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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

NUEVO LIDERAZGO MUNDIAL

NUEVO LIDERAZGO MUNDIAL

          Cuando el pasado mes de junio se reunió en la ciudad alemana de Heiligendamm el G-8, asistimos a la mayor concentración de poder político y económico de las potencias que rigen nuestro planeta. Allí se trataron temas tan importantes como el comercio mundial, el cambio climático o la ayuda al desarrollo del Tercer Mundo. Ante todas estas cuestiones y por encima de los intereses económicos nacionales, se suscita en la ciudadanía de muchos países, una cuestión capital cual es si el liderazgo ejercido por el G-8 se ajusta a unos objetivos éticos al servicio de la Humanidad en su conjunto. Por ello, resulta muy interesante la lectura del análisis  que, sobre este tema, elaboró Antoni Comín i Oliveres, político catalán y profesor de Ciencias Sociales de la Universidad Ramón Llull, titulado Autoridad mundial. Para un liderazgo planetario legítimo (Barcelona, Cristianisme i Justícia, 2005), al cual nos referiremos seguidamente.Comín, partiendo de lo que supuso la invasión de Irak y la posterior guerra (“ilegal, imperial e inmoral”) que ello suscitó, analiza lo que define como la “deriva imperial del gobierno americano” ante la cual han ido emergiendo nuevos actores políticos y sociales en la escena internacional como la Unión Europea y, también, y ello es lo novedoso, la sociedad civil, los ciudadanos del mundo. De este modo, frente al imperialismo americano, parece estar intentando construirse un incipiente (y alternativo) “liderazgo planetario legítimo” el cual, como apunta Comín, “cumple los principios de justicia política, económica y cultural y que está a la altura de los derechos humanos”.

Acto seguido, Comín plantea cuatro grandes objetivos para este nuevo liderazgo planetario, de los cuales se derivan toda una serie de medidas concretas de sumo interés. En primer lugar, este liderazgo debe de estar al servicio del desarrollo económico de los países en vías de desarrollo para acabar con las brutales desigualdades existentes entre el Norte desarrollado y el Sur, esto es, el Tercer Mundo. Para ello, se apuntan toda una serie de propuestas valientes y progresistas tales como la creación de un Fondo Mundial contra la Pobreza que garantice las cuatro necesidades básicas  (agua potable, alimentación suficiente, sanidad y educación básicas)  para todo el Tercer Mundo y, sobre todo, la condonación de la deuda externa de los países pobres. Igualmente, Comín defiende la democratización de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para favorecer el comercio justo mediante la apertura de los mercados de los países ricos a los productos del Sur, la eliminación de los subsidios agrarios en los países ricos, la democratización del Fondo Monetario Internacional (FMI) y la supresión de los paraísos fiscales. Tampoco olvida el tema de las patentes farmacéuticas para permitir que los países pobres puedan comprar y producir genéricos baratos para combatir el SIDA, la tuberculosis o la malaria.

          En segundo lugar, este nuevo liderazgo mundial debe estar al servicio de la justicia y del diálogo de civilizaciones, siempre en pie de igualdad. Es importante encontrar el difícil equilibrio entre la defensa de la identidad cultural de cada civilización, los derechos humanos y el derecho, también, a no dejarse arrastrar por el huracán de la cultural occidental con lo que ello supone de modelo estandarizado de gustos y de estilos de vida.

          En tercer lugar, este liderazgo debe estar al servicio de la democratización de (todas) las sociedades. No obstante, ello no se logra mediante una imposición exterior, y menos con manu militari, sino que esta expansión de la democracia hay que hacerla “desde la amistad y la cooperación y no desde la arrogancia prepotente del imperialismo”, para lo cual hay que llevar a cabo previamente las reformas antes indicadas en la economía mundial. De lo contrario, repetiríamos fiascos como los ocurridos en Irak. Por todo ello, Comín nos recuerda con todo acierto que “no hay democracia sin clases medias, y no hay clases medias sin desarrollo económico”.

          En cuarto y último lugar, este liderazgo debe estar al servicio de la paz mundial, rechazando todo tipo de “guerras preventivas” dado que “hoy sólo es posible defender la seguridad mundial a base de mayor legitimidad y no de mayor fuerza”. Por ello, propone la reforma y democratización del Consejo de Seguridad de la ONU con la entrada en el mismo de países del Sur como miembros permanentes así, como la potenciación del Tribunal Penal Internacional.

          Como vemos, Comín nos ofrece toda una serie de reflexiones y propuestas para articular lo que ha dado en llamar liderazgo planetario legítimo. Dado que el modelo imperial americano no permite construir un futuro de paz y justicia mundial, este reto debe ser asumido cada vez con mayor firmeza y convicción por otros protagonistas como la ONU, la Unión Europea o una futura Alianza de Civilizaciones. De su acción depende el que  un mundo mejor para toda la Humanidad sea posible, lo cual supone todo un gran reto para este siglo XXI que ahora iniciamos. 

José Ramón Villanueva Herrero

(Diario de Teruel, 9 julio 2007) 

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