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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

EL CONDE DE BALLOBAR: UN DIPLOMÁTICO ESPAÑOL EN JERUSALEM

EL CONDE DE BALLOBAR: UN DIPLOMÁTICO ESPAÑOL EN JERUSALEM

     En los últimos años, se ha recuperado la memoria histórica de Ángel Sanz Briz (1910-1980), diplomático zaragozano que salvó la vida varios millares de judíos en Budapest en medio de la inmensa tragedia que supuso el Holocausto (Shoáh) durante la II Guerra Mundial. No obstante, menos conocida resulta la figura de otro diplomático, también vinculado a Aragón, llamado Antonio de La Cierva Lewita, Conde de Ballobar. Gracias a él, y a las anotaciones recogidas en su Diario, publicado hace unos años (Diario de Jerusalem, 1914-1919, Madrid, Nerea, 1996), nos podemos aproximar a la compleja realidad de la Tierra de Israel, de la Palestina turca, durante los años de la I Guerra Mundial (1914-1918), coincidentes con el fin  de la ocupación otomana de la zona y con los inicios del movimiento sionista.

      Antonio de La Cierva Lewita (Viena, 1885- Madrid, 1971), era hijo del agregado militar Plácido de La Cierva y de María Luisa Lewita, una judía austríaca convertida al catolicismo. Fallecida tempranamente ésta, su padre se casó de nuevo con María Luisa de las Heras y Mergelín, condesa de Ballobar, pasando así buena parte de su infancia en Zaragoza, lugar donde residía su madrastra. En 1911 ingresó en la carrera diplomática, ocupando a partir de entonces diversos cargos: vicecónsul en La Habana, cónsul en Jerusalem (1914-1919), cónsul en Tánger (1920-1921), Primer Secretario ante el Vaticano (1938-1939) y, nuevamente cónsul en Jerusalem (1949-1952) ya que el general Franco, a pesar de que nunca reconoció al Estado de Israel, mantuvo siempre abierta la legación diplomática española en la ciudad jerosolimitana.

     El Diario del conde de Ballobar, en el que  aparecen datos de interés histórico y diplomático, comenzó a escribirlo en 1914, cuando con 29 años, se hizo cargo del consulado español en Jerusalem. Por entonces, la I Guerra Mundial acababa de iniciarse ensangrentando las tierras de Europa y se extendía igualmente a las colonias de las respectivas potencias beligerantes. Recordemos que, en estos momentos, Palestina para los árabes, la Tierra de Israel (“Eretz Israel”), para los judíos, formaba parte del Imperio Turco, el cual estaba aliado militarmente con los imperios centrales (Alemania y Austria-Hungría) frente al bloque formado por Francia, Inglaterra, Rusia, Italia y, más tarde, Estados Unidos. Por su parte, España, país de segundo orden en el ámbito internacional, mantuvo, afortunadamente, una posición de neutralidad.

     Como consecuencia del conflicto, las potencias occidentales enfrentadas a Turquía, delegaron sus intereses diplomáticos en el Consulado de España en Jerusalem a cuyo frente estaba el conde de Ballobar. Por ello, éste asumió una importante labor pues, a medida que la guerra avanzaba, debió de hacerse cargo ante las autoridades turcas de Palestina de las legaciones de Francia, Italia, Montenegro, Rumanía, Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos. A todas estas potencias aliadas habría que añadir que, a partir de noviembre de 1917, en vísperas de la ocupación militar de Jerusalem por los británicos, se encargó también de los intereses diplomáticos de Alemania y Austria-Hungría, razón por la cual Ballobar era conocido con el calificativo de “cónsul universal”.

     En medio de la guerra, su labor diplomática fue  incesante: defendió ante las autoridades turcas todos los edificios religiosos católicos hasta entonces bajo protección de Francia, gestionó un canon especial para los templos protestantes que los salvaguardase de las rapiñas otomanas, realizó diversas gestiones para liberar a religiosos y personalidades judías que habían sido deportadas a Siria, etc.

     El conde de Ballobar no oculta en sus Diarios su profundo desprecio hacia el dominio turco sobre Palestina-Eretz Israel, así como la cuestionable capacidad militar otomana durante la contienda. Por ejemplo, destaca el estrepitoso fracaso militar de los turcos y sus aliados alemanes y austro-húngaros ante el canal de Suez, a la vez que, con cierta sorna de raíz aragonesa, se burla del ejército turco anotando cómo “se batieron brillantemente… desde la retaguardia”. Pero el acontecimiento más destacable para Ballobar fue, sin duda, la ocupación por los británicos de Jerusalem el 9 de diciembre de 1917, razón por la cual describe el recibimiento entusiasta que cristianos y judíos ofrecieron a las tropas del general Allenby. De este modo, se ponía fin  a cuatro siglos de dominación turca sobre Tierra Santa y se abría la puerta al futuro Mandato británico sobre Palestina que se prolongó hasta el establecimiento del Estado de Israel en 1948.

     En el complejo y agitado mapa del Oriente Medio de aquellos años, el conde de Ballobar nos destaca las principales claves políticas y geoestratégicas que movían los intereses de las grandes potencias en Tierra Santa en la fase final del desmoronamiento del imperio turco. El dilema era que, tras el fin de la dominación otomana,  había dos opciones posibles (y contrapuestas): o se constituía una “gran nación árabe”, o se fragmentaba el Oriente Medio sobre la base de los intereses coloniales de Francia y de Inglaterra. Se optó por esta última solución en la Conferencia de San Remo (1920), pasando Francia a ocupar Siria y Líbano e Inglaterra se posesionó de Palestina e Iraq. De este modo, no sólo se generaba un sentimiento nacionalista panárabe contra dichas potencias europeas, sino que se obviaba la creación de un Hogar Nacional Judío en Eretz Israel, tal y como había propuesto la Declaración Balfour de 1917.

     Ballobar alude igualmente al tema de la cuestión sionista, ante el que evidencia un cierto lastre, fruto de prejuicios inherentes a su carácter de católico tradicional y de su ideología marcadamente conservadora. No entiende los objetivos del movimiento sionista más allá de sus innegables logros agrícolas, anotando acertadas descripciones de los viveros, plantaciones y riegos que va descubriendo en sus visitas a Rishon-le-Tzion, Rehovot o Petah-Tikvá. Sin embargo, rechaza las prácticas religiosas del judaísmo a pesar de que su madre perteneció al pueblo de Israel y manifiesta un profundo escepticismo hacia el futuro del sionismo, sobre todo tras los primeros incidentes entre árabes y judíos ocurridos en Jerusalem  en 1918 con motivo del primer aniversario de la Declaración Balfour.

     Sobre el futuro de Jerusalem, ciudad por todos disputada, Ballobar defiende la idea del general Storss, Gobernador Militar británico de Palestina, para quien la mejor solución sería “entregársela a los americanos”, si bien, acto seguido, se apresura a señalar que ello “no haría buena impresión entre cristianos y musulmanes”. De este modo, se esbozaba por primera vez la idea de crear un status político especial para Jerusalem, antecedente de ulteriores propuestas de internacionalización de la Ciudad Santa.

     A través del Diario del conde de Ballobar, a pesar de los condicionantes ideológicos y religiosos propios de su época y su contexto social, se ofrece una aproximación a un período tan interesante como desconocido de la historia de Palestina-Eretz Israel. Por ello, el Diario de aquel joven diplomático cuya infancia transcurrió en Zaragoza, evoca con emoción y nostalgia a aquella tierra, tan santa como disputada y sangrienta, en la cual “se ha desarrollado la historia más interesante de la humanidad”. Una tierra, Palestina-Eretz Israel, que a nadie nos deja indiferentes.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (Diario de Teruel, 12 septiembre 2010)

 

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