CHAPLIN, SIEMPRE
El 25 de diciembre de 1977, hace ahora 35 años, moría Charles Spencer Chaplin, el genial Charlot, sin duda la figura más famosa de toda la historia del cine. Sus películas son un legado permanente para la cultura occidental ya que, como señaló Alberto Sánchez Millán, Chaplin “puso su arte y su vida no sólo para divertir y emocionar, sino también al servicio de la lucha por la justicia y la libertad”.
En estos tiempos en que son tan necesarios los referentes éticos, el asumir compromisos políticos y sociales para transformar la realidad, bueno resulta recordar, a modo de homenaje, la actitud de Chaplin tal y como quedó patente en algunas de sus películas más inolvidables. Este es el caso de Armas al hombro (1917), una obra que, en medio de la sangría de la I Guerra Mundial, defendía una posición pacifista y, consecuentemente, contraria a todo belicismo militarista.
El compromiso político de Chaplin y su antifascismo militante quedó plasmado en El Gran Dictador (1940), otra de sus películas indispensables. La barbarie hitleriana impulsó a Chaplin, judío de origen, a realizar una película contra de las dictaduras fascistas, la cual se convirtió en un alegato permanente frente a la barbarie y la opresión totalitaria y, en consecuencia, una ardiente defensa de la sociedad democrática. La valiente actitud de Chaplin le supuso numerosos problemas: recibió amenazas e intentos de boicot, fue denunciado ante el Comité de Actividades Antiamericanas, enfureció a dirigentes fascistas como Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda nazi, aquel que decía que “cuando oigo hablar de cultura, enseguida echo mano a mi pistola”, y que calificó a Chaplin como “un pequeño judío despreciable”, a aquel Chaplin que tan brillantemente había ridiculizado a Hitler en esta memorable película. Esta joya del cine fue prohibida no sólo en muchos Estados de la Unión, sino, por supuesto, en todos los países fascistas, incluida la España de Franco, en donde no se pudo estrenar hasta la muerte del dictador, de aquel nefasto general superlativo gallego.
Recordamos igualmente otras obras de Chaplin en las que aparece una fuerte crítica social como es el caso de Charlot en el balneario (1917), en la que ridiculiza a la alta sociedad norteamericana, El Chico (1921), un testimonio social que evoca las penurias de su infancia, película por la que los bienpensantes le acusaron de “disolvente” y “anarquista”, y, sobre todo, Tiempos Modernos (1932), en la que denuncia la explotación alienante de la clase trabajadora en la sociedad industrial y que supuso un nítido retrato de las deplorables condiciones de empleo que la clase obrera tuvo que soportar en la época de la Gran Depresión. Por ello, Chaplin entonces, como Ken Loach o Costa-Gavras ahora, ponía su genio cinematográfico al lado de las ideas de la izquierda y en defensa de la lucha de los trabajadores y de la justicia social. Chaplin, consagrado ya como una figura relevante e influyente del séptimo arte, toma partido, se compromete y politiza en defensa de los desfavorecidos. Su crítica social por medio del cine de las injusticias de la sociedad capitalista se fueron agudizando con los años y así aparece otra de sus películas memorables: Monsieur Verdoux (1947), obra que fue boicoteada por la ultraconservadora Comisión de la Decencia.
Pero todo compromiso tiene un precio a pagar. De este modo, la crítica social de Chaplin le enfrentó cada vez de forma más frontal con los poderes económicos y moralizantes de la sociedad: si en 1942 se le acusó desde estos sectores de “comunista”, todo un insulto desde el punto de vista de la mentalidad norteamericana, a partir de 1947 empezó a ser perseguido por el funesto Comité de Actividades Antiamericanas presidido por el senador Mc Carthy, hasta el punto que, desde la Fiscalía, pidió su deportación (Chaplin era británico) alegando que “su vida en Hollywood contribuye a destruir la fibra moral de América”. El acoso fue en aumento y, en 1952, el Fiscal General de los EE.UU. ordenó detenerlo acusado, falsamente, de pertenecer al Partido Comunista y de “delitos contra la moralidad”. Por todo ello, en dicho año, Chaplin decide abandonar EE.UU. y se establece con su familia en Suiza donde residirá el resto de su vida.
Chaplin fue mucho más que el tierno personaje de Charlot, fue un “genial poeta de la imagen”, como lo definió con acierto Alberto Sánchez Millán, un artista comprometido que soñó un mundo mejor para el conjunto de la humanidad. En estos tiempos aciagos, emociona volver a ver el discurso final de El Gran Dictador, un emocionado alegato a favor de la solidaridad humana, de la lucha contra la guerra, a opresión y la codicia, pero también es un canto a la esperanza de que un futuro mejor es posible. Enlazando con la angustiosa situación actual en la que las instituciones democráticas representativas se hallan secuestradas por los poderes económicos, en el referido discurso final, Chaplin confía en que “el poder que arrebataron al pueblo volverá al pueblo”. Además, hay una frase que no puede tener más vigencia en esta convulsa época que padecemos: “Unámonos, luchemos por un nuevo mundo, un mundo decente que dará a los hombres una oportunidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a la ancianidad una seguridad”.
Evocando aquel verso de Gabriel Celaya cuando nos decía que la palabra es un arma cargada de futuro, también lo es el mensaje fílmico de Chaplin pues su legado y su recuerdo, siguen y seguirán siempre vivos en nuestra memoria colectiva. Y ese es el mejor homenaje que podemos brindarle al mayor genio de la historia del cine.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 16 diciembre 2012)
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