Blogia
Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

EL ESTADO PALESTINO, UN DERECHO.

EL ESTADO PALESTINO, UN DERECHO.

 

     Cuando el pasado 23 de septiembre Mahmud Abbas solicitaba ante la Asamblea General de la ONU el ingreso de Palestina como Estado de pleno derecho, daba un paso adelante, decidido y valiente en defensa de una causa justa, instando, una vez más, a la conciencia de la comunidad internacional para que se implique en la búsqueda de una solución definitiva para la tragedia del pueblo palestino.

     La Autoridad Nacional Palestina (ANP) tomaba la iniciativa política ante tantos años de desesperanza y frustración, con un proceso de paz con Israel en estado agónico y tras constatar la decepcionante actitud de Obama y los EE.UU., incapaces de presionar de forma decidida al gobierno derechista israelí de Netanyahu para que se comprometa en unas negociaciones que culminen con un acuerdo definitivo de paz con arreglo al principio de “dos pueblos, dos Estados”.

     La situación actual no anima al optimismo: tras los frustrados Acuerdos de Oslo (2000) y el estancamiento de la Hoja de Ruta impulsado por los EE.UU. durante los últimos años, el desencanto la población civil palestina ha producido un auge del fundamentalismo islamista,  la ciudadanía israelí continúa obsesionada con la seguridad y el terrorismo, y los políticos siguen reacios de afrontar con valentía concesiones mutuas sobre las que cimentar una paz justa. Es por ello que,  en este difícil contexto, bueno sería también tener presente  las propuestas del casi olvidado Acuerdo de Ginebra de diciembre de 2003. Este, pese a no tener carácter oficial, fue firmado por un grupo de intelectuales y políticos tanto israelíes como palestinos y al cual se llegó tras más de dos años de discretas negociaciones entre ambas partes, lideradas por Yossi Beilin, dirigente del partido de la izquierda pacifista israelí Meretz-Yachad,  y el político palestino Yasser Abed Rabbo, ex ministro de Información de la ANP. En la práctica, el Acuerdo de Ginebra, apoyado por el Cuarteto negociador (EE.UU., Rusia, la ONU y la Unión Europea), supone un plan alternativo al proceso de paz en Oriente Medio, más avanzado y con mayor concreción que la Hoja de Ruta. Sin embargo, los Acuerdos de Ginebra no han sido respaldados por el Gobierno de Israel ni por el Consejo Legislativo palestino y, no obstante, reconoce la creación del Estado Palestino, así como ideas de interés en temas tan espinosos como la división de Jerusalem,  el regreso de los refugiados o el desmantelamiento de los asentamientos judíos.

     De entrada, el Preámbulo del Acuerdo de Ginebra supone toda una declaración de intenciones, al afirmar que el objetivo del mismo es “poner fin a décadas de confrontación y conflicto y de vivir en pacífica coexistencia, dignidad mutua y seguridad basada en una paz justa, duradera y absoluta y logrando una reconciliación histórica”. Consecuentemente, se afirma “el reconocimiento del derecho del pueblo judío y del pueblo palestino a tener su propio Estado” con arreglo a las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU), reconociéndose ambos el derecho a “una existencia pacífica y segura dentro de fronteras reconocidas”, estableciendo unas relaciones basadas en la cooperación para así “contribuir al bienestar de sus pueblos”, todo lo cual supondría una reconciliación histórica palestino-israelí, primer paso  para alcanzar una paz que contribuya a la estabilidad, seguridad  y desarrollo de Oriente Medio.

En primer lugar, con arreglo al principio “paz por territorios”, Israel reconocía la creación de un Estado Palestino (art. 2º) lo cual suponía el establecimiento inmediato de relaciones diplomáticas entre ambos y el intercambio de embajadores, relaciones que estarán basadas en la Carta de las Naciones Unidas. Por lo que se refiere al territorio del Estado Palestino (art. 4º), éste quedaba fijado con arreglo a las fronteras de 1967 asumiendo Israel el compromiso de devolver el 97,5 % de los territorios ocupados en 1967, desmantelar todos los asentamientos de Cisjordania (en Gaza ya lo hizo en 2005), y que el monte del Templo y la explanada de las mezquitas quedasen bajo soberanía palestina. También se acepta la división de Jerusalem, la cual pasaría a convertirse en la capital de los dos estados tal y como se señala en el art. 6.2 (“Las partes tendrán sus respectivas capitales, que reconocerán recíprocamente, en áreas de Jerusalem que estén bajo su soberanía”). A cambio, Palestina reconocería la existencia del Estado de Israel, lo cual, todavía, no ha hecho de forma oficial.

     Los 17 artículos del Acuerdo de Ginebra, aunque mejorables en diversos aspectos, suponen una aproximación a una solución política del conflicto puesto que ofrecen una fórmula global para lograr la ansiada paz y, por ello, tal vez fuera necesario retomar en el momento actual sus planteamientos esenciales. La situación es difícil, los programas maximalistas, imposibles. Como en su día señaló Shlomo Ben-Ami, “la cuestión no es  buscar el mejor acuerdo posible, sino el más cercano a la mejor solución”.  El reconocimiento del Estado Palestino es un derecho irrenunciable, al igual que lo es el derecho a la existencia de Israel que, necesita de la paz para evitar que la derecha ultranacionalista  judía no siga avanzando con su mensaje de odio y rencor, un mensaje que en nada se diferencia del que difunde el fundamentalismo islamista radical. Como señalaba Sheva Friedman, secretaria general de la Unión Mundial Meretz, el apoyo al Acuerdo de Ginebra, “es la esperanza para la continuidad de la existencia de Israel  como un Estado libre, democrático y seguro para sus ciudadanos”. Por ello es tan importante no dar pretextos a los extremistas de ambos bandos y consolidar las debilitadas fuerzas de los partidarios de las vías pacíficas y democráticas, tanto palestinos como israelíes, el único camino para acabar con décadas de enfrentamiento sangriento en esta tierra milenaria y sagrada.

      La tenue esperanza de paz que las propuestas recogidas en los Acuerdos de Ginebra ofrecen, sólo pueden ser viables a medio plazo si los políticos israelíes y palestinos asumen compromisos y renuncias mutuas, si la sociedad civil deja oír su voz y si el Cuarteto desarrolla una auténtica labor de mediación y apoyo. Sólo así, mediante una solución justa del eterno conflicto palestino-israelí se zanjaría esta grave línea de fractura que ha tenido, y tiene, tan negativas consecuencias para la estabilidad de Oriente Medio y también para el respeto a  los derechos humanos y a la legalidad internacional.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en: Diario de Teruel, 24 octubre 2011)

0 comentarios