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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

LA INVOLUCIÓN VATICANA: LA OFENSIVA

LA INVOLUCIÓN VATICANA: LA OFENSIVA

         

 Las nostalgias clericales, o mejor dicho, la involución religiosa propiciada por los teólogos conservadores (los “teocon”), parecen avanzar con paso firme bajo el impulso de Benedicto XVI. Incapaz de asumir la realidad de un mundo complejo y secularizado, reacio a abrirse a la sociedad actual con un mensaje humilde y evangélico como en su día hizo Juan XXIII, el Papa Ratzinger se encierra tras los muros de un clericalismo cada vez más anacrónico y lleno de actitudes preconciliares. Es por ello que, como señalaba recientemente el teólogo progresista italiano Vito Mancuso, la jerarquía de la Iglesia es cada vez más “fría y rígida” ante las exigencias del mundo moderno. El último ejemplo de ello sería la reciente excomunión el pasado 5 de marzo de una madre católica brasileña y del personal médico, administrativo y de mantenimiento  de un Hospital universitario por el hecho de haber llevado a cabo  el aborto de una niña de 9 años embarazada de mellizos tras haber sido violada por su padrastro.

No es casualidad el que, con Benedicto XVI, los “teocon” cuestionen cada vez más abiertamente el espíritu de renovación surgido del Vaticano II y se hayan producido graves desencuentros no sólo con la sociedad civil, sino con las dos religiones monoteístas (Judaísmo e Islam) que, junto con el Cristianismo, proclaman la creencia en un sólo Dios creador y salvador del ser humano. Si desafortunadas fueron sus frases sobre la religión islámica en su discurso en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006 que tanto indignaron al mundo musulmán, no menos preocupante ha sido la tormenta desencadenada en el seno de la Iglesia Católica al levantar Benedicto XVI el pasado 24 de enero la excomunión a cuatro obispos de la integrista y ultraconservadora Fraternidad San Pío X fundada por Marcel Lefébvre y que rompió su obediencia con Roma al negarse a reconocer la renovación que supuso el Concilio Vaticano II y por la defensa a ultranza de los integristas de la liturgia preconciliar en lengua latina. Este es el caso de los obispos lefebvristas Richard Williamson, Alfonso de Galarreta, Bernard Fella y Tissier de Mallarais, excomulgados todos ellos en 1988. De hecho, para algunos teólogos como es el caso de Hans Küng, este hecho resulta especialmente escandaloso puesto que ha tenido lugar coincidiendo con el 50º aniversario del anuncio por parte de Juan XXIII de la celebración del Concilio Vaticano II (enero de 1959) y, sin embargo, Benedicto XVI no ha aprovechado la ocasión para hacer ningún elogio de su antecesor, conocido como “el Papa bueno” y, en cambio ha elegido estas fechas para levantar la excomunión a personas que defienden posiciones contrarias al espíritu del Vaticano II.

Este hecho, ha supuesto una clara cesión ante los sectores más integristas del catolicismo y, su retorno al seno de la Iglesia, ha sido más polémico si cabe debido a que uno de estos obispos, Richard Williamson, dada su condición de “negacionista recalcitrante”  de la inmensa tragedia que el Holocausto del pueblo judío (la Shoah) supuso, ha dado lugar a un clamor de indignación no sólo en la comunidad cristiana, sino, también, en el judaísmo internacional. La rehabilitación del integrista Williamson, que mantiene que en la Alemania nazi “no existieron cámaras de gas” y que durante la II Guerra Mundial no murieron 6 millones de judíos sino “tan sólo” 300.000 y “ninguno gaseado”, ha supuesto una auténtica bofetada en la cara del judaísmo. Por ello, el diálogo judeo-cristiano corre un serio riesgo de quedar interrumpido, sino destruido de forma irremediable, por la decisión de Benedicto XVI a favor de rehabilitar al polémico obispo lefebvrista. Consecuencia de ello, el pasado 28 de enero, el Rabinato de Israel rompió relaciones con el Vaticano.

Tal vez, Benedicto XVI, con sus desencuentros con musulmanes, judíos y con los sectores más progresistas del catolicismo (y no digamos con los reductos de la Teología de la Liberación), defienda la idea de una Iglesia entendida como “un pequeño rebaño”, que no le importe perder por el camino a muchos de sus fieles para convertirse en una Iglesia elitista, alejada de los pobres y de la realidad social, cercana a las posiciones e intereses del Opus Dei y de los sectores más conservadores  (y cada vez más influyentes) de la jerarquía católica. Si alguna duda cabía, el rehabilitado obispo lefebvrista Bernard Tissier lo dejó claro al afirmar que los integristas que él representa, “no vamos a cambiar nuestras posiciones, sino a convertir a Roma a las nuestras”, ya que “hay que situar al Papa” en la “dirección correcta”, esto es, en posiciones dogmáticas y doctrinales preconciliares.

Hans Küng, el más prestigioso teólogo cristiano crítico con la involución vaticana, el mejor exponente del pensamiento más progresista del catolicismo,  ante la creciente deriva eclesiástica de los “teocon”, frente a esta involución (¿irreversible?) del Vaticano, propone toda una serie de medidas valientes que Benedicto XVI debería de asumir e impulsar. Entre ellas, plantea que la jerarquía reconozca que la Iglesia “atraviesa una crisis profunda”; que se permita el acceso a los sacramentos de los divorciados; que se realicen las oportunas correcciones en la encíclica Humanae Vitae (1968) que condena todas las formas de contraconcepción; que el Papa Ratzinger, antiguo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (sucesor de la antigua Inquisición vaticana),  rectifique su rígida teología,“que data del concilio de Nicea (en 325)”; que se suprima la ley del celibato para los sacerdotes, que se estudie un nuevo método para la elección de los obispos “en el cual el pueblo tendría una palabra que decir”, así como rehabilitar a los teólogos progresistas y críticos con la involución vaticana a los que se les ha prohibido dedicarse a la enseñanza y la publicación de sus escritos, entre los que figurarían Leonardo Boff, Jon Sobrino,  Roger Haigh o el mismo Küng. También apunta Küng la posibilidad de convocar un nuevo Concilio, el Vaticano III, para tratar temas como el celibato eclesiástico, el tema de los métodos para el control de natalidad o una mayor democratización en el seno de la Iglesia. De no romper la dinámica involucionista,  Hans Küng advertía en las páginas de Le Monde el pasado 25 de febrero que “la Iglesia corre el riesgo de convertirse en una secta” al alejarse cada vez más de la realidad social y de la esencia del mensaje evangélico. Por ello, de no reconducirse la involución vaticana, Küng, al igual que el también teólogo crítico Herman Häring, pedían la dimisión del Papa Benedicto XVI como un acto de servicio a la Iglesia. Así de contundente, así de claro.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(La Comarca, 24 de marzo de 2009 , Diario de Teruel, 5 abril 2009)

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