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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

LA TENTACIÓN BELICISTA

LA TENTACIÓN BELICISTA

 

     El pasado mes de marzo se cumplió el 10º aniversario del inicio de la guerra de Iraq, un nefasto y cruel conflicto que se pretendió justificar con el pretexto de combatir al terrorismo internacional y a la supuesta amenaza que el régimen dictatorial de Saddam Hussein y sus inexistentes armas de destrucción masiva suponían para Occidente: recordemos cómo las autoridades americanas aseguraban que el dictador iraquí estaba en condiciones de lanzar un artefacto nuclear contra Europa en tan sólo 45 minutos. Ciertamente, la motivación más explotada para justificar esta guerra se basó en airear el peligro, totalmente falso, de las armas de destrucción masiva de las que supuestamente disponía Saddan Hussein: se pretendió instrumentalizar el miedo como un poderoso instrumento de manipulación colectiva. Mintieron…pero no nos engañaron.

    Visto en perspectiva, todo fue un inmenso error y un monumental engaño alentado por la política belicista de George Bush y otros dirigentes del momento como Toni Blair, Aznar, Durao Barroso (el 4º de la célebre foto de las Azores) y el histriónico Berlusconi. A fecha de hoy, sus mentiras y crímenes de guerra (recordemos el caso Couso), siguen todavía impunes y tampoco ninguno de ellos se ha disculpado públicamente ante la ciudadanía, tampoco Aznar, rehén de su soberbia. Por cierto, tampoco ninguna autoridad militar española ha actuado consecuentemente tras conocerse las deplorables imágenes de los maltratos infringidos por soldados españoles a presos iraquíes en la base de Diwaniya.

     Hace unos días, con la grave recesión económica mundial como telón de fondo, Paul Farrell, un influyente analista financiero norteamericano, no tuvo ningún reparo en señalar que “el capitalismo necesita un estímulo económico: una nueva guerra” a la vez que pretendía avalar tan grave aseveración recordando que fue la II Guerra Mundial la que sacó a los EE.UU. de la Gran Depresión iniciada en 1929 y que, desde entonces, este país se convirtió en la locomotora económica mundial, posición a la que, desde luego, no está dispuesto a renunciar.

    Debemos tener presente también que las guerras de Afganistán e Iraq supusieron una sangría imparable para la economía de los EE. UU., guerras que tuvieron un coste de 16.000 millones de dólares mensuales, un coste que disparó el endeudamiento del país hasta el punto que la deuda pública norteamericana llegó a alcanzar el 18% del PIB mundial y que supuso, además, como señala Loretta Napoleoni, el inicio de la crisis del crédito financiero que ha desembocado finalmente en la actual depresión económica mundial.

     Estas opiniones son especialmente preocupantes en unos momentos en que algunos pretenden hacer sonar tambores de guerra con motivo de la tensión en la península de Corea, la guerra civil en Siria o la latente amenaza nuclear que representa la República Islámica de Irán. Ciertamente, la política exterior de Obama difiere del delirio belicista de Bush, pero también es cierto que está sometido a las presiones de los lobbies económico-militares neoconservadores norteamericanos y a que una posible acción militar unilateral de Israel pueda forzar la entrada de los Estados Unidos en un nuevo conflicto armado de consecuencias imprevisibles.

    Los intereses económicos de estos lobbies ideológicos neoconservadores arraigados en la industria armamentística son grandes y su fuerza es muy poderosa ya que EE.UU. gasta en defensa el doble de lo que gastan conjuntamente las 15 naciones de mayor gasto militar del mundo. Otro dato significativo: el período 2000-2012, según la revista financiera Market Watch, la máquina de guerra del Pentágono duplicó el valor de su actividad pasando de los 260.000 millones de dólares a cerca de los 550.000, y ese significa un poder fáctico que puede determinar las decisiones últimas en la Administración Obama en caso del estallido de un conflicto bélico con repercusiones internacionales.

    La historia nos enseña que, al margen de los intereses geopolíticos y económicos subyacentes, se requieren dos elementos esenciales para que los gobernantes consigan que un conflicto bélico sea “aceptable” por sus ciudadanos: un casus belli y la existencia de un miedo colectivo (real o imaginario) ante una posible agresión externa. Así ocurrió con la crisis del Maine en 1898 que supuso la intervención de EE.UU. en Cuba y el  fin del dominio colonial español en el Caribe, así ocurrió tras el ataque japonés a Pearl Harbour en 1941 y que hizo que Roosevelt decidiera la entrada de Norteamérica en la II Guerra Mundial. Algo similar ocurrió igualmente cuando, tras los brutales ataques a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, EE.UU. y sus aliados lanzaron su guerra contra el terrorismo internacional invadiendo Afganistán (octubre 2001) e Iraq (marzo 2003) con las consecuencias de todos conocidas. En este sentido, Michael Meader, exministro laborista británico, acusaba en 2003 a Bush y Blair de no haber hecho nada para prevenir el 11-S (pese a las advertencias del FBI, la CIA y el Mossad) y obtener así un casus belli para “poner en práctica un proyecto expansionista y hegemónico en Oriente Medio y en el resto del mundo” y cuyas ideas esenciales se recogen en el documento Rebuilding America’s Defenses, obra de los halcones belicistas neoconservadores, entre ellos, Dick Cheney, Donald Rumsfield y Paul Wolfowitz.

    Ahora, de nuevo la tentación belicista vuelve a oscurecer el horizonte. Esperemos que, en esta ocasión, quienes tienen en su mano la capacidad de evitarla sean capaces de neutralizar este riesgo, especialmente Obama, demostrando así  que es realmente merecedor al Premio Nobel de la Paz que le fue concedido, muy prematuramente, en 2009. Será el momento en que los principales dirigentes mundiales puedan demostrar su firme voluntad de impedir los desastres, mentiras y manipulaciones similares a los que tuvieron lugar en Iraq y Afganistán bajo el desteñido estandarte de la guerra contra el terrorismo internacional.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 23 mayo 2013)

 

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