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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

LA BATALLA DE LAS IDEAS

LA BATALLA DE LAS IDEAS

         

      Mi amigo Vicent Garcés, portavoz federal de la Corriente de Opinión Izquierda Socialista del PSOE, suele decir que la izquierda actual debe esforzarse por ganar la batalla de las ideas frente a una derecha que se ha ido rearmando ideológicamente en diversas fuentes doctrinales tales como un autoritarismo de raíces (mal disimuladas) franquistas, un revisionismo histórico carente de metodología y objetividad y, también, desde planteamientos neoliberales que, con su codicia insaciable, nos han conducido a la crisis económica global que actualmente padecemos.

      Ante esta situación, tras el desmoronamiento del comunismo soviético y de los regímenes de sus países satélites a partir de 1989, unido a la actual crisis de la socialdemocracia europea, resulta fundamental el que la izquierda recupere los principios y valores que le dan razón de ser como elemento necesario de transformación social con objeto de construir un mundo más justo, libre y solidario. Sin embargo, en el ámbito del debate ideológico, la izquierda parece ir a la defensiva ante la briosa acometida de una nueva derecha dura y sin complejos que cuenta, además, con poderosos medios de comunicación desde los cuales inculcar su peculiar, parcial e interesada visión del mundo.

      No es ajena a esta ofensiva neoconservadora la aparición de una tendenciosa reinterpretación de la historia reciente, una descarada tergiversación de la realidad histórica con una carga ideológica profundamente conservadora, por no decir reaccionaria, puesta al servicio, como siempre, de los intereses materiales e ideológicos de los poderosos. Los ejemplos son abundantes y están en la mente de todos: el revisionismo histórico enarbolado por historiadores como César Vidal, Luís Suárez, Ricardo de la Cierva o aprendices de historiador como el polémico Pío Moa, que reinterpreta nuestra historia contemporánea de forma tan sesgada como falsa denostando a la II República y sus valores en la misma medida que exculpa al franquismo de sus crímenes a la vez que destaca determinados aspectos de la "modernidad" de la dictadura.

      En este sentido, la invasión "troyana" de los activistas del revisionismo histórico reaccionario, transciende del ámbito histórico para ir calando en el campo de la clase política conservadora española como es el caso de las desafortunadas declaraciones de Aleix Vidal-Quadras sobre la II República a la que se atrevió a calificar de "error histórico" o las de Mayor Oreja relativas a la supuesta "placidez" en que vivíamos los españoles bajo la dictadura franquista. Ante afirmaciones tan sesgadas y carentes de fundamento, me viene a la memoria aquella afirmación de Manuel Azaña cuando aludía a que en España arraigaban con mayor fuerza las estupideces que las acacias.

      También en el ámbito de la política local podemos encontrar algún ejemplo de esta visión beligerante y sesgada de la historia, convertida en ariete político contra el socialismo democrático y que con tanta frecuencia emplea la derecha española. Recuerdo, por ejemplo, un artículo firmado por Javier Martínez, presidente de la Junta Local del PP de Alcañiz titulado "La batalla de las palabras" publicado en este mismo Diario de Teruel el 13 de diciembre de 2008, en el cual podíamos leer una descalificación visceral de los nacionalismos, otra de las bestias negras del pensamiento conservador hispano, señalando que, "el nacionalismo separatista en España no es una ideología, es una patología, una enfermedad. Y como toda enfermedad, conlleva una serie de trastornos que afectan incluso al lenguaje". En mi caso, que para nada me siento nacionalista, considero que semejantes expresiones reflejan con claridad el sustrato ideológico, los demonios interiores, que caracteriza el pensamiento político de la derecha española: puede que no nos gusten los movimientos nacionalistas de corte independentista tanto en cuento se basan en criterios excluyentes e insolidarios pero, en democracia, son sin ninguna duda tan legítimos como los defendidos por quienes se sienten orgullosos de considerarse ciudadanos nacionalistas españoles. Es evidente que no comparto (aunque respeto) los ideales que inspiran al nacionalismo vasco, catalán, gallego o aragonés, pero de ninguna forma son una "patología" política que precise una "intervención quirúrgica" pues ello, el subconsciente de la derecha parece siempre querer anhelar la intervención de un "cirujano de hierro" como diría Costa, o algo peor, que extirpe del cuerpo nacional esta supuesta enfermedad: una lectura muy peligrosa a la hora de comprender la realidad política de nuestra España plural, de esta "nación de naciones" que avanza hacia un modelo territorial federal y, tal vez, también republicano.

      Otro uso perverso de las palabras es cuando la derecha suele reprochar el que tanto la izquierda como los nacionalismos no utilicen el término de "España" y lo sustituyan por el de "Estado Español". Cuando esto se dice por parte de los nacionalistas españoles, hay que recordar que ésta última denominación ya aparecía en el art. 7 de la Constitución de la II República de 1931 y que, posteriormente, el término de "Estado Español" fue la denominación oficial de la España franquista entre 1936 y 1975: se empezó a utilizar tras el golpe liberticida de 1936 para así no aludir a la "República sindical" de orientación fascista que quería implantar los falangistas ni tampoco la monarquía tradicional y católica que anhelaban restablecer, una vez derrocada la República laica, el carlismo y los sectores más conservadores del bando sublevado. En la actualidad, aunque prefiero aludir a España cono realidad política e histórica, también es cierto que el término "Estado Español" resulta una denominación lógica y razonable a utilizar por parte de los grupos políticos nacionalistas y soberanistas para aludir a un Estado constituido por varias naciones, tal y como reconoce el texto constitucional.

      La carga ideológica que conferimos a las palabras puede, pues, articular el diálogo y la convivencia entre modelos políticos y sociales distintos pero, cuando se llenan de tendenciosidad y engaño, se convierten en barreras infranqueables, en simas profundas que diferencia y alejan a las personas, los territorios y los modelos de convivencia social. Por ello es tan importante mantener una actitud abierta, honesta, dialogante y objetiva a la hora de analizar nuestra historia y la necesidad de extraer lecciones positivas que nos sirvan, a todos, para cimentar una sociedad basada en el diálogo cívico, el respeto a la diversidad y no en odios atávicos o en mentiras y falsedades interesadas. Ciertamente nos falta talante, esa deseable y escasa virtud cívica, esa actitud abierta, tolerante y respetuosa que, por lo visto, a fecha de hoy, no ha aprobado todavía la derecha política española y que, por ello, sigue estando un tanto descentrada.

      La batalla de las ideas, el debate profundo que debe caracterizar a toda sociedad democráticamente madura, no puede quedar desvirtuado por la utilización perversa del lenguaje y de la historia colectiva. Todo un reto para historiadores, políticos y, desde luego, para el conjunto de todos nosotros, los ciudadanos de esta nuestra España plural.

 

       (Diario de Teruel, 27 diciembre 2009)

 

 

1 comentario

Alberto -

Se ve que usted no ha leído los libros de Pío Moa: ha convencido a muchos izquierdistas, porque resulta mucho más veraz y lógico. Por eso la mayoría de las izquierdas procuran no leerlos ni que otros los lean. Es el fanatismo