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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

Humanismo

LECTURAS ¿UTÓPICAS?

LECTURAS ¿UTÓPICAS?

 

    El humanista Tomás Moro escribió en 1516 su Libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, en una época en que las viejas ideas del Medievo quedaban superadas por el pensamiento del Renacimiento. En esta obra, de gran trascendencia y difusión en Occidente, próxima a cumplir su 5º centenario, Moro,  desde sus profundas convicciones cristianas, asumió un claro compromiso social, algo que, entonces como ahora, resulta imprescindible para dignificar la vida, mejorar el presente y conquistar un futuro digno.

    Releyendo las páginas de  Utopía, hallamos a un Tomás Moro que siempre al lado de los pobres, que se enfrentó a los poderosos de su época, incluido su rey Enrique VIII, lo cual sería motivo de su posterior ejecución y por lo que fue canonizado por la Iglesia católica. Y es que Moro, dejó patente su defensa de los humildes, de quienes son explotados por los ricos, y se opuso con firmeza a aquellos que les pagan lo menos posible y sacan de ellos el mayor rendimiento, de aquellos poderosos que han amasado injustamente sus fortunas, de aquellos que “en nombre del bien público”, salvaguardan sus privilegios y su posición social por medio de las leyes que les son propicias. Leyendo esto en las páginas de Utopía parecen venir a nuestra mente los efectos de la devastación social causados por la actual crisis global. Por eso, parecen premonitorias las afirmaciones de Moro de que “la avaricia irracional de unos cuantos, lo que parecía una gran prosperidad”, debido a la codicia insaciable, “degenerará en su ruina”, al igual que ocurrió, en nuestra sociedad actual,  con el espejismo de las pasadas burbujas inmobiliarias o bursátiles. Entonces, como ahora, la verdadera culpable de esta situación, como bien señaló Moro, era la codicia humana, “las malas artes de los ricos, que realizan sus negocios bajo pretexto y en nombre de la comunidad” y, por ello, ¡qué decir de los escándalos financiero-bancarios y del repetido mantra de la necesidad de salvar el sistema financiero a costa de los recursos públicos!. Estas malas artes, de ayer y de hoy, como apuntaba el pensador inglés, son las que hacen que los poderosos “inventen todas las trampas posibles, tanto para almacenar la mayor riqueza adquirida ilícitamente”, como también “para obtener al menor precio posible las obras a costa de los sudores de los pobres”. Y la injusticia social, entonces como ahora, adquiere rango de ley puesto que, como bien señalaba Moro, “estas perversas intenciones las dictan los ricos como ley en nombre de la sociedad”.

     Frente a esta situación, Moro apunta ideas tendentes a un reparto más justo de la riqueza en la isla de Utopía. Es por ello que considera que “los pobres son más merecedores de las riquezas que los acaudalados, pues estos son codiciosos, injustos, indignos y negligentes” (el paralelismo con la realidad actual es evidente). Consecuentemente, la crítica social de Moro le lleva a rechazar el poder de los nobles, banqueros y aduladores a los que considera “gente parásita, aduladora y frívola”, mientras que exalta a los trabajadores, a los que considera el sustento real de la sociedad y del Estado. Por ello, como humanista cristiano que era, se indigna ante las injusticias  de su época, por lo que clama con energía: “¿Qué añadiré de los ricos que recortan cada día un poco más los salarios de los pobres, no sólo fraudulentamente, sino amparados por las leyes?”.Frente a ellos, su concepto de riqueza, no sólo se basaba en criterios de justicia social, sino también en la importancia que concede a la ética personal, siempre tan necesaria, y, por ello, se pregunta: “¿Quién puede ser más rico que el que tiene la conciencia limpia, libre de preocupaciones?”.

    Además de esta crítica social, en la Utopía de Moro también hallamos propuestas concretas, tan novedosas en su época como de candente actualidad en la nuestra. Este es el caso, por ejemplo,  de su defensa de la jornada laboral de 6 horas por considerarla “suficiente para proporcionar lo necesario bienestar” siempre y cuando “las clases ociosas” que él identifica con la nobleza y el clero, las cuales “vegetan en la pereza y el abandono”, fueran obligadas “a trabajar en algo de utilidad e interés común”. Esta sería la versión renacentista del ideal de “trabajar menos, para trabajar todos” en nuestro actual escaso mercado de trabajo.

    Otra idea novedosa de su Utopía sería la defensa de la sanidad en esa isla imaginaria. Por ello, los gestores-recortadores  de nuestro sistema público de sanidad deberían releer a Moro cuando dice que “los utópicos tienen una especial consideración para sus enfermos, a los que cuidan en hospitales públicos” en los cuales, “los enfermos, aunque sean muchos, nunca tienen  que sufrir escaseces ni privaciones”. Y más aún, en relación a trato que reciben los pacientes, añade que “no se ahorra nada de lo que pueda ser bueno para lograr su curación, sean alimentos o medicinas” y a los que “les dan todo lo que precisen para aliviar su dolencia”. Tomen nota nuestros responsables políticos de estas afirmaciones, escritas hace cinco siglos, para casos tan flagrantes como el drama actual de los enfermos afectados por la Hepatitis C.

     Todas estas tareas deberían de ser asumidas y aplicadas por los gobernantes, tanto de Utopía, como de nuestra sociedad contemporánea, por gobernantes honestos y eficaces. El compromiso ético y social de Moro le hizo rechazar la ineptitud de quienes ostentaban el poder y responsabilidades públicas. Por ello, no dudó en afirmar, con total contundencia, algo de lo que también deberían tomar nota primero, y aplicar después, nuestros gobernantes: “Quien no sabe regir a su pueblo sino despojándole de todas las comodidades de la existencia, no tiene ningún derecho a gobernar hombres libres y es conveniente que se retire dada su ineptitud, pues toda incapacidad conduce al odio y al desprecio del pueblo”.

    Este es el legado, plenamente vigente, del pensamiento y compromiso social de aquel gran humanista que se llamó Tomás Moro. Merece la pena releer su obra, su Utopía, para hacerla realidad.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 30 abril 2015)

 

ERICH FROMM Y LA UTOPÍA HUMANISTA

         

Asistimos a un tiempo sembrado de incertidumbres y pesimismo propiciado por una crisis económica de consecuencias imprevisibles. Se trata de una crisis propia de un sistema capitalista desbocado, carente de principios éticos y regido por une egoísmo y afán de lucro insaciable.

Releyendo estos días a Erich Fromm, psicólogo social que sintetizó con lucidez el método psicoanalista de Freud y el análisis marxista, resultan de candente actualidad sus opiniones sobre la sociedad de consumo a la que fustigó con dureza dadas las negativas consecuencias que ésta genera en el hombre contemporáneo. En su libro “¿Tener o ser?” (1976) reivindica con pasión el valor del “ser” persona por encima del mero afán de “tener” a que nos aboca la sociedad de consumo y que nos aleja de la auténtica felicidad ya que, como señala Fromm,  “tener mucho no produce bienestar” o, como recuerdo decía una canción de Joaquín Sabina, había un hombre que “era tan pobre que no tenía más que dinero”.

No es casual que Fromm inicie su libro analizando lo que él denomina “el fin de una ilusión”, esto es, “la Gran Promesa de un Progreso Ilimitado” que, convertida en la “nueva religión” de nuestro tiempo, se basaba en ideas tales como el dominio de la naturaleza y la explotación ilimitada de sus recursos, la abundancia material, la felicidad social y la libertad personal sin límites ni amenazas. Pero, esta “ilusión”, surgida tras la revolución industrial, ha fracasado y Fromm nos apunta las causas: el consumismo no produce felicidad; no somos plenamente libres sino que nos hemos convertido en meros engranajes de una superestructura social que nos manipula; el progreso económico se ha limitado a las naciones ricas generándose un abismo creciente en relación a los países pobres y, finalmente, el progreso técnico ha generado peligros ecológicos y riesgos nucleares.

En consecuencia, ante una sociedad que ha sacralizado el “tener” en vez de los valores del “ser” personal y de la ética tanto personal como colectiva, dado que el capitalismo “separó la conducta económica de los valores humanos de la ética”, Fromm considera que resulta imprescindible reaccionar. Partidario de lo que él denomina “un socialismo humanista y democrático”, nos insta a retomar los valores que el materialismo ha ido arrumbando en nuestras conciencias para  construir una sociedad nueva más justa e igualitaria. Fromm, convertido en abanderado de la que él llama “protesta humanista” que, como ocurrió con el cristianismo primitivo, la Ilustración y el pensamiento marxista, intentó liberar al ser humano del egoísmo y la codicia, considera que sólo un cambio profundo de nuestra actitud vital puede salvarnos de lo que él define como “catástrofe psicológica y económica”.

Es por ello que en su obra nos ofrece un planteamiento de gran interés sobre cuales deberían de ser las características de la “Sociedad nueva” con la que sueña. El primer paso, y ello está en nuestra mano, debería de ser el orientar la producción en beneficio de un “consumo sano” contrapuesto al consumismo que él califica de “patológico”. Muy interesante resulta su defensa de las “huelgas de consumidores” las cuales considera como una poderosa palanca para introducir cambios en los sistemas productivos, llegando incluso a proponer una huelga de automovilistas en los EE.UU. para hacer frente a la subida de los carburantes y al poder económico de las multinacionales petroleras. En el fondo, aparte de la eficacia real que esta propuesta pudiera tener, lo que Fromm pretende es combatir el consumismo fomentando normas formas de “democracia genuina” (como lo es la organización de los consumidores) para hacer frente a lo que él denomina “fascismo tecnológico”. Bueno sería tener en cuenta estas ideas a la hora de exigir una regulación global de los mercados financieros internacionales, responsables en gran medida de la crisis que padecemos.

La defensa de una sociedad plenamente democrática y participativa le lleva también a reivindicar un ideal de la izquierda sindical un tanto olvidado últimamente cual es el de la “democracia industrial”, esto es, la participación de los trabajadores en la toma efectiva de decisiones en sus respectivas empresas. No podía olvidar, en esta misma línea, la necesidad de avanzar por el camino de una democracia política participativa basada en dos requisitos esenciales en la que los ciudadanos, para formarse una opinión fundada y libre, deben de contar con una información adecuada, esto es, libre de toda manipulación interesada y, a la vez, percibir que sus decisiones cuentan, tienen efecto en la sociedad en la que les ha tocado vivir. Defiende igualmente una “descentralización máxima” que fomente la participación activa en la vida política, así como la prohibición de todos los métodos de lavado de cerebro en la publicidad tanto industrial como política.

La Nueva Sociedad basada en los valores del humanismo no puede lograrse, nos recuerda Fromm, si no se elimina el creciente abismo entre naciones ricas y pobres, si no se introduce “un ingreso anual garantizado” que, convertido en derecho universal apoye a los sectores más desfavorecidos de la sociedad, se logre la plena liberación de la mujer, o su muy novedosa propuesta de establecer un llamado Supremo Consejo Cultural encargado de aconsejar a gobiernos, políticos y ciudadanos “en todas las materias en que sea necesario el conocimiento”, idea tras la cual parece subyacer el ideal del papel reservado a los sabios en la República platónica.

Finalmente, la Nueva Sociedad debe fomentar el desarme nuclear y una investigación científica desvinculada, como nos recuerda Fromm, “de los intereses de la industria y de los militares”.

La Nueva Sociedad, como ideal utópico, como alternativa humanista frente al consumismo y la pérdida de valores, debe abrirse paso aún siendo conscientes de las muchas dificultades que se encontrará por delante: ahí están los intereses económicos de las empresas, la apatía e impotencia de amplios sectores de la población, los dirigentes políticos “inadecuados” y las latentes amenazas nucleares, ecológicas y climáticas. De hecho, Fromm ya apuntaba, con años de antelación, sobre los riesgos que la sobreexplotación de los recursos y el cambio climático suponen para el futuro de la Humanidad. Y es que, resulta imprescindible “una nueva ética, una nueva actitud ante la naturaleza, la solidaridad y la cooperación humanas” como base de una sociedad humanista.

Por todo ello, el mensaje final de Fromm, en estos tiempos de incertidumbre, desencanto y pesimismo, resulta más actual que nunca: “La creación de una nueva sociedad y de un nuevo Hombre sólo es posible si los antiguos estímulos de lucro, el poder y el intelecto son reemplazados por otros nuevos: ser, compartir, comprender; si el carácter mercantil es reemplazado por un nuevo espíritu radical y humanista”. Todo un reto, toda una utopía…necesaria.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(Diario de Teruel, 6 octubre 2008)