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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

LUÍS BUÑUEL Y LA GUERRA CIVIL

LUÍS BUÑUEL Y LA GUERRA CIVIL

     

     Resulta sorprendente la rica y variada creatividad de Luís Buñuel (1900-1983), quien, al igual que Servet o Goya, es sin duda el aragonés más universal. Fascinante fue su capacidad de plasmar en imágenes cinematográficas, ya míticas, sus conceptos vitales y artísticos, el simbolismo de sus sueños y de su rico mundo creativo. Sin embargo, tal vez sea menos conocida su faceta como hombre comprometido con la realidad política de su tiempo, siempre desde la perspectiva de la vanguardia progresista de la cultura española, en la cual tuvo un papel relevante el ilustre calandino, tal y como quedó reflejado en sus memorias publicadas en 1982 con el título de Mi último suspiro.

     Durante los últimos años de la decrépita monarquía de Alfonso XIII, hallamos a Buñuel en París en donde, atraído por el surrealismo, filma Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), películas que empiezan a labrar su prestigio como cineasta. Posteriormente, y tras una breve estancia en  Hollywood, regresó a Madrid en abril de 1931, “dos días antes de la marcha del rey y de la alborozada proclamación de la República Española”. De este modo, Buñuel, al igual que el sector progresista de la intelectualidad y la cultura española,  recibió con alegría y esperanza el proyecto regenerador que II República suponía para España. Sin embargo, al poco tiempo volvió a París, de donde no retornaría hasta 1934: para entonces, todo había cambiado y, “la alegría que en un principio era general, se ensombreció rápidamente, para dejar paso a la inquietud primero y, después a la angustia”, constatando con pesar el acoso al que las derechas sometían a la joven República y a la política reformista por ella iniciada.

     Cuestión polémica será si, durante estos años llegó a militar Buñuel en el PCE, lo cual niega repetidamente en sus memorias, a pesar de que reconoce que fue “un gran simpatizante” del mismo y que formó parte de la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios. En cambio, Román Gubert y Paul Hammond, sostienen documentalmente en su libro Los años rojos de Luís Buñuel (2009), que el cineasta calandino estuvo afiliado el PCE desde 1932 hasta 1938, fecha ésta última en que, al llegar a los EE.UU., abandonó la militancia comunista “por pura supervivencia”.

     La sublevación militar de julio de 1936  sorprendió a Buñuel en Madrid, donde pudo escuchar los combates ocurridos en el Cuartel de la Montaña. En aquellos dramáticos momentos, rechaza la sublevación fascista pero, a su vez, los sucesos revolucionarios lo encuentran, según sus propias palabras, “desorientado” e “incrédulo”. Siente miedo y critica la violencia incontrolada e irracional de los milicianos anarquistas puesto que “no podía soportar su comportamiento arbitrario, imprevisible y su fanatismo”. Con especial dolor, sintió las brutalidades cometidas tanto por éstos como por los fascistas en su querida Calanda, uno de los pueblos más ensangrentados de aquella España cainita que, rememorando la imagen del Saturno de Goya, devoraba sin piedad a sus propios hijos. No obstante, y volviendo a Madrid, Buñuel consiguió salvar la vida del cineasta José Luís Sáenz de Heredia,  primo de José Antonio Primo de Rivera y más tarde principal símbolo de la filmografía de la dictadura franquista. En cambio, no tuvo la misma suerte en el caso de su amigo Federico García Lorca al que, unos días antes de comenzar la guerra, quiso retener de forma infructuosa en Madrid: de haberlo logrado, tal vez Federico hubiese salvado la vida, una vida que tuvo un trágico final con el  asesinato del poeta en el barranco granadino de Víznar.

     Pero al margen de tantas tragedias, de tantos crímenes como se estaban cometiendo en el fragor de una guerra civil e implacable, Buñuel se comprometió de forma decidida con la causa republicana. De este modo, y a instancias de Luís Araquistáin, entonces embajador en París,  se trasladó a la capital gala para desempeñar tareas de propaganda e información en la legación diplomática republicana. Así, entre otras funciones, supervisó la producción y realización de la película  España Leal en Armas, se encargó de la programación cinematográfica del pabellón español en la Exposición Internacional de París de 1937, la misma en la que se expuso el inmortal “Guernica” de Picasso, una obra de la que por cierto, Buñuel no tenía una opinión muy favorable. También realizó otro tipo de misiones: en una ocasión llegó a hacer de guardaespaldas de Juan Negrín, el presidente del Gobierno de la República en una de sus visitas a la capital francesa e incluso se trasladó a la localidad vasco-francesa de Bayona con la misión de ocuparse “del lanzamiento por encima de los Pirineos de pequeños globos cargados de octavillas” con la ayuda de un grupo de amigos comunistas. Durante su tiempo de estancia en París, lamentó amargamente la actitud del Gobierno francés que se negó a prestar su apoyo a la asediada República Española, “y ello por cobardía, por miedo a los fascistas franceses, por temor a complicaciones internacionales”. Y, sin embargo, destaca con emoción cómo, en contraste, el pueblo francés, “y en particular, los obreros miembros de la CGT, nos aportaban una ayuda considerable y desinteresada”.

     En la fase final de la contienda, Marcelino Pascua, en nuevo embajador republicano en París,  lo envió a Hollywood para trabajar como asesor histórico de películas en apoyo a la República Española. Allí encontró un nuevo territorio hostil puesto que la Asociación General de Productores Americanos, obedeciendo órdenes directas de Washington, prohibió las películas sobre la guerra civil. Tampoco halló Buñuel excesivo apoyo en las estrellas del momento: Charles Chaplin se negó a firmar un manifiesto a favor de la República  mientras que John Wayne, ultraconservador y antirrepublicano,  organizó un Comité de artistas favorables al bando franquista, del cual fue su presidente y que hizo todo lo posible por obstaculizar la misión de Buñuel. Su fracaso en Hollywood hizo que el calandino se trasladase a Nueva York. Poco antes, había sido movilizada su quinta y, por ello, intentó volver a España pero Fernando de los Ríos, el embajador republicano en los EE.UU., le hizo desistir de esta idea. Pocas semanas después, terminada la guerra, Buñuel, al igual que miles de nuestros compatriotas, sufrió la amargura de la derrota republicana y de un obligado exilio.

     Ante el asfixiante ambiente desatado por la Comisión de Actividades Antiamericanas promovida por el senador Joseph McCarthy, abandonó los EE.UU. y fijó su residencia en México, en donde se convirtió en una de las figuras más relevantes de la cultura republicana en el exilio, realizando en el país azteca buena parte de su filmografía. Buñuel se mantuvo fiel al ideal republicano y, durante sus años de exilio, solía desplazarse a Francia, en donde pasaba unos días en las localidades de Pau y San Juan de Luz, a donde acudía, desde Aragón, a visitarlo su familia, cruzando los Pirineos, aquellas mismas montañas por las que, años antes, el cineasta calandino lanzaba globos con propaganda republicana.

     Ahora, cuando se cumple el 75º aniversario del inicio de nuestra trágica guerra civil, ahora que algunos quieren olvidar y silenciar aquel drama, frente quienes desearían sumirnos en una amnesia colectiva, unas palabras de Buñuel nos recuerdan la importancia y el sentido de la memoria:  “Una vida sin memoria , no sería vida, como la inteligencia sin posibilidad de expresarse no sería inteligencia. Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella, no somos nada”. Unas palabras que resuenan con especial fuerza en la conciencia de todas las personas, asociaciones o iniciativas institucionales como el Programa Amarga Memoria del Gobierno de Aragón, que estamos comprometidos en la defensa y dignificación de la memoria histórica republicana.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en: El Periódico de Aragón, 17 julio 2011 y Diario de Teruel, 25 julio 2011)

 

 

 

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