FANATISMO Y BARBARIE
Los trágicos sucesos ocurridos en París el pasado 13 de noviembre, grabados en nuestras retinas y en nuestros corazones, han puesto de manifiesto la amenaza que supone la barbarie fanática yihadista para nuestros valores de civilidad, respeto y convivencia democrática. Ello me ha hecho volver a leer en estos días las muy interesantes (y oportunas) las reflexiones de Amos Oz, escritor y relevante intelectual de la izquierda pacifista israelí, varias veces nominado al premio Nobel de literatura, recogidas en su libro Contra el fanatismo (2003), en el que nos advierte de que “no es lo mismo perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán que luchar contra el fanatismo”, razón por la cual intenta ofrecer en su obra un análisis sobre la naturaleza de las distintas formas de este espectro amenazador.
Para entender lo que significa la vieja lucha entre la civilidad y el fanatismo, hay que recordar que el germen de este mal no es patrimonio exclusivo de nadie y que puede brotar en cualquier lugar ya que, “el fanatismo es más viejo que el Islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Es más viejo que cualquier ideología o credo del mundo”. Y es cierto: el gran sabio andalusí Averroes, ya en el s. XII advertía que “la ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio, y el odio lleva a la violencia”.
La semilla del fanatismo, ese “gen malo” latente en el ser humano, brota siempre que se adopta una actitud de superioridad e intolerancia hacia los demás, siempre que se exige la total adhesión a unas ideas o creencias determinadas. De ello se derivan características comunes a todos los fanáticos como son el culto a la personalidad, la idealización de líderes políticos o religiosos y las consecuencias de todo ello son nefastas ya que propician la aparición de “regímenes totalitarios, ideologías mortíferas, chovinismo agresivo y formas violentas de fundamentalismo religioso”.
Amos Oz, que se define como “experto en fanatismo comparado” dada su condición de judío nacido en Jerusalem, considera que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar sus modos de vida o pensamiento. En este sentido, el ejemplo de Bin Laden resulta revelador. En la mente del líder de Al-Qaeda su fanatismo parte de la idea de que los valores occidentales habían debilitado seriamente al Islam. Por ello, para defenderlo, Bin Laden considera que no sólo es necesario golpear fuerte a Occidente (ahí está la tragedia del 11-S para demostrarlo), sino que hay que “convertir” a nuestra sociedad secularizada y laica. Amos Oz resume con claridad el objetivo final del islamismo radical: “Sólo prevalecerá la paz cuando el mundo se haya convertido no ya al Islam, sino a la verdad más rígida, feroz y fundamentalista del Islam. Será por nuestro bien, Bin Laden nos ama esencialmente. El 11 de septiembre fue un acto de amor. Lo hizo por nuestro bien, quiere cambiarnos, quiere redimirnos”. Es lo mismo que pretende el Estado Islámico con la brutalidad que lo caracteriza: purificar con sangre los “pecados” de Occidente. Semejante afirmación no debe sorprendernos si pensamos que el fundamentalismo islámico del s. XXI no difiere en nada respecto al fanatismo cristiano del medievo europeo. La idea de “redención” esgrimida por Al-Qaeda es la misma que la utilizada por la Inquisición, que, con sus prácticas bárbaras, consideraba que torturando o quemando en la hoguera a infieles y herejes, éstos, en caso de arrepentirse, lograrían la salvación eterna de sus almas. En esta misma línea, Amos Oz, en una conferencia pronunciada el 14 de noviembre, al día siguiente de los atentados de Paris, en el Instituto Nexus de Amsterdan, convertida en un apasionado alegato contra los fanatismos (en plural), se preguntaba: “¿quién podría imaginar que el siglo XX sería seguido de inmediato por el siglo XI?”, una pregunta inquietante ante el bullir creciente y amenazador del yihadismo global que pretende retrasar el reloj de la historia a los tiempos de la barbarie medieval. No obstante, Amos Oz no está de acuerdo con la visión de Samuel Huntington según la cual estamos asistiendo a una guerra de civilizaciones sino más bien, a “una lucha universal entre fanáticos, todas las clases de fanáticos, y el resto de nosotros” pues se niega a considerar como “civilización” la barbarie que enarbola en sus negras banderas el yihadismo radical.
Frente al espectro del fanatismo irracional, se hacen necesarias actitudes y soluciones sólidas y eficaces. Los conflictos internacionales que fomentan el fanatismo y la violencia sólo se resuelven con un profundo sentido de la justicia y la solidaridad, lejos de toda dominación económica o paternalismo político. Por ello, una forma de combatir el fanatismo es la capacidad para resolver con valentía, justicia y visión de futuro conflictos enquistados como los de Palestina, Siria, Irak, Kurdistán, Libia o Afganistán. También debemos hacer un serio análisis sobre las causas del fracaso de la integración de amplios sectores de jóvenes musulmanes en nuestras sociedades occidentales con la consecuente frustración y desarraigo que ello genera y que les hace buscar sentido a su vida (y a su muerte) en el radicalismo yihadista.
Frente al fanatismo religioso, político, étnico o territorial, Amos Oz recordaba hace unos días que “las malas ideas deberían ser vencidas por ideas mejores” puesto que el Estado Islámico “no es sólo un grupo de asesinos, es una idea nacida de la rabia, la desesperación y el fanatismo” y, aunque se puede recurrir a la guerra, como ahora proclama François Hollande, para derrotar al yihadismo, debemos ser conscientes de que, tras su derrota, aprendiendo de pasados errores cometidos en Irak o Libia, “el vacío consiguiente debe llenarse con mejores ideas” y ello supone, en consecuencia, la imperiosa necesidad de combatir la injusticia, de buscar soluciones políticas para que la vida, la razón y la convivencia en paz prevalezcan frente a todo tipo de fanatismos y barbaries.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 29 noviembre 2015)
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