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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

Oriente Medio

QUÉ FUE DEL PACIFISMO ISRAELÍ

QUÉ FUE DEL PACIFISMO ISRAELÍ

 

     En el año 2018, Meir Margalit, destacado miembro del Center for Advancement of Peace Iniciative, señalaba con pesar que el pacifismo israelí, del cual él es un activo miembro, estaba “desarticulado”, lo cual atribuía a la convergencia de tres factores: las políticas llevadas a cabo por el binomio Netanyahu-Trump, la impotencia europea y la falta de un liderazgo en la izquierda europea para desatascar las enquistadas y agónicas negociaciones de paz entre Israel y la Autoridad Palestina. A ello habría que añadir el debilitamiento del llamado “Campo de la Paz” israelí, lo cual ha trastocado profundamente el tablero político del Estado hebreo dada la creciente debilidad de los partidos de izquierda, tanto en el caso del laborista Avodá, como del pacifista Meretz y, por otra parte, el auge, peligroso y alarmante, de un nacionalismo fundamentalista religioso judío, profundamente racista e intolerante, que puede llegar a dinamitar la existencia misma de Israel como estado democrático.

     En este sentido, hemos de recordar que el Partido Laborista (Avodá) se halla en declive desde 1993, año de la firma de los Acuerdos de Oslo y del posterior e histórico apretón de manos entre Yitzhak Rabin y Yassir Arafat. Las causas hay que buscarlas, como señalaba Ignacio Álvarez-Ossorio, además de en una evidente crisis de liderazgo, en su falta de definición ante las negociaciones de paz, el apoyo a las políticas derechistas del Likud,  así como su distanciamiento de los postulados socialistas y de su abandono de la agenda social, todo lo cual ha hecho que Avodá haya pasado de los 44 diputados que obtuvo en 1992 bajo el liderazgo de Rabin a tan sólo 7 en las últimas elecciones parlamentarias celebradas en marzo de 2021.

     Tampoco es mejor la situación del partido Meretz, que, si en 1992 tenía 12 escaños cuando estaba liderado por Shulamit Aloni, en la actualidad Nitzan Horowitz ha frenado su declive logrando 6 diputados en el Knesset en los citados comicios del año pasado, y ello pese a ser un firme defensor del establecimiento de un Estado Palestino y de haberse opuesto siempre a la construcción de asentamientos ilegales en Cisjordania. Finalmente, también el otrora pujante movimiento Paz Ahora (Shalom Ajshav) parece hallarse ahora en horas bajas y en declive. Un dato resulta especialmente revelador: según el Israel Democracy Institute, en la actualidad, tan sólo un 7% de los israelíes consideran prioritarias las negociaciones de paz con los palestinos.

    Así las cosas, en los últimos años, el balance de Margalit deja un sombrío panorama para lograr una solución justa al sempiterno conflicto palestino-israelí, por lo que reconocía que “estamos pasando por una de las épocas más turbulentas” de la historia de Israel, debido a “una conjunción de factores estratégicos”: además de que las políticas de Netanyahu y Trump han dado un golpe mortal a las esperanzas de paz en Oriente Medio,  la escalada islamista que azota a los países limítrofes y el que la Unión Europea haya desplazado el tema palestino a un segundo plano. Si a todo ello agregamos la impotencia europea, la falta de liderazgo alternativo en la llamada “izquierda israelí” y la debilidad palestina, producto del conflicto interno entre Fatah y Hamas, podemos entender el motivo por el cual el pacifismo israelí está tan desarticulado.

     Pese a tan sombrío panorama, tras 50 años de activismo pacifista israelí, según Margalit perviven algunos efectos que tampoco conviene minusvalorar, En primer lugar, el evitar que la ocupación se haya convertido en un hecho consumado, a pesar de los esfuerzos de la derecha israelí “por borrar la Línea Verde”, esto es, la frontera existente en 1967. Ello supone que sigue viva la idea de que los territorios conquistados durante la Guerra de los Seis Días no pertenecen a Israel y que, tarde o temprano, habrá que negociar su devolución definitiva. En consecuencia, el análisis de Margalit, plenamente vigente en el contexto actual, reconoce que, desde la perspectiva de la izquierda pacifista israelí, “estamos pasando tiempos difíciles, pero no cabe duda que lo superaremos porque la situación actual es insostenible y la liberación del pueblo palestino es inevitable”.

   Por todo ello, el pacifismo israelí debe articular su acción en socavar los fundamentos del sistema que mantiene la ocupación ilegal de territorios palestinos, así como seguir demostrando que la ocupación atenta contra los fundamentos e intereses de un Israel democrático. Y, por todo ello, concluye Margalit que, la función del debilitado, pero todavía vivo pacifismo israelí debe ser “demostrar que la teoría derechista está basada en una premisa falsa, que por la fuerza no se puede vivir en paz y nuestra función es rebelar esta contradicción interna. Nuestra función es romper este círculo vicioso y estéril de las políticas nacionalistas, destrozar la dialéctica perversa del nacionalismo”. Este es el primer paso para abrir el camino hacia el logro de una paz justa.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 17 julio 2022)

 

 

 

GENOCIDIO EN EL GUETTO DE GAZA

GENOCIDIO EN EL GUETTO DE GAZA

 

     En el título de este artículo empleo, de forma deliberada, dos palabras de fuerte y dramático significado: la de “genocidio” y la de “guetto” como forma de hacer mención a las consecuencias de los inaceptables ataques que ha sufriendo la población gazatí por parte de la poderosa maquinaria bélica de Israel durante estos días.

    Lo que está sucediendo en Gaza se está convirtiendo en un auténtico genocidio, entendido por tal la “aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos”, algo que nos evoca una de las páginas más negras de la inmensa tragedia que tuvo lugar durante la II Guerra Mundial, con la diferencia de que las víctimas de entonces, la población judía, se han convertido ahora en los verdugos de la política criminal impulsada por el actual gobierno de Israel liderado por Binyamin Netanyahu. Lo que ha ocurrido en Gaza es una situación que se puede calificar de “crímenes de guerra”, razón por la cual la palabra “genocidio” para referirse a esta tragedia no resulta descabellada, con un componente de “limpieza étnica”, la misma que la derecha ultranacionalista y religiosa judía está llevando a cabo en el barrio de Sheikh Jarrah de Jerusalem o en ciudades mixtas como es el caso de Haifa.

     Empleo igualmente la palabra “guetto” para evocar que el sufrimiento de los dos millones de habitantes de Gaza, apiñados en apenas 360 kilómetros cuadrados, uno de los territorios con mayor densidad de población del mundo, se asemeja a los padecimientos de los guettos judíos durante la II Guerra Mundial, pero con la diferencia de los que entonces eran víctimas, parecen no haber aprendido nada de la historia y ahora asumen, sin remordimiento, el papel de verdugos.

    Así las cosas, parecen haberse desatado todas las maldiciones bíblicas sobre la Franja de Gaza. Tras 10 días infernales, el alto el fuego declarado unilateralmente por ambos bandos y que entró en vigor en la madrugada del 21 de mayo, ha dejado un panorama aterrador: los bombardeos israelíes han alcanzado más de 788 objetivos, destruyendo más de 450 edificios, causando 232 víctimas, entre ellas, 65 niños, además de 1.900 heridos, y el desplazamiento interno de 72.000 gazatíes. Además, se ha producido una total devastación causada por estos bombardeos indiscriminados sobre las, ya de por sí, precarias infraestructuras tras 15 años de bloqueo israelí, como lo evidencia la sistemática destrucción escuelas, carreteras, hospitales, incluido el único laboratorio que existía en Gaza para realizar las pruebas del covid-19, así como 33 centros de medios de comunicación, como es el caso de la Torre Al-Jalaa. Tal vez por ello, el intelectual palestino Refaat Alareer aludía con pesar a que “Israel nos está enviando 50 años atrás en el tiempo”.

 

 UNA NAKBA INFINITA

 

    Con la palabra “nakba” se evoca por parte del pueblo palestino a la “catástrofe” que supuso la creación del Estado de Israel en 1948 y la consiguiente expulsión de dicho territorio de la mitad de la población árabe existente en el antiguo Mandato Británico de Palestina y cuya cifra se estimaba en torno a las 700.000 personas.

    En ese mismo año, coincidiendo con los sucesos bélicos que tuvieron lugar como consecuencia de la proclamación del Estado de Israel, la franja de Gaza fue ocupada por el ejército de Egipto, la cual mantuvo bajo su control hasta que fue conquistada por Israel en la Guerra de los Seis Días (1967). Finalmente, tras la firma de los Acuerdos de Paz de Oslo de 1993, Israel entregó el 80% del territorio de la Franja de Gaza a la naciente Autoridad Nacional Palestina (ANP), a pesar de que el Estado hebreo mantuvo en la zona 21 asentamientos. Finalmente, en el año 2005 el entonces Gobierno israelí de Ariel Sharon decidió su retirada definitiva de Gaza mediante el llamado “Plan de Desconexión”, acabando de este modo la presencia hebrea en la franja.

    La agitada historia de Gaza posterior hizo que en 2006 el grupo islamista Hamás ganase las elecciones en la franja con una política que, a diferencia del talante negociador que caracterizaba a la ANP, se ha fundamentado desde entonces, en no reconocer la existencia del Estado de Israel, su rechazo de los Acuerdos de Paz de Oslo (1993) y por no renunciar al empleo de la violencia contra el Estado hebreo, como lo evidencia el lanzamiento de cohetes Qassam sobre Israel.

   Fue en este momento cuando el campo palestino tuvo un grave desgarro en la unidad que lo había caracterizado hasta entonces lo cual desencadenó una guerra civil entre los islamistas de Hamás y los afines a Al-Fatah, el principal grupo integrado en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) liderada hasta su fallecimiento en el 2004 por Yassir Arafat. El 14 de junio de 2007 Hamás se hizo con el control total de la Franja de Gaza, estableciendo un gobierno de facto que rige en territorio con mano de hierro y que, desde entonces, ya no ha convocado elecciones en Gaza. Años más tarde, hubo intentos de reconciliar las dos formaciones palestinas más importantes, como el llamado “Acuerdo de Reconciliación” de 2017, pero las diferencias siguen siendo patentes y contrapuestas entre las autoridades islamistas de Hamas que controlan Gaza, aislada diplomática y económicamente, y la ANP liderada por Mahmoud Abbas que se mantiene en Cisjordania con el mayoritario apoyo de la comunidad internacional.

   Desde entonces, desgarrado el campo palestino y aislada Hamás en Gaza, convertida la organización islamista en el principal enemigo de Israel, se fue configurando cada vez de forma más asfixiante política y económicamente, el que hemos dado en llamar “guetto de Gaza”. En este contexto, las consecuencias del férreo bloqueo israelí existente desde el año 2006 son evidentes en elementos básicos como los suministros, combustibles y energía, todo lo cual ha ido sumiendo a la población gazatí en el caos y la desesperanza.

    Pese al innegable carácter de autoritario islamismo que caracteriza a Hamás, su prestigio en el campo palestino lo ha logrado por su posición beligerante frente a Israel lo cual, a su vez, ha tenido como consecuencia implacables actuaciones de represalia por parte del poderoso aparato militar hebreo como quedó patente en las sangrientas consecuencias las operaciones militares desencadenadas por las Fuerzas de Defensa de Israel como fue el caso de las denominadas “Plomo fundido” (2009), “Pilar defensivo” (noviembre 2012) y “Margen protector” (2014). Desde esta última, se ha mantenido una tensa tregua entre Hamas e Israel, la cual ha estallado por los aires con los sucesos de estos últimos días que han desencadenado una escalada bélica de consecuencias imprevisibles.

 UN CONFLICTO DIFERENTE

   La situación actual está generando un serio temor a que ésta se convierta en incontrolable, dado que alimenta y extremismo de ambos lados, tanto del palestino, como del ultranacionalismo judío.

    Lamentablemente, mucho deja que desear al ausencia de una eficaz actuación de la comunidad internacional para frenar el conflicto: la ONU ha evitado condenar a Israel gracias al bloqueo de los Estados Unidos que, en este tema, mantiene firmemente su tradicional alianza estratégica con el Estado hebreo en una zona tan convulsa como es el Oriente Próximo, mientras que la Unión Europea (UE) ha dejado patente, una vez más, su irrelevancia en el mapa político internacional, así como tampoco parece probable que la Corte Penal Internacional intervenga para procesar el “nuevo genocidio” que está padeciendo el pueblo palestino. Por su parte, la autoridad moral del Vaticano no ha dudado en calificar la violencia desatada como de “terrible e inaceptable”.

    Pero junto a la situación tan grave como lamentablemente repetitiva con lo ocurrido en otras ocasiones en años anteriores, hay otro aspecto que hace a este conflicto diferente y que resulta especialmente preocupante cual es el estallido de una violencia intracomunitaria en muchas ciudades mixtas de Israel con preocupantes rasgos de guerra civil. Tal es así que se están produciendo una tensión sin precedentes en las ciudades de población mixta (árabe y judía) de Haifa, Akko o Jaffa, que han desembocado en lamentables linchamientos y actos violentos entre vecinos que, hasta ahora, habían convivido sin especiales problemas, una tensión que se ha extendido a otros puntos de la Cisjordania ocupada como es el caso de Hebrón. Teniendo en cuenta que los árabes con ciudadanía israelí suponen el 20% de la población total del Estado hebreo, algunos políticos como Tzipi Livni están alertando del peligro real de que estalle una guerra civil en el interior de Israel, lo cual aumenta, y mucho, la gravedad del conflicto actual.

     UNA SITUACIÓN POLÍTICA ENDEMONIADA

     Para entender la escalada brutal del actual conflicto, hay que tener en perspectiva, el tempestuoso panorama político de Israel, en donde tras cuatro elecciones en apenas dos años, parecía posible que la “era Netanyahu”, caracterizado por su política reaccionaria y ultranacionalista, y pendiente como estaba de ser procesado por corrupción, llegaba a su fin. De hecho, Reuven Rivlin, el presidente de Israel, había encargado al centrista Yair Lapid la formación de un nuevo gobierno que pusiera fin a la actual parálisis política y, de paso, desbancase del poder a Netanyahu. Incluso existía la posibilidad de que, por primera vez, el partido árabe palestino liderado por Mansur Abás apoyase a Lapid si el nuevo gobierno asumía las demandas de la población árabe-israelí. Sin embargo, esta perspectiva política, novedosa y esperanzadora, se ha volatilizado con el estallido de la violencia y la consiguiente brutal reacción de Netanyahu, el cual ha forzado la crisis como forma de continuar en funciones como primer ministro y ganando con ello el respaldo de la cada vez más derechizada sociedad israelí. De hecho, tras 11 años de gobiernos de Netanyahu, como señalaba el prestigioso periodista Ramón Lobo, el país ha sufrido un giro reaccionario indudable, ya que el líder del derechista Likud, “ha conseguido desactivar a la izquierda israelí, moviendo su país hacia la extrema derecha, acabó con los interlocutores moderados al potenciar a Hamás” ya que su objetivo es, y sigue siendo, “impedir cualquier pacto” que avance por el camino de la paz entre palestinos e israelíes. Por todo ello, la escalada bélica alentada por Netanyahu y que incluso se planteó la reconquista militar de Gaza, ha sido utilizada por éste para seguir detentando el poder, ganar votos de cara a unas posibles quintas elecciones, y todo ello arropado por la impunidad que le supone el apoyo permanente de los Estados Unidos. La política genocida y reaccionaria de un Netanyahu resurgido de su declive político y eludiendo su enjuiciamiento, no sólo ha destrozado la más mínima esperanza de paz, sino que está despeñando al abismo a Israel, cada vez más dominado por la extrema derecha política y religiosa, y dinamitado la frágil convivencia social entre los árabes-israelíes y los judíos en el Estado hebreo. Tal vez por todo ello, el célebre director de orquesta Daniel Barenboim declaraba recientemente sentirse avergonzado de ser ciudadano de Israel o que el historiador y activista de los derechos humanos Isral Shahak declarara que “los nazis me hicieron tener miedo de ser judío y los israelíes me hacen tener vergüenza de ser judío”.

     El ultranacionalismo judío alentado durante los años de mandato de Netanyahu ha sido tan evidente como peligroso para la democracia en Israel y la paz en Oriente Medio: ha dinamitado cualquier intento de retomar las negociaciones de paz con la ANP y, por el contrario, ha impulsado la creación de los asentamientos judíos ilegales en los territorios ocupados, además de aspirar a la anexión de facto de una parte de Israel y la aprobación.

     El giro reaccionario de la política en Israel contrasta con el gradual y constante debilitamiento del llamado “campo de la paz” hebreo representado por la asociación Paz Ahora (Shalom Ajshav) así como por el Partido Laborista (Avodá) y el Meretz, el partido representante de la izquierda pacifista israelí. Especialmente significativo ha sido el declive de Avodá, el cual ha pasado de tener 56 diputados en el año 1969, a tan sólo 7 escaños en los comicios de 2021. Por otra parte, “el campo de la paz”, tras el asesinato de Yitzhak Rabin en 1995 o la muerte de Yossi Sarid en 2015, carece de líderes que impulsen de nuevo las negociaciones de paz. Tan sombrío panorama lo corrobora un dato demoledor: según el Israel Democracy Institute, tan sólo un 7% de los israelíes consideran actualmente como prioritarias las negociaciones de paz con los palestinos.

   Tampoco está mejor la situación política en el campo palestino, dividido y enfrentado entre el Gobierno islamista de Hamás que controla la franja de Gaza, y el de la ANP establecido en la ciudad cisjordana de Ramallah presidido por Mahmoud Abbas y su primer ministro Mohammad Shtayeeh, inoperante políticamente, máxime desde el fallecimiento el pasado año de Saeb Erekat, su más brillante y tenaz negociador, una pérdida irreparable para los que anhelamos una paz justa y definitiva entre Palestina e Israel.

 QUÉ FUE DE LOS ACUERDOS DE PAZ

    Lejos quedan en el recuerdo y en la agenda política los anteriores intentos de acordar una paz que pudiera fin a tan prolongado conflicto y, por ello, bueno es recapitular estos esfuerzos, ahora tan sepultados como tantos edificios de la Gaza bombardeada de forma implacable por Israel.

    Habría que recordar en primer lugar los Acuerdos de Oslo de 1993, a los que se llegó como consecuencia de la primera Intifada palestina (1987-1993), la cual forzó a Israel a reconocer y negociar con la OLP. De este modo, y tras aquel primer encuentro que tuvo lugar en la Conferencia de Madrid (octubre 1991), los Acuerdos de Oslo se firmaron en Washington el 13 de septiembre de 1993 por parte del primer ministro israelí Yitzhak Rabin y Yassir Arafat, el líder de la OLP, con su histórico apretón de manos ante la atenta mirada del presidente de los Estados Unidos Bill Clinton. Fue allí donde se empezó a vislumbrar una tenue esperanza de paz para tan enquistado conflicto, donde se produjo el reconocimiento mutuo entre Israel y la OLP, y donde se establecieron las bases de un gobierno palestino interino, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), asentada en Gaza y Cisjordania para un período de transición de 5 años durante los cuales se negociaría un tratado de paz final, en el cual se debería dar solución a las cuestiones centrales del conflicto cual eran las fronteras, las colonias judías en territorio palestino ocupado, los refugiados palestinos, el status de Jerusalem y los temas relacionados con la seguridad.

     Los Acuerdos de Oslo, en los cuales desempeñó un importante papel Saeb Erekat, el entonces secretario general de la OLP y principal negociador palestino, generó una ola de optimismo alentado por los planes de Rabin bajo el principio de “tierra a cambio de paz”, a pesar de la oposición de la derecha israelí y de los colonos judíos, así como el rechazo de los islamistas de Hamás y otros grupos palestinos, contrarios a la solución de “dos Estados” conviviendo en paz con fronteras seguras e internacionalmente reconocidas. Por su parte, como señalaba Dan Rothem, es cierto que los Acuerdos de Oslo eran lo único que se podía conseguir en aquel momento, pero el problema fue que lo acordado, en lugar de ser un tránsito hacia un pacto final que nunca se logró, se convirtieron en “una imagen permanente del statu quo de la ocupación”. Es por ello que, lamentablemente, en el año 1999 no se llegó a ningún acuerdo final como contemplaban los Acuerdos de Oslo. Años después, fueron fracasando, una a una, todas las negociaciones posteriores como fueron las de Camp David (2000), Taba (2001), Annapolis (2007), así tampoco se consiguieron avances en el camino de la paz durante las gestiones llevada a cabo por Barak Obama en 2013-2014.

    A este bloqueo negociador se sumó el que, durante esos años, el número de colonos judíos en los territorios ocupados se triplicaba, alcanzando la cifra de los 650.000 y el denominado Plan de Paz impulsado por Donald Trump, totalmente volcado en su apoyo a la política de Israel, complicó más si cabe la situación. De hecho, el presidente norteamericano reconoció a Jerusalem como la capital exclusiva de Israel, lo cual imposibilitaba el que dicha condición fuera compartida por un futuro Estado Palestino y a ello se sumó la decisión de Trump de eliminar la aportación de Estados Unidos a los fondos que gestionar la Agencia de la ONU para los Refugiados (UNRWA), así como de cerrar la oficina de la OLP en Washingon.

     Por todo lo dicho, como señaló ya en el año 2018 el añorado Saeb Erekat, “EE.UU. e Israel quieren pasar de negociar a dictar ..[…]…Están destruyendo a los moderados en los dos lados y la solución de los Estados”…y, lamentablemente, así ha sido.

   También hay que recordar los llamados Acuerdos de Ginebra (1 diciembre 2003) negociados entre Yossi Beilin, ministro de Justicia de Israel, y Yasser Abed Rabbo, exministro de Información de la ANP. Se trataba de un plan de paz no oficial apoyado por políticos e intelectuales tanto palestinos como israelíes que retomaba las cuestiones esenciales pendientes desde los Acuerdos de Oslo: el principio de “paz por territorios” mediante el cual Israel debía devolver el 97,5% de los territorios ocupados en 1967 durante la Guerra de los Seis Días; el desmantelamiento de todos los asentamientos judíos de Cisjordania; el poner bajo soberanía palestina el Monte del Templo y la explanada de las mezquitas, lo cual suponía, de facto, convertir a Jerusalem en capital binacional de Israel y de Palestina y, finalmente, se contemplaba el retorno, siquiera fuera parcial,  de los refugiados palestinos. En ese momento, las propuestas de los Acuerdos de Ginebra contaron con un elevado apoyo ciudadano dado que el 55,6% de los palestinos y el 53% de los israelíes estaban de acuerdo con avanzar hacia la paz asumiendo dichos planteamientos. No obstante, tampoco tuvieron una aplicación y unos resultados en la práctica.

    Una nueva frustración se produjo tras los incumplimientos de la Conferencia de Annapolis (noviembre 2007) en la cual se fijó como objetivo la creación de un Estado Palestino independiente antes de finales del 2008.

     Es por ello que actualmente no queda rastro de las propuestas de dichos acuerdos puesto que las negociaciones están totalmente estancadas por parte de Israel desde 2004 como han evidenciado los sucesivos gobiernos de Ariel Sharon, Ehud Olmert y, sobre todo, Binyamin Netanyahu.

     UN FUTURO INCIERTO

     Hoy, como tantas veces en el pasado, la situación es grave, difícil, y los alegatos de violencia y odio, los programas maximalistas de unos y otros, siguen imposibilitando la ansiada paz. Sólo se abrirá una tenue esperanza a medio plazo si los políticos palestinos e israelíes asumen compromisos y renuncias mutuas, si la sociedad civil deja oír su voz, y si la comunidad internacional (ONU, EE.UU. y UE) desarrollan una auténtica labor de mediación y apoyo. Tal vez así, la paz sea posible.

   Siento con profundo dolor el inaceptable sufrimiento que padece el pueblo palestino, como también la triste realidad que supone el debilitamiento del pacifismo de izquierdas en Israel, movimiento con el cual me identifico, con su permanente esfuerzo en defensa de los valores universales de la paz y la justicia, que son la única forma de resolver los conflictos entre los pueblos enfrentados por la tierra, el odio y la violencia. Y es que la paz no pasa ni pasará nunca por la mano del fundamentalismo islamista ni tampoco por la de los ultranacionalistas judíos, sino por aquellos que tengan el coraje político de tender puentes al diálogo hacia el logro acuerdos negociados pues, como dijo Yitzhak Rabin, “la paz lleva intrínseca dolores y dificultades para poder ser conseguida, pero no hay camino sin esos dolores”.

   Se podrán lograr altos el fuego, treguas, pero el problema definitivo de la paz seguirá sin resolverse pues en la actualidad es triste constatar que no hay interlocutores implicados en desbloquear el conflicto, partiendo de la idea, apuntada por Josep Borrell, de que el fin de la violencia debe ir acompañado de un “horizonte político” que no puede ser otro que el cumplimiento de todas las propuestas pendientes de los acuerdos de paz antes reseñados, única forma de lograr, en expresión de Rabin,  la “paz de los valientes”, un empeño que le costaría la vida, precisamente a manos de un ultra judío contrario al proceso de paz que entonces se iniciaba.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: Compromiso y Cultura, nº 78 (junio 2021), pp. 43-47).

 

 

 

EL PACIFISMO EN ISRAEL

EL PACIFISMO EN ISRAEL

 

     Resulta indudable que, en los últimos años, el proceso de paz en Oriente Medio se halla en una situación agónica, para desgracia de cuantos confiamos en alcanzar, algún día, una paz justa y  para el conflicto árabe-israelí que durante tantas décadas lleva ensangrentando las tierras de Oriente Medio.

    A esta situación se ha llegado por un cúmulo de factores, entre ellos, la reaccionaria política del Gobierno de Israel liderado desde 2009 por Binyamin (“Bibi”) Netanyahu, apoyado por los partidos ultranacionalistas judíos y con el inestimable respaldo de la afortunadamente concluida presidencia norteamericana de Donald Trump, todo lo cual ha dinamitado los tímidos puentes a la esperanza que se empezaron a tender tras la firma de los Acuerdos de Paz de Oslo de 1993 entre Israel y la Autoridad Palestina (ANP), proceso además agravado con la abierta pretensión de Netanyahu de anexionarse ilegalmente buena parte de Cisjordania y la construcción de asentamientos ilegales no sólo en esta zona, sino también en Jerusalem Este.

   En este sombrío panorama, se suma la desaparición de figuras que siempre laboraron por la paz como fue el caso del escritor israelí Amos Oz, destacado miembro de la izquierda pacifista israelí fallecido el 28 de diciembre de 2018, todo un referente ético y, por ello, necesario, para abrir caminos de diálogo y negociación, única forma de encontrar una salida digna y justa a tan espinoso y enquistado conflicto.

    Muy preocupante resulta en este contexto el debilitamiento de movimiento pacifista israelí, como es el caso de la asociación Shalom Ajshav (Paz Ahora), de la que fue fundador Amos Oz en 1978 la cual, como él mismo recordaba, defendía la necesidad de avanzar hacia “zonas de acuerdo”, siquiera sean “de acuerdo parcial”, que permitan llegar a “compromisos dolorosos”, pues éstos supondrán renuncias tanto para israelíes como para palestinos. Amos Oz tenía claro que no existen fórmulas milagrosas para resolver este conflicto, pero el camino es claro: existencia legal e internacionalmente reconocida de dos Estados, Israel y Palestina, ambos con la capital compartida en Jerusalem, la eliminación de todos los asentamientos judíos en territorio palestino, las modificaciones fronterizas consiguiente. y disposiciones especiales para los casos de Jerusalem y los Santos Lugares, como se apuntan en los Acuerdos de Ginebra de 2003.

   El legado ético y político de Amos Oz lo continúa Meretz, el partido de la izquierda pacifista israelí, al cual se hallaba vinculado, firme defensor del establecimiento del Estado Palestino y, por supuesto, contrario a los asentamientos judíos ilegales en Cisjordania. Por su parte, Meir Margalit, prestigioso pacifista israelí, miembro del Center of Advancement of Peace Institute, y militante también de Meretz, definía la situación actual señalando que “el pacifismo israelí está desarticulado por el binomio Netanyahu-Trump, la impotencia europea y la falta de liderazgo de la izquierda europea”. Consecuentemente, Margalit no dudaba en reconocer que, “si al efecto destructor del factor Bibi-Trump, agregamos la impotencia europea, la falta de liderazgo alternativo en la llamada “izquierda israelí”, y la debilidad palestina, producto del conflicto interno entre Fatah y el Hamas, podemos entender el motivo por el cual el pacifismo israelí esté tan desarticulado”. Y es que, como señalaba Álvarez-Ossorio, “el principal éxito de Netanyahu es haber convencido a la sociedad israelí de que, hoy, por hoy, no se dan las condiciones para alcanzar un acuerdo definitivo con los palestinos”. De hecho, según el Israel Democracy Institute, tan sólo un 7% de los israelíes consideran actualmente como prioritarias las negociaciones de paz, un dato que resulta desolador.

    Y, pese a ello, siendo el panorama tan adverso con real, Meir Margalit recordaba recientemente que la función del pacifismo israelí debe centrarse en varias cuestiones esenciales cual son: socavar los fundamentos del sistema que mantiene la ocupación de territorios palestinos; seguir demostrando que la ocupación atenta contra los intereses de Israel; no tolerar que la voz oficial sea la única que prevalezca y, por último, como un reto ético, no consentir que la ciudadanía israelí se evada de la responsabilidad por las atrocidades que su Gobierno está realizando en su nombre. En consecuencia, Margalit concluye planteando un reto al debilitado movimiento pacifista en Israel: “Nuestra función es demostrar que la teoría derechista está basada en una premisa falsa, que por la fuerza no se puede vivir en paz y nuestra función es romper este círculo vicioso y estéril de las políticas nacionalistas, destrocar la dialéctica perversa del nacionalismo”.

   No obstante, resulta todo un rayo de esperanza el movimiento denominado “Banderas Negras” que se moviliza en Israel desde el pasado mes de marzo y en el cual tiene un papel destacado la cantante Noa, para reclamar la dimisión de Netanyahu, no sólo por los procesos judiciales abiertos contra él por fraude, cohecho y abuso de confianza, sino también por su nefasta gestión del Covid19 y, lo que es más importante,  por ser un riesgo para la democracia israelí y para la paz en la región.

   Mucho tendrán de cambiar las cosas con la nueva Administración norteamericana de Joe Biden, con una decidida implicación de la Unión Europea y con una voluntad sincera por parte de los políticos israelíes y de la ANP para retomar el camino de la paz, para dejar atrás tanto luto y decepción que se han ido generando en tan tortuoso camino. Pues ya lo dijo Yitzhak Rabin su discurso en la Plaza de los Reyes de Israel momentos antes de ser asesinado el 4 de noviembre de 1995: “La paz lleva intrínseca dolores y dificultades para poder ser conseguida, pero no hay camino sin esos dolores”. Y ese sigue siendo el reto del, aunque debilitado, pacifismo israelí.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 2 enero 2021)

 

 

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EL LEGADO DE AMOS OZ

EL LEGADO DE AMOS OZ

    Con profunda tristeza he sentido el fallecimiento el pasado 28 de diciembre del escritor israelí Amós Oz, al que siempre he admirado no sólo por su calidad literaria sino también por su firme compromiso ético y político, desde sus posiciones pacifistas de izquierda, a favor de lograr una ansiada paz justa en el conflicto árabe-israelí que durante tantas décadas lleva ensangrentando las tierras de Oriente Medio. Su lucidez y compromiso dejan huérfano al movimiento pacifista de Israel en un momento en que tan necesarios resultan los referentes éticos, y Amós Oz sin duda lo era.

    De su legado intelectual y político quisiera recordar dos ideas claves que perdurarán en el tiempo. En primer lugar, su firmeza a la hora de combatir todo tipo de fanatismos, tan abundantes en el Próximo Oriente, tanto si estos eran de signo islamista radical como también los que enarbola el untranacionalismo judío, razón por la cual era un firme opositor de las políticas del gobierno de Benjamín Netanyahu, cada vez más escoradas a la derecha. Estos días he vuelto a releer las reflexiones recogidas en su libro Contra el fanatismo (2003), en el cual ofrece una lúcida visión sobre la naturaleza de las distintas formas de este espectro amenazador. Para entender lo que significa la vieja lucha entre la civilidad y el fanatismo, hay que recordar que el germen de este mal no es patrimonio exclusivo de nadie y que puede brotar en cualquier lugar ya que, como nos recordaba, “el fanatismo es más viejo que el Islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Es más viejo que cualquier ideología o credo del mundo”, pues toda persona llevamos dentro de nosotros, latentes, actitudes fundamentalistas e intolerantes que, en determinadas circunstancias, pueden aflorar y apoderarse de nuestro pensamiento y conducta. La semilla del fanatismo brota siempre que se adopta una actitud de superioridad sobre los demás, siempre que se exige la total adhesión a unas ideas o creencias determinadas y de ello se derivan nefastas consecuencias entre ellas, “regímenes totalitarios, ideologías mortíferas, chovinismo agresivo, formas violentas de fundamentalismo religioso”.

    Amos Oz, que se definía como “experto en fanatismo comparado” dada su condición de judío nacido en Jerusalem en 1939, en el entonces todavía Mandato británico de Palestina, volvió sobre este tema de nuevo en su obra Queridos fanáticos (2018), en la que profundiza en las características de la intolerancia, “cuya semilla se cultiva en los campos del radicalismo”, en el germen del fanatismo surgido en actitudes de “profundo desprecio” hacia el prójimo. En contraste, reivindicaba la diversidad y la riqueza humana y cultural que supone el vivir en vecindad con personas de creencias y culturas diferentes, una cuestión de absoluta actualidad para nuestras sociedades, cada vez más multiculturales y multiétnicas.

    La segunda idea esencial del legado de Oz, apellido que en hebreo significa “coraje” y él bien que lo tuvo a lo largo de toda su vida, es su compromiso militante a favor de la paz pues tenía claro que una forma de combatir el fanatismo es la capacidad para resolver con valentía y visión de futuro conflictos enquistados como es el de Oriente Medio. Oz, que desde 1967 había defendido la existencia de un Estado Palestino y que fue fundador de la asociación Shalom Ajshav (Paz Ahora) en 1978, planteaba avanzar hacia “zonas de acuerdo”, siquiera sean “de acuerdo parcial”, que permitan llegar a “compromisos dolorosos”, pues éstos supondrán renuncias tanto para israelíes como para palestinos. No existen fórmulas milagrosas para resolver este conflicto, pero el camino es claro: existencia legal e internacionalmente reconocida de dos Estados, Israel y Palestina, ambos con la capital compartida en Jerusalem, la eliminación de todos los asentamientos judíos en territorio palestino, las modificaciones fronterizas consiguientes. y disposiciones especiales para los casos de Jerusalem y los Santos Lugares, como se apuntan en los Acuerdos de Ginebra de 2003. Pero para ello son necesarios estadistas de talla en ambos bandos que sean capaces de llegar algún día a aquella “paz de los valientes” por la que soñó y murió Yitzhak Rabin.

    La posición valiente de Amós Oz como referente del pacifismo de izquierdas en estos temas hizo que los sectores más reaccionarios de la sociedad israelí le acusasen de “traidor” y que incluso recibiera frecuentes amenazas de muerte. Por esta razón escribió otra de sus obras de título provocador: Judas (2015) ya que, como en alguna ocasión había reconocido, “es un orgullo que algunos israelíes me llamen traidor por oponerme a la ocupación”.

    Amos Oz, ejemplo de intelectual comprometido, confesaba que “es difícil ser profeta en la tierra de los profetas”, pero su legado debería ser escuchado para empezar a construir un futuro de paz y justicia entre palestinos e israelíes, dos pueblos obligados a convivir en una tierra sagrada para ambos, en una tierra que les es común por tantos motivos emocionales, históricos y religiosos. Este es el legado de Amós Oz, que, con su tesón, compromiso político y coraje moral, ha sido considerado como la conciencia ética y el mayor humanista de Israel. Añoraremos su ausencia.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 6 enero 2018)

 

 

 

LA CONCIENCIA DE ISRAEL

LA CONCIENCIA DE ISRAEL

 

     Resulta preocupante la aprobación el pasado 19 de julio de la Ley Básica del Estado-Nación Judío por parte del Parlamento de Israel, un ejemplo más de la deriva cada vez más derechista del gobierno de Binyamin Netanyahu, alentado por el apoyo entusiasta que le brindan los EE.UU. de Donald Trump. Y es que tan polémica ley, pretende imponer el predominio del carácter judío del Estado por encima del carácter democrático del mismo y, en consecuencia, supone una inaceptable exclusión para los ciudadanos árabes israelíes (el 21% de la población) y demás minorías no judías como es el caso de los drusos y los cristianos, además de otros aspectos muy negativos como la declaración del hebreo como único idioma oficial, excluyendo de tal condición al árabe, o el apoyo a los asentamientos judíos en territorio palestino, ya que la ley señala expresamente que el Estado los considera como “un valor nacional y actuará para promover su establecimiento y consolidación”, toda una pésima noticia que termina de volatilizar los anhelos de una paz justa entre Palestina e Israel.

     En consecuencia, nos hallamos ante una ley que ha recibido fuertes críticas no sólo de la Autoridad Nacional Palestina o la Liga Árabe, sino también desde la Iglesia Católica, del influyente Congreso Judío de América o desde la misma Unión Europea. También figuras destacadas del mundo de la cultura como Daniel Barenboim reconocía, tras la aprobación de tan polémica ley, que “me siento avergonzado de ser israelí”, dado que esta norma, que tiene rango constitucional, supone para el prestigioso músico, “una clara forma de apartheid”, fruto del nacionalismo y el racismo judío.

    Peso si alguien ha denunciado permanentemente la deriva autoritaria de la política y la sociedad israelí en los últimos años ha sido, sin duda, el escritor Amós Oz. Y es que Oz, pacifista de izquierdas convencido, a sus 80 años tiene todavía el coraje personal e intelectual de lanzar una fuerte crítica contra el fenómeno de la intolerancia que afecta a la realidad política y social de Israel, contra líderes como Netanyahu y los grupos que lo apoyan, los mismos que “reclaman las conquistas de las imaginarias fronteras bíblicas” a costa de negar la posibilidad de llegar a una paz justa y duradera con Palestina y, además, como el riesgo de perder en el camino los valores democráticos sobre los que se debería de sustentar Israel. De este modo, Amós Oz, empeñado en combatir el fanatismo, algo de lo cual en su tierra y, por extensión en todo Oriente Medio, van bien sobrados, como en su día hizo Émile Zola, lanza su particular “Yo acuso” a los políticos hebreos que están llevando al país a lo que, con tristeza, no duda en calificar como “un desastre de amplias dimensiones”.

     Sobre este tema, al cual Amós Oz ya dedicó su libro Contra el fanatismo (2004), vuelve de nuevo con la reciente publicación de su obra Queridos fanáticos (2018), en la que profundiza en las características de la intolerancia, “cuya semilla se cultiva en los campos del radicalismo”, en el germen del fanatismo surgido en actitudes de “profundo desprecio” hacia el prójimo. En contraste, reivindica la diversidad y la riqueza humana y cultural que supone el vivir en vecindad con personas de creencias y culturas diferentes, una cuestión de absoluta actualidad para nuestras sociedades, cada vez más multiculturales y multiétnicas.

     En consecuencia, el escritor, que fue fundador de la asociación pacifista Shalom Ajshav, insiste una y otra vez en que la solución sólo puede ser la búsqueda de la paz basada en la justicia dado que, como nos recuerda, las soluciones violentas no sólo derraman demasiada sangre inocente, sino que han demostrado ser “de una inutilidad escandalosa”, y bien que lo sabemos en aquella atormentada región del Oriente Medio. Es necesaria una respuesta, una alternativa, una creencia atractiva, unas promesas más convincentes”. Es por ello que la mejor forma de combatir el fanatismo es la capacidad de resolver con valentía y visión de futuro, conflictos enquistados como el de Oriente Medio. Amós Oz, que lleva defendiendo desde 1967 la necesidad de crear un Estado Palestino, en un tiempo en que, como recordaba con ironía, los pacifistas israelíes podían celebrar sus mítines y congresos “en una cabina telefónica”, plantea avanzar hacia “zonas de acuerdo”, siquiera sean “de acuerdo parcial”, que permitan llegar a “compromisos dolorosos” los cuales supondrán renuncias por ambas partes y ello pasa, sin duda, por la existencia legal e internacionalmente reconocida de “dos Estados para dos pueblos”, Palestina e Israel, ambos con capital compartida en Jerusalem, la vuelta al mapa de fronteras anteriores a 1967 con la devolución de todos los territorios ocupados por Israel y, por supuesto, el desmantelamiento de todos los asentamientos judíos ilegales en territorio palestino, tal y como se contempla en los Acuerdos de Paz de Ginebra de 2003. La posición valiente de Amós Oz en estos temas ha hecho que los sectores más reaccionarios de la sociedad israelí le califiquen de “traidor” y que incluso haya recibido frecuentes amenazas de muerte. Por esta razón escribió otra de sus obras de título provocador: Judas (2015) ya que, como en alguna ocasión ha reconocido, “es un orgullo que algunos israelíes me llamen traidor por oponerme a la ocupación”.

     Por ello Amós Oz reivindica para Israel una cultura laica, un país en donde la política y la sociedad son cada vez más rehenes de los partidos ultra ortodoxos judíos con el riesgo que ello supone para el futuro ya que advierte de “el peligro de una dictadura orientada por el nacionalismo religioso”. Y es que, el creciente auge de los ultraortodoxos en Israel, unido al nacionalismo reaccionario y belicista de Netanyahu, está propiciando una nueva diáspora, esta vez de los judíos laicos, para los cuales Israel está dejando de ser el ideal democrático con el que soñaron.

     Amós Oz, con palabras no exentas de tristeza reconocía que “Amo a Israel incluso cuando apenas puedo soportarlo…Temo al futuro…hoy muchos aúllan y pocos escuchan”. No obstante, la firmeza y la honestidad personal e intelectual de Amós Oz, han hecho del galardonado escritor israelí, eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, que logre el mejor de los títulos, el mejor de los premios que se puede conceder a un intelectual comprometido, el de ser la conciencia ética de su pueblo, la conciencia de Israel.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 13 agosto 2018)

 

A DÓNDE IRÁ IRÁN

A DÓNDE IRÁ IRÁN

 

     De nuevo las noticias trágicas ensombrecen el panorama de Oriente Medio. Al dolor producido por la masacre de palestinos cometida por el Ejército de Israel el pasado día 14 de mayo, unos hechos brutales e inaceptables desde todo punto de vista, también para quienes amamos la historia y la cultura judía, se une la profunda preocupación que en tan convulsa región supone la ruptura por parte de EE.UU. del Acuerdo Nuclear con Irán y la voluntad del presidente Trump de aplicar al régimen de Teherán “el nivel más alto de sanciones económicas”.

     Las consecuencias de tan nefasta decisión no se van a hacer esperar en un Oriente Medio sumido en una espiral de violencia y enfrentamientos sin fin. De hecho, es muy posible que afecte a los conflictos de Yemen, Siria en los cuales las tropas de Irán tienen presencia activa, así como una escalada de incidentes armados con Israel, máxime tras los recientes bombardeos lanzados el pasado 11 de mayo por el gobierno de Netanyahu, cada vez más reaccionario y belicista, contra objetivos iraníes en Siria, con el riesgo cierto de llegar a un enfrentamiento directo entre ambos países de consecuencias imprevisibles. Por otra parte, se incrementarán las fuertes tensiones geopolíticas y religiosas que enfrentan al Irán chiíta con los países musulmanes suníes liderados por Arabia Saudí que temen que tras el creciente potencial militar iraní se intente “restablecer un nuevo Imperio Persa” en Oriente Medio. Así las cosas, asistimos a un vendaval de retórica anti-iraní voceado por EE.UU. así como por Arabia Saudí, el principal adversario musulmán de Irán, el cual, en este tema, coincide con la belicosidad de Israel hacia el régimen de los ayatollahs y sus aliados, tanto en Siria como en el Líbano. Asistimos, pues, a una alianza tácita y funesta para la paz en Oriente Medio que aúna los afanes belicistas de EE.UU., Israel y Arabia Saudí contra la República Islámica de Irán de la cual sólo se pueden esperar fatídicas consecuencias.

     Pero la ruptura del Acuerdo Nuclear también va a tener importantes consecuencias en la política interna persa ya que va a debilitar, cuando no dinamitar de forma definitiva, las esperanzas reformistas depositadas en el presidente Hassan Rohaní, el cual, reelegido para un segundo mandato el 3 de agosto de 2017 con el apoyo popular de 24 millones de votos, pretendía, como señalaba Luciano Zaccara, “una continuidad en el camino de la moderación tanto a nivel interno como externo”, así como una cierta apertura del régimen y un mayor acercamiento a Europa. Por ello, la polémica decisión de Trump, cuando era unánime la opinión de que Irán estaba cumpliendo plenamente el Acuerdo Nuclear al que se llegó con la Administración Obama en 2015, va a propiciar el auge de los sectores más conservadores y anti-occidentales de Irán, contrarios a las reformas de Rohaní lo cual va a suponer una involución de la política persa, tras la cual se halla no sólo el Consejo del Discernimiento, presidido por Mahmud Hashemi Shahrudi, importante institución ejecutiva del régimen que también tiene funciones legislativas y que está controlada por los elementos más conservadores, sino también, la todopoderosa Guardia Revolucionaria (Sepah-e Pasdaran), la cual siempre ha mantenido una tensa relación con el Gobierno reformista de Rohaní.

     Esta radicalización de la política interna iraní va a tener también consecuencias negativas en los intentos, tímidos pero existentes, de democratización interna que abanderan emergentes movimientos populares como el que pretende liberalizar las rígidas normas del islamismo chií, entre ellos,  el de las acciones valientes de las mujeres de los “Miércoles Blancos”, promovidas por la activista Masih Alinejad en protesta por la obligatoriedad de vestir el hijab, así como los intentos de otros colectivos que reclaman  derechos civiles y libertades, tan escasos, todavía, en las tierras persas.

     No menos graves serán las consecuencias de la decisión de Trump para la economía de Irán pues ésta pretende malograr el objetivo de Rohaní de atraer al país inversiones extranjeras, sobre todo en el sector de la industria petrolífera, que mejorasen la situación económica del país y que permitieran crear empleo, una demanda tras la cual se hallaban muchas de las protestas populares de los últimos años. Y es que EE.UU. pretende impedir que las empresas de otros países, como es el caso de la Unión Europea, tengan acceso al mercado iraní, a la vez que, por otro lado, consigue potenciar el los negocios de su industria armamentística americana con acuerdos con países contrarios a Teherán, como es el caso del ratificado el pasado 24 de mayo de 2017 entre el presidente Trump y el rey Salman de Arabia Saudí, un acuerdo militar por valor de 110.000 millones de dólares que, según se dijo, tenía por objeto “frenar la amenaza” que, según ellos, supone Irán para la estabilidad de la región pero que, también, supuso un respaldo militar en toda regla para el régimen despótico saudí.

   Ante tan agitado panorama, pese al enorme error histórico cometido por la irresponsabilidad habitual que caracteriza a Trump, resulta vital mantener la vigencia del Acuerdo Nuclear, pues todas las demás alternativas posibles son radicalmente peores. Para ello es fundamental el papel que debe desempeñar la Unión Europea si es capaz de actuar de forma firme y unida como elemento moderador tal y como han afirmado recientemente tanto Emmanuel Macron como Angela Merkel para evitar que el conflicto se descontrole y así garantizar la estabilidad en la zona. El apoyo europeo resulta también imprescindible para intentar que la esperanza reformista que, todavía, representa Rohaní pueda frenar a los sectores más ultraconservadores y militaristas del régimen. De lo contrario, una vez abierta esta nueva “caja de Pandora”, las consecuencias pueden ser nefastas no sólo para Irán, sino también para la paz y la estabilidad en Oriente Medio y para el contexto geopolítico internacional. Aunque débil, existe aún esperanza. Confiemos.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 21 mayo 2018)

 

RUSIA Y CHINA EN ORIENTE MEDIO

RUSIA Y CHINA EN ORIENTE MEDIO

 

     En el siempre inquietante avispero geopolítico de Oriente Medio, azuzado por el eterno conflicto árabe-israelí, la amenaza expansiva del yihadismo y la tragedia de la guerra de Siria, se ha ido abriendo un espacio cada vez mayor la Rusia de Vladimir Putin. Así ha quedado patente, sobre todo, en el decisivo papel que están desempeñando las fuerzas armadas rusas en apoyo del régimen del Bashar Al Assad en Siria. Así, la intervención militar rusa se produjo en respuesta a la petición de ayuda por parte del Gobierno de Damasco en su lucha contra el Estado Islámico y otros grupos de oposición. De este modo, iniciada ésta el 30 de septiembre de 2015, con el decidido apoyo de Putin y su ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, para proteger la vital base naval de Tartus, convertida ahora en el pivote de la creciente presencia de la Armada rusa en el Mediterráneo, como señalaba Miguel Ángel Ballesteros,  ha producido un cambio radical en el panorama militar del conflicto sirio dado que la balanza se ha ido inclinando a favor del régimen de Al Assad y en detrimento del Estado Islámico y demás grupos opositores, que actualmente se hallan a la defensiva y perdiendo, uno a uno, sus bastiones y enclaves que habían controlado en los primeros instantes de la guerra en Siria, la cual ya se prolonga por espacio de siete largos años.

     Por todo lo dicho, se ha producido un  significativo vuelco de la situación militar, a costa también de un inmenso coste en vidas humanas de civiles no combatientes (recordemos la masacre que estos días se está produciendo en el enclave de Guta), todo ello, no lo olvidemos, en beneficio del dictador Al Assad que, por otra parte, parece ser visto en Occidente como “el mal menor” frente al riesgo cierto que supone tanto la expansión del yihadismo radical como la desestabilización o desmembración de Siria, país decisivo en el mapa político de Oriente Medio.

    El apoyo diplomático y militar ruso a Damasco, como aceradamente indicaba Natividad Fernández Sola, se debe a una serie de motivos geopolíticos y estratégicos tales como evitar la expansión del Estado Islámico hacia el Cáucaso Sur y Asia Central, el deseo de lograr un acceso al Mediterráneo por parte de Rusia que permita su presencia en el Mare Nostrum,  sin olvidar tampoco el interés ruso por probar equipamientos militares en el campo de batalla y el aspecto no menos importante de realzar el prestigio y proyección internacional de sus fuerzas armadas.

      Pero no sólo en Siria se constata el afianzamiento de Rusia en el ámbito del mundo musulmán ya que lo mismo podemos decir de su creciente influencia en otros países como Argelia, Libia, Egipto o la Turquía de Erdogan, cada vez más islamizada y menos respetuosa con los derechos humanos, que busca el apoyo de Moscú para mantener su papel de potencia regional en la zona, al igual que ocurre en el acercamiento de Rusia a la República Islámica de Irán. Y es que, a diferencia de lo que ocurre con la Unión Europea o los EE.UU., el apoyo que ofrece Rusia a todos estos países, autocráticos y dictatoriales, no tiene como contrapeso la exigencia de gestos significativos en defensa de los derechos humanos y de impulso a procesos de democratización interna.

     Lo mismo podemos decir de China, la otra superpotencia mundial que también está logrando una presencia significativa en Oriente Medio:  la activa política exterior desarrollada por el líder chino Xi Jinping pretende, debido al imparable crecimiento económico del gigante asiático, garantizar de forma estable el abastecimiento de sus crecientes necesidades energéticas, al igual que hace con su presencia, cada vez mayor, en África y América Latina, continentes que le proveen de las materias primas esenciales para su industria.

    Por otra parte, al igual que el caso de Rusia, este interés también responde a intereses geopolíticos concretos. En primer lugar, a la preocupación de Pekín porque el rayo de esperanza que supuso la efímera “Primavera Árabe” tenga un efecto contagio en su territorio. Y, junto a esta preocupación, con el recuerdo de la masacre de la Plaza de Tiananmen de 1989 en la mente, hay que tener presente también la inquietud que en el régimen chino suscita la expansión del nacionalismo islamista promovido por los separatistas uigures de la región turco-musulmana de Xinjiang, situada al sudeste de China. Por esta razón, desde 2016 el Ejército Popular Chino está presente en Siria entrenando a las fuerzas armadas de Damasco, así como dedicado a tareas de inteligencia militar y logística. Además, a finales de 2017 Pekín envió a Siria una fuerza especial, una de sus mejores unidades de élite, conocida como “Los Tigres Nocturnos”, con objeto de luchar contra los milicianos uigures que combaten en las filas rebeldes contra el régimen de al Assad. De este modo, China intenta evitar el regreso de éstos guerreros chino-musulmanes (se estima, según Jacques Neriah que hay 5.000 uigures en territorio sirio) a la provincia separatista de Xinjianj, en la que han prometido “derramar ríos de sangre” para lograr sus propósitos.

    Por todo lo dicho, ante las torpezas diplomáticas (y estratégicas) de la Administración Trump y la lamentable ineficacia de la política exterior de la Unión Europea a cuyo frente se encuentra Federica Mogherini, tanto Rusia como China están proyectando, en su condición de superpotencias, su influencia política y su poderío militar en Oriente Medio, una región que, como el resto del tablero internacional, es cada vez más multipolar y con un futuro más inestable e incierto.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 3 marzo 2018)

 

 

 

 

EL CONDE DE BALLOBAR, EN JERUSALEM

EL CONDE DE BALLOBAR, EN JERUSALEM

     En estos días, en que tantas noticias hablan sobre Jerusalem, como consecuencia de una nueva torpeza diplomática de Donald Trump que ha encendido, de nuevo, la tensión en la disputada ciudad, nos viene a la memoria la figura de un diplomático vinculado a Aragón llamado Antonio de La Cierva Lewita, Conde de Ballobar. Gracias a las anotaciones recogidas en su Diario de Jerusalem, 1914-1919, nos podemos aproximar a la compleja realidad de la Palestina turca, durante los años de la I Guerra Mundial (1914-1918), coincidentes con el fin de la ocupación otomana de la zona.

     Antonio de La Cierva Lewita (Viena, 1885- Madrid, 1971), era hijo del agregado militar Plácido de La Cierva y de María Luisa Lewita, una judía austríaca convertida al catolicismo. Fallecida tempranamente ésta, su padre se casó de nuevo con María Luisa de las Heras, condesa de Ballobar, pasando así buena parte de su infancia en Zaragoza, lugar donde residía su madrastra. En 1911 ingresó en la carrera diplomática, siendo a partir de entonces vicecónsul en La Habana, cónsul en Jerusalem (1914-1919) y en Tánger (1920-1921), Primer Secretario ante el Vaticano (1938-1939) y, nuevamente cónsul en Jerusalem (1949-1952) ya que el general Franco, a pesar de que nunca reconoció al Estado de Israel, mantuvo siempre abierta la legación diplomática española en la ciudad jerosolimitana.

     El Diario del conde de Ballobar, pleno de datos de interés histórico y diplomático, comenzó a escribirlo en 1914 al hacerse cargo del consulado español en Jerusalem. Por entonces, la I Guerra Mundial acababa de iniciarse ensangrentando las tierras de Europa y se extendía igualmente a las colonias de las respectivas potencias beligerantes. Recordemos que, en estos momentos, Palestina para los árabes, la Tierra de Israel (Eretz Israel) para los judíos, formaba parte del Imperio Turco, el cual estaba aliado militarmente con los imperios centrales (Alemania y Austria-Hungría) frente al bloque formado por Francia, Inglaterra, Rusia, Italia y, más tarde, Estados Unidos. Por su parte, España, país de segundo orden en el ámbito internacional, mantuvo, afortunadamente, una posición de neutralidad. Como consecuencia del conflicto, las potencias occidentales enfrentadas a Turquía, delegaron sus intereses diplomáticos en el Consulado de España en Jerusalem a cuyo frente estaba el conde de Ballobar. Por ello, éste asumió una importante labor pues, a medida que la guerra avanzaba, debió de hacerse cargo ante las autoridades turcas de Palestina de las legaciones de Francia, Italia, Montenegro, Rumanía, Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos. A todas estas potencias aliadas habría que añadir que, a partir de noviembre de 1917 se encargó también de los intereses diplomáticos de Alemania y Austria-Hungría, razón por la cual Ballobar era conocido con el calificativo de “el cónsul universal”.

Durante la guerra, su labor diplomática fue incesante: defendió ante las autoridades turcas todos los edificios religiosos católicos hasta entonces bajo protección de Francia, gestionó un canon especial para los templos protestantes que los salvaguardase de las rapiñas otomanas, realizó diversas gestiones para liberar a religiosos y personalidades judías que habían sido deportadas a Siria, etc.

     El conde de Ballobar no oculta en sus Diarios su profundo desprecio hacia el dominio turco sobre Palestina, así como la cuestionable capacidad militar otomana durante la contienda. Por ejemplo, destaca el estrepitoso fracaso militar de los turcos y sus aliados alemanes y austro-húngaros ante el canal de Suez, a la vez que, con cierta sorna de raíz aragonesa, se burla del ejército turco anotando cómo “se batieron brillantemente… desde la retaguardia”. Pero el acontecimiento más destacable para Ballobar fue, sin duda, la ocupación por los británicos de Jerusalem el 9 de diciembre de 1917, razón por la cual describe el recibimiento entusiasta que cristianos y judíos ofrecieron a las tropas del general Allenby. De este modo, se ponía fin a cuatro siglos de dominación turca sobre Tierra Santa y se abría la puerta al futuro Mandato británico sobre Palestina que se prolongó hasta el establecimiento del Estado de Israel en 1948.

     En el complejo y agitado mapa del Oriente Medio de aquellos años, Ballobar destaca las claves políticas y geoestratégicas que movían los intereses de las grandes potencias en Tierra Santa en la fase final del desmoronamiento del imperio turco. El dilema era que, tras el fin de la dominación otomana, había dos opciones posibles (y contrapuestas): o se constituía una “gran nación árabe”, o se fragmentaba el Oriente Medio sobre la base de los intereses coloniales de Francia y de Inglaterra. Se optó por esta última solución en la Conferencia de San Remo (1920), pasando Francia a ocupar Siria y Líbano e Inglaterra se posesionó de Palestina e Iraq. De este modo, no sólo se generaba un sentimiento nacionalista panárabe contra dichas potencias europeas, sino que se obviaba la creación de un Hogar Nacional Judío en la Tierra de Israel, tal y como había propuesto la Declaración Balfour de 1917.

      Sobre el futuro de Jerusalem, ciudad por todos disputada, Ballobar defiende la idea del general Storss, Gobernador Militar británico de Palestina, para quien la mejor solución sería “entregársela a los americanos”, si bien, acto seguido, se apresura a señalar que ello “no haría buena impresión entre cristianos y musulmanes”. De este modo, se esbozaba por primera vez la idea de crear un status político especial para Jerusalem, antecedente de ulteriores propuestas de internacionalización de la Ciudad Santa, así como también de la deseable opción de ser la capital compartida tanto de Israel como del Estado Palestino, uno de las ideas esenciales para lograr, actualmente, una paz justa en la zona.

     A través del Diario del conde de Ballobar, a pesar de los condicionantes ideológicos y religiosos propios de su época y su contexto social, se ofrece una aproximación a un período tan interesante como desconocido de la historia de Palestina-Eretz Israel. Por ello, el Diario de aquel joven diplomático cuya infancia transcurrió en Zaragoza, evoca con emoción y nostalgia a aquella tierra, tan santa como disputada y sangrienta, en la cual “se ha desarrollado la historia más interesante de la humanidad”. Una tierra que a nadie nos deja indiferentes.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 9 enero 2018)