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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

AÑORANDO EL CONSENSO

AÑORANDO EL CONSENSO

 

     Somos muchos los ciudadanos que sufrimos las catastróficas consecuencias de esta crisis que todo lo anega, que lamentamos el empobrecimiento de amplios sectores sociales, los retrocesos en derechos sociales y laborales, el incierto futuro que espera a nuestra juventud. Somos un país triste, navegamos en un barco sin rumbo, en el que crujen todas sus cuadernas ante los embates de semejante tempestad, y a cuyo mando se encuentra una clase política que no está a la altura de las circunstancias, sin capacidad de liderazgo ni de ofrecer soluciones justas ante tantas dificultades, ante tanto desánimo. Y, sin embargo, no podemos caer en ese pesimismo al que se refería Jaime Gil de Biedma cuando decía que, “de todas las historias de la Historia, la más triste es la de España, porque termina mal”, o en aquella lastimosa imagen de la “España sin pulso” de Francisco Silvela.

     Tiempos difíciles ha habido muchos en nuestra historia, y ahí está el recuerdo de la Transición que, si bien ha sido excesivamente idealizada en determinados ámbitos obviando así sus deficiencias, nos ofrece un buen ejemplo sobre la necesidad del consenso político como forma de hacer frente de forma colectiva a los problemas de la sociedad.

     En estos días, en que se recordaba el 35º aniversario de la firma de los Pactos de la Moncloa   (25 octubre 1977), bueno sería recordar lo que significaron en aquella España que se hallaba en la difícil coyuntura de avanzar hacia la democracia y de hacer frente a una gravísima crisis económica. Aunque la España actual, como miembro de la Unión Europea, ha realizado importantes cesiones de soberanía política y económica a favor de las instituciones comunitarias, no deja de seguir siendo un modelo válido la firma de tan importante acuerdo económico y político, suscrito, bajo el impulso de Adolfo Suárez,  por las principales fuerzas políticas, desde la UCD en el Gobierno minoritario, hasta el PSOE, PCE, PSP, los grupos socialistas catalanes de Triginer y Raventós, y los nacionalistas del PNV y CiU, así como AP, aunque Fraga se negase a suscribir los acuerdos económicos de los Pactos de la Moncloa que, entre otras cosas, sirvieron para frenar la inflación (que en aquel año era del 47 %), la progresividad fiscal, el mantenimiento del poder adquisitivo de los salarios, la lucha contra el paro mediante el aumento de la inversión pública, diversas reformas económicas y el logro de derechos para los trabajadores. Además, estos Pactos, fueron igualmente suscritos por los sindicatos CC.OO. y UGT, así como por las organizaciones empresariales.

     Ante una situación crítica como la actual, no menos grave que la de aquella España de 1977, ¿sería posible un gran acuerdo nacional de estas características que abarcase  a los principales partidos de la oposición y a las fuerzas nacionalistas?.  Ciertamente lo dudo, pero ello sí que daría confianza a la ciudadanía que vería (y necesita ver) cómo nuestra desacreditada clase política se unía en defensa de aspectos esenciales del interés colectivo. Santiago Carrillo definió los Pactos de la Moncloa en la sesión parlamentaria del 27 de octubre de 1977 en que éstos fueron ratificados  por el Congreso de los Diputados como “un acto de responsabilidad nacional, de cara a la tarea de desarrollar y estabilizar la democracia y de sacar al país de una situación económica grave que podría devenir en ruinosa”, frases y espíritu que resuenan con contundente actualidad por lo que ahora, con la agudización de la crisis económica y la quiebra del modelo territorial, sería absolutamente necesario recuperar el espíritu del consenso para salir, todos juntos, de la profunda sima en la que está atrapada la sociedad española. No hay que idealizar los Pactos de la Moncloa (hubo incumplimientos y algunos aspectos se aplicaron con excesiva lentitud) pero sí su espíritu, su voluntad de acuerdo, que es el verdadero significado de aquel pacto multipartidista.

     Releyendo el  libro de Carrillo “El año de la Constitución”, aquel año tan difícil en que se elaboraba el texto de la Carta Magna y se ponían en marcha los Pactos de La Moncloa, también proponía la formación de un Gobierno de concentración democrática, algo también impensable en la actualidad pues resulta difícil imaginar al PP y a su mayoría absoluta,  compartiendo de forma generosa las tareas de Gobierno. Ciertamente ello supondría un compromiso entre el mayor número posible de fuerzas políticas y sociales como alternativa a la imposición de los postulados ideológicos de una derecha cada vez más agresiva ante la debilidad de los sindicatos de clase y el desconcierto de la socialdemocracia. Sólo así, con un gran acuerdo nacional, se frenaría, si hubiese generosidad histórica de unos y otros, el gradual deterioro la calidad democrática de nuestra sociedad y el que los poderes económicos  se impongan sobre los gobiernos y los ciudadanos y el deterioro de nuestros derechos laborales y sociales. Ahora, que muchos preceptos constitucionales como el derecho al trabajo, a la vivienda, a la educación o la sanidad se están quedando en una mera declaración de intenciones, ahora que el sufrimiento y la adversidad azota con fuerza, hoy más que nunca el Estado tiene el deber de poner las condiciones materiales y los recursos necesarios para hacerlos efectivos. Eso es lo que realmente daría fuerza moral y legitimidad a nuestras instituciones  y políticos….y buena falta les hace.

      Para concluir, y como homenaje al papel desempeñado por Carrillo en aquel difícil período de la Transición, el político comunista, recientemente fallecido, señalaba cómo lo que irritaba a la ciudadanía era que “los partidos democráticos no se pongan de acuerdo para resolver con la mayor eficacia y celeridad posible los problemas” que día tras día agobian a los ciudadanos como “el paro, la amenaza del paro, las injusticias corrientes, la sanidad y la enseñanza” ya que, “si el consenso se hace para abordar esos problemas el pueblo saludará el consenso como algo necesario y saludable”. Y advertía algo que ahora debemos de tener  muy presente: “La situación es tan seria  que ningún partido político, por muchos diputados que tenga, puede resolverla por sí solo. Hace falta un gran esfuerzo de solidaridad para que la situación no se degrade y empeore aún más”. Y tenía razón.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 4 noviembre 2012)

 

 

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