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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

EE.UU., UN PAÍS BIFURCADO

 

    Las recientes elecciones presidenciales norteamericanas y su resultado, con la victoria de Donald Trump, han dejado patente que el país se halla social y políticamente muy dividido. El politólogo Roger Senserrich, en su libro Por qué se rompió Estados Unidos. Populismo y polarización en la Era Trump, ya señalaba la existencia de diferencias sustanciales en todos los indicadores entre el norte y el sur del país hasta el punto de que, en su opinión, “Estados Unidos no es un país dividido, sino bifurcado, con zonas deprimidas cada vez más conservadoras y regiones dinámicas cada vez más demócratas”.

    Dicho esto, la realidad demuestra que el sentido de voto en los EE.UU. es más geográfico que por clase social, lo cual resulta ser una característica especial de la realidad política americana y, por ello, “el voto de clase es más débil de lo que es realmente, ya que las zonas pobres son más conservadoras que las ricas”. Por ello, la gran diferencia es regional, puesto que “las clases altas son mucho más conservadoras en el sur que en el norte” así como las rentas bajas blancas son también mucho más republicanas en el sur, especialmente tras producirse la irrupción política de Trump y su mandato presidencial en la Casa Blanca durante el período 2016-2020. Este es el caso de la llamada “White trash”, la “basura blanca”, que son aquellos americanos que viven en zonas del país con economías deprimidas, estados rurales o post-industriales, un sector poblacional que, hasta hace poco era invisible en el debate político del país, pero que ha recuperado protagonismo de la mano de los mensajes demagógicos de Trump y, por ello, le ha brindado mayoritariamente su incondicional apoyo político y electoral.

     Volviendo a la “América bifurcada”, a la que aludía Senserrich, el citado politólogo señala varios “ejes de polarización” para argumentar su análisis. En primer lugar, el de la raza, dado que mientras el Partido Demócrata (PD) cuenta con el respaldo “apabullante” del voto afroamericano y gana apoyos en la población de origen latino a cambio de perder votantes blancos, el Partido Republicano (PR), está creciendo en el voto blanco, no sólo de los americanos de origen, que ya le era hegemónico, sino ahora también entre la población latina que, al integrarse en la sociedad norteamericana, se va “emblanqueciendo”.

    Otro eje de polarización es la fractura total que se observa entre la población urbana y la rural ya que, mientras las ciudades se decantan, mayoritariamente por el voto demócrata, el medio rural es un granero de votos para el PR. Existen igualmente otros ejes de polarización que fragmentan la sociedad americana como son el educativo (a mayor nivel educativo, mayor voto a los demócratas), al igual que en el tema del género, donde también el voto femenino se decanta hacia los demócratas, o en el de la edad, donde la división hace que los demócratas sean mayoritarios en el voto de los menores de 30 años, mientras que los republicanos ganan entre los electores mayores de 65 años. Un último eje de polarización sería el de la religión, un elemento importante entre el electorado republicano, muy influido por las iglesias evangélicas blancas, mientras que el voto demócrata se reparte entre ciudadanos católicos, agnósticos, ateos y también el de la importante comunidad judía. A nivel ideológico, se constata, cada vez de forma más evidente que el tema laboral, el protagonismo e influencia social de los otrora importantes sindicatos americanos como elemento movilizador del voto de izquierdas, “han sido borrados del debate” tal y como se lamenta Senserrich.

     En consecuencia, y estas elecciones lo han vuelto a poner en evidencia, existe una “América rural, estancada y cada vez más hostil al progreso social”, confrontada con otra “América dinámica, urbana y cosmopolita, vibrante y próspera, cada vez más progresista y abierta al mundo”. La bifurcación es clara en una innegable división entre los estados del sur y del norte, y, también, entre las zonas de las costas del Atlántico y del Pacífico en relación con los estados del centro del país. Esta profunda división, como nos recuerda Senserrich, es previa a la victoria electoral de Trump en 2016 ya que, en su base, como origen de la misma, “sigue estando el tema de la esclavitud y sus consecuencias, de cómo ese pecado original ha contaminado la política de los Estados Unidos”, un pecado original que siempre estuvo ahí pero que sus nefastas consecuencias se han incrementado con la demagogia política de Trump. Por su parte, Ezra Klein, destacado analista político, en su libro Por qué estamos polarizados, considera que estas divisiones son ahora más profundas y peligrosas que nunca, hasta el punto de que estas pueden derivar en “el peor escenario posible” que, en su opinión podría desembocar en “una guerra civil, o cuanto menos, en una crisis constitucional”. Y a esta enrarecida situación política ha contribuido de forma importante la radicalización del PR el cual según Ezra Klein, “se ha derrumbado por completo como institución funcional. Son capaces de hacer cualquier cosa para servir los caprichos de Donald Trump”.

    Por todo lo dicho, retomando de nuevo el libro de Senserrich, dicho autor nos advierta de que hay que acabar con el mito de que los EE.UU. es “una democracia que avanza lenta y decididamente en una senda de progreso inevitable” ya que la realidad demuestra que se trata de una “democracia disfuncional, con años de cambio seguidos con frecuencia por décadas de estancamiento político o retroceso”. Esa es la América “bifurcada” que se nos presenta en el horizonte ante el nuevo y preocupante segundo mandato presidencial de Donald Trump.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 12 noviembre 2024)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TRUMP, OTRA VEZ

 

    El riesgo cierto de que las elecciones presidenciales norteamericanas del 5 de noviembre pudiera ganarlas Donald Trump, como ya hizo en 2016, genera preocupación en amplios sectores de su país y, también, en el contexto internacional. Roger Senserrich, en su libro Por qué se rompió Estados Unidos. Populismo y polarización en la era Trump, describe al magnate, convertido en político, como un personaje “autoritario, sin respeto alguno por las instituciones y lo suficiente antidemócrata como para dar un golpe de Estado tras perder las elecciones”.

     Para comprender la irrupción de Trump en el panorama político americano, hay que tener en cuenta dos cuestiones. En primer lugar, el funcionamiento de los partidos políticos en EE.UU.,que es muy diferente al de los europeos: no tienen militantes, los ciudadanos se registran para votar en su Estado y deben decidir por qué partido lo hacen y ello, sin pagar cuotas. Por su parte, el partido en el que se han registrado no puede bloquearlos ni excluirlos. Por ello, este sistema fomenta la aparición de “emprendedores políticos”, que se decantan, de no ir por libre, por registrarse en el Partido Republicano (PR) o el Partido Demócrata (PD). Así surgió ese peligroso “emprendedor político” que es Trump.

    Pero ello no hubiera sido posible sin analizar un segundo factor: la involución reaccionaria que se ha ido produciendo en el PR, partido en el que conviven “cuatro almas” con distinto grado de influencia y poder. En primer lugar, la derecha religiosa, contraria al aborto, al feminismo y a la liberación sexual y que cuenta con el respaldo firme de la Moral Majority, el más poderoso grupo de presión de la derecha religiosa americana; seguidamente, está la derecha empresarial, defensora a ultranza del capitalismo y del libre mercado; después, los llamados “halcones en política exterior”, que tienen por objetivo “liderar” el mundo libre y, finalmente, la “cuarta alma”, cada vez más en alza, que es la derecha reaccionaria, la que ha aupado a Trump como el candidato más duro y autoritario. Esta derecha reaccionaria ha ido ganando peso en el seno del PR, proceso que se inició cuando, en 2013, las bases republicanas se lanzaron a dinamitar lo que ellos consideraban “políticas socialistas” de la Administración Obama, obsesionados con derogar el Obamacare, la primera ley de sanidad universal en la historia del país, y con lanzar campañas sobre supuestas invasiones de inmigrantes. A partir de entonces, la radicalización fue en aumento, alentada por las arengas incendiarias de Fox News, las radios y prensa conservadoras, así como el ingente apoyo financiero de entidades como Citizens United.

     Por todo lo dicho, Senserrich considera que, en EE.UU. existe “una cada vez más explícita y abierta tendencia de un sector del PR a abrazar el autoritarismo” y el citado politólogo intuye el rumbo de esa involución política: “EE.UU. es demasiado rico para revertir en una dictadura, pero no es descabellado que caiga en una democradura, un régimen representativo imperfecto con instituciones que dejan a la oposición en abrumadora desventaja”. Ello explica que cuando Trump alentó el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 despreciando el resultado de las urnas, y viendo la persistente lealtad de las bases del PR hacia él, está claro que la “pulsión autoritaria” se mantiene. Consecuentemente, la acción política de esta derecha reaccionaria “es preocupante, sobre todo cuando su respuesta es abrazar un populismo reaccionario y autoritario cada vez más destructivo”.

     Ahora, en vísperas de las nuevas elecciones, la amenaza trumpista vuelve a surgir, máxime cuando Heritage Foundation, un poderoso laboratorio de ideas ultraliberales, ha elaborado el llamado Project 2025 para aplicarlo en caso de que Trump logre su segundo mandato. Dicho documento, incluye propuestas tales como extender al máximo los poderes presidenciales a costa de limitarlos al Congreso y al Poder Judicial, purgar a los funcionarios civiles hostiles a Trump y sustituirlos por elementos partidistas leales o la eliminación del Departamento de Educación, lo cual pudiera ser el camino hacia esa “democradura” a la que aludía Senserrich y que alienta la latente amenaza trumpista.

 

    José Ramón Villanueva Herrero

   (publicado en: El Periódico de Aragón, 1 noviembre 2024)

 

 

EL RETO DE LA MEMORIA DEMOCRÁTICA

  

   El pasado día 1 de octubre asistí al pre-estreno de la excelente película “La infiltrada” en la que se afronta con valentía el tema de la lucha antiterrorista contra ETA. En el coloquio posterior, Arantxa Etxevarría, su directora, nos recordaba la importancia de que los jóvenes menores de 19 años, que en su mayoría ignoraban lo que supuso la sangrienta existencia de ETA y el daño, sufrimiento y muerte causado por la banda terrorista, tuvieran conocimiento, desde una perspectiva de la memoria democrática, de lo que ello supuso en la historia reciente de España.

    En esta línea, lo mismo podemos decir a la hora de afrontar un tema tan triste y doloroso cual es la Guerra de España de 1936-1939. En este caso, como señalaba Jordi Font Agulló, quien fuera director del Memorial Democràtic de la Generalitat de Catalunya, para que la memoria democrática tenga “peremnidad en el tiempo y sentido social”, hay que trabajarla desde la perspectiva de qué pasará cuando desaparezca la generación que la vivió y sus testimonios (algo que en muchas ocasiones ya ha sucedido) y también, de sus descendientes (hijos y nietos), los cuales, a lo largo de los años, han actuado como “peregrinos fieles de la memoria”. Por esta razón, tan evidente como biológicamente inevitable, existe el riesgo de que, a medida que aumente el alejamiento temporal a estos hechos históricos de nuestro dramático pasado, resulta imprescindible interpelar a nuevos públicos, a las jóvenes generaciones, para evitar que la memoria caiga en el olvido al no sentirse implicados (ni interesados) directamente en un pasado que, con avatares distintos, también vivieron y sufrieron sus familias. Y es que, si la historia hace referencia al pasado, la memoria interpela a ese pasado, siempre en clave de presente, como recordaba David González Vázquez, miembro del Observatorio Europeo de Memorias.

    Así las cosas, supone todo un reto de futuro intentar que la memoria democrática ocupe el espacio y el interés que merece en nuestra sociedad, y ello pese a los denodados intentos de quienes, desde planteamientos reaccionarios, cuando no abiertamente fascistas, pretenden enterrarla. Y es que, frente a esos embates involucionistas a los que estamos asistiendo con la derogación de las leyes de memoria democrática en diversas comunidades autónomas, también en Aragón, la defensa de la memoria, que es parte de nuestra historia colectiva, debe servir, en palabras del citado Jordi Font, como “herramienta de amarre de los valores democráticos y de los derechos humanos”. Por ello, resulta fundamental que la memoria democrática forme parte del currículum en los distintos niveles del sistema educativo reglado, con un enfoque crítico, reflexivo y veraz, tema éste que debe ser impulsado por las medidas legislativas correspondientes y así abordar este tema en profundidad de cara a la formación integral de las jóvenes generaciones. Este deber cívico debe ser asumido con firmeza y convicción por las instituciones públicas y, junto a la labor esencial que corresponde a su inclusión en la educación reglada, puede igualmente impulsarse, también, desde otro tipo de actividades tales como las llevadas a cabo por los museos públicos como exposiciones permanentes bien dotadas científica, técnica y pedagógicamente, así como programaciones temporales dinámicas que generen  actividades paralelas de orden cultural y conmemorativo que atraigan a públicos diversos que sean actores y no simples espectadores.

   Frente a estas propuestas en positivo, soy contrario a la actual moda de los “recreacionismos históricos” de hechos trágicos de nuestra historia reciente cual es el caso de la fratricida Guerra de España de 1936-1939. En este sentido, suscribo la opinión de C. Ugolini cuando criticaba “la banalización kistch, muy presente en la mayoría del recreacionismo histórico” dado que ello es “éticamente reprobable y, en no pocas ocasiones, vinculado a aproximaciones masculinizadas y militaristas”.

    Consecuentemente con todo lo dicho, frente a la “herencia monstruosa” de violencia y guerras que supuso el s. XX, resulta necesario tomar medidas socialmente responsables y es entonces cuando el valor de la memoria democrática y su enfoque valiente se convierte en un auténtico reto para nuestra sociedad. De ahí la importancia de la transmisión intergeneracional mediante políticas de memoria y culturales que tengan como paradigma global la defensa de los derechos humanos, el reconocimiento de las voces silenciadas y el refuerzo de los valores éticos de la ciudadanía. Y es que, como nos recordaba José Saramago, “Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”.

 

    José Ramón Villanueva Herrero

    (publicado en: El Periódico de Aragón, 12 octubre 2024)

 

 

LA HUNGRÍA DE VÍKTOR ORBÁN

 

  Durante el actual semestre de julio-diciembre de 2024 ostenta Hungría la Presidencia de turno de la Unión Europea (UE) y el gobierno magiar del Primer Ministro Víktor Orbán asume esta responsabilidad con un lema del más puro estilo trumpista: “Hagamos grande a Europa otra vez”.

   Víktor Orbán, líder del partido Fidesz, escorado cada vez más a la derecha, razón por la cual abandonó en el año 2021 el Partido Popular Europeo (PPE), ha dejado patente en repetidas ocasiones su desacuerdo y abierto rechazo, a muchas políticas comunitarias emanadas de Bruselas. Por ello, algunos analistas consideran que Orbán ha convertido a Hungría en una “democracia iliberal” dados los evidentes retrocesos que, en materia de derechos y libertades, se han producido en los últimos años en el país. Una “democracia iliberal” que, como señalaba Géraldine Schwartz, “no es otra cosa que el desmantelamiento de las instituciones democráticas” con políticas de Orbán tendentes a “la toma del control de los medios de comunicación, el amordazamiento de la sociedad civil, el bloqueo de las investigaciones por corrupción que afectan a miembros del partido Fidesz o el acoso a las ONGs que cuestionan las políticas gubernamentales y, de forma especial, contra la Open Society Foundation del empresario norteamericano de origen húngaro George Soros al cual Orbán tiene una animadversión visceral.

    Además, el perfil político de Orbán tiene rasgos de paranoia obsesiva dado que, como volvía a recordar G. Schwartz, se ha convertido en el líder de las teorías del complot y del discurso nacionalista en Europa desde que desafió a la UE en la crisis de los refugiados de 2015. Es por ello que Orbán recurre al tema de los supuestos “ataques” realizados por “oscuras fuerzas enemigas” que pretenden llevar a cabo “el gran reemplazo” de población europea blanca por inmigrantes árabes, teoría ésta que suscriben igualmente diversos grupos neofascistas en Europa y en los Estados Unidos. Para Orbán, estas “fuerzas oscuras” serían: “los burócratas de Bruselas, los medios de comunicación, los intelectuales liberales y los medios de negocios globalizados” y, en este último caso, personalizados en la figura de George Soros a quien tanto odia.

   Con semejante bagaje ideológico, no nos debe de extrañar el alineamiento de Orbán con las políticas reaccionarias de signo neofascista. De hecho, fue él quien inició la rehabilitación de la figura del dictador húngaro Miklos Horthy, quien, durante la II Guerra Mundial se alió con la Alemania nazi y al que Orbán no dudó en calificar de “estadista excepcional”. De hecho, la retórica inspirada en el léxico nazi y racista no es ningún tabú en la Hungría de Orbán y algunos políticos y periodistas la utilizan con total normalidad. Este es el caso de Zsolt Bayer, cofundador del partido gubernamental Fidesz, el cual llegó a afirmar que “si alguien atropella a un niño gitano, actúa correctamente”. El virulento racismo de Bayer quedó patente cuando, en 2013, en un artículo publicado en el periódico conservador Magyar Mírlap, escribió, sin ningún rubor, que “una gran parte de los gitanos no son aptos para vivir entre humanos […]. Son animales. Estos animales no deberían tener derecho a existir. En ningún caso. Esto debe resolverse de inmediato y de la manera que sea”. Ante tan aberrantes expresiones, la respuesta de Orbán fue elevar a Bayer en el año 2016 al rango de Caballero de la Orden del Mérito.

     Si todo esto fuera poco, Orbán tiene un peligroso amigo: Vladimir Putin. Y es que el presidente ruso es admirado por Orbán y los ultras europeos por su autoritarismo, su desprecio a los derechos humanos, a la libertad de expresión y a los contrapoderes democráticos. Es por ello que János Boka, el ministro de Asuntos Exteriores húngaro, ya dejó claras las prioridades marcadas por Budapest para el semestre en que ostentará la Presidencia de turno de la UE: junto a temas recurrentes en las políticas de Orbán (“lucha contra la inmigración irregular” y “defensa común de las fronteras exteriores”), expuso que, para Hungría, no es prioritaria la incorporación de Ucrania y Moldavia a la UE, obstaculizando así cualquier inicio de conversaciones con Kiev por lo que, que, como señalaba Gemma Casadevall, la Hungría de Orbán “es el principal aliado de Rusia en la UE” y prueba de ello es que, en los 5 últimos años, el dirigente húngaro ha vetado todas las decisiones del Consejo Europeo para aplicar sanciones contra Rusia. Por todo ello, habría que recordar lo afirmado por el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en la Conferencia para la Reconstrucción de Ucrania (URC) celebrada en pasado mes de junio en Berlín: “el avance del populismo prorruso es un peligro no sólo para Ucrania, sino para toda Europa”. Y de ese peligroso avance populista, Víctor Orbán es uno de sus principales impulsores, todo un amenazador “caballo de Troya” en el seno de las instituciones democráticas que conforman la UE.

 

    José Ramón Villanueva Herrero

   (publicado en El Periódico de Aragón, 1 octubre 2024)

 

 

LA DERIVA POLÍTICA DE ISRAEL

   La desproporcionada y brutal respuesta militar de Israel a los asesinatos y secuestros cometidos por el grupo terrorista Hamas el 7 de octubre del pasado año, va a sembrar un odio por generaciones y un descrédito internacional hacia el Estado hebreo. Los medios de comunicación nos ofrecen cada día noticias y escenas estremecedoras de las cuales está siendo víctima el pueblo palestino en Gaza y Cisjordania, víctima de la implacable máquina militar israelí, lo cual resulta inaceptable para los valores humanitarios y para los principios democráticos, pues ambos son pisoteados impunemente.

    Desde siempre, Israel se ha vanagloriado de ser la única democracia en el convulso Oriente Medio, pero, la realidad de los hechos cuestiona esta afirmación dada la deriva política que está llevando a cabo el gobierno derechista del Likud de Benjamín Netanyahu apoyado por los grupos más ultrareligiosos de la sociedad israelí. Ejemplo de ello es la pretendida reforma judicial que tiene por objeto el control por parte del Ejecutivo (léase, Netanyahu) del Poder Judicial, con lo cual se dinamitaría la división de poderes, base esencial de todo sistema democrático. Ello ha generado multitud de protestas contra el gobierno más reaccionario de la historia de Israel por parte de la sociedad civil y de sus sectores más progresistas, ahora en declive, las mayores desde la independencia de Israel en 1948. Tras los trágicos sucesos del 7 de octubre que han desencadenado la actual guerra en Gaza, las protestas siguieron mientras que Netanyahu, imputado en varios procesos judiciales, se aferró a una campaña de guerra a sangre y fuego para así mantenerse en el poder e impedir ser juzgado, aunque con ello, al pretender salvaguardar su interés personal y su futuro político, llevase a Israel al abismo y al repudio internacional.

    Ante esta grave situación asistimos, además, a un preocupante deterioro del mapa político de Israel: mientras ganan terreno las posiciones más belicistas, reaccionarias y ultraderechistas de los partidos judíos, la izquierda se halla a la deriva como lo demuestra la actual situación tanto del Partido Laborista (Abodá) como del pacifismo del partido Meretz. Especialmente dramático es el continuado declive del laborismo israelí, el partido de la izquierda socialdemócrata, máxime teniendo en cuenta que fue el partido que lideró al país durante sus primeras décadas de existencia, el partido de Ben Gurión, Golda Meir, Izhak Rabin o Shimon Peres y que, sin embargo, ha ido perdiendo  fuerza electoral y social hasta quedar en la actualidad reducido a un partido menor con tan sólo 4 diputados, el 3,7% de los votos, tras las últimas elecciones al Parlamento de Israel, al Kneset, celebradas en 2022.

    Por lo que se refiere al partido pacifista Meretz, situado políticamente a la izquierda del laborismo, firme defensor del proceso de paz con los palestinos y de la devolución de los territorios ocupados y, por ello, símbolo de la conciencia del Israel democrático, en las últimas elecciones legislativas de 2022 quedó, por vez primera, fuera del Kneset al lograr tan sólo el 3,25% de los sufragios y, por ello, no lograr ningún diputado.

   Los agónicos resultados de los partidos del llamado “Campo de la paz” israelí, hicieron que, tras el fiasco electoral de 2022, Abodá y Meretz iniciasen negociaciones para la fusión de ambos en un nuevo proyecto político, acuerdo al que se llegó el pasado 12 de julio con el nombre de Los Demócratas, partido que pretende ser el “hogar” de todas las fuerzas que luchan por la democracia y la imagen de Israel y, de forma especial, de las organizaciones cívicas de protesta contra las políticas reaccionarias de Netanyahu, de la sociedad civil, de los movimientos pacifistas, de los jóvenes y de los reservistas del Ejército contrarios a la guerra y a la ocupación de los territorios palestinos.

    Así está la convulsa situación política de Israel. Las próximas elecciones deberían tener lugar en el año 2026 pero recientes encuestas vaticinan que ninguno de los dos partidos que conforman el nuevo grupo político de Los Demócratas, lograría superar el umbral electoral para tener representación parlamentaria: una pésima noticia que confirma la funesta deriva política de Israel, que pone en riesgo sus cimientos democráticos y que reduce a nulas las mínimas esperanzas de paz para la resolución justa y definitiva del conflicto palestino.

 

   José Ramón Villanueva Herrero

   (publicado en: El Periódico de Aragón, 13 septiembre 2024)

AfD: UN VIRUS PARA LA DEMOCRACIA ALEMANA

 

    En 2015 un millón de refugiados llegaron a Alemania y, entonces, la canciller Angela Merkel, a diferencia de lo que hacen habitualmente otros políticos derechistas, impulsó una generosa política de acogida pues consideró que hacerlo era un deber moral, por encima de intereses políticos partidarios. Por ello, en el legado de la “era Merkel”, de los 16 años en que ocupó la Cancillería germana, siempre quedará su valentía a la hora de responder con generosidad al desafío que, como señalaba Josep Cuní, supuso “el mayor desplazamiento de refugiados vivido hasta entonces a los que concedió asilo”.

    Pero aquella buena acogida bien pronto quedó oscurecida por la actitud de los grupos reaccionarios que enarbolaron de forma demagógica en sus mensajes políticos el rechazo a los inmigrantes, lo cual ha propiciado el creciente auge electoral de Alternativa por Alemania (AfD), o mejor sería decir “Alternativa contra Alemania” por su intento de socavar los valores democráticos del Estado germano mediante mensajes de innegable signo neonazi.

     De entrada, digamos que AfD surgió en el año 2013 y fue, a partir de la crisis de los refugiados de 2015 cuando empezó a abrirse brecha electoral en la sociedad alemana. Tal es así que Andreas Lichert, uno de sus dirigentes, con descarado cinismo, llegó a afirmar que “la inmigración no siempre es algo malo, cuando se trata de traernos electores”, máxime cuando, lamentablemente, atentados islamistas como el ocurrido en Solingen, son demagógicamente instrumentalizados por AfD.

    Como señala Géraldine Schwartz en su libro Amnésicos (2019) otro factor ha propiciado el auge de AfD: “la instrumentalización del miedo de los ciudadanos, con pérdida de referencias en un mundo cada vez más globalizado”, razón por la cual AfD ha conseguido “estimular los miedos difusos de los ciudadanos, canalizarlos hacia chivos expiatorios; transmitir una visión maniquea del mundo; producir en el electorado una sensación de pertenencia a una comunidad exclusiva”, consignas éstas habituales en los grupos neofascistas europeos de los cuales AfD es un elemento relevante.

     A su vez, cuando AfD emplea la palabra “libertad” contamina de raíz el significado de la misma pues, como recordaba Melanie Arnann en su ensayo Angustia por Alemania, los seguidores de AfD “cultivan una relación paradójica con la libertad, porque, en realidad, son liberticidas, intolerantes y autoritarios”. Tampoco aceptan la realidad multicultural de nuestras sociedades o los derechos de las minorías y, también los de las mujeres. En este sentido, recuerdan el rechazo de Adolfo Hitler a la emancipación de la mujer, concepto éste que el dirigente nazi consideraba como “una palabra inventada por el intelecto judío”.

     La peligrosa irrupción de todas estas ideas reaccionarias se debe a que el poso del nazismo sociológico ha prevalecido oculto en el seno de la sociedad alemana y ahora emerge con fuerza. Ello en parte es debido a que, tras la derrota del III Reich en 1945, el proceso de desnazificación, en el caso de la antigua República Federal Alemana (RFA), no fue tan intenso como debiera. Al acabar la guerra, el entonces comandante en jefe de las fuerzas aliadas, el general Dwight D. Eisenhower, manifestó que se necesitarían al menos 50 años de “reeducación intensiva para formar a los alemanes en unos principios democráticos”. Pero, pese a esta advertencia para acabar de forma definitiva con el virus hitleriano, la realidad es que la desnazificación acabó prematuramente. El canciller Konrad Adenauer, mediante la Ley de Amnistía de 1949 pretendió “amnistiar a su pueblo por sus crímenes pasados durante el nazismo a condición de que rompiese claramente con el nacional-socialismo y aceptara los principios democráticos” de la RFA pero, la realidad posterior demostró que hubo una impunidad total hacia muchos criminales nazis. Poco después, una nueva ley de 1951 permitió que miles de funcionarios del antiguo III Reich fueran readmitidos en la Administración de la RFA. Finalmente, la Ley de Amnistía de 1954, como recordaba Géraldine Schwartz, “acabó por enterrar la desnazificación al introducir el atenuante de la “obediencia en estado de urgencia” y, de este modo, “la leyenda según la cual era imposible desobedecer una orden criminal sin arriesgar la vida había conseguido un estatuto oficial”. Ante todos estos hechos, la entonces República Democrática Alemana (RDA) criticaba con razón la permanencia de antiguos nazis en puestos de responsabilidad de la RFA y, por ello, en el informe Criminales nazis y de la guerra en la Alemania Occidental de 1965, daba un total de 1.800 nombres de políticos de la RFA con un negro pasado hitleriano.

   Por todo lo dicho, en la década de los años 50 se produjo en la RFA una rehabilitación de buena parte de lo que supuso el nazismo y, no sólo en la política, también en la enseñanza. En este último aspecto, baste recordar que, en los libros de texto la historia se detenía en la República de Weimar obviando así el período hitleriano (1933-1945), o que se dictaron en Alemania 16.000 penas de muerte por Tribunales de Justicia como legitimadores de la violencia nazi, así como que en las enciclopedias fuese imposible encontrar conceptos como “campos de concentración” o “SS”. No fue hasta el año 2005 en que los ministerios e instituciones públicas alemanas pidieron a “historiadores independientes” que investigaran el papel de éstas durante el período nazi y es que, como recordaba G. Schwartz, “sin los trabajos de memoria, se acaba revitalizando el fascismo”.

    Y pese a ello, la amenaza sigue ahí: baste con observar los previsibles buenos resultados que se auguran para la AfD en las elecciones regionales a celebrar el próximo 1 de septiembre en Sajonia y Turingia y que, en este último lander, auguran para Björn Höcke, el líder más radical de AfD, un apoyo electoral del 30% de los votos, un dato más que preocupante para la democracia alemana.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en: El Periódico de Aragón, 31 agosto 2024)

 

 

 

HISTORIETOGRAFÍA

 

    El historiador Alberto Reig Tapia acuñó el término de “historietografía” para referirse a la infraliteratura de signo revisionista y de innegable sesgo de nostalgia franquista. En este sentido, nos recuerda que, tras el neologismo de “historietografía”, subyace toda una mitología franquista y, por ello, una versión no contrastada de la historia contemporánea de España, que no se explica por razones historiográficas o intelectuales, sino que se trata de un “uso ideológico de la historia con fines partidistas” y, por ello, no duda en calificarlo como “politiquería de ínfimo vuelo”.

    Los mitógrafos del franquismo, sus transcriptores, divulgadores o exaltadores de que alaban la supuesta “bondad” de la dictadora, se caracterizan por presentar “falsas evidencias como artículos de fe y de obligada asunción”, hechos que, en expresión de Reig Tapia, han sido “mitificados hasta el delirio, primero, y mistificados hasta el hastío, después”, siguiendo así la máxima de Josep Goebbels, el ministro de Propaganda del III Reich nazi según la cual “una mentira mil veces repetida acaba convirtiéndose en una verdad no discutida”.

    Tal vez el mito más manoseado y, a la vez, blanqueado por la historietografía franquista es el de la responsabilidad en torno a la violencia fratricida desencadenada durante la Guerra de España de 1936-1939 y el uso recurrente a la “equidistancia” pues, como señala de nuevo Reig Tapia, “es insostenible defender la teoría de “todos fuimos culpables” si no se establecen, previamente, grados de culpabilidad” y, por ello, resulta obvio que las principales responsabilidades corresponden a quienes se sublevaron contra el Gobierno legítimo y constitucional de la II República y esto es una realidad innegable a pesar de los intereses denodados de los mitógrafos franquistas de “reescribir la historia con renglones torcidos al servicio de intereses políticos espurios”. Olvidan que, como decía Gerald Brenan, “las guerras civiles las acaba ganando el bando que más mata” y, en este sentido, la responsabilidad de los sublevados es indudable.

    Lo mismo podemos decir a la hora de tratar el tema, una vez concluida la guerra, de la posterior dictadura franquista y la implacable represión desatada por ésta, una página negra de nuestra historia que la historietografía ha tratado siempre de blanquear y minimizar.  Hay que recordar, siempre, que la dictadura franquista, impuesta a sangre y fuego, como oportunamente recuerda el varias veces citado Reig Tapia, “dejó chiquita a cualquier otra dictadura europea del siglo XX. Sólo cabe ponerla por detrás de los grandes totalitarismos, el régimen estalinista y el hitleriano”.

     Una de las características de los mitógrafos franquistas son sus ataques viscerales a los que ellos llaman “historiadores militantes”, entendiendo por tales a los demócratas, independientemente de su tendencia ideológica. Y, para ello no dudan en mentir, manipular la historia, tergiversar los hechos, y, todo ello, “en nombre de la Verdad Revelada que ellos, al igual que los iluminados de cualquier otro orden, siguen aspirando a administrar en régimen de monopolio contra los historiadores comunistas, anarquistas, marxistas, socialistas o izquierdistas de cualquier orientación”.

   Es por ello que los historietógrafos franquistas tienen claras conexiones con la derecha política actual pues, como señala Reig Tapia, “ambas contemplan a la izquierda de ayer y de hoy como mentirosa, inepta, corrupta, equivocada, en tanto que las derechas de ayer y de hoy son verdaderas, eficaces, honestas y acertadas”, todo un perverso maniqueísmo sesgado de actitudes reaccionarias, una interpretación tendenciosa del pasado que se convierte, a través de sus libros, en un “arma de intoxicación máxima” con el objetivo de desalojar a la izquierda del poder. Tal es así que, tras el hundimiento del comunismo soviético, la “metodología” de los historietógrafos tiene por objetivo el combatir a la izquierda en general atacándola de estar completamente entregada a los nacionalistas separatistas o de estar dispuesta a cualquier cosa con tal de alcanzar y mantenerse en el poder: como vemos, líneas de ataque que se han agudizado cada vez más en la política española actual de la mano de la entente PP-Vox.

     No nos debe de extrañar, por tanto, el permanente apoyo que, a su vez, ofrece la derecha española actual al fenómeno del “revisionismo histórico” de nuestro pasado traumático cual fue la dictadura franquista, cuyo funesto legado pretenden maquillar y dulcificar de todas las formas posibles, algo que resulta absolutamente contradictorio con los postulados y posiciones políticas de cualquier derecha civilizada y demócrata. Y es que, buena parte del PP y, sobre todo el radicalismo reaccionario de Vox, no sólo no han condenado el franquismo, sino que, algunos de ellos, como Jaime Mayor Oreja, llegaron a referirse al mismo como una situación de “extraordinaria placidez”, expresión que es compartida por la derecha sociológica de raíces franquistas que milita en las filas del PP y de Vox.

   Por ello, desde el campo de la historia, como ciencia contrastada y libre de interpretaciones tendenciosas, y también desde la política democrática, resulta esencial hacer frente a la ola revisionista alentada por esta historietografía reaccionaria y carente de todo rigor. Como dijo el historiador Pierre Vilar, la tarea del auténtico historiador consiste, fundamentalmente, en sustraer “los hechos históricos de los ideólogos que los explotan”.

 

    José Ramón Villanueva Herrero

    (publicado en: El Periódico de Aragón, 21 agosto 2024)

 

UNA FECHA FATÍDICA PARA EL PUEBLO JUDÍO: LA GRAN REDADA DE 1749

 

     En la medianoche del 30 de julio de 1749, por orden del Marqués de la Ensenada, se produjo el prendimiento y arresto de toda la población gitana existente en los pueblos y ciudades de España, lo cual, como señala Raúl Quinto en su obra Martinete del rey sombra (2023), supuso “la mayor redada contra la población gitana de toda la negra y trágica historia de los gitanos de Europa”.

    Las autoridades llevaban años preparando la redada. El “asunto gitano” lo organizó Ensenada junto con el obispo de Oviedo (Gaspar Vázquez Tablada) pues ambos consideraban que era “pertinente de atajar de una vez por todas la lepra social” que “pudre el reino” y contó con el apoyo del entonces Papa Benedicto XV. De entrada, se descartó la posibilidad de deportar a los gitanos a las colonias de América y, también, la de su asesinato masivo por ser “poco cristiano” e “improductivo” para el reino. En consecuencia, se optó por sacarles un rendimiento material y, por ello, se decidió que los hombres serían enviados a los arsenales militares a trabajar como esclavos para reconstruir la Armada, pues, como dijo el obispo Tablada, con ello se pretendía “curar el reino del mal gitano y emplear sus brazos en la construcción de los barcos que ganarán la guerra definitiva”.

   La primera noticia documentada de la llegada de los entonces llamados “egipcianos” a España se remonta al 14 de agosto de 1425, cuando el rey Alfonso V de Aragón recibió en Zaragoza a un tal Juan de Egipto Menor que venía con “centenares” de los suyos de tierras lejanas y, es por ello, el primer gitano documentado de los reinos de España.

    La vida de la población gitana siempre fue difícil. Desde 1499, fecha en la que se dictaron las primeras leyes contra los gitanos en Castilla y Aragón, diversas normativas reales aluden a este tema: durante la dinastía de los Austrias, se planteó incluso su exterminio o, cuando menos, la expulsión total de los gitanos, al igual que había ocurrido con la población morisca y, con la dinastía de los Borbones, también se tomaron diversas medidas contra la minoría gitana, entre ellas, algunas tan duras como la condena a galeras por diversos motivos.

    Volviendo a la Gran Redada de 1749, el balance de la misma supuso la detención de 9.000 gitanos siendo posteriormente separados los hombres de las mujeres para “evitar su reproducción y diluir su raza en el trabajo y en la nada”, como apuntaba Raúl Quinto. A su vez, a todos los detenidos se les incautaron sus escasos bienes para, con ellos, “sufragar los gastos que el cautiverio de sus dueños pudiera causar a las arcas del reino”. Seguidamente, los gitanos varones fueron enviados a diversos astilleros y arsenales navales. Así, los gitanos de Andalucía fueron conducidos al Arsenal de La Carraca de Cádiz y, dada la saturación del mismo, una parte de ellos serían luego enviados al Arsenal de La Graña de Ferrol. Por su parte, a los gitanos de Murcia y Valencia, se les condujo a Cartagena, donde se les obligó a construir los muelles y diques del arsenal naval. En cuanto a los gitanos aragoneses, inicialmente estuvieron presos en el castillo de La Aljafería de Zaragoza antes de enviarlos a otros destinos.

    Por otro lado, no se sabía qué hacer con las mujeres y los niños menores de 3 años, que, inicialmente fueron retenidos en la Alhambra de Granada y en la Alcazaba de Málaga, donde malvivieron en pésimas condiciones. Las autoridades pensaban emplearlas en hilar cáñamo para los arsenales o en mandarlas a fábricas de Castilla, pero, nadie las quiere y, finalmente, se decidió enviarlas a la Real Casa de la Misericordia de Zaragoza, el actual Edificio Pignatelli, a donde llegaron un total de 653 mujeres y niños. En la citada Real Casa de la Misericordia, se les hizo trabajar hilando lana y cáñamo y a los niños, cuando cumplían 8 años, se les enviaba a los arsenales a trabajar junto con los varones gitanos.

   A modo de balance, según Raúl Quinto, “la gran redada fue un gran fracaso” y, demás, “la falta de planificación y el desborde obligó a dar marcha atrás”. Por ello, cerca de la mitad de los apresados Años más tarde, el rey Carlos III ordenó un indulto general y, finalmente, los dos últimos gitanos que recobraron la libertad lo hicieron el 16 de marzo de 1767, 18 años más tarde de la Gran Redada.

    La historia del pueblo gitano, además de la Gran Redada de 1749, todavía tenía una dramática cita con la historia: el Porrajmos, el holocausto romaní cometido por el nazismo durante la II Guerra Mundial, lamentables y dramáticos hechos ambos que ahora recordamos.

 

   José Ramón Villanueva Herrero

   (publicado en: El Periódico de Aragón, 2 agosto 2024)