Blogia
Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

Oriente Medio

UNA GUERRA CIVIL EN EL ISLAM

UNA GUERRA CIVIL EN EL ISLAM

 

      Entre las numerosas “líneas de conflicto” que fracturan el ya de por sí convulso panorama de Oriente Medio, Marc Lynch destaca de forma especial “el enfrentamiento geopolítico y de concepciones del Islam” entre Irán, de mayoría chiita y Arabia Saudí, de confesión sunita. Es por ello que estamos asistiendo a una despiadada y cruel lucha por el liderazgo político y religioso en Oriente Medio, a una sangrienta guerra civil en el seno del mundo musulmán.

     Este conflicto tiene diversas motivaciones y, entre ellas, en primer lugar, las de signo religioso, cual es la secular pugna entre suníes, apoyados por la monarquía saudita y los chiitas, que cuentan con el respaldo de la República Islámica de Irán, enfrentamiento que se ha agudizado en estos últimos años. Junto a estas motivaciones religiosas, esta guerra abierta entre musulmanes se explica, como señalaba Álvarez Osorio, por motivos geopolíticos y por el antagonismo ideológico existente entre ambos países en su búsqueda por lograr el predominio político-religioso en Oriente Medio, tal y como nos recuerda la politóloga Fátima Dazy-Héni.

     El conflicto se ha agudizado debido a la creciente influencia de Irán en la zona, favorecida como consecuencia de la invasión de EE.UU. y sus aliados de Irak y el posterior derrocamiento del dictador Saddam Hussein en 2003, lo cual hizo que Teherán y los grupos chiíes que le eran afines lograran una mayor implantación en Irak. A ello habría que añadir el efecto que tuvo el Acuerdo sobre el Programa Nuclear iraní con EE.UU., lo cual generó un profundo malestar  y fuertes críticas por parte de Arabia Saudita y las monarquías del golfo Pérsico, países que constituyen el “bloque suní” liderado por la monarquía saudí, hacia los EE.UU. y en particular hacia el expresidente Obama.

     Como reacción al creciente poderío de Irán, la decrépita y anacrónica monarquía de Riad, ha optado por intensificar el sectarismo religioso, esto es, el fundamentalismo islámico de signo wahabita, no sólo en su reino, sino en el conjunto de Oriente Medio. De este modo, se ha producido una división de la población saudí, “subrayando la brecha confesional” entre la mayoría suní y la minoría chií, a los cuales se les acusa, además, de ser una especie de “quinta columna” desestabilizadora del reino, llegando al punto de ejecutar el clérigo Sheik Nimr al Nimr, líder de la minoría chií en Arabia Saudí. El odio visceral a los chiíes, a los que se denominan despectivamente como “rafidíes”,  queda patente en palabras de Abu Musab al Zarqawi, máximo dirigente yihadista de Al Qaeda en Mesopotamia, según el cual “los chiíes son el obstáculo insuperable, la serpiente al acecho, el escorpión astuto y malicioso, el enemigo espía y el veneno penetrante… son el peligro que se avecina y el verdadero desafío. Ellos son el enemigo. Cuidado con ellos. Luchad contra ellos”.

     Pero donde con mayor nitidez se observa esta guerra que convulsiona al mundo musulmán es en los conflictos de Siria y Yemen tras los cuales se halla la larga mano y los intereses geoestratégicos contrapuestos de Irán y Arabia Saudí. De este modo, en el caso de Siria, el régimen de Bachar al Asad, además de la ayuda militar rusa, cuenta con el decisivo apoyo de Irán y de los diversos grupos chiitas afines a Teherán como es el caso de las milicias libanesas de Hezbolláh o de los combatientes iraquíes entrenados por la Guardia Revolucionaria iraní. Frente a ellos, Arabia Saudí respalda a los grupos rebeldes contrarios a Damasco, especialmente aquellos que son de orientación salafista. Este apoyo a los rebeldes responde al interés prioritario de la política exterior saudí: el contener la expansión de Irán y, por ello, del chiismo, en la zona. Por ello, los grupos salafistas y yihadistas se han movilizado en Siria, con el apoyo saudí, en opinión de Álvarez Osorio, por “la necesidad de hacer frente a una supuesta conspiración iraní para hacerse con el control de Oriente Medio y establecer un Estado que abarque los actuales Irán, Irak, Siria y Líbano”. Además, el conflicto sirio tiene lugar en un momento en el cual Irán ha normalizado sus relaciones diplomáticas internacionales y ha retornado a la geopolítica regional como “gran potencia chií” mientras que Arabia Saudí aparece ante la opinión pública mundial, en palabras de Natividad Fernández Sola, como una “monarquía absolutista y cerrada” que, además, apoya el terrorismo fundamentalista.

     La otra línea de conflicto irano/saudí, como señalaba Jorge Dezcallar, es la guerra del Yemen en la que la coalición suní liderada por Riad ha intervenido apoyando a los yihadistas que combaten a las milicias chiíes para hacer frente a la revuelta de los huzíes, tras la cual está “la larga mano de Irán”, conflicto que se ha agudizado tras el reciente asesinato del expresidente Ali Abdala Saleh.

     En consecuencia, los conflictos de Siria y Yemen evidencian de forma dramática lo que Kristina Kausch considera “un vigoroso resurgimiento de la rivalidad irano-saudí”.  A modo de conclusión, a los ya endémicos enfrentamientos que ensangrientan desde hace décadas a Oriente Medio, la actual guerra civil en el seno del mundo musulmán, alentada por rivalidades religiosas y geoestratégicas entre Irán y Arabia Saudí, nos ofrece un panorama muy preocupante ya que, según indicaba Fernando Martín, “es en la actualidad muy complejo, desilusionante y violento, con tendencia a perpetuarse, si no a empeorar, en un proceso de colapso regional”. Pese a todo, esperemos que tan negro vaticinio no llegue a cumplirse.

 

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 10 diciembre 2017)

 

 

 

OBJETIVO: MOSUL

OBJETIVO: MOSUL

 

     Cuando todavía estamos sobrecogidos por la sangrienta batalla de Alepo y la consiguiente hecatombe humanitaria que ha ocasionado, asistimos ahora al desarrollo de una menos dramática lucha, la que se desarrolla para la reconquista de la ciudad iraquí de Mosul, en poder del Estado Islámico liderado por el califa Abu Bakr al Bagdadi desde junio de 2014.

     Mosul, la segunda ciudad más poblada de Irak, capital de la provincia de Nínive, de tantas resonancias históricas vinculada a la antigua Asiria,  y definida por Jonathan Spyer como “la joya de la corona de las posesiones iraquíes de los yihadistas sunitas”, está siendo objeto de una intensa ofensiva iniciada el pasado 16 de octubre y en la que participan, además de un potente contingente del ejército iraquí, combatientes kurdos (peshmergas),  las Unidades de Movilización Popular, amalgama de 40 grupos armados chiíes, entre ellos las milicias de Hezbollah,  apoyados  por Irán y entrenadas por el Cuerpo de Guardianes Revolucionarios Islámicos. Además, esta ofensiva cuenta con el apoyo aéreo de una coalición internacional liderada por  EE.UU. y de la que también forman parte Francia, Reino Unido, Australia, Alemania, Canadá o Italia. Frente a ellos, varios millares de yihadistas están ofreciendo una feroz resistencia y, a modo de ejemplo, según datos del Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, se estima que en torno a 300 niños soldado (“cachorros del Califato” en la terminología del yihadismo) reclutados por el Estado Islámico han muerto desde el inicio de los combates para la reconquista de dicha ciudad. Esta resistencia fanática, unida a los ataques suicidas y al empleo de la sufriente población civil como escudos humanos, está ralentizando la ofensiva sobre Mosul, cuya conquista definitiva puede prolongarse durante varios meses.

     La batalla de Mosul resulta crucial para el desarrollo de la guerra contra el Estado Islámico, el cual, por otra parte, en estos últimos meses ha ido perdiendo el 22 % de los territorios que controlaba en Siria e Irak, lo cual, como contrapartida, le ha impulsado a aumentar los atentados en Europa y otros lugares de África. En consecuencia, la operación para lograr la conquista de Mosul resulta la más compleja de las llevadas a cabo en Irak, no sólo por la dificultad que supone combatir al delirio fanático de quienes enarbolan las negras banderas del Estado Islámico, sino por el hecho de que en la zona se hallan más de un millón de personas atrapadas, todavía, bajo el yugo yihadista.

     Indudablemente es cuestión de tiempo y paciencia la conquista de Mosul y nadie duda de la victoria final del conjunto de las fuerzas atacantes, como tampoco de la dificultad que ello comporta. En la actualidad, se combate ya en diversos barrios del núcleo urbano así como en otras localidades de la periferia y se ha logrado el control de parte de la ciudad situada al este del río Tigris.

     Dicho esto, no sólo asistimos a una lucha en el campo de batalla sino, también, a un enfrentamiento entre dos geoestrategias contrapuestas: la pugna por el control de la zona por parte de dos países que quieren garantizarse su hegemonía en la región: el Irán de mayoría chií que respalda al Gobierno de Bagdad de  Haider al Abadi y la Turquía sunita liderada por el cada vez más autoritario Recep Tayyip Erdogan. De este modo, Turquía, cuyas tropas ya están actuando sobre el terreno, pretende crear, tras la derrota militar del Estado Islámico,  una provincia autónoma en Nínive, desvinculada del Gobierno de Bagdad con la intención de consolidar la influencia turca y sunita en el norte de Irak. Y más aún, Erdogan, consolidado en  el poder tras el frustrado golpe militar del pasado mes de julio, parece recoger las aspiraciones territoriales de los nacionalistas turcos más radicales los cuales, alegando la existencia de población turcomana en la zona, reivindican la anexión de Mosul y Kirkuk así como otras áreas del norte de Irak que en su día pertenecieron al antiguo Imperio Otomano.

     En consecuencia, la lucha por la conquista de Mosul no puede ocultar la creciente tensión entre Ankara y Bagdad, con Irán como telón de fondo. Por ello, resulta evidente que la rivalidad turco-iraní y sunita-chií están en la raíz de la lucha por el poder no sólo en Mosul sino en el conjunto de la provincia de Nínive, una rivalidad que, además de política y religiosa, no se halla exenta del deseo de controlar los importantes recursos petrolíferos de dicha zona del norte de Irak. Además de lo dicho, esta tensión  puede incrementarse todavía más en  un oscurecido e incierto panorama internacional en el cual, Donald Trump ya ha dejado patente su intención de anular el acuerdo nuclear firmado por el Gobierno Obama con el régimen de Teherán, lo cual sin duda, puede tener consecuencias impredecibles.

    A modo de conclusión, el citado Jonathan Spyer, desde las páginas del Jerusalem Post considera que “el significado de todo esto es que el norte de Irak ha dejado de funcionar como un territorio soberano. Otras fuerzas: soldados turcos, guardianes revolucionarios iraníes, guerrillas kurdas, milicianos chiíes y yihadistas sunitas, están ahora envueltos en una batalla por su territorio y sus recursos”. El incierto resultado que se derive de esta batalla puede convulsionar, todavía más, el ya de por sí explosivo panorama del Oriente Próximo, algo ciertamente preocupante.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 16 enero 2017)

 

 

EL SUEÑO DE UN PACIFISTA

EL SUEÑO DE UN PACIFISTA

 

 

 

    Todas las noticias que nos llegan de Oriente Medio están teñidas de sangre, odio y violencia: la guerra en Siria, la brutalidad del Estado Islámico en los territorios que domina, el eterno conflicto entre Israel y Palestina nos lo recuerdan cada día. Por ello, en estos tiempos de desesperanza se necesita, más que nunca, la luz que irradian el ejemplo y los ideales de determinadas personas. Este era el caso del pacifista israelí Abraham Jacob (“Abie”) Nathan (1927-2008).

    Nuestro protagonista había nacido en la ciudad iraní de Abadán, en el seno de una familia judía tradicional que más tarde se trasladaría a residir a Bombay, en la entonces India británica. Siendo un joven piloto de líneas aéreas, al estallar del guerra de Independencia de Israel en 1948, se unió a la defensa del joven Estado judío como piloto de combate en el frente de Galilea y participó en el bombardeo de  las aldeas árabes de Sa’sa y Tarshina, hecho éste que le provocó una profunda depresión y, ello hizo que, a partir de ese momento se convirtiese en un firme partidario del diálogo y la paz entre dos pueblos enfrentados: el palestino y el israelí.

    Años después, intentó poner en práctica las ideas pacifistas que había ido madurando gradualmente. Así, en 1965 se presentó como candidato al Knesset, el Parlamento de Israel con la promesa de intentar hablar de paz con Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto, y por aquel entonces principal enemigo de Israel. No salió elegido pero se reafirmó en que era necesario demostrar con su ejemplo que con el adversario se puede y se debe intentar dialogar. Fue por ello que el 28 de febrero de 1966 voló a Egipto en un avión pintado de blanco y en el que estaba escrita la palabra “paz” en hebreo, árabe e inglés. Nada consiguió pues, tras aterrizar en Port Said, se le negó la entrevista con Nasser y fue devuelto a Israel. Lo volvió a intentar al año siguiente con el mismo resultado infructuoso. Pese a estos fracasos y las burlas y críticas  de que fue objeto, Ben Gurión calificó la acción de Abie Nathan como “un acontecimiento de importancia moral y política, despertando respeto y no el ridículo” puesto que el vuelo a Egipto dio un nuevo rumbo a su vida y, a partir de entonces dedicó todas sus energías y recursos a lo que se convirtió en su razón de ser: el impulso del diálogo judeo-árabe, la promoción de la paz y la defensa de los derechos humanos.

     El hecho por el cual el compromiso pacifista de Abie es más conocido fue cuando, tras comprar un navío al que bautizó con el nombre de “Barco de la Paz”, instaló en él una emisora clandestina de radio que emitía desde aguas del Mediterráneo: había nacido “La Voz de la Paz”, cuya primera emisión tuvo lugar el 19 de mayo de 1973, unos meses antes del estallido de la guerra del Yom Kippur. Las emisiones del emblemático barco, anclado  en aguas internacionales, a 25 km. de la costa de Israel, fueron financiadas con la venta de las propiedades personales de Abie y con diversas donaciones internacionales, entre ellas de John Lennon, pues a ambos les unía un “Imagine” de la que debería ser un Oriente Medio en paz. Tal vez por este compromiso pacifista que siempre caracterizó a Lennon, éste tuvo prohibido durante años actuar en Israel.

    “La Voz de la Paz”, transmitió a lo largo de dos décadas, desde 1973 hasta 1993, sus emisiones para  todo el Oriente Medio (según la prensa inglesa tenía una audiencia de 23 millones de oyentes) y su programación, emitida durante las 24 horas del día, consistía en música (pop y rock) y, sobre todo, mensajes a favor de la paz, la concordia, la cooperación internacional. y temas de actualidad en hebreo y árabe. Los ingresos obtenidos por publicidad eran destinados a programas de ayuda humanitaria.

    Un rayo de esperanza para Abie  fue la firma del tratado de paz con Egipto (26 marzo 1979) pero no por ello cejó en su ideal pacifista y, coincidiendo con la guerra del Líbano de 1982, se entrevistó por primera vez  con Yasser Arafat, el carismático líder de la OLP, al igual que haría en un nuevo encuentro con el dirigente palestino refugiado en Túnez en septiembre de 1989. En ambas entrevistas, Abie intentó convencer a Arafat de la necesidad de que cesasen las acciones terroristas y que la OLP comenzase a negociar con Israel un acuerdo de paz. Este encuentro, que produjo una enorme polémica en la sociedad israelí, le supondría su detención al regreso a su país.

    A lo largo de sus campañas pacifistas, también realizó varias huelgas de hambre, entre ellas, la  de 1978, motivada por su rechazo a la construcción de asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza,  o la que protagonizó en 1991 como protesta contra la ley israelí que prohibía reunirse con miembros de la OLP, por lo que fue condenado a 18 meses de cárcel. Curiosamente, estos hechos coincidieron con  la celebración de la Conferencia de Madrid (octubre 1991),  las primeras negociaciones directas  entre Israel y la OLP y en la que se empezó a vislumbrar una tenue esperanza de paz para tan enquistado conflicto.

    Tras los acuerdos de paz de Oslo de 1993, Abie decidió cesar las emisiones de “La Voz de la Paz” y el 28 de noviembre de ese año hundió simbólicamente el barco frente a las costas de Israel.  Sin embargo, desde entonces, tras los acontecimientos sangrientos que cada día tienen lugar, esta esperanza de paz justa y duradera parece haberse hundido más profundamente que aquel barco con el que Abie y Lennon soñaron empezar a imaginar la paz en el Próximo Oriente.

    Pese a sus fracasos, pese a su impulsiva ingenuidad, Abie fue un digno merecedor del Premio Nobel de la Paz, que nunca recibió. De Abie, al igual que Yossi Sarid, histórico dirigente de la izquierda israelí fallecido el pasado  4 de diciembre y cuya desaparición deja aún más huérfano si cabe al campo del pacifismo hebreo, nos queda su sueño pacifista y su quijotesco esfuerzo en defensa de los valores universales de la paz y la justicia como única forma de resolver los conflictos entre los pueblos enfrentados por el odio y la violencia.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 6 marzo 2016)

 

 

LA VOZ DE AMOS OZ

LA VOZ DE AMOS OZ

 

     Tras 50 días de devastación y muerte sobre Gaza, el acuerdo de alto el fuego permanente logrado entre Hamas e Israel el pasado 26 de agosto abre un rayo de esperanza, por tenue que sea, en este eterno y sangriento conflicto.

   En el enfrentamiento palestino-israelí, tanto en Oriente Medio como en Occidente, las filias o fobias respectivas nos ofrecen, de forma inevitable, una visión sesgada, parcial, en blanco y negro, de una realidad  que está llena de claroscuros y de tonos grises. Por eso, en esta maraña de odio y violencia desatada en que se halla enquistado el conflicto, resulta de interés la visión lúcida de Amos Oz, prestigioso intelectual israelí, destacado miembro de la izquierda pacifista, fundador de Shalom Ajshav (Paz Ahora) y firme opositor a la política de Biniamin Netanyahu, cada vez más escorada hacia la derecha ultranacionalista, a cuyo Gobierno no ha dudado en calificar como uno de los peores de la historia de Israel.

    En una reciente entrevista concedida a la periodista sueca Anneli Rádestad, Amos Oz se sinceraba sobre su posición ante la reciente tragedia de Gaza. En primer lugar, reconocía que, aunque inicialmente apoyó la Operación “Margen Protector” lanzada por Israel ante las agresiones de Hamas, bien pronto constató lo evidente: que se trataba de una respuesta militar desproporcionada y, por ello, inaceptable.

   Por otra parte,  Oz es consciente de la amenaza real que supone el fundamentalismo islamista, tanto a nivel global, como en el caso concreto de Hamas-Yihad Islámica desde que ambas se apoderaron del control de Gaza en 2007 expulsando de la franja a los representantes de la Autoridad Nacional Palestina afines a la OLP ejerciendo desde entonces, no lo olvidemos, una férrea dictadura islamista sobre Gaza. Oz nos recuerda que la cláusula 7ª de la Carta Fundacional de Hamas, reflejo de su feroz antijudaísmo señala que “el Profeta ordena a cada musulmán matar a los judíos alrededor del mundo, no sólo en Palestina”. Es difícil, pues, dialogar y más aún llegar a acuerdos con un adversario que no sólo niega tu derecho a existir sino que desea tu exterminio, en este caso, la desaparición de Israel. Y, sin embargo, el diálogo es el único camino, por largo y difícil  que resulte. Por ello, días antes de lograrse el acuerdo definitivo de alto el fuego, Amos Oz ya demandaba el levantamiento del bloqueo a Gaza así como la ayuda, tanto humanitaria como económica, por parte de Israel para la reconstrucción de la Franja. A cambio, las milicias de Hamas-Yihad Islámica deberían cesar sus ataques a Israel.

     Este debe de ser el primer paso para desactivar la lucha. Pero todos sabemos que la ansiada paz sólo se logrará con la creación de un Estado Palestino libre, próspero, reconocido internacionalmente,  y con la firma por parte de éste de un tratado de paz definitivo con Israel. Los pasos a seguir son claros, Amos Oz nos los recuerda y sólo falta que estadistas de talla en ambos bandos sean capaces de llegar algún día a aquella “paz de los valientes” por la que soñó y murió Yitzhak Rabin. Y ello pasa por la existencia de dos Estados, ambos con la capital compartida en Jerusalem, la eliminación de todos los asentamientos judíos en territorio palestino y las modificaciones fronterizas consiguientes. Esta es la única salida que todos esperamos y el tiempo se acaba para lograr una solución pacífica al conflicto. Oz lo dice muy gráficamente: “hay que partir la casa en dos pequeños apartamentos”, tal y como hicieron, civilizadamente, los checos y los eslovacos hace unos años.

     Para lograr la paz, además de líderes valientes, es necesaria una intensa presión internacional que propicie las negociaciones y el posterior tratado de paz. En este sentido, si bien Estados Unidos ha tenido un cierto papel por medio de las gestiones, infructuosas pero tenaces, llevadas a cabo por John Kerry, no podemos decir lo mismo de Europa pues, como señalaba Miguel Ángel Moratinos, la inacción de la Unión Europea durante el reciente conflicto de Gaza ha puesto en evidencia la “situación patética” de nuestra política exterior común. La presión internacional va a resultar fundamental, no sólo frente a Israel sino también ante Palestina. Y más aún, según Oz, “más importante que presionar, es animar y estimular a ambos pueblos” para conseguir la paz “pues ambas partes están temerosas respecto a lo que sucederá”. Y lo que tal vez algún día suceda sea la firma de un tratado de paz, frío, sin entusiasmo por ninguna de las partes, pero sin embargo, absolutamente necesario, histórico, tal y como sucedió entre Israel y Egipto en 1979.

    Lograda la ansiada paz, y durante un tiempo, piensa Amos Oz que ambos estados vivirán separados tras fronteras seguras y reconocidas mutuamente y, con el pasar del tiempo tal vez, se puedan abrir éstas, se tienda hacia una economía compartida y la posibilidad de crear una especie de mercado común y hasta, tal vez, recuperada la confianza mutua, caminar hacia una confederación entre Israel, Palestina y Jordania tal y como hace ya años propuso Shlomo Ben Ami.

     Amos Oz siempre nos ofrece la visión de un intelectual comprometido, de un activista por la paz y, aunque confiesa que “es difícil ser profeta en la tierra de los profetas”, su voz debería ser escuchada para empezar a construir un futuro de paz  y justicia entre palestinos e israelíes, dos pueblos a convivir  en una tierra sagrada para ambos, en una tierra que les es común por tantos motivos emocionales, históricos y religiosos.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 8 septiembre 2014)

 

 

ORIENTE MEDIO: ENTRE LA TENSIÓN Y LA ESPERANZA

ORIENTE MEDIO: ENTRE LA TENSIÓN Y LA ESPERANZA

 

     En estos días se van a reiniciar en Washington las conversaciones directas de paz entre la Autoridad Nacional Palestina (ANP) e Israel, las cuales estaban paralizadas desde septiembre de 2010. A ello a contribuido el impulso (y la presión) de la Administración Obama y, de forma especial, de John Kerry, su Secretario de Estado, que, con su “diplomacia de puente aéreo”, ha realizado diversos viajes a Jerusalem, Ramallah y Amman, los cuales han permitido este tímido rayo de esperanza tras años de desencanto y escepticismo, ante un agónico proceso de paz que sigue añorando poner fin al enquistado conflicto palestino-israelí.

     Con una situación explosiva en Oriente Medio como consecuencia de la guerra civil en Siria, la creciente inestabilidad política en Egipto, el auge de la presencia de Al Qaeda en el norte de la península del Sinaí, unido a la amenaza nuclear de Irán, el gobierno de coalición israelí de Biniamin Netanyahu ha accedido a abrir la puerta a unas negociaciones tan complejas como inaplazables a pesar del incierto resultado que puedan tener. Y es que muchas son las adversidades a las que habrá que hacer frente para que el estancado proceso de paz logre algún resultado positivo. En primer lugar, por los numerosos adversarios con que cuenta, tanto por la parte palestina (problemas internos y corrupción que minan a la ANP del presidente Mahmud Abbas cuyo liderazgo es cuestionado por Hamas, auge del fundamentalismo islamista en las filas palestinas), como por la parte israelí (oposición intransigente al proceso de paz de los colonos y de la derecha religiosa, tanto desde dentro como desde fuera del Gobierno hebreo), lastres éstos difíciles de contrarrestar.

    Frente a todas estas adversidades, el Plan Kerry se basa en tres ejes (económico, seguridad y político) con propuestas concretas en cada caso. Con respecto al primero, al económico, expuesto por Kerry durante la sesión de clausura del Foro Económico Mundial para Oriente Medio y Norte de África celebrado en Amman el pasado mes de mayo, plantea la inversión de 4.000 millones de dólares para reactivar la economía palestina, impulsar el empleo, el comercio y el turismo en Cisjordania (se excluye a Gaza mientras se halle bajo el control de Hamas y el apoyo financiero de Irán), evitaría la bancarrota económica de la ANP. Tan importante inyección económica sería aportada por una serie de países bajo la coordinación de Tony Blair. En esta misma línea, un grupo de inversores israelíes y palestinos han lanzado recientemente la iniciativa “Superando el impasse” con objeto de lograr la necesaria reactivación de la economía palestina tras la reanudación de las conversaciones de paz.

     Pero junto a esta propuesta económica, las negociaciones requieren abordar el problema de la seguridad, una obsesión permanente para Israel, y, sobre todo, las cuestiones políticas fundamentales  que están en la raíz del conflicto. De este modo, la “paz económica” pretende ser un impulso para avanzar hacia una solución política que aborde las referidas cuestiones de fondo sin las cuales no será posible lograr una paz justa para ambas partes.

     Partiendo de la idea de que la única solución viable es la existencia de dos Estados (Palestina e Israel), las conversaciones de paz que ahora se inician, que se prevén discretas y prolongadas, han de abordar el tema de la delimitación de las fronteras, las cuales deben de ser aceptadas por ambas partes y reconocidas internacionalmente.  En este sentido, se ha vuelto a poner sobre la mesa la Iniciativa de Paz de la Liga Árabe de 2002 que plantea la devolución por parte de Israel de todos los territorios ganados en la guerra de 1967 (Cisjordania, Jerusalem Este y el Golán) y la aceptación de las fronteras de la línea de armisticio previa a dicha guerra como base sobre la cual acordar intercambios menores. Su delimitación definitiva, en caso de acuerdo, habría que ratificarlo por sendos plebiscitos  por parte de la ciudadanía de Palestina e Israel. Como recordaba recientemente la Liga Árabe, de ser aceptada esta propuesta, 22 países árabes y 35 naciones musulmanas firmarían la paz con el Estado hebreo, lo cual cimentaría la paz en el cada vez más convulso mapa de Oriente Medio.

     Otras cuestiones esenciales son la paralización definitiva de la construcción de asentamientos judíos en Cisjordania, la excarcelación de presos palestinos, la vuelta de los refugiados, sin olvidar otros temas espinosos como la cuestión de Jerusalem Este que, pese a la oposición frontal de la derecha israelí, en un futuro deberá ser la capital del futuro Estado Palestino. Como recordaba Tzipi Livni, ministra de Justicia de Israel y máxima representante de su gobierno en las negociaciones, el logro de la ansiada paz implicará “dolorosas concesiones” para Israel, pero ésta es la única vía para superar este secular conflicto respondiendo a las justas demandas del pueblo palestino y, también, para garantizar la continuidad de Israel como un Estado judío y democrático.

     El reinicio del proceso de paz, frente a tanta tensión, puede ser una esperanza, una esperanza que todos necesitan: Mahmud Abbas y la ANP porque precisan ofrecer mejoras y avances tangibles a la población palestina frente a la intransigencia islamista de Hamas y, también para Israel porque, como reconocía Netanyahu, estas negociaciones resultan de un interés “vital y estratégico”, especialmente tras el incremento de la tensión con Irán y la desestabilización creciente en Siria, Egipto y, posiblemente también en el Líbano, todo un coctel explosivo en Oriente Medio. Como señalaba John Kerry, de lo que suceda en estas negociaciones, “dependerá lo que ocurra en las próximas décadas” ya que,  advertía, “se nos está acabando el tiempo” para abrir paso a la paz pues el fracaso de este proceso mantendría candente un “conflicto perpetuo” que seguiría alentando el odio y la violencia entre dos pueblos, el judío y el palestino, que comparten una misma tierra, una tierra regada con demasiada sangre inocente. Y eso es lo que hay que evitar.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 29 julio 2013)

EL ESTADO PALESTINO, UN DERECHO.

EL ESTADO PALESTINO, UN DERECHO.

 

     Cuando el pasado 23 de septiembre Mahmud Abbas solicitaba ante la Asamblea General de la ONU el ingreso de Palestina como Estado de pleno derecho, daba un paso adelante, decidido y valiente en defensa de una causa justa, instando, una vez más, a la conciencia de la comunidad internacional para que se implique en la búsqueda de una solución definitiva para la tragedia del pueblo palestino.

     La Autoridad Nacional Palestina (ANP) tomaba la iniciativa política ante tantos años de desesperanza y frustración, con un proceso de paz con Israel en estado agónico y tras constatar la decepcionante actitud de Obama y los EE.UU., incapaces de presionar de forma decidida al gobierno derechista israelí de Netanyahu para que se comprometa en unas negociaciones que culminen con un acuerdo definitivo de paz con arreglo al principio de “dos pueblos, dos Estados”.

     La situación actual no anima al optimismo: tras los frustrados Acuerdos de Oslo (2000) y el estancamiento de la Hoja de Ruta impulsado por los EE.UU. durante los últimos años, el desencanto la población civil palestina ha producido un auge del fundamentalismo islamista,  la ciudadanía israelí continúa obsesionada con la seguridad y el terrorismo, y los políticos siguen reacios de afrontar con valentía concesiones mutuas sobre las que cimentar una paz justa. Es por ello que,  en este difícil contexto, bueno sería también tener presente  las propuestas del casi olvidado Acuerdo de Ginebra de diciembre de 2003. Este, pese a no tener carácter oficial, fue firmado por un grupo de intelectuales y políticos tanto israelíes como palestinos y al cual se llegó tras más de dos años de discretas negociaciones entre ambas partes, lideradas por Yossi Beilin, dirigente del partido de la izquierda pacifista israelí Meretz-Yachad,  y el político palestino Yasser Abed Rabbo, ex ministro de Información de la ANP. En la práctica, el Acuerdo de Ginebra, apoyado por el Cuarteto negociador (EE.UU., Rusia, la ONU y la Unión Europea), supone un plan alternativo al proceso de paz en Oriente Medio, más avanzado y con mayor concreción que la Hoja de Ruta. Sin embargo, los Acuerdos de Ginebra no han sido respaldados por el Gobierno de Israel ni por el Consejo Legislativo palestino y, no obstante, reconoce la creación del Estado Palestino, así como ideas de interés en temas tan espinosos como la división de Jerusalem,  el regreso de los refugiados o el desmantelamiento de los asentamientos judíos.

     De entrada, el Preámbulo del Acuerdo de Ginebra supone toda una declaración de intenciones, al afirmar que el objetivo del mismo es “poner fin a décadas de confrontación y conflicto y de vivir en pacífica coexistencia, dignidad mutua y seguridad basada en una paz justa, duradera y absoluta y logrando una reconciliación histórica”. Consecuentemente, se afirma “el reconocimiento del derecho del pueblo judío y del pueblo palestino a tener su propio Estado” con arreglo a las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU), reconociéndose ambos el derecho a “una existencia pacífica y segura dentro de fronteras reconocidas”, estableciendo unas relaciones basadas en la cooperación para así “contribuir al bienestar de sus pueblos”, todo lo cual supondría una reconciliación histórica palestino-israelí, primer paso  para alcanzar una paz que contribuya a la estabilidad, seguridad  y desarrollo de Oriente Medio.

En primer lugar, con arreglo al principio “paz por territorios”, Israel reconocía la creación de un Estado Palestino (art. 2º) lo cual suponía el establecimiento inmediato de relaciones diplomáticas entre ambos y el intercambio de embajadores, relaciones que estarán basadas en la Carta de las Naciones Unidas. Por lo que se refiere al territorio del Estado Palestino (art. 4º), éste quedaba fijado con arreglo a las fronteras de 1967 asumiendo Israel el compromiso de devolver el 97,5 % de los territorios ocupados en 1967, desmantelar todos los asentamientos de Cisjordania (en Gaza ya lo hizo en 2005), y que el monte del Templo y la explanada de las mezquitas quedasen bajo soberanía palestina. También se acepta la división de Jerusalem, la cual pasaría a convertirse en la capital de los dos estados tal y como se señala en el art. 6.2 (“Las partes tendrán sus respectivas capitales, que reconocerán recíprocamente, en áreas de Jerusalem que estén bajo su soberanía”). A cambio, Palestina reconocería la existencia del Estado de Israel, lo cual, todavía, no ha hecho de forma oficial.

     Los 17 artículos del Acuerdo de Ginebra, aunque mejorables en diversos aspectos, suponen una aproximación a una solución política del conflicto puesto que ofrecen una fórmula global para lograr la ansiada paz y, por ello, tal vez fuera necesario retomar en el momento actual sus planteamientos esenciales. La situación es difícil, los programas maximalistas, imposibles. Como en su día señaló Shlomo Ben-Ami, “la cuestión no es  buscar el mejor acuerdo posible, sino el más cercano a la mejor solución”.  El reconocimiento del Estado Palestino es un derecho irrenunciable, al igual que lo es el derecho a la existencia de Israel que, necesita de la paz para evitar que la derecha ultranacionalista  judía no siga avanzando con su mensaje de odio y rencor, un mensaje que en nada se diferencia del que difunde el fundamentalismo islamista radical. Como señalaba Sheva Friedman, secretaria general de la Unión Mundial Meretz, el apoyo al Acuerdo de Ginebra, “es la esperanza para la continuidad de la existencia de Israel  como un Estado libre, democrático y seguro para sus ciudadanos”. Por ello es tan importante no dar pretextos a los extremistas de ambos bandos y consolidar las debilitadas fuerzas de los partidarios de las vías pacíficas y democráticas, tanto palestinos como israelíes, el único camino para acabar con décadas de enfrentamiento sangriento en esta tierra milenaria y sagrada.

      La tenue esperanza de paz que las propuestas recogidas en los Acuerdos de Ginebra ofrecen, sólo pueden ser viables a medio plazo si los políticos israelíes y palestinos asumen compromisos y renuncias mutuas, si la sociedad civil deja oír su voz y si el Cuarteto desarrolla una auténtica labor de mediación y apoyo. Sólo así, mediante una solución justa del eterno conflicto palestino-israelí se zanjaría esta grave línea de fractura que ha tenido, y tiene, tan negativas consecuencias para la estabilidad de Oriente Medio y también para el respeto a  los derechos humanos y a la legalidad internacional.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en: Diario de Teruel, 24 octubre 2011)

INTELECTUALES ISRAELÍES A FAVOR DE UN ESTADO PALESTINO

INTELECTUALES ISRAELÍES A FAVOR DE UN ESTADO PALESTINO

     

     En el siempre convulso y agitado Oriente Medio, con una preocupante escalada represiva en la Siria de Bashar al-Assad, un conflicto palestino-israelí enquistado y con el proceso de paz embarrancado, una noticia ocurrida hace unos días pasó un tanto desapercibida en los medios de comunicación occidentales. El pasado 20 de abril, coincidiendo con la pascua judía (Pesaj), un grupo de intelectuales, artistas y académicos vinculados a la izquierda israelí, firmaron un Manifiesto a favor del reconocimiento del Estado Palestino con arreglo a las fronteras previas a 1967, esto es, la posición defendida por la comunidad internacional, basado en la solución “Dos pueblos, dos Estados” destinado a acabar con lo que definieron como “inmovilismo” del actual gobierno derechista de Binyamin Netanyahu y que suponga el primer paso para el logro definitivo de una paz estable y justa entre Palestina e Israel.

     El referido Manifiesto, ha sido firmado por destacados miembros de la intelectualidad vinculados a la izquierda pacifista israelí como la exministra Shulamit Aloni, el cineasta Ari Folman, el periodista Sefi Rachlevsky, el dramaturgo Joshua Sobol, Yehuda Bauer, profesor emérito de Historia y Estudios sobre el Holocausto de la Universidad Hebrea de Jerusalem o Avishai Margalit, profesor de la Universidad de Princeton, entre otros. Tal y como se recoge en su texto, supone “un llamamiento a todos los que buscan la paz y la libertad para todos los pueblos para que apoyen la declaración de un Estado palestino, y actúen de una manera que aliente a los ciudadanos de los dos estados  y mantener relaciones pacíficas dentro de las fronteras de 1967”, exigiendo igualmente “el  fin total de la ocupación” israelí de Cisjordania y Jerusalem este como “condición previa fundamental para la liberación de los dos pueblos”. Este Manifiesto, además de su significado político,  tiene un profundo contenido ético al señalar que “la independencia de ambos estados los fortalece mutuamente”  y ello es “una necesidad moral y existencial y la base para la posibilidad de unas buenas relaciones de vecindad”.  De este modo, el Manifiesto pretende iniciar un proceso en la sociedad israelí a favor de la reactivación del proceso de paz y que, por ello, supone una alternativa a la actual parálisis política del gobierno de Netanyahu-Lieberman cada vez más escorado a la derecha.

     Cuando dicho Manifiesto fue leído en público el 21 de abril  a las puertas del Independence Hall de Tel Aviv, lugar cargado de simbolismo puesto que fue allí donde David Ben Gurión había proclamado el 14 de mayo de 1948 la independencia del Estado de Israel, tan emotivo acto fue boicoteado por militantes de la ultraderecha judía. Lamentablemente, cuando Hanna Maron, “la gran dama del teatro israelí”, de 87 años intentaba leer el manifiesto, quedó patente el desgarro que la cuestión de la declaración del Estado palestino supone en la sociedad israelí, entre la derecha nacionalista y la izquierda pacifista. Muy triste tuvo que resultarle a Hanna Maron, que, ante los insultos de que era objeto por parte de los ultras que la increpaban, no pudiese leer libremente el texto del Manifiesto, de este apuesta decidida por la paz y la reconciliación, lo cual tenía especial valor en su caso puesto que la artista israelí perdió en 1970 una pierna como consecuencia de un atentado palestino, y sin embargo, nunca cayó en las siniestras redes del odio y del rencor y siguió buscando esa paz necesaria, esa “paz de los valientes”, en expresión del asesinado Itzjak Rabin.

     Pese a estos penosos incidentes, el Manifiesto tiene una profunda significación política como alternativa a la paralización deliberada del proceso de paz por parte de la derecha israelí en el poder. De hecho, Sefi Rachlevsky, uno de sus promotores, ha llegado a acusar a la política de Netanyahu de “causar daños a la democracia y a los derechos civiles” a la cual no duda en calificar de “catástrofe moral” puesto que, al negar los derechos legítimos del pueblo palestino,  está llevando a Israel a un cada vez mayor aislamiento internacional que puede convertirle “en una especie de Sudáfrica”… en tiempos del apartheid.

     Por su parte, mientras el Gobierno de Israel criticaba el Manifiesto de los intelectuales israelíes, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) emitió un comunicado en el que reconocía que “se trata de una valiente iniciativa política que contribuye de forma decisiva  a reavivar las esperanzas de paz que los sucesivos gobiernos israelíes dispersaron”.

     En consecuencia, este Manifiesto insta a reactivar la agencia negociadora y la posibilidad real de que en el próximo mes de septiembre la Autoridad Nacional Palestina (ANP) firme un tratado de paz con Israel como paso previo a la creación del Estado Palestino bajo varias premisas: el cese de la construcción de asentamientos judíos, solucionar la cuestión de los refugiados palestinos, reconocimiento de un Estatuto para Jerusalem como futura capital de ambos estados, aceptación de las fronteras previas a la guerra de 1967 y medidas de seguridad que garanticen tanto la soberanía palestina como la seguridad de Israel frente a todo tipo de ataques terroristas, lo cual supone el control efectivo de la ANP sobre Gaza. De no lograrse este tratado, la ANP, una vez reunidos los apoyos suficientes (a fecha de hoy, 112 países ya han reconocido a Palestina como Estado independiente), planteará ante el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU su reconocimiento como miembro de pleno derecho, una decisión política imprescindible para romper el enmarañado nudo gordiano que atenaza una salida justa al conflicto palestino-israelí.

     Por ello, al margen de las gestiones diplomáticas, en una sociedad tantas veces desencantada de la política, escéptica ante el futuro, resulta esencial el compromiso ético y político de sus ciudadanos, tal y como ha quedado patente con el Manifiesto firmado el 20 de abril por destacados intelectuales israelíes, los cuales, con su mensaje y testimonio personal, pueden ayudar, en estos tiempos inciertos,  a alumbrar esperanzas y alternativas de justicia y futuro para la sociedad en la que les ha tocado vivir.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en Diario de Teruel, 30 abril 2011 y El Periódico de Aragón, 1 mayo 2011)

RABINOS Y DERECHOS HUMANOS

RABINOS Y DERECHOS HUMANOS

 

     Durante el pasado año 2010 hemos constatado el doloroso naufragio (¿definitivo?) del proceso de paz entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Prueba de ello han sido un cúmulo de noticias negativas que han ido arrumbando la tímida esperanza de paz cuya llama parece apagarse por momentos: brutal represión israelí contra la Flotilla de la Libertad que pretendió llegar a la bloqueada Gaza, política de construcciones por parte de Israel en Jerusalem Este tras el fin de la moratoria que, temporalmente las había paralizado, todo ello unido a la creciente derechización del Gobierno y la sociedad israelí, con un Partido Laborista (Avodá) desnortado, con Meretz, el partido de la izquierda pacifista israelí cada vez más débil y con la ausencia de la necesaria presión política y diplomática de los EE.UU. y de Obama para forzar a Israel a asumir con valentía el rumbo hacia la paz justa y definitiva mediante las concesiones políticas y territoriales que ello comporta.

     Por si fuera poco, en fechas recientes, se ha agitado en el siempre convulso Oriente Medio el espectro de los enfrentamientos religiosos como lo prueban los recientes atentados contra las comunidades cristianas de Irak y Egipto. Estos hechos nos plantean el papel ético que debe de tomar la religión, todas las religiones, a la hora de defender la paz y la justicia en estas tierras tantas veces ensangrentadas. Pienso por ello que sería deseable una mayor implicación y compromiso de la Iglesia Católica  para trabajar a favor de la paz y la reconciliación en Eretz Israel, Palestina y el conjunto de Oriente Medio, al igual que, en el ámbito del Islam,  también resulta indispensable que se dejen oír voces en esta misma dirección, que recojan lo mejor de la tradición musulmana y que frenen el creciente radicalismo islamista.

      En este contexto, el mayor compromiso moral a favor de la paz corresponde a la parte más poderosa, al lado israelí, no sólo desde el campo de la política, sino también del religioso. De hecho, en ocasiones, encontramos pequeños gestos, testimonios sencillos, muy minoritarios, pero que nos reavivan de tanto desánimo. Este es el caso de la labor desarrollada por la asociación Rabinos por los Derechos Humanos (Rabbis for Human Rights, RHR, sus siglas en inglés).

      Desde su fundación en 1988, RHR se ha convertido en la voz rabínica de la conciencia de Israel realizando campañas en apoyo de los derechos de las minorías drusas y beduinas existentes en Israel, y sobre todo en apoyo de los atropellos cometidos con la población palestina y los trabajadores extranjeros, promoviendo la igualdad de la mujer y otras actividades diversas, siempre con el objetivo de evitar la violación de los derechos humanos en Israel, denunciando éstos ante los tribunales y la opinión pública y presionando a las autoridades correspondientes para su reparación. De este modo, Rabinos por los Derechos Humanos (RHR), ha asumido un firme compromiso de denuncia de toda injusticia, rechazando cualquier “complicidad silenciosa” con la prepotencia de las autoridades israelíes y sobre todo de grupos ultraderechistas de colonos judíos  para con la población palestina.

     La labor de este grupo de rabinos procedentes de las distintas corrientes del judaísmo (conservadores, reformistas, liberales y restauracionistas), y que no se halla vinculado a ningún partido político, está impulsada por tres principios básicos: las obligaciones religiosas y éticas recogidas en las escrituras sagradas hebreas, su compromiso constitucional con los valores de la democracia y la justicia y, por último, porque, como judíos, saben muy bien lo que significa estar oprimidos a lo largo de la historia.

     Por todo lo dicho, este grupo de rabinos ha denunciado continuamente la construcción del Muro levantado por Israel en Cisjordania, el bloqueo de Gaza, ha promovido junto con otras  organizaciones israelíes y palestinas de Derechos Humanos campañas para suspender la expulsión de palestinos desde Cisjordania a Gaza, o la llevada a cabo junto con el partido Meretz, Voz Judía por la Paz y la Alianza para la Paz en Oriente Medio (ALLMEP) para poner fin a la destrucción por parte de la Administración de Tierras de Israel (ILA) de los poblados beduinos árabes existentes en la región de Neguev, cuyo momento álgido tuvo lugar en la aldea beduina de Al-Arakib, en julio del pasado año. De igual modo, RHR ha tenido una participación decidida en la defensa de las tierras palestinas de Cisjordania frente a las apropiaciones ilegales llevadas a cabo por los colonos judíos ultranacionalistas de los asentamientos allí existentes. En este sentido, el rabino Arik Ascherman, dirigente de los RHR, convertido en escudo humano para proteger a los palestinos, y por ello varias veces detenido y golpeado, fue quien promovió la recuperación de las tierras palestinas de la aldea de Qaryout a través de demandas legales interpuestas ante los tribunales de Israel.

     La labor de RHR le valió la concesión del Premio de la Calidad de Vida en el campo de la mejora del Estado de Derecho y los valores democráticos, la protección de los Derechos Humanos y el fomento de la tolerancia y el respeto mutuo concedido por el Knesset, el Parlamento de Israel en 1993, y el Premio Anual de la Paz concedido en Japón por el Comité del Premio Niwano en reconocimiento a sus esfuerzos para promover la paz en un contexto interreligioso (2006). Como dijo Gunnar Stalsett, obispo luterano emérito de Oslo y Presidente del Comité Niwano en el acto de entrega del citado premio: “los rabinos se las han arreglado para reconstruir los hogares de los palestinos que el ejército israelí destruyó, ayudaron a los palestinos a mantener sus tierras, a recoger la cosecha de aceituna, a plantar, a proporcionarles más de 10.000 árboles para las tierras palestinas, y se han unido a otras organizaciones que se oponen al “Muro de Separación” que expropia tierras palestinas, separa a las personas de sus tierras y divide y rodea las ciudades y pueblos”.

    Ciertamente, los Rabinos por los Derechos Humanos, con su labor y compromiso, son un gesto pequeño, pero que supone un rayo de esperanza para Eretz Israel y para Palestina. Como también tiene que ser esperanzador el compromiso asumido por varios países, entre ellos España, de reconocer oficialmente al Estado Palestino durante el presente 2011, un compromiso que resulta inaplazable después de tantos fracasos y decepciones acumulados a lo largo del nefasto año que acaba de concluir.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en El Periódico de Aragón, 9 enero 2010)