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Se muestran los artículos pertenecientes a Octubre de 2019.

EL ESPECTRO DEL REVISIONISMO HISTÓRICO

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     Las recientes declaraciones del dirigente de Vox Javier Ortega Smith vejatorias contra la memoria de “Las 13 rosas”, llenas de perverso cinismo, son un ejemplo más de esa extrema derecha arrogante que agita con descaro el espectro del revisionismo histórico para ofrecernos una visión sesgada y falsa de nuestra historia.

    El revisionismo histórico, siempre vinculado a posiciones políticas de la ultraderecha, se inició en la Europa de posguerra y se caracteriza por una visión exculpatoria de la que supuso el nazismo, así como por minimizar la magnitud criminal del Holocausto, cuya misma existencia llega incluso a poner en cuestión: recordemos, por ejemplo, cuando hace unos años Jean Marie Le Pen aludió a las cámaras de gas como una “anécdota” de la II Guerra Mundial sin mayor importancia.  

     En el caso de España, el revisionismo histórico, como señalaba Jordi García Soler, se caracteriza por una abierta reivindicación del franquismo. De este modo, algunos historiadores, o mejor sería decir pseudohistoriadores, pretenden presentar al franquismo como un régimen autoritario, que no dictatorial, ocultando así el carácter fascista del mismo, un maquillaje intencionado de la dictadura mediante el cual ocultar los lados más negros, perversos y represivos del franquismo en la línea de los planteamientos expuestos en su día por el sociólogo Juan Linz. En este sentido, esta imagen “dulcificada” del régimen enlazaría con la idea de “apacible placidez” con la que se refería al franquismo Jaime Mayor Oreja, o la tan aireada “paz de Franco” de la que sienten nostalgia los sectores de la ultraderecha emergente de Vox o los contenidos de la página web de la Fundación Nacional Francisco Franco, tan contrarios a los valores democráticos y constitucionales.

     Otra de las ideas motrices del revisionismo militante y combativo es la de la visceral descalificación de lo que supuso la lucha antifranquista llevada a cabo desde posiciones políticas progresistas y de izquierdas. Y no sólo eso, sino que desde este revisionismo del que repetidamente han hecho gala, entre otros,  Pío Moa, César Vidal o Ricardo de la Cierva, pretende, además, cargar la responsabilidad de la Guerra de España de 1936-1939 no en quienes fueron sus inductores, los rebeldes golpistas, sino quienes fueron leales a la República, de ahí su empeño en considerar el inicio de la contienda en octubre de 1934, y no en el golpe militar de julio de 1936 auspiciado por militares felones contra la legalidad constitucional de la II República. Obviamente, el tema de la implacable represión franquista,  el régimen de terror instaurado por los rebeldes y que se prolongaría no sólo durante la guerra sino durante las cuatro largas décadas de la dictadura,  no figura en las páginas y en las prioridades de los revisionistas y, cuando lo hace, se alude a ella de forma tan hiriente como ofensiva: Ortega Smith declaró el 12 de abril pasado en Collado de Segura (Alicante) que los fusilamientos a que fueron sometidos los antifranquistas se realizaron “con amor”, mientras que el general retirado Manuel Fernández-Monzón se refirió a que el régimen condenó a muerte “a aquellos que se lo merecían”, minimizando tanto el volumen de las víctimas que  cuantificó “en no más de 3.000”,  Sin comentarios.

     En consecuencia, el revisionismo histórico hispano se basa no sólo en la aludida descalificación global del antifranquismo progresista y de izquierdas, sino, también en esa imagen dulcificada del franquismo, en una banalización de la dictadura de claro signo ideológico, a la vez que obvia cualquier crítica a los sectores políticos, económicos, culturales, religiosos o sociales que dieron apoyo a la dictadura o que, como mínimo, fueron muy complacientes con el régimen y del cual se beneficiaron.

     En este sentido, el resurgir de este revisionismo histórico en España es, en cierta medida, consecuencia de un grave error de nuestra democracia ya que, la tan excesivamente alabada y casi sacralizada Transición de la dictadura a la democracia, se basó en una amnistía política y en un ejercicio colectivo de desmemoria y amnesia ya que, pese a haber muerto el dictador, mucho de lo que política y sociológicamente supuso la larga dictadura franquista siguió latente, y lo sigue estando, en nuestra democracia y ello explica la arrogancia de este revisionismo filofranquista, el cual entraña, además,  un grave riesgo de intoxicación ideológica y de ahí el papel que estos temas están cobrando, tras la irrupción de Vox, en el tablero político español, o como está quedando patente por las campañas tendentes a impedir la exhumación del general Franco del Valle de los Caídos, toda una provocación para nuestra democracia y para el correcto cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica.

     Este es el panorama que pretenden presentar los revisionistas y sus entusiastas partidarios de la ultraderecha, aficionados últimamente al empleo de un lenguaje cada vez más bronco y ofensivo. Y es que este revisionismo histórico, demostrada su nula voluntad para plantear un enfoque crítico, honesto y veraz de la historia, nos ofrece a cambio una visión tendenciosa y sectaria de la misma, en la línea de lo que el historiador Alberto Reig Tapia calificaba, con acierto y de forma despectiva, como “historietografía”, un espectro perverso que, como demócratas, debemos siempre rechazar.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 14 octubre 2019)

 

 

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14/10/2019 09:32 kyriathadassa Enlace permanente. Memoria histórica No hay comentarios. Comentar.

IDENTIDADES DUALES

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     En plena ebullición del procès independentista en Cataluña, resurge de nuevo y con más fuerza que nunca, el eterno problema, nunca resuelto en nuestra historia reciente, de la articulación territorial de España. Somos hijos de nuestra historia y esta nunca fue fácil, y menos en este tema. En este sentido, pesa sobre nosotros la negra herencia del franquismo que, dada su longevidad e intransigencia, fue un factor determinante para desacreditar no sólo al nacionalismo español, fuera cual fuera la tendencia de éste, sino, también, la misma idea de España.

    Con esta pesada herencia, la Constitución de 1978 supuso un intento sincero de lograr la coexistencia entre un renovado nacionalismo español de signo democrático y los nacionalismos subestatales, especialmente en los casos de Euskadi y Cataluña. Tras varias décadas de legalidad constitucional, este tema sigue suscitando polémicas y desencuentros, incrementados en estos últimos años como consecuencia del procès independentista en Cataluña, una opción que, desde luego, resulta legítima y democrática siempre y cuando se encauce por vías legales y pacíficas.

    Pero, junto a esta confrontación entre nacionalismos de uno y otro signo, también se constata en el seno de la sociedad española y, por supuesto en la catalana, la existencia de lo que han dado en llamarse “identidades duales”, reflejo de sentimientos y lealtades dobles.  Este hecho, de evidentes consecuencia sociológicas y políticas, como señalaban Sebastián Balfour y Alejandro Quiroga en su libro España reinventada. Nación e identidad desde la Transición (2007), indica que una buena parte de los ciudadanos “no están dispuestos a asimilar la exclusividad de los discursos nacionalistas, ya sean españoles o subestatales” y son reflejo, por ello, de actitudes más plurales y respetuosas, algo que hoy resulta más necesario que nunca para romper con el desgarro social que se está produciendo en Cataluña.

     Las identidades duales o múltiples, son posibles tanto en cuanto se asume la idea de que la identidad española y la identidad catalana, vasca o la que representen cualquier otro nacionalismo subestatal, también en el caso aragonés, se consideran compatibles y no antagónicas. Ello significa la existencia de una ciudadanía abierta y plural caracterizada por un “doble patriotismo”, por una “lealtad dual”, la cual, como señalaban los autores antes citados, “combina diferentes grados de vinculación emocional” con España y con sus respectivas regiones o naciones existentes en su interior. Y más aún, cada vez se alude con mayor frecuencia a las “identidades triples” en nuestro mundo globalizado, aquellas que suponen una identificación con su territorio regional-nacional, con España y con Europa, avanzado así el concepto de “ciudadano europeo”. Es así como surge otra cuestión de capital importancia, la de las “ciudadanías compartidas”, las cuales, como señalaba Rafael Jorba, pueden acabar sustituyendo a las “soberanías compartidas” como el espacio apropiado de desarrollo y convivencia del Estado y las regiones-naciones que existen en el interior de los Estados plurinacionales, como es el caso de España.

    Estas ideas, aplicadas al caso de España, con el envite nacionalista de una y otra parte en alza, supondría que las identidades basadas en aspectos tales como la lengua, el origen étnico, la cultura y la historia propia y diferenciada, fueran menos importantes que el concepto de ciudadanía, tal y como ocurre en los países más avanzados de la Europa occidental. Es lo que Balfour y Quiroga califican como una especie de “segundo ciclo de secularización” en el que el paso de la religión al laicismo se ve sustituido por el paso de la nacionalidad a la ciudadanía. Este proceso secularizador se está llevando ya a cabo en la actualidad, en gran medida impulsado por la europeización y la globalización, aspectos éstos que, están socavando los viejos conceptos de soberanías nacionales, a lo cual habría igualmente que añadir el hecho de que la creciente movilidad geográfica y las corrientes migratorias están creando lo que los sociólogos denominan “nuevos niveles de identidad”.

    No obstante, la reivindicación de la legitimidad de las identidades duales, no se ha difundido tanto como debiera y, por ello, Borja de Riquer reprochaba a los historiadores, excepción hecha de casos como los de Josep Fontana o Julián Casanova, el que muchos de ellos “han hecho poco para avanzar hacia un nuevo concepto de ciudadanía democrática que parte de un conocimiento crítico del pasado y contemple la existencia de identidades diversas como algo normal y compatible”.

    Reivindicar el valor de las identidades duales, de las lealtades dobles, resulta ser un buen antídoto contra cualquier virus de exclusividad, enfrentamiento o rechazo de la diversidad que, con demasiada frecuencia incuban los nacionalismos de todo tipo y condición.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 30 octubre 2019)

 

 

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30/10/2019 07:19 kyriathadassa Enlace permanente. Política-España No hay comentarios. Comentar.

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