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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

Socialismo

EL LEGADO DE OLOF PALME

EL LEGADO DE OLOF PALME

 

    Hay políticos cuya memoria emerge con fuerza y su legado político trasciende fronteras. Este es el caso de Olof Palme (1927-1986), el carismático político socialdemócrata sueco asesinado el 28 de febrero de 1986, y que sigue siendo un referente y símbolo para quienes seguimos apostando por la utopía del progreso y la justicia social, sin que por ello dejemos de ser conscientes de la realidad dura, tantas veces adversa, que es necesario transformar. Y es que Olof Palme siempre insistía en la necesidad de la utopía en el trabajo político cotidiano para que el reformismo socialdemócrata no se convirtiesen un mero gestor del sistema sin plantearse su transformación.

    Olof Palme ya nos advirtió en su tiempo de algo que resulta muy actual en el momento presente, de que “las fuerzas del mercado dirigirán esta sociedad con mano de hierro”, a no ser que la socialdemocracia practicase lo que él llamaba “una política de bienestar constructiva”, avanzando gradualmente en la extensión  y prestaciones propias del Estado de Bienestar, “porque uno tiene que agarrar la realidad por algún sitio para transformarla”, oponiéndose de este modo con firmeza a cualquier reforma que supusiera un retroceso en los derechos laborales o sociales logrados con tanto esfuerzo.

     El legado del pensamiento político de Olof Palme nos insta a reafirmar los ideales y valores propios de la socialdemocracia clásica: igualdad, justicia social, ideales que deben superara fronteras con arreglo a una permanente solidaridad internacional, todo ello unido a la defensa del medio ambiente y del pacifismo. Por todo ello, era y es, fundamental la cooperación constante entre la socialdemocracia y el movimiento sindical para avanzar no sólo en la política salarial y el diálogo social, sino, también, para dar pasos decididos en la democratización de la vida económica y de las empresas.

     Olof Palme recordaba con especial orgullo que “fue la socialdemocracia, en país tras país, la que tuvo que conquistar los derechos humanos fundamentales y los derechos sindicales en lucha contra las clases dominantes de la sociedad burguesa”, una tarea que hoy resulta más necesaria que nunca mediante la unión o convergencia de todas las fuerzas políticas y movimientos sociales de signo progresista.

     Olof Palme siempre fue un firme defensor del Estado de Bienestar, tan zarandeado por las políticas neoliberales alentadas al socaire de la crisis global y, ya en 1984, advertía de que “los conservadores atacan la idea misma de la sociedad del bienestar, la idea de que la bienestar del individuo depende de la comunidad”, ideas éstas que las políticas conservadoras nunca han terminado de aceptar por motivos ideológicos y políticos, escudándose en una defensa de un liberalismo individualista a ultranza, lo cual les lleva a sacralizar el “mercado” en la misma medida que denostar la intervención reguladora de los poderes públicos en aras a su lucha contra las diferencias sociales y a favor de las políticas de igualdad. Es por ello que Palme incidía tanto en la necesidad de extender el sector público estatal pues lo consideraba esencial para el buen funcionamiento de una economía avanzada y, por ello, por lo que al caso español se refiere, añoramos la existencia, en las circunstancias actuales, de una potente Banca Pública que generase un crédito rápido y barato, la de un sector público industrial y energético, pues todos ellos fueron desmantelados en su día por razones más que cuestionables.

    Dado que el nudo gordiano de la situación actual es la política económica, cuyo enfoque y gestión acertada no sólo nos afecta a nosotros sino también a las generaciones futuras, Palme le recordaba a Felipe González, allá por el año 1985, los objetivos que debía tener una política socialdemócrata avanzada, objetivos de total y absoluta vigencia en los tiempos que vivimos: “una política económica que garantice el crecimiento al mismo tiempo que mantenga el empleo, defendemos las conquistas sociales, profundizamos en la democracia económica y defendemos nuestro medio ambiente”, todo un legado a tener en cuenta para enarbolar con firmeza  ante la actual dictadura de los mercados que imponen sus medidas ante los gobiernos democráticamente elegidos, razón por cual algunos pensadores no dudan en señalar, y razón no les falta,  que estamos sufriendo un auténtico “fascismo económico”, que ha degradado de forma preocupante la calidad democrática de nuestra sociedad, los valores sobre los que se sustenta nuestra democracia representativa. Y, ante esta amenaza real, Palme destacaba la importancia de abrir horizontes de progreso y justicia social, para lo cual, "la condición indispensable para llevar adelante el desarrollo es la existencia de ciudadanos conscientes, críticos y activos” puesto que, “sin esperanza, no hay prisión tan abrumadora como el futuro”.

     Este es el legado que ahora, a los 37 años de su asesinato, nos dejó Olof Palme, un hombre honesto, sencillo y coherente, al que el poder nunca le cambió porque, como él mismo decía, “para que no se le embote a uno la humanidad, es necesario tener el coraje de salir del bunker del Gobierno y, como cualquier persona corriente, irse una tarde al cine, y caminar por la calle encharcada de nieve hacia el Metro”. Y así fue, Palme, Primer Ministro de Suecia, fue asesinado el 28 de febrero de 1986 cuando salía, como un ciudadano más, de un cine de Estocolmo. No llevaba escolta.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en El Periódico de Aragón, 27 febrero 2023)

 

 

 

NICOLÁS REDONDO

NICOLÁS REDONDO

 

     Siempre he considerado a Nicolás Redondo Urbieta, quien fuera secretario general de UGT entre 1973-1994, como un ejemplo de ética, coherencia y compromiso sindical. Es por ello que, ahora, cuando el 16 de junio, cumple sus 95 años, he releído de nuevo el libro escrito por Antonio García Santesmases titulado Nicolás Redondo. Historia, memoria y futuro (1927-2007). Esta obra, que editó la Fundación Francisco Largo Caballero con motivo del 80º cumpleaños del histórico sindicalista, supone un homenaje a Redondo, a quien Cándido Méndez, su sucesor al frente de la UGT, define como una persona “de impecable rectitud, austero, íntegro, firme, coherente en sus convicciones”.

     El libro recoge, a modo de relato biográfico, las conversaciones mantenidas entre García Santesmases y Redondo en torno a cinco etapas de su trayectoria vital. De este modo, se habla sucesivamente de aquel “niño de la guerra”, hijo de los vencidos (su padre, también socialista, sufrió varias condenas por el franquismo); de su condición de socialista vasco; de su labor como reconstructor de la UGT durante la dictadura. Especial interés tiene el capítulo 4º, titulado “Líder de la movilización obrera”, en que se analizan los años del Gobierno de Felipe González, aquellos duros y dolorosos años en que se produjo el desgarro entre el PSOE y la UGT, la ruptura de la familia socialista, enfrentamiento que culminó con la histórica huelga general del 14 de diciembre de 1988. La última parte de la obra alude a la actividad desarrollada por Redondo tras su salida de la secretaría general de la UGT (abril 1994) en la que, como ciudadano comprometido, y pleno de inquietudes, se ha dedicado a analizar el pensamiento socialista, a la relectura continua y actualizada de Prieto y Largo Caballero, y a activo papel en los movimientos cívicos contra ETA y favor de la libertad y la democracia en el País Vasco, compromiso que le obligó a vivir con escolta.

    Son especialmente interesantes las reflexiones de Redondo en torno a la vigencia del pensamiento socialista clásico, sin renuncias, sin adulteraciones neoliberales. Se opone así al sutil calado de las peligrosas ideas social-liberales que priman el mercado sobre el Estado, lo privado sobre lo público, o la empresa sobre el sindicato y los trabajadores. Es por ello que Redondo pretende espolear a la izquierda política para que recupere sus señas de identidad ante la ofensiva de la globalización neoliberal. En este contexto, las ideas de Redondo suponen una reivindicación de la socialdemocracia frente a cualquier pragmatismo o desviación social-liberal. Por ello, es necesario, nos recuerda Redondo, retomar los valores esenciales de la socialdemocracia cuales son: cuestionar el sentido de la propiedad, del modelo de producción y la función del Estado. Hay que priorizar los intereses sociales sobre los económicos y los de los trabajadores sobre las empresas: en definitiva, la defensa permanente de lo sectores más débiles de nuestra sociedad, sin olvidar a la población inmigrante. Redondo es rotundo en este aspecto y por ello reivindica todos los puntos esenciales de la política socialdemócrata, una política que, para lograr la justicia social, debe ser verdaderamente redistributiva. En materia económica debe priorizar el pleno empleo de  calidad, con derechos y respetuoso con el medio ambiente; debería haberse mantenido un sector público empresarial estratégico, hoy lamentablemente desmantelado en España; incentivar una inversión pública adecuada, así como una política fiscal progresista basada en la imposición directa, no en la indirecta y, desde luego, contraria a la reducción de impuestos, lo cual está generando en la actualidad lo que Redondo denominaba un “desarme fiscal generalizado”.

   Finalmente, otros puntos esenciales de la política socialdemócrata serían la existencia de una protección social avanzada que garantice un sistema público de pensiones suficiente, así como la cobertura para las personas dependientes, puntos éstos en los que el Gobierno Zapatero logró importantes avances. Finalmente, frente a las tentaciones privatizadoras y la presión de la derecha, la socialdemocracia debe mantener siempre un sistema educativo y una sanidad públicos, gratuitos y de calidad.

    Redondo, sensible a los cambios actuales, analiza también la globalización, a la cual considera como un hecho irreversible, pero a la cual hay que darle un sentido social para que se convierta en “un instrumento al servicio del bien público y del interés general de la Humanidad”. De este modo, el reto es convertir a la globalización liberal, la de los egoísmos financieros y empresariales, en una nueva globalización de la solidaridad y de la justicia social y, para ello, la socialdemocracia debe retomar sus principios internacionalistas.

   Esta es la tarea presente y futura de la socialdemocracia ya que, como afirma Redondo, “para cambiar el mundo es absolutamente necesario el socialismo” pues su tarea esencial sigue siendo loa defensa de los marginados, de los más pobres, de la clase trabajadora.

    Este libro nos presenta a un Nicolás Redondo coherente y lúcido que, a sus 95 años, mantiene sus convicciones con la misma constancia y tenacidad de siempre y, por ello, sigue siendo un referente válido para los sectores progresistas de nuestra sociedad.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 16 junio 2022)

LA FISCALIDAD PROGRESIVA

LA FISCALIDAD PROGRESIVA

 

     Una vez más, la derecha política y económica enarbola la bandera de la bajada de impuestos como solución milagrosa para hacer frente a los efectos de la actual crisis económica causada por la pandemia del Covid-19.

    No es casualidad que el subconsciente de la derecha asuma como propias las ideas del economista Friedrich von Hayek, uno de los grandes teóricos del conservadurismo moderno y padre del neoliberalismo, que era contrario a cualquier intervención del Estado en la economía (desde la planificación estatal comunista hasta la progresividad fiscal socialdemócrata), que sacralizaba las supuestas “virtudes” del neoliberalismo (libre mercado y libertad de contratación y despido), que pensaba que éste debía de eliminar “ciertos instintos naturales” como la solidaridad y las políticas sociales a favor de los desfavorecidos, dejando a éstos abandonados a su suerte. Por ello, la derecha política se encrespa cuando, desde posiciones progresistas, se plantea el aumento del gasto social, la subida de los impuestos directos y la regulación de los mercados económico-financieros.

    Frente a las posiciones insolidarias de la derecha en la que se enrocan los fervorosos seguidores del neoliberalismo, el camino debe ser bien distinto y debe pasar por la aplicación efectiva de políticas valientes de marcado signo social y, por ello, la progresividad fiscal resulta esencial. En este sentido, el ejemplo histórico que la socialdemocracia sueca nos ofrece puede ser de interés.

     El Partido Socialdemócrata Sueco (SAP), fundado en 1889, entró por vez primera en el gobierno en el año 1932, cuando los efectos de la crisis económica de 1929 se hacían sentir con toda su crudeza en buena parte del mundo capitalista. Pese a ello, realizó una buena gestión en tan adversa coyuntura y su política social hizo que se estableciesen en Suecia por vez primera las pensiones de vejez, los subsidios para los alquileres o las vacaciones pagadas para los obreros. En consecuencia, el SAP, tras lograr en 1936 una rotunda victoria electoral, se iniciaron varias décadas de gobiernos socialdemócratas en el país nórdico, fruto de los cuales se consolidó una sociedad de bienestar avanzada, progresista, regida por valores de justicia social y la solidaridad internacional.

     El modelo social sueco surgió de un amplio acuerdo de concertación social conocido como la Convención de Saltsjöbaden (20 diciembre 1938), sobre el cual se cimentó la llamada “paz social continua” con objeto de impulsar de forma permanente el desarrollo económico y la calidad de vida de los trabajadores, cuyos resultados han sido, a lo largo de los años, excelentes. Había surgido así la sociedad mixta sueca, en la cual la economía de mercado y la intervención de la política socialdemócrata en la economía se repartían las tareas. De este modo, mientras el SAP aceptaba a las empresas privadas como elemento esencial de la producción (aunque debían de pagar un impuesto sobre los beneficios del orden del 50 %), el Estado asumía el deber de contribuir a la regulación de las actividades económicas asegurando el pleno empleo, las inversiones en regiones desfavorecidas, el apoyo a industrias en dificultades, la reestructuración del sector industrial y el desarrollo de una legislación laboral avanzada y progresista.

    Una pieza clave del modelo socialdemócrata sueco ha sido siempre la progresividad fiscal como elemento redistributivo de la riqueza. De hecho, el SAP, desde su fundación, siempre defendió la supresión de los impuestos indirectos y la sustitución de éstos por una tributación directa y progresiva que gravase tanto las rentas como las grandes fortunas. Por ello, tras un período en el cual el SAP optó por una política de nacionalizaciones (1944-1947), se retomó con fuerza la idea de la progresividad fiscal, pues era esencial que las riquezas generadas por la economía capitalista, fuesen repartidas de la forma más equitativa por la vía tributaria, junto a la llamada “política salarial solidaria” que suponía la completa igualdad de salarios entre hombres y mujeres (en vigor desde 1960) y la gradual reducción de las diferencias entre los sueldos altos y bajos de los trabajadores suecos.

     Por todo lo dicho, el defender la progresividad fiscal en la política española supone no sólo un acto de justicia social sino, también, reafirmar una seña de identidad esencial del modelo económico socialdemócrata, artífice del Estado de Bienestar en los países más avanzados del mundo occidental.

     Para finalizar, quiero recordar unas palabras del gran estadista y dirigente histórico del SAP que fue Olof Palme, el cual señalaba los objetivos que deben orientar la política económica de los partidos socialistas y que son: “garantizar el crecimiento al mismo tiempo que mantenemos el empleo, defendemos las conquistas sociales, profundizamos la democracia económica y defendemos nuestro medio ambiente”. Estas son las ideas esenciales para hacer frente al huracán neoliberal y a ese capitalismo voraz e insaciable que nos acosa.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 27 mayo 2022)

 

EL LEGADO DE TONY BLAIR

EL LEGADO DE TONY BLAIR

 

      El 7 de junio de 2001, hace ya 20 años, el Nuevo Laborismo de Tony Blair obtuvo una victoria aplastante en las elecciones británicas frente al conservador William Hague. Se iniciaban así los años en los que el blairismo, un intento de “Tercera Vía” entre el capitalismo y el socialismo clásico, rigió la política de la Gran Bretaña y tuvo una clara impronta en otros partidos socialistas y socialdemócratas, como fue el caso del PSOE o del SPD alemán.

     El historiador Tony Judt, muy crítico con lo que supuso el blairismo, afirma en su libro Sobre el olvidado siglo XX, que la victoria del político británico en las urnas fue posible gracias a la “triple herencia” recibida de los anteriores y nefastos mandatos de Margaret Thatcher, ya que ésta “normalizó el desmantelamiento radical del sector público en la industria y los servicios”, política de la cual Blair cantó “entusiásticas loas”. Además, Thatcher consiguió destruir (políticamente) el antiguo Partido Laborista, facilitando así la tarea de los que luchaban por reformarlo y hacerlo virar hacia el centro, tal y como hizo acto seguido Blair y, finalmente, la “aspereza e intolerancia” de Thatcher  con los críticos de su propio Partido Conservador, dejando a este “en unas condiciones que no le hacen elegible” y ello allanó la rotunda victoria electoral laborista en 2001.

     Dicho esto, Judt reprochaba a Blair su falta de “autenticidad”, algo que consideraba “irritante” y que quedaba de manifiesto en su falta de oposición a las privatizaciones “porque le gustan los ricos”, algo que sería inaceptable en la ideología del laborismo clásico. Era pues evidente el contraste entre las políticas de Blair y el “Viejo Laborismo”, representante de la clase trabajadora, de los sindicatos, la propiedad estatal y las ideas socialistas.

      Blair optó por apoyar su política en las ideas expuestas por Anthony Giddens en su “Tercera Vía”, la cual suponía “un compromiso cuidadosamente elaborado entre la iniciativa privada angloestadounidense y la compasión social de estilo continental”, dejando patente la obsesión de Blair por llevar a cabo un pragmatismo que fusiona el sector público y el beneficio privado. Es por ello que impulsó lo que ha dado en llamarse una “sociedad pospolítica” o “posideológica”, que es aquella que rechaza los debates doctrinales, que sólo quiere lo que funciona y en la que han desaparecido las distinciones entre izquierda/derecha o entre Estado/mercado. Por todo ello, Judt no dudó en reconocer que tenía una “baja valoración” de Blair y de su “legado”.

     Blair defendía el “centrismo radical” dado que su política se basaba, en palabras de nuevo de Judt, en “el exitoso desplazamiento” de la antigua izquierda laborista “por lo que podría denominarse el centro bien-sentant, en el que una economía thatcherista retocada se combina con unos ajustes sociales apropiadamente bienintencionados, tomados de la tradición liberal”, una solución “tentadora”, pero errónea desde posiciones de una izquierda consecuente.

     Así las cosas, las críticas hacia el blairismo no se hicieron esperar. Un ejemplo de las posiciones de la izquierda británica era, y es, el cineasta Ken Loach, el cual denunciaba las políticas llevadas a cabo por el Nuevo Laborismo en contraste con la tradición histórica del laborismo clásico. De este modo, en su película “El espíritu del 45” destacaba lo que supuso, tras el fin de la II Guerra Mundial, la victoria del laborista Clement Attlee sobre el conservador Winston Churchill, tras la cual “se inició una transformación del país, física y psicológicamente, que devolvió a los ciudadanos el timón de sus vidas” y ejemplo de ello fueron la creación del Servicio Nacional de Salud, la colocación de los cimientos del Estado de Bienestar, la nacionalización del transporte, el gas, los muelles, la electricidad o el agua, así como la puesta en marcha de un ambicioso Plan de Vivienda. Pero, todo ello se truncó con el triunfo electoral de Margaret Thatcher en 1979 y, a partir de entonces, su agresivo neoliberalismo hizo que el sector público pasase otra vez a manos privadas, política ésta que continuaría Blair y su “Nuevo Laborismo”. Tal vez por ello, Ken Loach, ya en 2013, clamaba que en Gran Bretaña “necesitamos desesperadamente un partido de izquierdas”.

    Tras Blair, y el período de Jeremy Corbyn, que intentó retomar las posiciones clásicas del laborismo de izquierdas, su actual líder, Keir Starmer, parece querer retornar a la línea centrista que caracterizó al blairismo con el riesgo cierto de cometer los mismos errores políticos que caracterizaron a éste. De todo ello debería tomar buena nota la izquierda europea y, de forma especial Pedro Sánchez, investido con su hiperliderazgo como abanderado de la socialdemocracia, para evitar caer, como ya hizo el PSOE en el pasado, en las redes de un social-liberalismo, tal y como le ocurrió a Tony Blair y su desacreditada “Tercera Vía”, si realmente quiere ser fiel a los valores e ideales del socialismo democrático de Pablo Iglesias.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 12 de noviembre de 2021)

 

LA CRISIS DE LA SOCIALDEMOCRACIA

LA CRISIS DE LA SOCIALDEMOCRACIA

 

     En abril de 1915, hace ahora un siglo exacto, Rosa Luxemburgo, una de las más importantes e influyentes teóricas marxistas del movimiento obrero contemporáneo, militante activa del ala izquierda del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), estando presa en la Prisión Real para Mujeres de Berlín, empezó a escribir un libro de gran influencia en el socialismo internacionalista: La crisis de la socialdemocracia. En el mismo, como señalaba Ernest Mandel, la autora, expresaba “el sentimiento de rebeldía que había provocado en todos lo socialistas internacionalistas y revolucionarios el estallido de la primera guerra mundial y la cobarde capitulación de los jefes socialdemócratas ante su propia burguesía capitalista”. En efecto, Rosa, con un texto de rasgos duros y certeros, lleno de intensidad y convicción política,  lanzó un contundente alegato no sólo contra la guerra, ese “gigantesco asesinato metódico y organizado”, sino también  contra la traición de los 110 diputados del SPD que, liderados por Ebert y Scheideman, votaron  el 4 de agosto de 1914 en el Reichtag a favor de los créditos de guerra y de este modo apoyaron,  con delirio nacionalista, la participación de Alemania en la vorágine de una guerra que asoló Europa.

     La lectura de La crisis de la socialdemocracia resulta muy recomendable  ya que, si por aquel entonces los partidos socialdemócratas renegaron de sus ideales pacifistas y apoyaron una guerra brutal, ahora esos mismos partidos, no sólo han claudicado ante el embate neoliberal sino que, en demasiadas ocasiones, han asumido algunos de sus postulados político-económicos. De este modo, la crisis global no sólo ha acabado con logros sociales y económicos trabajosamente conseguidos sino que ha puesto de manifiesto la inoperancia de la socialdemocracia y, especialmente de lo que se llamó Tercera Vía, esa teoría ideada por Anthony Giddens, ese “marketing” político que intentaba convertir a la socialdemocracia en una ideología descafeinada, en un “socialiberalismo” y que tuvo, como fieles seguidores a Tony Blair y su New Laborism, sin olvidar el pragmatismo y su renuncia al marxismo de Felipe González, a las políticas de Schröeder en Alemania, de Zapatero en España o de Manuel Valls en Francia. Los efectos de este “giro al centro” saltan a la vista y, como señalaba Andrea Rizzi, los partidos socialdemócratas están siendo laminados en toda Europa no sólo por su nefasta gestión de la crisis económica sino, también, por la escasa credibilidad de sus propuestas políticas.

     Si en 1915 Rosa Luxemburgo criticaba la inoperancia de la II Internacional para impedir el estallido bélico en Europa, constatamos ahora la absoluta ineficacia de la Internacional Socialista para frenar primero y presentar, después, un programa coherente, sólido y efectivo que hiciera frente a la devastación neoliberal, al deterioro de nuestro Estado de Bienestar, a la pérdida de derechos sociales y laborales, a la degradación de nuestra democracia.

     Rosa, tras romper más tarde con el SPD fundó junto con Karl Liebknecht   la Liga Espartaquista (1916) y  más tarde, el Partido Comunista Alemán (KPD): ambos pagaron con su vida su coherencia política y fueron asesinados en enero de 1919 por  los grupos paramilitares de la extrema derecha alemana. La incoherencia de la socialdemocracia propició la escisión comunista en el movimiento obrero internacional y ahora, tras unos años florecientes en los que los partidos socialdemócratas fueron artífices de la construcción del Estado de Bienestar en Europa, pueden convertirse en una fuerza marginal si no retoman, de forma inmediata, sus principios, su coherencia ideológica y su firmeza como fuerza progresista transformadora. De lo contrario, como advertía Rosa, la socialdemocracia desaparecerá (recordemos los casos de Italia o Grecia) “para dejar lugar a los hombres que estén a la altura de un nuevo mundo”. Y es que, en las circunstancias actuales, ante la desafección que producen los partidos socialdemócratas en Europa, era lógico que surgiesen nuevos movimientos políticos y sociales a su izquierda  los cuales, ante la  emergencia social debida a la involución y sufrimiento causado por las políticas de la derecha, ha hecho que algunos autores, como Antonio Méndez Rubio,  aludan a la existencia, en la práctica, de un “fascismo de baja intensidad”. Por ello,  debería de exigírseles, por responsabilidad histórica, que optasen por la convergencia política, por las candidaturas unitarias, por tender, desde la izquierda, todos los puentes de entendimiento que sean precisos. Recordando a Rosa cuando aludía el capitalismo como  ese “mordisco de la fiera  mortal” y de “aliento fétido”, esa misma imagen sería aplicable al neoliberalismo capitalista, salvaje y desregulado que se ha hecho dueño de nuestras vidas y haciendas, que impone sus intereses por encima de las instituciones democráticamente elegidas y ello exige unir fuerzas contra semejante fiera.

     La socialdemocracia todavía tiene una oportunidad si, como nos recordaba Cándido Marquesán, es capaz de  analizar el esfuerzo emancipador y de renovación ideológica del llamado Socialismo del siglo XXI que ha arraigado con fuerza en América Latina. Y, además de valorarlo, dejando atrás anacrónicos europocentrismos, sea capaz de extraer conclusiones prácticas de las políticas llevadas a cabo, por ejemplo, en Bolivia o Ecuador y, sobre todo, de aplicarlas. Tal vez así, la socialdemocracia vuelva a ser, como líricamente decía Rosa Luxemburgo hace ahora 100 años, esa firme “roca en medio del bramido del mar”, ese “gran faro” del socialismo internacional que nunca debió dejar de ser. De lo contrario, le espera un sombrío futuro con el riesgo cierto de convertirse en una fuerza política irrelevante, de desaparecer como motor de cambio y de justicia social.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 12 abril 2015)

 

 

UNA CONFERENCIA DE JUAN NEGRÍN

UNA CONFERENCIA DE JUAN NEGRÍN

 

     El domingo 1 de diciembre de 1929 la Casa del Pueblo de Madrid se hallaba abarrotada para escuchar la conferencia que, con el título de “La ciencia y el socialismo”, iba a pronunciar Juan Negrín López, un prestigioso médico e investigador científico que poco antes se había afiliado al PSOE. Releyendo su texto y el eco que tuvo en la prensa de la época, ahora que el PSOE se halla en una encrucijada histórica, se nos ofrece algunas reflexiones de interés, significativos paralelismos y contrastes con la situación presente.

     En primer lugar, la figura del conferenciante, de Negrín, el cual, tras décadas de oprobios e infundios, ha ido recuperando la talla histórica que merece como estadista y como una de las figuras más relevantes del socialismo español. Negrín,, tras realizar brillantes estudios de medicina en Alemania, Harvard y Nueva York, era catedrático de Fisiología en la Universidad Central de Madrid en donde formó a futuros investigadores como Grande Covián o Severo Ochoa y, pese a su gran prestigio, abandonó sus actividades investigadoras para dar el paso a la política. Ello, en estas fechas en que lamentamos la pérdida de José Luis Sampedro, nos recuerda la importancia que siempre ha tenido, y sigue teniendo, el compromiso de los intelectuales con la realidad política y social, de su intento por transformarla desde los valores de la ética y la justicia. Por ello, el PSOE, un partido de extracción obrera, recibía con entusiasmo la adhesión a sus filas de intelectuales de prestigio, esos intelectuales que, como señalaba Negrín, sienten el deber de “decir algo interesante y transmitirlo”.

     En segundo lugar, el momento en que tuvo lugar, esto es, en la fase terminal de la dictadura del general Primo de Rivera, con un enorme descrédito de la monarquía de Alfonso XIII, proceso que traería poco después el esperanzador alborear de la II República el 14 de abril de 1931. Entonces, como ahora, los errores, torpezas y anacronismos de la monarquía, abrían el camino a la democracia republicana y por ello el PSOE, por encima de accidentalismos, debía de actuar como lo que es en esencia, como un partido “exclusivamente republicano”, ideal que, en la España actual, está recuperando afortunadamente el partido fundado por Pablo Iglesias.

     La conferencia de Negrín se inicia  exponiendo las razones que le indujeron a ser socialista a partir de sus convicciones profundamente republicanas pero, como señalaba seguidamente, “ser solamente republicano en nuestro país es no ser nada. Libertad política sin fundamento económico no sirve de nada”. Consecuentemente, dio el paso hacia el socialismo pues, al margen de la democracia formal, lo esencial, ayer como hoy, es el logro de derechos sociales y económicos para los sectores más desfavorecidos, algo que hoy en día tiene un especial significado ahora que  nuestra sociedad está azotada por el drama del desempleo, los desahucios y la pérdida de derechos laborales y sociales.

     Otro de los puntos interesantes de la conferencia hacía referencia a los ideales internacionalistas del socialismo. En estos tiempos de globalización neoliberal, es cuando más necesario resulta reafirmar la utopía internacionalista tanto en cuanto significa la universalización de los valores de la libertad, la justicia social y la solidaridad, una globalización imprescindible en esta época convulsa en que vivimos. Como señalaba Negrín, el ser internacionalista, no era sinónimo de ser “antipatriota”, pero ello no le exime de criticar con dureza todo tipo de nacionalismo excluyente, pues el socialismo no puede “compartir ni siquiera de lejos, el patriotismo agresivo, burdo, intolerante que cultivan los nacionalistas” y se pregunta en voz alta: “Cómo no hemos de poner el interés general de la Humanidad por encima del interés particular de la nación?”. Estas afirmaciones, desde la perspectiva actual, suponen un rechazo tanto al nacionalismo rancio y centralizador de la derecha españolista, ahora alentado de nuevo por las políticas del Partido Popular, como también, una firme oposición al espíritu insolidario y excluyente que anima a los nacionalismos periféricos. Por ello, Negrín no comprendería la excesiva deriva nacionalista de partidos nominalmente socialistas y en este sentido, un ejemplo serían las dos almas que pugnan dentro del PSC para marcar su rumbo futuro.

    Para cambiar las cosas, Negrín recordaba que hay que implicarse, que no debemos desentendernos como ciudadanos de la política. Por esta razón, rechazaba el apoliticismo, la actitud de quienes se inhiben de la realidad y de los problemas de su tiempo (bien fuera la crisis de la monarquía en 1929, o de la crisis global, ahora), puesto que los apolíticos eran, a fin de cuentas, “conformistas” que, como apuntaba Negrín, en momentos históricos cruciales, “es lo peor que se puede ser”. Y, poniendo el ejemplo español, donde la política había sido tradicionalmente patrimonio de los caciques, de las oligarquías políticas y económicas que monopolizaban el poder, como ahora lo hace una clase política demasiado alejada del sentir y de los sufrimientos de la ciudadanía, la participación política era una herramienta de cambio tanto en cuanto debe servir para canalizar la indignación y la rebeldía social. Y ya para terminar, ahora que tanto se habla de la crisis de confianza política, Negrín afirmaba de manera premonitoria que, “en estos momentos en que tanto se detesta la política, achacándole todos los males que aquejan al país”,  España había “enfermado” y, como buen médico, nos ofrecía su particular diagnóstico: “no es a causa del exceso de actuación política de sus habitantes sino por todo lo contrario. La mala política fue posible porque el pueblo vivió alejado de la lucha, porque no se le consintió intervenir en la actividad política”. Por ello, el compromiso cívico y el impulso de la democracia participativa son los instrumentos de un cambio social que, como nos recordaba Juan Negrín, era tan imprescindible en 1929 como lo es, también,  ahora.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 28 abril 2013)

 

WILLY BRANDT Y SU CENTENARIO

WILLY BRANDT Y SU CENTENARIO

 

     En este año que ahora comienza, se cumple el centenario del nacimiento de Herbert Kart Frahm, más conocido como Willy Brandt (1913-1992), uno de los políticos más destacados de la Europa del s. XX y un referente, junto con Olor Palme, Bruno Kreisky o François Mitterrand, de la socialdemocracia moderna, y que tanto influyó en Felipe González y en el PSOE durante los decisivos años de la transición democrática española.

    Willy Brandt, afiliado al ala izquierda de  las Juventudes del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en 1929, abandonó éste partido unos años más tarde para unirse al Partido de los Trabajadores Socialistas de Alemania (SAPD), fundado por socialistas de izquierda que reprochaban al SPD su “reformismo exagerado”, tal y como señalaba Gérard Sandoz.

     Con la llegada del Hitler al poder en 1933, y huyendo de la “peste parda” del nazismo, se exilió en Noruega, momento en el cual tomó el nombre por el cual es universalmente conocido. Allí, fue fundador y secretario de la Oficina Internacional de Organizaciones Juveniles Revolucionarias. Poco después, al estallar nuestra guerra civil, viajó a la España republicana como representante del SAPD y, al igual que el escritor británico George Orwell, estuvo durante una parte de 1937 junto a las milicias del POUM en el frente de Huesca. Sobre esta experiencia en tierras aragonesas, años más tarde Brandt declaró que lo que presenció y vivió cerca de la capital oscense marcaría su vida y le sirvió para reafirmarse en sus ideales socialistas  y en su defensa del pacifismo, como más tarde tuvo ocasión de poner en práctica durante el período de la Guerra Fría y la peligrosa confrontación entre los bloques del Este (comunista) y el Oeste (capitalista) con la amenaza latente del estallido  de una temida III Guerra Mundial con el probable uso del arma nuclear.

     Tras su paso por la España republicana, y el posterior estallido de la II Guerra Mundial, abandonó Noruega (cuya ciudadanía había obtenido) tras la ocupación del país báltico por las tropas nazis y se refugió en la neutral Suecia. Concluida la contienda, regresó a su Alemania natal y se reincorporó a las filas del SPD, partido en el cual desarrolló el resto de su larga e intensa carrera política hasta que un cáncer acabó con su vida en 1992.

   De la trayectoria ideológica de Brandt, como la de otros políticos socialdemócratas, dejando atrás sus radicalismos juveniles, fue evolucionando hacia posiciones más centristas, proceso en el cual resultó decisiva la influencia del socialismo escandinavo. De hecho, la evolución de Brandt es paralela a la que tuvo lugar en las filas del SPD, partido que inició un proceso gradual de desmarxistización a medida que el “milagro alemán” de la postguerra se consolidaba  mediante la implantación de medidas propias del liberalismo económico. A partir de aquí, la carrera política de Brandt fue ascendente: como alcalde de Berlín-Oeste  (1957-1966), tuvo que hacer frente a las consecuencias de la construcción del Muro que en 1961 dividió a la capital germana y que supuso el máximo momento de tensión en las relaciones entre el Este comunista y el Oeste capitalista; más tarde, como ministro de Asuntos Exteriores en la llamada “Gran Coalición” CDU-SPD (1966), evidenció sus mejores dotes políticas impulsando la llamada Ostpolitik (“la política oriental”), la apertura de la República Federal Alemana (RFA) hacia los países del Este, lo cual supuso la normalización de las relaciones con los países comunistas del Pacto de Varsovia, especialmente con la República Democrática Alemana (RDA), así como la firma de los acuerdos fronterizos con Polonia y Checoslovaquia y, en definitiva, el entierro de la Guerra Fría.

     Brandt llegó a canciller de Alemania tras la histórica victoria electoral del SPD en los comicios de 1969, tras lograr la socialdemocracia germana el apoyo de las clases medias, aunque para ello tuvo que renunciar a parte de su identidad marxista y aceptando la hegemonía del pragmatismo político sobre toda preocupación ideológica. Es el ejemplo de la que Sandoz ha dado en llamar “la izquierda respetuosa”, aquella que no cuestiona los cimientos del sistema, aquella cuyo programa reformista socialdemócrata se integraba plenamente en el sistema y que no sólo ha renunciado a sus principios marxistas, sino que ha terminado aceptando los postulados del capitalismo liberal y ahí está la errática senda que seguirían posteriormente Felipe González, el Nuevo Laborismo de Blair, o las Terceras Vías de Schroeder o de Zapatero.

     Pero donde quedó patente la talla de estadista de Brandt es como impulsor de la Ostpolitik y, con ello, de la distensión entre el Este y el Oeste enfrentados durante la Guerra Fría, lo cual le hizo digno merecedor del Premio Nobel de la Paz en 1971. Por ello, es necesario recordar la memoria de Brandt, cuyo legado político, su visión del futuro de Europa,  su influencia en muchos partidos socialdemócratas, entre ellos el PSOE, desde su puesto como presidente de la Internacional Socialista (1976-1992), contrasta con la actual hegemonía conservadora de corte prusiano de la canciller Merkel, incapaz de promover una “Südpolitik”, una política de cooperación solidaria con los países del sur de Europa que, como Grecia, Portugal, España o Italia, están ahogados por la crisis y por  la rigidez de las políticas de austericidio económico impuestas por la canciller germana.

     Por ello, en este año en que se cumple el centenario del nacimiento de Willy Brandt, su recuerdo nos hace pensar en que hoy es más necesario que nunca la aparición de auténticos estadistas de su talla y proyección política y, desde luego, de una nueva socialdemocracia renovada y refundada desde sus cimientos.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 22 febrero 2013)

 

EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI

EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI

 

     En América Latina, durante décadas sometida a sangrientos regímenes dictatoriales y a una voraz explotación económica, se han producido en estos últimos años una serie de interesantes cambios políticos tras el advenimiento en estos países de diversos gobiernos progresistas y de izquierda. Este sería el caso de la llegada al poder de Hugo Chaves (Venezuela, 1999), Lula (Brasil, 2002), Evo Morales (Bolivia, 2005), Rafael Correa (Ecuador, 2006), Fernando Lugo (Paraguay, 2008), José Múgica (Uruguay, 2009) y, también, Ollanta Humala (Perú, 2011). Por esta razón, parece emerger en América Latina movimientos alternativos al capitalismo, un nuevo tipo de socialismo para el siglo XXI, algo especialmente destacable en estos momentos de declive ideológico, social y electoral de la socialdemocracia en Occidente, excepción hecha del esperanzador cambio político ocurrido en Francia tras la victoria del François Hollande.

     El término “socialismo del siglo XXI”, acuñado por Heinz Dieterich Steffan, ha sido popularizado por Hugo Chavez y, desde una perspectiva marxista, pretende construir una sociedad libre de explotación y, frente a los que en Occidente claman por “menos Estado”, eufemismo tras el que enmascaran su deseo de “menos democracia”, el socialismo del siglo XXI  apuesta decididamente por el reforzamiento del poder estatal, democráticamente controlado, como forma de avanzar hacia el desarrollo económico y social de América Latina. Igualmente, fomenta la democracia participativa y las organizaciones de base, el tejido social, aspectos éstos que tanto se socavan en nuestro Occidente, azotados como estamos por las imposiciones del neoliberalismo que nos están conduciendo a una democracia devaluada. En palabras de Chavez, estos movimientos socialistas emergentes deben basarse en “la solidaridad, la fraternidad, el amor a la libertad y en la igualdad”.

     Ciertamente, las experiencias surgidas en estos últimos años en América Latina evidencian que no existe un modelo único para lograr una sociedad democrática, participativa, socialista y sin clases sociales, pero se van abriendo horizontes hacia el ideal de emancipación y justicia social. Tal es así que, tras el estallido de la crisis global en 2007, en todos estos movimientos políticos y sociales latinoamericanos, se produjo un impulso decidido hacia la búsqueda de alternativas al capitalismo, razón por la cual Boaventura de Souza Santos señalaba con acierto que América Latina “ha sido el continente donde el socialismo del siglo XXI entró en la agenda política”. Entre las características de este socialismo emergente, como señalaba David Choquehuanca, ministro de Asuntos Exteriores de Bolivia, frente al capitalismo que prioriza el lucro desmedido y voraz a cualquier precio, estos movimientos alternativos reivindican el concepto indígena del “vivir bien”, entendiendo por ello el cuidado del bien común, la sostenibilidad de la tierra y la salud integral de cada persona.

     El ideario del socialismo del siglo XXI se plantea en tres etapas sucesivas: la transición de la dictadura a la democracia; seguidamente, el paso del colonialismo a la descolonización (fase en la que se han producido sonadas nacionalizaciones para que estos países recuperasen su soberanía económica plena) y, como etapa final, la transición del capitalismo al socialismo, un proceso todavía embrionario y no exento de contradicciones. En esta línea, es donde se sitúa el Socialismo Bolivariano, impulsado por Hugo Chávez en Venezuela y por los países que forman la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA). Pese a los errores propios y las deformaciones interesadas de sus detractores, la Revolución bolivariana se basa en tres principios: la igualdad y dignidad de todas las personas, especialmente las culturas oprimidas; la educación, como palanca de transformación social (algo que debemos recordar con especial énfasis en España donde se están atacando frontalmente los valores y principios de la Educación Pública) y, por último, la necesidad de la unión civil y militar para consolidar este proceso de transformación social y política.

     Es importante destacar también que todos estos movimientos cuentan con el apoyo de los sectores cristianos progresistas vinculados a la teología de la liberación. En este sentido, desde los años 60 del pasado siglo, resulta evidente la participación de los cristianos progresistas en lo que ha dado en llamarse “procesos sociales liberadores”: ahí está el ejemplo de Helder Cámara, Pedro Casaldáliga,  Leonardo Boff, Jon Sobrino, Frei Betto o  los de Ignacio Ellacuría y Oscar Romero, cuyo compromiso social les costó la vida.. Como señalaba el religioso brasileño Marcelo Barros, “en este camino a un nuevo tipo de socialismo”, uno de sus elementos característicos, es la participación de grupos cristianos “comprometidos en la transformación social del mundo” por lo que reivindica un “espiritualidad socialista para el siglo XXI” basada  en ideas de Ellacuría (la defensa del pueblo “crucificado”) y  de Oscar Romero,  que demandaba la necesidad de dignificar la política, (“la gran política”, decía) para dar respuestas clamor de los oprimidos y defender  modelos de producción y consumo más justos y sostenibles.

     De este modo, el Socialismo del siglo XXI emergente y los movimientos cristianos progresistas de América Latina  parecen unir sus fuerzas para hacer realidad el ideal de Simón Bolívar, el cual soñaba con “unir a todos los pueblos de esta inmensa patria grande y poder hacer bien al mundo todo”. Y es que, como recordaba Pedro Casaldáliga, en esta tarea, “somos obreros de la Utopía”.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 13 agosto 2012)