Blogia
Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

EINSTEIN, 90 AÑOS DESPUÉS

EINSTEIN, 90 AÑOS DESPUÉS

 

     En 1921 se concedió el Premio Nobel de Física a Albert Einstein (1879-1955), considerado como el científico más importante del siglo XX,  hecho del cual se cumple ahora el 90º aniversario. Rememorando este acontecimiento, de estar hoy entre nosotros, la inquieta y polifacética personalidad de Einstein, científico brillante e intelectual comprometido, reflexionaría ante la realidad actual del mundo en que vivimos, desde su triple perspectiva de pacifista, de judío  y también como simpatizante con el ideal socialista.

     Si hay un rasgo que define a Einstein, es su condición de activo pacifista: en el tiempo convulso que le tocó vivir, rechazó el imperialismo alemán durante la I Guerra Mundial y se opuso al nazismo hitleriano. Y, sin embargo, durante la II Guerra Mundial, apoyó, junto con científicos como Enrico Fermi o Leo Szilard, el  llamado el Proyecto Manhattan mediante el cual EE. UU. inició el desarrollo de armas nucleares y que culminó con la fabricación de la bomba atómica. Einstein reconocería más tarde que “era consciente del horrendo peligro que la realización de este intento representaría para la humanidad”, y que se vio impulsado a dar este paso ante la evidencia de que los científicos nazis Otto Rahn y Lis Meitner consiguieran la desintegración del uranio y, con ello, lograran armamento nuclear al servicio de Hitler, una amenaza que había que evitar a toda costa. Tal vez por ello,  Einstein siempre pensó que el mal uso de los progresos de la técnica era un riesgo cierto para la humanidad (“como una navaja de afeitar en manos de un niño de tres años, los progresos se han vuelto un arma peligrosa”, decía ) y, por ello, tras el final de la II Guerra Mundial, en medio del tenso panorama internacional de la Guerra Fría que enfrentaba a los EE.UU. y la URSS, las superpotencias nucleares, se opuso frontalmente a la “bomba H” y, unos días antes de su muerte, firmó el llamado Manifiesto Rusell-Einstein (1955), en el que se alertaba sobre la proliferación del armamento nuclear y se instaba a los líderes mundiales  a buscar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales. 

     Superada, afortunadamente, la Guerra Fría, de vivir hoy Einstein, se alarmaría, como demócrata y como judío, al igual que hizo frente al nazismo, por el auge del fundamentalismo islamista, por la amenaza que supone que el Irán de Ahmadinejad pueda llegar a disponer de armamento nuclear o porque parte del arsenal atómico de Pakistán o de alguna de de las exrepúblicas soviéticas de Asia Central pudiese llegar a manos de grupos terroristas como Al-Qeda. No olvidaría tampoco el drama de Fukushima, tras el cual han vuelto a aparecer los lejanos y espectrales fantasmas de Chernobyl.

     Einstein nos advertía de que hay que luchar contra el origen del mal: las guerras y las causas que las originan. Por ello, como ya propuso en la Conferencia de Desarme de 1932, volvería a proponer su idea de limitar la soberanía de los Estados para que éstos se sometan a los dictámenes (obligatorios y vinculantes) de un Tribunal Internacional de Arbitraje con autoridad plena en materia de conflictos internacionales, algo que todavía no ha logrado la ONU en la actualidad. Y es que, consolidar la paz, siempre pensó que era, y debía seguir siendo, la meta de los hombres “verdaderamente importantes de todas las naciones”, razón por la cual no dudó en calificar a Gandhi como “el mayor genio político de nuestra época”.

     En el ámbito político, al igual que hizo frente al nazismo, en el momento presente, rechazaría con contundencia las actitudes y movimientos xenófobos o racistas, defendería de todo tipo de violencia, agresión o injusticia a cualquier minoría o colectivo social, imbuido de un profundo sentido ético que, como judío, tenía de la historia de la humanidad. Tras el ascenso de Hitler al poder en 1933, Einstein renunció a la ciudadanía alemana y dejó escrito que, “mientras me sea posible, viviré en un país donde haya libertades políticas, tolerancia e igualdad para todos los ciudadanos ante la ley”, una afirmación que, ante los rebrotes neofascistas actuales en Europa, resulta hoy de plena vigencia.

     Einstein, fue además una figura relevante del movimiento sionista a partir de 1920, sin duda como reacción al antisemitismo que empezó a crecer de forma alarmante en Alemania a partir del final de la I Guerra Mundial y que culminó en el delirio nazi (“enfermedad psíquica de las masas”, como él lo llamaba) y, sobre todo en la barbarie del Holocausto. Por ello, Einstein, a quien se le ofreció la presidencia del Estado de Israel en 1952 tras la muerte de Haim Weitzmann, la cual rechazó, siempre pensó en el ideal de un Estado binacional judeo-palestino de tipo confederal, en el que ambos pueblos tuvieran idénticos derechos. Su modelo era Suiza, pues, como dijo en un discurso en 1931, este ejemplo “representa un grado superior en el desarrollo del Estado precisamente porque está constituida por varios grupos nacionales”, idea con la que enlazan las propuestas recientes de Shlomo Ben-Ami a favor de una confederación jordano-palestina-israelí. Pero, sin duda, la realidad actual, el enquistamiento de un conflicto sin aparente solución, lo llenaría de tristeza pues nunca ha llegado la paz a aquella ensangrentada tierra, nunca se hizo realidad el ideal sionista de Einstein según el cual “debemos resolver con nobleza, abierta y dignamente, el problema de la convivencia con el pueblo hermano de los árabes”.

     Otra faceta, tal vez menos conocida de nuestro científico,  sea su afinidad con las ideas socialistas. En su célebre texto ¿Por qué el socialismo? (1949), advertía de que “la verdadera fuente del mal” era, en una expresión de candente actualidad en medio de la crisis actual, “una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática”. Ante esta situación, Einstein afirmaba: “Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema orientado hacia metas sociales”. Es por ello que siempre reconoció su “pasión por la justicia social” y, en su célebre discurso ante el Congreso Estudiantil para el Desarme (Alemania, 1930), rechazaba, con palabras que nos vuelven a resultar actuales, lo que llamaba “sacro egoísmo ilimitado” que conduce a “consecuencias funestas en la vida económica”. Consecuentemente, advertía,  con unas palabras que parecen hoy interpelar nuestras conciencias, el riesgo que suponía “el libre juego de las fuerzas económicas” y su “desenfrenado afán de riqueza”.  Su mensaje final, parece estar dirigido a nosotros, en estos tiempos inciertos y difíciles: “Es necesaria una planificación en la producción de los bienes, en la utilización de las fuerzas del trabajo y en el reparto de los bienes para evitar el empobrecimiento, así como el embrutecimiento de la mayor parte de la población”.  Estas tareas, que Einstein encomendó a las nuevas generaciones, siguen estando pendientes hoy en día: tal vez, una nueva generación, una nueva izquierda, avance por el camino señalado por Albert Einstein.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en: El Periódico de Aragón, 10 julio 2011 y Diario de Teruel, 17 julio 2011)

 

0 comentarios