Blogia
Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

EL FEDERALISMO, UN PROYECTO DE FUTURO

EL FEDERALISMO, UN PROYECTO DE FUTURO

     Cual si de una pareja mal avenida se tratara, el creciente desapego entre Cataluña y el resto de España parece caminar hacia una ruptura, hacia un divorcio llamado independencia. Muchas y variadas han sido las causas que han llevado a esta grave situación, entre ellas, el frustrado proceso de reforma del Estatut entre 2003-2010, además de torpezas políticas e incomprensiones mutuas que han producido una sensación de hartazgo, tanto en Madrid como en Barcelona, hasta el punto que, como señalaba Albert Branchadell, “el Estado español está viendo erosionada su legitimidad en Cataluña de una manera inédita y hasta ahora, su repuesta puede ir paradójicamente encaminada a acelerar esa erosión”.

     Cándido Marquesán acertaba plenamente al señalar que la auténtica cuestión de fondo de la actual crisis territorial era la inexistencia en España de “un proyecto colectivo ilusionante para amplios sectores de la ciudadanía, algo básico para cimentar una gran nación”.  Y es cierto, pues todos los ideales cohesionadores se han ido desinflando y han caído en el baúl del olvido: atrás quedó la lucha contra el franquismo para conquistar la democracia, el anhelo de la autonomía y la construcción del Estado autonómico, el sueño de la integración en Europa, o la consolidación y extensión del Estado de Bienestar. Parecen ya no quedar proyectos comunes y, el desapego, hijo natural del desencanto y la decepción va ganando terreno.

     Así las cosas, emerge la opción independentista, totalmente legítima, ante la inexistencia de un proyecto para España de cohesión y de futuro: tal es así que, como señalaba Josep Ramoneda, en la actual crisis, la independencia aparece ante la ciudadanía catalana como “el único proyecto político digno de tal nombre” dado que España, en plena crisis de identidad,  parece no tener ninguno, carente como se halla de un liderazgo político digno  de tal nombre, y con escasos de referentes éticos en una clase política y empresarial socavada por la corrupción.

     Este hartazgo y desapego resulta lógico y comprensible. Tampoco es nuevo: ya se refería a él Ortega y Gasset en su España invertebrada, libro publicado en 1921. Esta obra despertó la conciencia sobre la problemática de España y en la misma se analizaban las causas de la decadencia española, la cual iba aparejada, según el fundador de la filosofía española contemporánea, a la escasez de líderes auténticos y ejemplarizantes. Ortega destacaba que lo que mantiene a las naciones unidas es la existencia de “un proyecto sugestivo de vida en común” ya que “los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer algo juntos”. Es por ello que, en la actualidad, contrasta la diferencia entre el proyecto soberanista catalán, que ha movilizado (e ilusionado) a amplios sectores de la sociedad catalana, interclasista y transversal, con la ausencia de un proyecto “español”, con la atonía de una España que, excepción hecha del proyecto federal impulsado por el PSC, parece incapaz de ofrecer alternativas creíbles ante la creciente ola secesionista. Dado que una nación es, como diría Renan, “un plebiscito cotidiano”, la convivencia debe ser una realidad activa y dinámica, no una coexistencia pasiva y estática, por ello el lamento orteguiano ante la ausencia de “grandes proyectos, ideas y valores colectivos”.

     A estas alturas, el actual Estado autonómico resulta claramente insuficiente y esta vía, según Joaquím Lleixà, parece haber llegado al fin de su trayecto dado que “la diversidad nacional de España aún no ha logrado una acomodación suficiente”, especialmente en los casos de Cataluña y Euskadi. Y, para ello se requiere una Segunda Transición, una redefinición del proyecto que, como democracia y Estado plurinacional, debe ofrecer España, lo cual supone abandonar posturas inmovilistas y numantinas propias de la derecha nacionalista española y apostar por grandes dosis de sensibilidad hacia las nacionalidades históricas (Aragón incluido) y una gran capacidad política integradora, algo que debemos exigir a nuestros dirigentes para que realmente estén a la altura de lo que demandan las circunstancias actuales.

     Es fundamental el impulsar esa Segunda Transición tanto en cuanto supone un proyecto ilusionante y colectivo que una voluntades. En este sentido, siendo como soy un decidido partidario del derecho a decidir, ejemplo evidente de plenitud democrática y soberanía popular, estoy convencido que ese proyecto de futuro pasa por el impulso de un modelo republicano y federal.  Hoy resulta imprescindible apostar por un federalismo solidario que sirva para renovar la calidad democrática de nuestras instituciones y la convivencia armónica en el seno de la  España plurinacional. Además, este proyecto federal debe tener objetivos concretos en beneficio de los ciudadanos tal y como ya señalaba en 1988 Raimon Obiols: el impulso del crecimiento económico, favorecer la redistribución de rentas y expandir el Estado de Bienestar, ideas que hoy más que nunca tienen plena vigencia.

     Frente a tanto hartazgo y desapego derivado del movimiento soberanista en Cataluña, al igual que Machado, debemos distinguir las voces de los ecos y, entre tanto marasmo, sigo considerando válido el ideal  de Lluís Companys,  President de la Generalitat de Catalunya, cuando el 6 de octubre de 1934 proclamó “el Estado Catalán en la República Federal Española”  la cual “hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República Federal, libre y magnífica”. Ciertamente, un ideal ilusionante y un auténtico proyecto de futuro.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 4 de noviembre de 2013)

0 comentarios