¿HEMOS LLEGADO TARDE?
He pasado unos días por tierras de Gerona en donde pude percibir los desgarros políticos y emocionales que está produciendo el “procés” independentista. Y no es casualidad que, en la hermosa capital catalana, unos días antes, su Ayuntamiento había aprobado el cambio de nombre de la Plaza de la Constitución por el de “Plaza del 1º de octubre”, todo un símbolo del estado de ánimo que allí se vivía, un gesto más de apoyo a las posiciones independentistas que, al igual que con las pancartas, pintadas y lazos amarillos, cubrían casas, árboles, farolas y hasta los lugares más insospechados del paisaje catalán.
Al margen de la siempre mentada “mayoría silenciosa” contraria a la independencia, en ocasiones tan silenciosa como imperceptible, siento que buena parte de Cataluña ha abandonado emocionalmente, tal vez de forma definitiva, todo sentimiento colectivo hacia España. Y es que no hemos comprendido, sobre todo nuestros representantes políticos, el sentir profundo del pueblo catalán y su necesidad, ya inaplazable, de su reclamación al “derecho a decidir”, algo que no debería de asustar a ningún demócrata de verdad. Es triste reconocer que media Cataluña se ha ido ya, aunque no de forma política dado que la secesión de la República Catalana no se ha producido, ya nada será igual tras el cuestionado referéndum del 1 de octubre de 2017, seguido por la Declaración de Independencia del Parlament de Catalunya del 26 de octubre de dicho año y la posterior aplicación del artículo 155 de la Constitución Española con las consecuencias de todos conocidas.
El primer paso para “ser” es la voluntad de “querer ser” y de ello dan pruebas patentes un número creciente de la sociedad catalana, un proceso aparentemente imparable que ha decidido optar por el camino de la independencia, para constituir una añorada, y en exceso idealizada, República Catalana. Este proceso, al margen de la dinámica política interna catalana, también ha sido propiciado por toda una serie de errores e inacciones del Gobierno Central ya que los ejecutivos presididos tanto por el PSOE como por el PP, en sus distintas etapas, han sido incapaces de plantear una alternativa atractiva que frenase un proceso de desafección hacia España que viene de lejos pero que se aceleró de forma exponencial en los últimos años, un fenómeno que se observa a lo largo de toda Cataluña, tanto en el medio rural como en el urbano, en todos los segmentos sociales, en todos los tramos de edades. De este modo, ha quedado patente la imposibilidad de articular de una forma efectiva un modelo federal que, como tal, partiese de la idea esencial del pactismo sinalagmático inspirado en Francesc Pi y Margall, esto es la libre federación de territorios por la también libre voluntad de las partes federadas. Esta idea, la expresaba con sencillas palabras Víctor Pruneda, el histórico republicano-federal turolense del s. XIX, al definir la federación como “el suave lazo que a todos une y a ninguno ata”. Lamentablemente, no ha sido posible lograrlo, como tampoco lo ha sido plantear desde Madrid, como ocurrió por parte del premier británico David Cameron con el referéndum celebrado en Escocia del 18 de septiembre de 2014, un programa político alternativo y sugerente para conciliar los anhelos de Cataluña con los del resto de España, un proyecto aceptable y común para ambos y, a ello, también hemos llegado tarde.
Así las cosas, la derecha españolista ha hecho su papel de siempre: incomprensión, autismo político, anhelos represivos y actitudes recentralizadoras para solventar “el problema catalán”. Pero tampoco la izquierda ha sido capaz de contraponer al discurso nacionalista y, en muchas ocasiones, insolidario, debido a que, como señalaba Joan Coscubiella, ha abandonado el tema social como eje de la política al reemplazarlo por el conflicto territorial y de este modo, pasar de convertir la lucha de clases como motor de la historia por el manido mensaje secesionista del agravio territorial, todo lo cual tampoco está ayudando a reconducir la situación de esta aguda crisis política.
Cataluña es, innegablemente, una nación con todas las señas de identidad que la hacen digna de tal nombre bien claras y nítidas. La duda es si esa nación que es Cataluña cabe, todavía, en esa “nación de naciones” que, para nosotros, los federalistas, es España. Así las cosas, la judicialización de este enorme problema político al cual se enfrenta la democracia española no hace sino agravar el conflicto y aumentar la creciente desconexión hacia España y todo lo español, además de abrir el riesgo de fomentar actitudes violentas y de fractura social en la sociedad catalana. Y ello es especialmente grave pues, como decía Carl Schmidt, “la política no tiene nada que ganar y la justicia puede perderlo todo”. Si este problema político no se arregla por la vía judicial, menos todavía lo será por medio de la represión policial, con actuaciones tan ridículas como la de incautar a los hinchas del Barça camisetas amarillas con motivo de la final de la Copa del Rey del pasado 21 de abril.
Tal vez por ello, los partidarios del diálogo sincero y la negociación abierta, estamos percibiendo una imagen de una democracia decaída, instrumentalizada por poderes políticos conservadores y con una cada vez más indisimulada tendencia recentralizadora, un camino que resulta nefasto para un futuro inmediato. Los lenguajes patrioteros de uno y otro lado, las banderas que los sustentan y que el tiempo desteñirá, sólo sirven para exacerbar la situación y dinamitar los puentes que tan trabajosamente habrá que volver a construir. Por ello, tampoco es bueno que haya políticos huidos ni tampoco presos, máxime cuando en un futuro próximo van a ser, queramos o no, interlocutores necesarios para llegar a una solución política, democrática y negociada.
Una conclusión final que considero evidente: un problema político sólo puede tener una solución política si realmente lo queremos abordar con nobleza y valentía. Por ello, tenemos derecho a saber lo que la mayoría de los catalanes quiere y para ello sólo hay un camino: el que se pacte la celebración de un referéndum vinculante y con plenas garantías democráticas para que el pueblo catalán, exprese de forma clara y nítida hacia dónde quiere encaminar su futuro. Y eso es democracia plena, algo que hoy más que nunca resulta necesario, más aún, imprescindible.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 6 mayo 2018)
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