MACHADO EN VALENCIA
El 24 de noviembre de 1936 llegaba a Valencia Antonio Machado, evacuado de Madrid por el Gobierno de la República y en la capital levantina residió hasta abril de 1938, fecha en que se trasladó a Barcelona. El poeta, apesadumbrado por una guerra fratricida, une a su profunda tristeza su precario estado de salud pues, como dijo Alberti, “su poesía y su persona habían sido tocadas de aquella ancha herida sin fin que había de llevarle poco después hasta su muerte”. Pese a ello, su obra poética de este período es militante: defiende en sus versos el ideal republicano, elogia a la URSS, a Líster y al Quinto Regimiento, critica con dureza a la Italia fascista y la Alemania nazi.
Machado, aquel viejo republicano que había izado la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia el 14 de abril de 1931, siente “estupor” por las consecuencias del golpe militar (“la militarada”) que le sorprendió en Madrid y se emociona recordando la defensa popular de la capital, pues “aquello fue la heroica barrera que segó en flor la marcha triunfal de la bárbara bestia” (entrevista en Fragua social, 19-XII-1936). Percibe como nadie el sentir del pueblo leal, del que está al lado de la República y así se lo escribió en abril de 1937 a David Vigodsky: “En España lo mejor es el pueblo […] En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”.
Machado, en su etapa valenciana, al igual que otros intelectuales antifascistas, firmó diversos documentos a favor de la República, entre ellos, el Manifiesto de profesores y artistas españoles apelando a la conciencia del mundo (febrero 1937) en el que, de forma premonitoria, se decía que “la guerra de España puede ser, en efecto, el prólogo sangriento de una guerra mundial de proporciones incalculables” o el de Los intelectuales de España por la victoria total del pueblo (marzo 1938). En diversos escritos, dejó patente su firme antifascismo: califica a los franquistas de “traidores”, siervos de Italia y Alemania que han perdido la condición de españoles ya que “de ningún modo podemos considerar como españoles a quienes decidieron vender a España, no sabemos por cuantos denarios” y define al fascismo como “la fuerza de la incultura”. Reclama la unidad de todas las fuerzas antifascistas “puesto que todas nuestras energías deben de concentrarse en un fin único: aplastar al fascismo”. A este objetivo, convoca también a los jóvenes: en una alocución dirigida a los estudiantes republicanos les insta al compromiso político ya que “los estudiantes deben de hacer política, si no, la política se hará contra ellos”, una aseveración de absoluta vigencia. También destacaba repetidamente el papel que deben desempeñar los intelectuales, los cuales deben de estar siempre al lado del pueblo. Así lo hizo García Lorca y, al saber de su asesinato, escribió dolorido que “se ha perpetrado el crimen más estúpido y condenable” con el poeta granadino.
En relación a la guerra, son frecuentes sus elogios a la heroica defensa de Madrid y al Ejército Popular. También denuncia la brutalidad fascista: de este modo, envió un texto al Congreso de la Paz a celebrar en París expresando “su airada protesta contra los bombardeos aéreos de las ciudades abiertas”, que califica de “crímenes abominables” y de “lesa humanidad”, texto escrito a la luz de una vela mientras “estas mismas aborrecibles bombas están cayendo sobre nuestro techo”. Especialmente contundente fue Machado contra la intervención nazi en España. Por boca del personaje de Juan de Mairena, su alter ego literario, hizo mención de forma premonitoria a la guerra mundial que se avecina y también a su resultado: “Alemania no ganará, pero Europa perderá la paz y, con ella, la hegemonía del mundo” y en otro texto intuye el Holocausto al aludir a “la afanosa búsqueda” de los laboratorios alemanes “de la fórmula química definitiva, que permita al puro germano extender el empleo de los venenos insecticidas al exterminio de todas las razas humanas inferiores”, algo que, poco después, se convirtió tristemente en una dramática y oprobiosa realidad.
Machado criticó la inhibición de las democracias occidentales ante la desesperada situación de la República española acosada por los fascismos: reprocha la hipocresía de Francia e Inglaterra y también del Pacto de No Intervención, (“la iniquidad más grande que registra la historia”) y la ineficacia de la Sociedad de Naciones. En contraste, Machado agradece el apoyo a la España leal de México y, sobre todo, de la URSS: los textos valencianos de Machado están plagados de frases de admiración hacia “la Gran República de los Soviets”, país en el que, como dirá en un poema, “desde que roto el báculo y el cetro / empuña el martillo y la guadaña”.
Pero la suerte de la República estaba echada, también la suya. En una entrevista que le realizó Pascual Plá en agosto de 1937, reflejaba ya su desánimo ante un previsible exilio: “cuando pienso en un posible destierro, en otra tierra que no sea esta atormentada tierra de España, mi corazón se turba de pesadumbre. Tengo la certeza de que el extranjero significará para mí la muerte”. Y así fue: Machado murió, desnudo de equipaje, como su célebre verso, un 22 de febrero de 1939 en el pueblecito francés de Colliure. El poeta no pudo cumplir su deseo, aquel que un día escribió en Valencia, el de “no cerrar los ojos antes de ver el triunfo de la causa popular, la causa común a toda humanidad progresiva”. Este fue el firme compromiso Antonio Machado Ruiz, de aquel viejo y coherente republicano, de aquel insigne poeta siempre presente en la memoria colectiva.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicando en: El Periódico de Aragón, 24 noviembre 2013)
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