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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

República

SEBASTIÁN BANZO

 

    Una reciente biografía, de la cual es autor Héctor Vicente Sánchez, titulada Las vidas de un republicano. Sebastián Banzo y su entorno (1883-1956), nos recupera la memoria de una de las principales figuras del republicanismo zaragozano del primer tercio del s. XX. La referida obra recorre la trayectoria política y vital de Sebastián Banzo Urrea desde que en 1906 se vinculó a la Juventud Republicana en el distrito zaragozano de San Pablo, el mismo año de su adhesión al Patronato de Escuelas Laicas, entidad que defendía la coeducación de niños y niñas, y, posteriormente, cuando se unió a la Sociedad de Librepensadores, evidenciando así sus firmes convicciones a favor de impulsar el laicismo en la sociedad zaragozana de su época.

     Años después, afiliado al Partido Republicano Radical (PRR) de Alejandro Lerroux, en las elecciones municipales de 1913, fue elegido concejal del Ayuntamiento de Zaragoza, período durante el cual su actuación política se centró en el fomento de la educación, la defensa de las clases trabajadoras y la defensa del laicismo, oponiéndose así a la presencia del Ayuntamiento en los actos religiosos. En 1922 será de nuevo elegido concejal, planteando numerosas mociones en torno a temas tales como la búsqueda de trabajo para desempleados, la petición de responsabilidades por el desastre de Annual de 1921, o para la creación de escuelas en los barrios rurales zaragozanos.

     Durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), se exilió en Burdeos y se integró en la masonería con el nombre simbólico de Víctor Hugo. Posteriormente, en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, la Conjunción Republicana-Socialista (CR-S) se impuso de forma rotunda en las principales ciudades de España, lo cual propició la proclamación de la II República. En el caso de Zaragoza, la CR-S obtuvo 32 concejales frente a los 15 logrados por el Bloque Monárquico. Sebastián Banzo, el candidato más votado, será elegido alcalde republicano de la ciudad de Zaragoza.

   Un tiempo de esperanza y regeneración política se abría en aquella histórica primavera de 1931 y en ello se centró el alcalde Banzo: impulsó la Beneficencia municipal (El Albergue y El Refugio), fomentó obras de alcantarillado, abastecimiento e infraestructuras en los barrios rurales zaragozanos y gestionó la instalación de la Sociedad Zaragozana de Urbanización y Construcciones con objeto de proceder a la edificación de casas baratas para la clase obrera. Igualmente, propuso todo un programa de secularización municipal tendente a la libertad de cultos, la escuela laica y la separación Iglesia/Estado. En este punto, Banzo apoyó la eliminación del presupuesto estatal para el culto y el clero, la legalización de las ceremonias civiles (bodas y entierros), la secularización de los cementerios, adoptando medidas tales como la retirada de la imagen de la Virgen del Pilar del Salón de Plenos del Ayuntamiento o la supresión de la partida municipal para sufragar las obras de reparación de la Basílica del Pilar. A la ingente tarea municipal se unió el que, en las elecciones parciales del 4 de octubre de 1931, Banzo resultase elegido diputado constituyente por Zaragoza imponiéndose con sus 11.001 votos al candidato derechista que no era otro que Ramón Serrano Suñer que logró 5.717 papeletas.

    No obstante, el 10 de junio de 1932 Sebastián Banzo dimitió como alcalde, siendo sustituido por Manuel Pérez Lizano. A partir de este momento, y, sobre todo, tras la victoria de las derechas en las elecciones generales de noviembre de 1933, favorecida por la desunión de los partidos de izquierdas y por el abstencionismo de los anarquistas (el 20% del electorado zaragozano), se produjo su declive político y ya no ocupó cargos de responsabilidad municipal aunque en 1934 figuraba como Presidente del Comité Político local del PRR, hasta que, en 1935, abandona Zaragoza junto con su familia para establecerse en Barcelona.

     En la ciudad condal le sorprendió el estallido de la guerra, se afilió a la UGT y en ella permaneció hasta que, obligado por el avance de las tropas franquistas, la familia Banzo-Agulló cruzó la frontera francesa el 2 de febrero de 1939 para nunca regresar a España. A partir de este momento, se sucedieron los tiempos difíciles y tristes del exilio: la familia fue dispersada y tuvieron multitud de problemas hasta que lograron reagruparse, estableciéndose finalmente en la ciudad bretona de Rennes. Al poco estalló la II Guerra Mundial y ella también tuvo dramáticas consecuencias para los exiliados aragoneses pues su hijo Fernando Banzo, que se había unido a la Resistencia, fue apresado y desapareció en el campo de concentración nazi de Sachsenhausen: nunca más se supo de él pese a la multitud de gestiones que hizo su padre para saber de su paradero.

     Liberada Francia del yugo nazi, continuaron las penurias económicas y desgracias: el 23 de agosto de 1949 falleció su esposa Asunción Agulló, lo cual, como señala Héctor Vicente Sánchez, afectó profundamente a un Sebastián Banzo, cansado y desilusionado tras haber afrontado “la dolorosísima pérdida de su mujer y de su hijo”. Además, la persecución implacable del aparato judicial franquista hizo que el 8 de junio de 1951, transcurridos 12 años del final de la Guerra de España, el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y del Comunismo, le abriese un expediente sancionador. Pero el golpe definitivo fue el fallecimiento el 8 de junio de 1955 de su hija Aurora, por lo cual se sumió en una profunda depresión de la cual nunca se recuperó y “el día que se cumplía el primer aniversario de la muerte de Aurora, Banzo decidía poner fin a su vida tirándose a las aguas del canal de Rennes a los 73 años de edad”.

    Hoy, el retrato de Sebastián Banzo Urrea figura en el Salón de Recepciones del Ayuntamiento de Zaragoza donde fue colocado en 1998 a iniciativa de su nieta Aurora Arruego Banzo. Igualmente, desde 2009, una calle zaragozana lleva su nombre. De este modo, a través de esta obra, como señala su autor, se ha logrado “restaurar la memoria de una personalidad de gran calado en la vida política y cultural de Zaragoza de las primeras décadas del s. XX”. Un acto de absoluta justicia reparadora.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 3 julio 2023)

 

LA DECISIÓN DE SOCHI

LA DECISIÓN DE SOCHI

 

     La ciudad rusa de Sochi, sede de los últimos Juegos Olímpicos de Invierno, tiene una vinculación muy especial con la historia de España y, más concretamente, con nuestra trágica guerra civil. Estamos en septiembre de 1936, hacía 6 semanas que, iniciada la contienda, los sublevados, con el decisivo apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista, pletóricos de moral, avanzaban imparables hacia Madrid y las fuerzas republicanas se batían en retirada.

     El 4 de septiembre, a la vez que caía Irún en poder de las tropas de Mola y se cortaban las comunicaciones con Francia, se formaba el Gobierno de Largo Caballero. El veterano dirigente socialista trataba de forjar un gabinete de unidad antifascista, una “alianza de clases” entre el obrerismo reformista y las fuerzas burguesas para salvar a la República. La situación era desesperada no sólo en los frentes de batalla sino también en el campo diplomático como consecuencia del abandono de Francia y Gran Bretaña, las potencias democráticas, para con la acosada República española, unida a la dramática inacción de la Sociedad de Naciones y a la farsa de la No Intervención que estrangulaba las posibilidades de defensa republicanas.

     Así las cosas, sólo dos países acudieron en ayuda de la democracia republicana: México y la URSS. Quedaba claro que el tan debatido viraje republicano hacia la URSS no respondió a motivos ideológicos sino a la única opción viable: de no haberlo hecho así, la alternativa, como señaló Osorio y Gallardo, era sólo una, “perecer” y a ello no se estaba dispuesta la República. Por su parte,  Julián Zugazagoitia lo explicó con total  realismo al señalar que“negados los apoyos que teníamos derecho a esperar de las potencias democráticas, se hacía forzoso, como único recurso, pensar en Rusia. Acudimos a su amistad cuando nos sentimos desahuciados de los que con más intensidad habíamos cultivado. La República española no se había hecho de la noche a la mañana comunista. Mucho más simple: el instinto de conservación le empujaba inexorablemente hacia la URSS. Rusia era nuestro único asidero”.

    A muchos miles de kilómetros, Stalin, el dictador soviético se hallaba en su residencia de verano de Sochi, una apacible ciudad situada entre el Cáucaso y el mar Negro. Consciente de la situación desesperada de la República y, respondiendo a los intereses geopolíticos soviéticos, Stalin planificó unas líneas de actuación que marcaron el devenir de nuestra guerra civil y alentaron la resistencia republicana ante el embate del fascismo. De este modo, en Sochi decidió que la URSS debía intervenir para evitar el colapso republicano enviando para ello los primeros pilotos y asesores militares, facilitó el suministro de armamento que resultaba vital y acordó la creación de las Brigadas Internacionales, decidida mes y medio después de que se constatara la intervención de las potencias fascistas a favor de Franco en suelo español. Esto ocurría en septiembre, mientras que desde finales de julio, la Alemania nazi y la Italia fascista estaban apoyando a los rebeldes Por ello, Viñas, en su excelente libro La soledad de la Republica,  recuerda que el estudio de los archivos soviéticos “desmonta la tesis franquista de que su giro hacia Berlín y Roma era la respuesta a la [supuesta y falsa] larga mano de Moscú y de los malvados bolcheviques en los asuntos de España después del 18 de julio” dejando así en evidencia la intencionada visión “oficial” del franquismo y las mentiras de la actual historietografía conservadora, como acertadamente la define Reig Tapia.

     La decisión de Stalin fue precedida de 5 informes previos sobre la situación política, militar y social de España, los cuales le impulsaron a dar su apoyo activo a la República. De este modo, a partir de septiembre, las decisiones de Sochi hicieron que la República, excepción hecha de la ayuda del México de Lázaro Cárdenas, dejase de estar sola y empezó a recibir una ayuda internacional efectiva. Stalin se decidió a intervenir teniendo en cuenta dos factores: por un lado, el interés soviético en frenar el expansionismo alemán y, por otra parte, el responder a la gran efervescencia de la opinión mundial de izquierdas en apoyo de la República española. En consecuencia, la decisión de Stalin no era un acto de idealismo sino que respondió a las consideraciones geoestratégicas y geopolíticas del dirigente soviético: si España caía en manos del fascismo, también lo podía hacer Francia y, con ello, la Alemania nazi tendría las manos libres para llevar a cabo una política más agresiva contra la URSS. Además, Stalin también tuvo presente su obsesión por frenar la difusión de las ideas trotskistas en España.

     Por todo ello, la decisión de intervenir en nuestra guerra civil cumplía, según Viñas, “varias funciones de cierta trascendencia”: era un aviso a los agresores y, en particular al III Reich de Hitler; daba a entender a Francia que la URSS era un socio fiable; mostraba a la izquierda mundial y a la población soviética que la URSS no abandonaba al proletariado español, además de reducir las posibilidades de una victoria del fascismo y evitar la expansión del trotskismo.

     A partir de octubre, la llegada y posterior entrada en acción de los tanques y aviones soviéticos así como de los primeros brigadistas elevó la moral de resistencia republicana en Madrid y por vez primera, equilibró el armamento de ambos bandos. La decisión de Sochi fue, en consecuencia, decisiva para que la República, asediada y abandonada por las democracias, que debieron de haber sido sus aliados naturales, hiciese frente por espacio de casi tres años a la devastación fascista.

     En Sochi, el dictador soviético, el responsable por aquellas mismas fechas de las sangrientas purgas efectuadas por su régimen, había dado esperanza a la causa republicana ya que, como le escribió a José Díaz, el entonces secretario general del PCE, la República era “la causa común de toda la humanidad avanzada y progresiva”, una causa que, pese a la derrota posterior,  se ha convertido un ejemplo heroico y universal de lucha contra el fascismo.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 5 octubre 2014)

 

ZARAGOZA REPUBLICANA Y FEDERAL

 

     Desde una perspectiva política, la ciudad de Zaragoza se caracterizó durante el s. XIX por el fuerte arraigo del liberalismo progresista, una ciudad donde el recuerdo heroico de la jornada del 5 de marzo de 1838 se convirtió en un símbolo popular de la defensa de la libertad frente a la reacción carlista.

     Sobre esta base progresista, con el paso de los años se fue formando un importante núcleo republicano, mayoritariamente afín al federalismo que se opuso con firmeza a la deriva autoritaria de los gobiernos de la desacreditada monarquía de Isabel II. Triunfante la revolución de septiembre de 1868 (“La Gloriosa”) que en Zaragoza tuvo lugar el día 29, al popular grito de “¡Viva la Soberanía Nacional y Abajo los Borbones!”,  durante el período del Sexenio Democrático, los republicanos federales tuvieron su momento de mayor dinamismo político tras la creación del Partido Republicano Democrático Federal (PRDF) que en Zaragoza contó figuras tan destacadas como Joaquín Gil Bergés, Marceliano Isábal o José López Montenegro, que más tarde derivaría hacia posiciones libertarias.

     Tal y como se refleja en este grabado, El PRDF asumió en su programa político las principales demandas sociales de los sectores populares de la época, entre ellas, la abolición del odioso sistema de quintas entonces imperante, (“la contribución de sangre”, como la llamaban los federales) dado que el reclutamiento para el largo y penoso servicio militar (de 7 años) pesaba sobre los sectores humildes de la sociedad, aquellos que no podían “redimirse” de la quinta mediante el pago de la elevada cantidad en metálico de 8.000 reales. Frente a esto, los federales demandaban un ejército formado por voluntarios el cual pusiera fin a las frecuentes intromisiones de los militares (“espadones”) en la vida política española del s. XIX. Otra de las características esenciales del federalismo, una vez derrocada la dinastía borbónica, era la articulación de España en torno a una República Democrática Federal, sinónimo de democracia plena, sociedad laica y unión libremente pactada de los territorios que formaban la federación: como diría Víctor Pruneda, fundador del federalismo turolense y Gobernador Civil de Zaragoza durante la I República, la federación debía de ser “el suave lazo que a todos une y a ninguno ata”.

     Los federales zaragozanos apoyaron el Pacto Federal de Tortosa (mayo 1869), se sublevaron en las calles de la capital aragonesa en defensa de los valores de la revolución septembrina “bastardeados” por la regencia del General Serrano (octubre 1869) e intentaron consolidar en 1873 la I República, ideal regenerador de efímera existencia dada la multitud de enemigos y adversidades a las que tuvo que hacer frente.

     Hoy como ayer, con una monarquía abatida por escándalos diversos, con una difícil situación social debida a una crisis que golpea con fuerza a los sectores populares, resurge de nuevo la rebeldía cívica, la misma que refleja este grabado, en la que viene a nuestra memoria el viejo lema de los federales aragoneses: “Salud, Fraternidad y República Federal”.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en La Calle de todos: revista de la Federación de Asociaciones de Barrios de Zaragoza, nº 95, abril-2012)

RECORDANDO A JUAN NEGRÍN

RECORDANDO A JUAN NEGRÍN

       Se cumplen ahora 50 años de la muerte de Juan Negrín López (1892-1956), una de las figuras políticas más relevantes y controvertidas de nuestra reciente historia. Criticado por unos y olvidado por casi todos, bien merece un lugar en nuestra memoria colectiva. Negrín fue un  brillante médico formado en universidades alemanas que,  a los 22 años, ya era catedrático de fisiología en la Universidad Central de Madrid. Discípulo de Ramón y Cajal y maestro a su vez de Severo Ochoa o Grande Covián, simboliza la vanguardia de la ciencia médica española del primer tercio del s. XX.

     Afiliado al PSOE desde 1929, se integró en su ala centrista liderada por Prieto y fue diputado entre 1931-1936. Durante la guerra civil, tuvo un papel destacado. Fue ministro de Hacienda en el Gobierno de Largo Caballero y  reemplazó a éste en la presidencia del Ejecutivo en mayo de 1937. Para  Negrín ganar la guerra era la prioridad absoluta por lo que  resultaba imprescindible la formación de un Gobierno republicano fuerte que ejerciese la plenitud de los poderes constitucionales (y controlase) a los sectores radicales de la izquierda  y a los colectivistas. Por ello, el presidente Negrín se dedicó con tenacidad a lograr tres objetivos que consideraba vitales. En primer lugar, el  mantenimiento de la legalidad constitucional republicana y por recuperar el control del orden público. En segundo lugar, Negrín impulsó una nueva política internacional, intentando que se levantara la No Intervención en la Sociedad de Naciones y así lograr el cambio de la posición británica, y, sobre todo, de Francia a favor de la República Española. Pero,  tras la pérdida del Norte (País Vasco-Santander- Asturias) y la derrota de Teruel (febrero 1938),  Negrín se vio obligado a cambiar de táctica e intentó llevar a Franco a una mesa de negociación. Con esta idea, realizó una intensa labor diplomática personal durante la segunda mitad de 1938 con objeto de convencer a las potencias europeas de que apoyaran la mediación internacional para poner fin a la guerra. En gesto de buena voluntad, el Presidente Negrín ordenó la retirada de las Brigadas Internacionales, pero, Franco no hizo lo propio con las tropas nazis (Legión Cóndor) y el CTV italiano que combatían en apoyo de los sublevados.

     Su tercer objetivo era la resistencia militar a ultranza, idea ésta que le acercó al PCE y le alejó de Azaña y Prieto. Negrín era consciente de que no existía la más mínima posibilidad de negociar con Franco a menos que la República mantuviese una defensa militar firme y eficaz.  Pero, el creciente derrotismo de Prieto, especialmente tras la batalla de Teruel, hizo que Negrín lo cesase, asumiendo personalmente la dirección del Ministerio de Defensa. Conocido es su lema  "Resistir, resistir, resistir" , puesto que, como decía el presidente Negrín, "Resistir, ¡por qué? Pues sencillamente porque sabíamos cuál sería el final de la capitulación". Y no se equivocó, puesto que la “resistencia estratégica” era crucial para lograr unas mínimas condiciones de paz, las cuales se resumían en dos: que no hubiese represalias contra los derrotados y, también,  seguridades sobre la integridad constitucional y territorial de España (recordemos las pretensiones territoriales de Mussolini sobre las islas Baleares).

     Sin embargo, tras la ofensiva sobre Aragón y la batalla del Ebro, estaba claro que Franco no quería negociar nada, convencido como estaba de su victoria: sólo quería la rendición incondicional de la República. Tras la caída de Cataluña (febrero 1939),  Negrín  aún pretendió resistir, al menos, en la zona centro-sur todavía bajo control del Gobierno leal, hasta que la guerra mundial, que ya se intuía, estallase y las democracias europeas unieran finalmente sus fuerzas a las de la exhausta República Española. Hasta entonces, había que intentar una retirada controlada  y la evacuación de los políticos y combatientes republicanos que se encontraban en mayor riesgo de sufrir las represalias de los franquistas.

     Los hechos posteriores demostraron que aquellos dirigentes republicanos que, como los que promovieron el golpe del coronel Casado contra Negrín (5 marzo 1939), creyeron que se podía negociar una paz honrosa con Franco,  simplemente desconocían la realidad. Por si quedaba alguna duda sobre las auténticas intenciones de Franco para con los vencidos, en febrero de 1939, se establecía la Ley de Responsabilidades Políticas, ley que con su ensañamiento represivo, suponía la negación absoluta de la última condición ofrecida por Negrín para lograr un alto el fuego: el que no hubiese represalias contra la población republicana derrotada.

     Definitivamente, la política de  resistencia de Negrín  había fracasado y la República, agotada, se rendía sin condiciones. La derrota, no trajo la paz, trajo la victoria militar que, cerrando todas las puertas a la reconciliación, desoyendo el mensaje de "paz, piedad y perdón" lanzado por Manuel Azaña, presidente de la República, prolongó durante largos años la represión de los vencidos.

     Negrín murió en el exilio, criticado y olvidado. Pocos recordaban a aquel médico socialista que soñó con una España democrática y social, que simbolizó la dignidad republicana y el espíritu de resistencia contra el fascismo. Tal vez ahora, 50 años después, haya llegado el momento. 

José Ramón Villanueva Herrero

(Diario de Teruel, 5 diciembre 2006)