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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

Terrorismo

EL BREXIT Y LA SEGURIDAD EUROPEA: TODOS PERDEMOS

EL BREXIT Y LA SEGURIDAD EUROPEA: TODOS PERDEMOS

 

     Entre las múltiples y complejas consecuencias del Brexit, también hay que tener en cuenta lo que va a suponer la salida del Reino Unido  de la Unión Europea  (UE) en materia de seguridad y defensa, pues no debemos olvidar que no se trata de un país cualquiera, sino de una  potencia global con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y que, además, es la quinta  economía mundial. En consecuencia, como señalaba Félix de Arteaga, en su estudio  La defensa y la seguridad de la UE tras el Brexit” (2016), el Brexit va a suponer “un problema de credibilidad, capacidad y liderazgo en la seguridad y la defensa de la Unión Europea”.

    Asumido el hecho de la salida británica de los organismos comunitarios, las opiniones más pesimistas la interpretan como una pérdida de capacidad militar para proporcionar seguridad internacional en nuestro entorno, unido al hecho de que ello supondrá, también, perder capacidad policial y de inteligencia frente al creciente riesgo del terrorismo internacional. Por el contrario, para los optimistas, que también los hay, el Brexit puede ser una oportunidad para relanzar la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) y para progresar en la integración del Espacio Europeo de Libertad, Seguridad y Justicia, más conocido como “Espacio Schengen”, del cual por cierto se autoexcluyó el Reino Unido, acelerando así las políticas e instituciones de fronteras, costas y antiterroristas de la UE.

     Pese a esta visión optimista, lo cierto es que la seguridad y la defensa europeas se van a ver a corto plazo afectadas negativamente por la salida británica. Todo ello resulta especialmente grave en estos momentos en que la amenaza yihadista se extiende por Europa, y de forma especial en el Reino Unido, como ha quedado patente en los recientes atentados de este signo ocurridos en Manchester y Londres, sin olvidar tampoco la reciente matanza que ha tenido lugar  en Barcelona el pasado día 17 de agosto. Si todo esto ocurría siendo todavía el Reino Unido miembro de la UE, los riesgos de seguridad antiterrorista pueden ser todavía mayores y de peores consecuencias tras el Brexit, y de ello debemos de  ser todos conscientes,  también el Gobierno y la ciudadanía británica.

     Por todo lo dicho, aunque hay que estar pendientes de los resultados de las difíciles y espinosas negociaciones que ahora se inician para hacer efectivo el Brexit, y a pesar de que el Reino Unido cuenta con uno de los modelos antiterroristas más desarrollados de Occidente como es el caso del Joint Terrorism Analysis Center y el célebre MI5, tampoco éstos se hallan exentos de fallos y deficiencias como se ha puesto en evidencia en los últimos atentados sufridos en territorio británico, a ello hay que añadir, tal y como advertían Fernando Reinares y Carola García-Calvo en su trabajo titulado Brexit, terrorismo y antiterrorismo (2016), la salida británica de la UE va a tener cinco consecuencias negativas para la capacidad británica de prevención y lucha contra la amenaza terrorista, especialmente la de signo yihadista:

    1.- En primer lugar, el Reino Unido no podrá beneficiarse del acceso a bases multilaterales de datos, algo de vital importancia para la prevención y la lucha antiterrorista aunque, lógicamente, intentará compensarlo con acuerdos bilaterales y potenciando su “relación privilegiada” con EE.UU., aprovechando la sintonía política entre la Premier Theresa May con el siempre imprevisible Presidente Donald Trump.

    2.- El Reino Unido no podrá contar con la colaboración de EUROPOL ni con el nuevo Centro Europeo contra el Terrorismo.

   3.- Tampoco podrán  seguir beneficiándose las autoridades británicas de la Orden Europea de Detención y Entrega, (la “Euro Orden”) y, por ello, deberán recurrir a procedimientos más lentos y complicados de extradición para perseguir terroristas arrestados en la UE.

   4.- El Reino Unido quedará también privado  de EUROJUST y de la contribución de esta Agencia de la UE a la cooperación judicial antiterrorista.

   5.- Por último, el Gobierno británico dejará de percibir fondos comunitarios para sus iniciativas nacionales de prevención de la radicalización terrorista.

     A todo lo dicho, también hay que añadir que, como recordaba Javier Albaladejo,  el Reino Unido tampoco podrá contar con los beneficios del Acuerdo del Consejo Europeo de 10 de junio de 2016 que significó la puesta en funcionamiento de un nuevo modelo de información que permite hacer frente de una manera más eficaz a las amenazas a la seguridad interior de la UE en su conjunto y de cada uno de sus Estados en particular, tales como son el terrorismo internacional o la delincuencia organizada.

     Por estas razones, a modo de conclusión, y a la vez como “aviso a navegantes” para otros partidos o países con veleidades de abandonar la UE, como señalaban los citados Reinares y García-Calvo, la realidad es que “los ciudadanos británicos van a resultar más perjudicados y su aislamiento o la ilusión de recuperar, fuera de la UE, una soberanía sobre su seguridad nacional que nunca cedieron, no va a protegerles mejor de la amenaza yihadista del terrorismo global”. Ciertamente, estas frases parecen premonitorias de lo que pueden ser los negativos efectos colaterales que, también en el campo de la seguridad antiterrorista, van a suponer tanto para el futuro del Reino Unido como también para el conjunto de la UE, la aplicación del Brexit con todas sus consecuencias. En definitiva, con esta ruptura, todos salimos perdiendo.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 27 agosto 2017)

 

 

LAS LÁGRIMAS DE EUROPA

LAS LÁGRIMAS DE EUROPA



     En estos días en que la Unión Europea (UE) parece haber vendido su alma a Turquía al precio de su nefasta, inhumana e ilegal política ante la desesperada llegada de migrantes a su territorio huyendo de las tragedias que asolan sus países de origen, un nuevo y brutal atentado yihadista ha dejado su zarpazo de barbarie en Bruselas, en pleno corazón de Europa.
     Nuestra historia se ha construido sobre un pasado trágico (ahí está el recuerdo de las dos guerras mundiales que asolaron Europa en el pasado siglo XX), pero tras años de un decidido empeño de reconciliación y de construir un futuro en común, estos ideales se plasmaron en la actual UE, cimentada sobre los valores democráticos de la libertad, los derechos humanos y el progreso solidario, que la han convertido en un referente no sólo político, sino también ético para la comunidad internacional. Se habla de valores europeos, esos valores que han quedado en entredicho ante la insolidaridad, por no decir rechazo, de la UE ante la hecatombe humanitaria a la que estamos asistiendo. Y, por ello, hoy, en que la brutalidad yihadista nos plantea un auténtico conflicto global entre civilización frente a la barbarie, es cuando más necesario resulta reafirmar y defender nuestros valores, tan devaluados por muchos de nuestros dirigentes políticos.
     Este es un conflicto de muy difícil solución político-militar, máxime tras las intervenciones en Somalia, Irak, Libia o Afganistán, lanzadas bajo la bandera de combatir el terrorismo y que han dado, lugar a un mundo más inseguro, a una geopolítica más inestable. Y las consecuencias son obvias, entre ellas, la expansión global del yihadismo radical, tal y como refleja el libro de Eduardo Martín de Pozuelo, Jordi Bordas y Eduard Yitzhak que lleva el inequívoco título de Objetivo: Califato Universal. Claves para comprender el yihadismo (2015).
     Esta radicalización yihadista ha llegado al punto de que, de los 1.900 millones de musulmanes existentes en la actualidad en el mundo, se estima que unos 75 millones se consideran yihadistas o apoyan, de un modo u otro, la guerra santa, la yihad. Y una parte de ellos se hallan en la vieja Europa, son musulmanes de 2ª o 3ª generación, nacidos entre nosotros, que han sufrido un proceso de radicalización en mezquitas o redes sociales.
     Resulta una evidencia la creciente influencia de la tendencia del wahabismo saudita como impulsara de la tendencia más rigorista del Islam. De este modo, el dictatorial régimen de Arabia Saudí, ante cuyos crímenes y violaciones de los derechos humanos muchos gobiernos europeos, también España, pretenden ignorar para salvaguardar proyectos e inversiones millonarias, es el que impone a los imanes y financia las mezquitas de muchas ciudades europeas, desde que el determinados casos se lanzan soflamas incendiarias contra nuestros valores y modelo de sociedad libre y tolerante. De este modo, no deben extrañarnos casos como el del portavoz de la mezquita de La Haya el cual, tiempo atrás, se opuso a la Declaración Universal de los Derechos Humanos alegando que se trataba de “una fundación ajena a Dios”.
     Demás de las necesarias medidas policiales, de seguridad, debiéramos de analizar otros temas como es el de la educación. Así, por ejemplo, tras los atentados de París del pasado 13 de noviembre, como señalaba Federico Gaon, las autoridades francesas comenzaron a “poner la lupa en la educación que se imparte dentro de las escuelas musulmanas, hasta entonces ajenas al escrutinio del Estado”. En este sentido, la educación islámica que ofrecen determinados currículums escolares, por un cierto complejo a “no ofender”, de no ser tachados de islamófobos, no han favorecido una lectura más racional y crítica de las fuentes religiosas musulmanas. Otros ejemplos de esta voluntad de “no ofender” sería el caso de Alemania, donde el pasado año diversos diputados alemanes del lander de Baviera rechazaron la propuesta de que todos los alumnos de Secundaria visitasen lugares del holocausto nazi como parte del currículo escolar.
     Otra consideración es relativizar, lo que Federico Gaon considera un “mito”, el de que el radicalismo prospera entre los musulmanes europeos cuando el Estado falla en su labor integradora, “asumiendo axiomáticamente que el desempleo y la marginalización son el saldo de la mala planificación de las políticas públicas”, dado que, aún siendo cierto, habría otras razones que explicarían esta radicalización y que no responden a motivos socioeconómicos. En este sentido, estaría la búsqueda de un sentido nuevo a unas vidas que estos jóvenes musulmanes consideran frívolas y materialistas y que, por ello, les acerca a identificarse como mensajes radicales, totalitarios, imbuidos de aparente legitimidad religiosa, lo que con acierto José Luis Trasobares a calificado como “islamofascismo”. De este modo, Maajid Nawaz, un británico de ascendencia pakistaní, antes extremista islámico, ahora político liberal, recuerda que los terroristas nos provienen solamente de los barrios pobres, y apunta el dato de que un considerable número de yihadistas globales tienen formación universitaria como lo prueba el hecho de que, en el 2011, el 45 % de los condenados en Gran Bretaña por vínculos con Al-Queda, tenía estudios superiores. Y ahí tenemos el conocido ejemplo de Yihadi John (Mohammed Emwazi), el tristemente célebre verdugo de los rehenes occidentales del EI, que tenía el grado en Tecnología por la Universidad británica de Westminster.
     Ciertamente, la Vieja Europa, esa vieja dama azotada por los avatares de la historia, vive tiempos de incertidumbre. La sociedad europea es vulnerable frente al azote del terrorismo yihadista pero esa debilidad es, a la vez, nuestra fortaleza, porque defendemos valores, porque creemos en el respeto a la diversidad, porque somos herederos de los principios enarbolados por la Revolución francesa hace más de dos siglos de libertad, igualdad y fraternidad y que cimentan nuestra convivencia social. Esa es nuestra fuerza para hacer frente a la barbarie.

José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 27 de marzo de 2016)





FANATISMO Y BARBARIE

FANATISMO Y BARBARIE

 

     Los trágicos sucesos ocurridos en París el pasado 13 de noviembre, grabados en nuestras retinas y en nuestros corazones, han puesto de manifiesto la amenaza que supone la barbarie fanática yihadista para nuestros valores de civilidad, respeto y convivencia democrática. Ello me ha hecho volver a leer en estos días las muy interesantes (y oportunas) las reflexiones de Amos Oz, escritor y relevante intelectual de la izquierda pacifista israelí, varias veces nominado al premio Nobel de literatura,  recogidas en su libro Contra el fanatismo (2003), en el que nos advierte de que “no es lo mismo perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán que luchar contra el fanatismo”, razón por la cual intenta ofrecer en su obra un análisis sobre la naturaleza de las distintas formas de este espectro amenazador.

     Para entender lo que significa la vieja lucha entre la civilidad y el fanatismo, hay que recordar que el germen de este mal no es patrimonio exclusivo de nadie y que puede brotar en cualquier lugar ya que, “el fanatismo es más viejo que el Islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Es más viejo que cualquier ideología o credo del mundo”. Y es cierto: el gran sabio andalusí Averroes, ya en el s. XII advertía que “la ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio, y el odio lleva a la violencia”.

    La semilla del fanatismo, ese “gen malo” latente en el ser humano, brota siempre que se adopta una actitud de superioridad e intolerancia hacia los demás, siempre que se exige la total adhesión a unas ideas o creencias determinadas.  De ello se derivan características comunes a todos los fanáticos como son el culto a la personalidad, la idealización de líderes políticos o religiosos y las consecuencias de todo ello son nefastas ya que propician la aparición de “regímenes totalitarios, ideologías mortíferas, chovinismo agresivo y formas violentas de fundamentalismo religioso”.

    Amos Oz, que se define como “experto en fanatismo comparado” dada su condición de judío nacido en Jerusalem, considera que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar sus modos de vida o pensamiento. En este sentido, el ejemplo de Bin Laden resulta revelador. En la mente del líder de Al-Qaeda su fanatismo parte de la idea de que los valores occidentales habían debilitado seriamente al Islam. Por ello, para defenderlo, Bin Laden considera que no sólo es necesario golpear fuerte a Occidente (ahí está la tragedia del 11-S para demostrarlo), sino que hay que “convertir” a nuestra sociedad secularizada y laica. Amos Oz resume con claridad el  objetivo final del islamismo radical: “Sólo prevalecerá la paz cuando el mundo se haya convertido no ya al Islam, sino a la verdad más rígida, feroz y fundamentalista del Islam. Será por nuestro bien, Bin Laden nos ama esencialmente. El 11 de septiembre fue un acto de amor. Lo hizo por nuestro bien, quiere cambiarnos, quiere redimirnos”. Es lo mismo que pretende el Estado Islámico con la brutalidad que lo caracteriza: purificar con sangre los “pecados” de Occidente. Semejante afirmación no debe sorprendernos si pensamos que el fundamentalismo islámico del s. XXI no difiere en nada respecto al fanatismo cristiano del medievo europeo. La idea de “redención” esgrimida por Al-Qaeda es la misma que  la utilizada por la Inquisición, que, con sus prácticas bárbaras, consideraba que torturando o quemando en la hoguera a infieles y herejes, éstos, en caso de arrepentirse, lograrían la salvación eterna de sus almas. En esta misma línea, Amos Oz, en una conferencia pronunciada el 14 de noviembre, al  día siguiente de los atentados de Paris, en el Instituto Nexus de Amsterdan, convertida en un apasionado alegato contra los fanatismos (en plural), se preguntaba: “¿quién podría imaginar que el siglo XX sería seguido de inmediato por el siglo XI?”, una pregunta inquietante ante el bullir creciente y amenazador del yihadismo global que pretende retrasar el reloj de la historia a los tiempos de la barbarie medieval. No obstante, Amos Oz no está de acuerdo con la visión de Samuel Huntington según la cual estamos asistiendo a una guerra de civilizaciones sino más bien, a “una lucha universal entre fanáticos, todas las clases de fanáticos, y el resto de nosotros” pues se niega a considerar como “civilización” la barbarie que enarbola en sus negras banderas el yihadismo radical.

    Frente al espectro del fanatismo irracional, se hacen necesarias actitudes y soluciones sólidas y eficaces. Los conflictos internacionales que fomentan el fanatismo y la violencia sólo se resuelven con un profundo sentido de la justicia y la solidaridad, lejos de toda dominación económica o paternalismo político. Por ello, una forma de combatir el fanatismo es la capacidad para resolver con valentía, justicia  y visión de futuro conflictos enquistados como los de Palestina, Siria, Irak, Kurdistán, Libia o Afganistán. También debemos hacer un serio análisis sobre las causas del fracaso de la integración de amplios sectores de jóvenes musulmanes en nuestras sociedades occidentales con la consecuente frustración y desarraigo  que ello genera y que les hace buscar sentido a su vida (y a su muerte) en el radicalismo yihadista.

    Frente al fanatismo religioso, político, étnico o territorial, Amos Oz recordaba hace unos días que “las malas ideas deberían ser vencidas por ideas mejores” puesto que el Estado Islámico “no es sólo un grupo de asesinos, es una idea nacida de la rabia, la desesperación y el fanatismo” y, aunque se puede recurrir a la guerra, como ahora proclama François Hollande,  para derrotar al yihadismo, debemos ser conscientes de que, tras su derrota, aprendiendo de pasados errores cometidos en Irak o Libia, “el vacío consiguiente debe llenarse con mejores ideas” y ello supone, en consecuencia, la imperiosa necesidad de combatir la injusticia, de buscar soluciones políticas para que la vida, la razón y la convivencia en paz prevalezcan frente a todo tipo de fanatismos y barbaries.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 29 noviembre 2015)

 

 

YIHADISMO GLOBAL

YIHADISMO GLOBAL

 

     Los atentados cometidos por terroristas islamistas  en París o Copenhague han puesto de manifiesto el riesgo que, para nuestras libertades y modelo de convivencia, supone la creciente amenaza del fundamentalismo yihadista, de los defensores de la “guerra santa”, la versión más radical, violenta y cruel del Islam. Ante esta situación, si durante el s. XX la amenaza para la libertad y la democracia  procedió del fascismo, en este nuevo siglo, el peligro que se vislumbra cada vez con mayor nitidez es lo que el historiador Antonio Elorza ha denominado”yihad global”. Es por ello que los más exaltados partidarios del radicalismo islámista pretenden lanzarse al asalto de Europa, empezando por la recuperación de Al Andalus. La escritora judía británica Bat Ye’Or, advertía recientemente del riesgo de un fatal destino islámico para Occidente, convertido, según ella, en “Eurabia”. Pero,  pese a estos funestos vaticinios, pese que el Estado Islámico (EI) ha amenazado a Occidente con que “esclavizaremos a vuestras mujeres, conquistaremos vuestra Roma y destruiremos vuestras cruces”, esto no deja de ser un delirio fanático, a pesar del riesgo latente de sufrir atentados sangrientos y dolorosos, como nos recuerda la memoria trágica del 11-M de 2004.

    Pero si Occidente está amenazado, mucho más grave y sangrante es la situación en aquellos países y lugares donde Al-Qaeda o el ISIS, ahora EI, se han hecho fuertes como es el caso del norte de Iraq y Siria (donde han establecido un califato con capital en Raqqa liderado por Al-Bagdalí), Yemen, Libia, Nigeria o el Sinaí. De este modo, en el mundo musulmán se está produciendo una auténtica guerra civil entre el yihadismo radical y los seguidores de otras interpretaciones religiosas, sociales y políticas del Corán. Como señalaba Roger Senserrich, la batalla que importa a ISIS no es contra EE.UU, (“el Gran Satán”), sino “contra las dictaduras secularistas en su región del mundo y los herejes e infieles variados que se crucen en su camino”. De ahí, la feroz lucha contra el régimen sirio de Bashar al-Assad o la persecución contra las minorías kurda, jazidí, asiria, caldea o cristiana en las zonas que controla el Estado Islámico. En este sentido, la caldea Pascala Warda, exministra iraquí, era rotunda al afirmar  que “el Estado Islámico quiere aniquilar al cristianismo y a todas las minorías” y, por ello, el yihadismo “es un movimiento internacional de terrorismo que necesita soluciones auténticas internacionales”.

   En las zonas bajo control yihadista se cometen actos de violencia extrema (degollamiento de rehenes o el brutal asesinato del piloto jordano Maaz al-Kasasbeh), crímenes que, con el hábil manejo de la propaganda del terror a través de las nuevas tecnologías  han producido un importante impacto emocional en el mundo civilizado. De este modo, los yihadistas han  seguido las consignas de Abu Bakr Nayi, autor de una siniestra obra titulada Guía de la ferocidad en la que instaba a los guerreros de Alá a aplicar una violencia excesiva para disuadir a los enemigos del Islam, a difundir las ejecuciones de éstos, y a atacar a los infieles en cualquier lugar. Todo ello ha producido un cóctel explosivo en el que se aúna la mentalidad teocrática, fanática y medieval del yihadismo, con la utilización por parte de éstos de la tecnología y el armamento del s. XXI para impulsar su particular “guerra santa”.

   Ante la amenaza yihadista no hay una solución clara ni tampoco fácil. En consecuencia, sería peligroso lanzarse a una “cruzada antiislamista”, a una nueva guerra sobre el terreno, una vez vista la experiencia de lo ocurrido en Afganistán y, sobre todo en Iraq, aunque tampoco se deben descartar acciones puntuales y ataques aéreos como la pasada intervención francesa en Mali de 2013. De todas formas, la opción armada supone una espiral arriesgada por las consecuencias que genera en la zona de conflicto y, también, porque puede fomentar un preocupante auge de los partidos racistas e islamófobos, como está ocurriendo con la aparición de PEGIDA en Alemania. Tampoco parece el mejor camino en las actuales circunstancias el bienintencionado ideal de la Alianza de Civilizaciones ni la inhibición ante la amenaza yihadista.

    El problema de fondo sigue siendo el mismo que el que se produjo en Afganistán e Iraq: se derrotó militarmente a los talibales y al dictador  Saddam Hussein pero se fracasó  a la hora de establecer posteriormente instituciones auténticamente representativas en dichos países dado que no existía una cultura ni unos dirigentes democráticos para esta nueva etapa pues, como señalaba Elorza, “el Islam está habituado al autoritarismo”. Por ello, la respuesta al desafío mundial que supone el yihadismo, es muy complicada puesto que Occidente, tras años de apoyar  por motivos geoestratégicos a regímenes musulmanes dictatoriales (desde el Irán del Sha, la Libia de Gadaffi o la autocracias de Egipto y Marruecos) o a monarquías corruptas como la de Arabia Saudí, tras librar las guerras de Afganistán e Iraq,  ha sido incapaz de asentar en el mundo musulmán gobiernos de signo democrático. Este gran fracaso, este vacío de poder es el que ha favorecido el arraigo del yihadismo en amplias zonas de Oriente Medio y África con las consecuencias de todos conocidas. Por ello, en la actualidad, Occidente no tiene una alternativa política viable que permita el renacer de una nueva primavera árabe que ponga freno a tanto fanatismo y odio, que recupere la libertad y los derechos humanos para el pueblo musulmán, pues éste merece un futuro mejor que el que le ofrecen quienes enarbolan las negras banderas del Estado Islámico. De no ser así,  constataremos cómo a una efímera primavera árabe, le sucederá, irremediablemente, un largo y oscuro invierno yihadista. De cómo encare Occidente esta amenaza,  dependerá en gran medida el futuro inmediato del mundo musulmán y también nuestra civilización occidental, surgida de la síntesis de tradición judeo-cristiana, las ideas de la revolución liberal y de las conquistas sociales logradas por el movimiento obrero socialista, cimientos de nuestra sociedad libre y democrática.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 4 marzo 2015)

 

 

YIHADISMO ISLAMISTA EN ÁFRICA

YIHADISMO ISLAMISTA EN ÁFRICA

 

      La expansión del fundamentalismo islamista se ha convertido en una amenaza real que cuestiona nuestro sistema de valores y nuestra democracia. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York o del 11 de marzo de 2004 en Madrid, el espectro yihadista dejó ver su faz de violencia ciega y fanática contra Occidente, ese conjunto de países entre los que nos encontramos y que consideran como “infieles”, “corruptos” y “decadentes”.

     El embate del yihadismo no sólo se ha lanzado contra las sociedades laicas y secularizadas occidentales, sino que también se ha propagado con rapidez en determinadas áreas del Tercer Mundo. Significativo y preocupante es el caso de África, donde, si hace unos  años el islamismo radical se localizaba en Sudán, Nigeria y Somalia, en ésta última década se ha extendido con rapidez, cual si de una nueva plaga se tratara, por el Sahel, por el África Subsahariana. El objetivo de estos movimientos yihadistas es el  imponer un modelo de islam violento para convertir a África en un continente exclusivamente musulmán, lo cual supone un serio riesgo para la tradicional convivencia pacífica con el cristianismo y con las creencias animistas existentes en estos países. Los grupos yihadistas africanos se caracterizan por su victimismo (creen que el Islam está siendo constantemente agredido), por la crítica a otras religiones que consideran falsas, su rechazo a las intervenciones militares  de los “infieles” en los países musulmanes (Irak, Afganistán, Libia o, en un hipotético futuro en Siria o Irán), así como por su insistencia sobre la degradación moral y la decadencia de Occidente.

     Entre las causas que explican en parte la expansión del yihadismo en África estarían la contribución a la difusión del islamismo radical llevada a cabo por Irán desde el triunfo en 1979 de la revolución islámica en dicho país, la labor proselitista de los grupos wahabistas financiados por Arabia Saudí, así como el hecho de que, tras la insurrección libia de 2011, muchos antiguos mercenarios que sirvieron al derrocado régimen de Gadaffi, se pasaron con sus armas a las filas yihadistas.

    El recorrido por los grupos, especialmente activos en el Sahel, resulta preocupante. El más conocido es Al-Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), que surgió en 1999 como escisión del Grupo Islámico Armado (GIA) argelino  y que actúa en Mauritania, norte de Mali y Níger, además  del sur de Argelia. Su financiación, además de los rescates obtenidos por los secuestros de occidentales (recordemos los casos de los cooperantes españoles Alicia Gómez, Albert Vilalta y Roque Pascual), se basa, al igual que ocurre con los talibanes de Afganistán, en el tráfico de cocaína. En el Sahel actúan también el Movimiento para la Unidad de la Yihad en África del Oeste (MUJAO) y también Ansar Dine, fundado por el jefe de la rebelión tuareg Lyad Ag Ghalo: ambos grupos ocuparon el norte de Mali en 2012 hasta que fueron desalojados por la ofensiva militar francesa de principios de este año.

     Atención especial merece el caso del islamismo radical en Nigeria, representado por el grupo Boko Haram que, significativamente en lengua hausa significa “la educación occidental es pecado”. Inspirado por los talibanes afganos, se caracteriza por su odio religioso, lo cual ha convertido en objetivo prioritario de sus acciones violentas a los cristianos y sus iglesias para imponer la sharia, la ley islámica en su interpretación más rigorista, en el Norte de Nigeria. En el caso de Somalia, también resulta tristemente conocido el grupo Al-Shabab (“Los Jóvenes”): además de sus acciones terroristas, entre ellas la reciente masacre en el centro comercial Westgate de Nairobi, es responsable de lapidaciones y mutilaciones, rechaza como “vicios” la música y el fútbol y, al igual que los demás grupos islamistas, niegan a las mujeres los más elementales derechos.

     Pero la peste yihadista se extiende. Además de en estos países, también rebrota en otros puntos como Senegal (una democracia aceptable en el conjunto de África), Camerún (considerado hasta ahora un modelo de estabilidad y seguridad), la República Centroafricana, donde el pasado 24 de marzo la coalición rebelde Seleka tomó el poder violentamente, en Chad, así como en Túnez y Egipto tras sus frustradas “primaveras árabes” e incluso en nuestro vecino Marruecos.

     La realidad de los hechos ha demostrado que resulta improbable el intento de consolidar, mediante intervenciones armadas, sistemas políticos de corte occidental en países musulmanes sin tradición democrática: ahí están los ejemplos de Irak o Afganistán. Por ello, como señala José Carlos Rodríguez, “lo que es seguro es que durante los años venideros los medios militares no bastarán para acabar con esta amenaza” y, por ello serán precisos líderes religiosos y políticos que “trabajen por la creación de una cultura de paz, en medio de un ambiente de violencia que nada tiene de religioso”. En consecuencia, tal vez la Alianza de Civilizaciones, tan denostada por la derecha, sea un camino, ciertamente lento pero eficaz, para tender puentes de respeto y comprensión entre Occidente y el Islam, primer y necesario paso para hacer frente a la expansión del odio y la intolerancia yihadista.

     Nuestra democracia está siendo atacada por tres graves amenazas: el resurgir del fascismo, las políticas antisociales del neoliberalismo capitalista y el islamismo yihadista. Ante todas ellas debemos estar alerta y ofrecer una respuesta en defensa de nuestros valores. Nos va en ello el futuro.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 21 octubre 2013)

 

EL FINAL DE LA TREGUA DE ETA

EL FINAL DE LA TREGUA DE ETA

     Todos estamos comprobando, hace ya tiempo, el estado de crispación y de desconcierto que se está sembrando en la sociedad española como consecuencia de los acontecimientos relacionados con el terrorismo de ETA. El tema es extraordinariamente complicado y de difícil solución y que puede acarrear graves consecuencias para la convivencia en el futuro, por lo que las fuerzas políticas deberían ser especialmente cuidadosas y prudentes a la hora de abordar esta cuestión.    El Gobierno de Rodríguez Zapatero, reconociendo la existencia del conflicto en Euskadi, primera condición para su solución, tendió puentes e intentó el acercamiento al entorno de ETA en aras a la consecución de la paz. Los Gobiernos del PP hicieron lo mismo y la oposición  se mantuvo en un segundo plano, siendo especialmente discreta, respetando y apoyando la política del Gobierno. Ese parece ser el camino y no hay otro. Los partidos políticos deben ir unidos y en la misma dirección, de lo contrario el fracaso puede ser estrepitoso.  El intento de Rodríguez Zapatero ha sido loable, mas probablemente no debería haberse embarcado en este mar tenebroso, sin contar la implicación y apoyo del otro gran partido de carácter estatal.    

      Admitido lo anterior, cabe decir que una vez perdieron las elecciones en marzo de 2004, los dirigentes populares han seguido una política de hostilidad constante contra el Gobierno, que ha generado un estado de crispación en la sociedad española, desconocido desde tiempos de la Transición, e impensable en cualquier país avanzado.  Esta actuación de los populares pudiera explicarse por el enfado que les causó la imprevista derrota electoral del 14-M. O quizás se debiera a que tomaran las riendas del partido los halcones. O a que el PP eligió ex profeso la estrategia de la confrontación permanente, como la única manera de alcanzar el poder.  Lo que si parece cierto es que desde el 14-M los Rajoy, Acebes, Zaplana y compañía, han dado muestra de un nerviosismo, nada conveniente, en la vida política.

      La actual dirección del PP ha optado por una táctica arriesgada y de consecuencias imprevisibles. Parecen movidos por la desesperación. Son todo un conjunto de políticos que, como no tienen futuro, no tienen nada que perder. Si, tras la derrota electoral del 14-M, el partido hubiera llevado a cabo un congreso y hubiera hecho una autocrítica, se hubiera dado paso a una nueva generación de políticos que, libres y no comprometidos con el pasado, estarían haciendo una oposición útil para la sociedad y más legitimable. Como saben que todo se lo juegan a una carta, no tienen problema alguno en embarcar a todos correligionarios y a todos aquellos sectores de la sociedad que puedan embaucar, con el apoyo incondicional de determinados periódicos y emisoras de radio, en un viaje que no tiene otro objetivo que derrocar al Gobierno de Rodríguez Zapatero. Primero se inventaron la mentira de la conspiración en la masacre del 11-M. ¡Qué de cosas hemos tenido que oír un día tras otro, tratando de vincular estos atentados con la banda terrorista de ETA! Mas la verdad desagradable asoma, y a la trama islamista se le cae el velo, y en el tercer aniversario, el juicio está demostrando que no hay rastro alguno de ETA. Como esto ya lo sabían, han tenido que montar otra gran mentira. Independientemente que el Gobierno socialista haya podido cometer errores en todo el proceso de negociación con ETA, lo que parece indiscutible es que por primera vez en la historia de nuestra reciente democracia un gran partido, que ha detentado el Gobierno de España, y que cabe pensar que lo hará en el futuro, ha decidido servirse con fines partidistas de la política antiterrorista del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Es posible que los socialistas hayan errado en su cálculo, al pensar que podían afrontar, sin el pleno apoyo de la oposición, un final pactado de ETA. Probablemente han calibrado mal, las repercusiones en la opinión ciudadana de su actuación en el caso De Juana; pero lo que no se puede decir, de ninguna manera, que Rodríguez Zapatero sea cómplice de los terroristas, que el PSOE sea un traidor a la patria o que el Gobierno esté vendido a ETA. Los dirigentes del Partido Popular saben perfectamente que no es así, y a pesar de saberlo, han decidido tirar por la calle del medio y jugar con los sentimientos de una parte importante del pueblo español con fines partidistas. No se puede decir ante cientos de miles de españoles que España está en peligro, a no ser a costa de una gran irresponsabilidad .

      Convendría recordar el ejemplo de lo sucedido en el conflicto de Irlanda del Norte, donde el Reino Unido  y la República de Irlanda, desde fines de 1993 intentaron, de forma decidida, poner fin a uno de los conflictos más enquistados y sangrientos del siglo XX, convencidos de que no se podía condenar a Irlanda del Norte a un futuro de muerte y desesperación. Usaron el diálogo, la imaginación, la paciencia y la discreción. Los grandes partidos políticos del Reino Unido apostaron por la paz, entendiéndola como una cuestión de Estado, no partidista. En consecuencia no se entorpecieron, llevando ramos de flores a los lugares donde se produjeron las matanzas del IRA.  Los medios de comunicación fueron especialmente discretos y respetuosos con el tema. Se habló mucho y durante largo tiempo con las asociaciones de las víctimas. El largo camino hacia la solución del problema comenzó en diciembre de 1993, cuando el entonces primer ministro conservador británico, John Major, y el exjefe de Gobierno irlandés, Albert Reynols, firmaron en Londres la declaración de “Downing Street”. Ahora han recogido el fruto Tony Blair y Peter Hain. Es lo menos importante. Aquí nadie se pone medallas. El triunfo es de todos, como también hubiera sido el fracaso.

      Todos los políticos españoles deberían tenerlo en cuenta. Ya sabemos- es un tópico decirlo- que las situaciones entre Irlanda del Norte y Euskadi son muy diferentes. Ni ETA es el IRA ni el Ulster es Euskadi. Ni España es el Reino Unido. Es verdad,  mas a pesar de todo en algunos aspectos la solución de este conflicto podría servir de referencia a Euskadi: es el modo, la estrategia, las técnicas con las que se ha abordado y dirigido todo el proceso de superación del conflicto armado.

      Finalmente, podrían resultar para la clase política española altamente aleccionadoras las palabras pronunciadas en una reciente entrevista por parte del sacerdote irlandés Alec Reid, mediador en el conflicto del Ulster, y afincado desde hace seis años  en Bilbao, donde se ha situado en medio de todos los agentes políticos. Reid nos advierte que, “en Irlanda del Norte se necesitaron treinta años para aprender algunas cosas. La primera: se debe respetar  siempre la dignidad de las personas ya que es un valor supremo fundamental. La segunda: el único camino para resolver un problema es el diálogo. Ningún conflicto tiene solución por la vía de las armas. Lo que pasa es que en España no hay una cultura democrática entre partidos, ya que la democracia es demasiado joven. Si los partidos políticos se escucharan durante media hora sin interrumpirse, encontrarían al menos algunas cosas en las que estarían de acuerdo”.  

Cándido Marquesán Millán y José Ramón Villanueva Herrero

(Diario de Teruel, 8 junio 2007)

CERRAR GUANTÁNAMO

CERRAR GUANTÁNAMO

     En la “lucha contra el terrorismo internacional” emprendida por el presidente Bush, ha sido noticia frecuente el campo de prisioneros de Guantánamo. Esta base naval americana ubicada en Cuba, representa, tanto en su origen como en su utilización actual, una página negra, una más, en la historia del imperialismo de los EE.UU.

     En 1898, cuando los patriotas cubanos con el apoyo del ejército americano pusieron fin al dominio colonial español, la isla, en vez de lograr su plena soberanía, se convirtió en un protectorado de los EE.UU., en una nueva pieza del expansionismo norteamericano en el Caribe. Por ello, en 1901, el Congreso de los EE.UU. impuso un Apéndice a la nueva Constitución de la República de Cuba, bajo la amenaza de que de no ser aceptado, la isla permanecería ocupada militarmente de forma indefinida, y ello podría ser el preludio de una posible anexión similar a la ocurrida con Puerto Rico. De este modo, la conocida como “Enmienda Platt”, en su artículo 7º, establecía la cesión de suelo cubano para el establecimiento de bases navales por parte de EE.UU., la potencia ocupante. Así, en febrero de 1903, la US Navy, recibía como “concesión perpetua”, 116 km² en la bahía de Guantánamo. A cambio, EE.UU. debía de abonar un alquiler de 2.000 $ anuales, cantidad que pagó al gobierno cubano hasta que, llegado Fidel Castro al poder, se negó a cobrarla para denunciar la ocupación “ilegítima” que la base de Guantánamo suponía para la soberanía de Cuba.

     En la actualidad, y desde principios del 2002, Guantánamo se ha convertido en un siniestro campo de detención para prisioneros islámicos talibanes o de Al-Queda. A estos presos, EE.UU. los define como “combatientes enemigos ilegales” y, de forma arbitraria, ha decidido no aplicarles la IV Convención de Ginebra sobre el trato a prisioneros de guerra. Para ello, la Administración Bus se apoya en una argucia: como nominalmente Guantánamo sigue siendo territorio cubano, EE.UU. alega que los allí detenidos se encuentran fuera de territorio federal y, por ello, carecen de los derechos que tendrían si estuvieran detenidos en los EE.UU.

     De este modo, en Guantánamo se incumplen de forma flagrante numerosos artículos de la citada Convención de Ginebra, entre otros los relativos a la prohibición de palizas, torturas y maltratos psicológicos (art. 13), las humillaciones sexuales (art. 14), el encarcelamiento en celdas de reducido tamaño (art. 21), el deber de ser restituidos a su país de origen una vez finalizadas las hostilidades, así como la prohibición de aplicar detenciones por tiempo indefinido a los prisioneros (art. 118).

     Los detenidos habían sido trasladados, sin ningún tipo de control judicial, en vuelos clandestinos e ilegales de la CIA con el apoyo y connivencia de algunos países occidentales , hasta el punto de que en noviembre de 2005, The Washington Post ya denunció la existencia de cárceles clandestinas dirigidas por la CIA no sólo en diversos países árabes sino, también, en Rumanía, Polonia y Escocia. Los supuestos terroristas islámicos, además de los procedentes de Afganistán e Irak, habían sido raptados por la CIA en 12 países distintos: Yugoslavia, Paquistán, indonesia, Azerbaiján, Albania, Nigeria, Filipinas, Kenia, África del Sur, Canadá e incluso Alemania e Italia. Para ello la CIA ha contado con la colaboración de los servicios secretos de algunos países árabes que se sienten amenazados por la creciente ola de islamismo radical, como Egipto, Jordania, Arabia Saudí o Siria.

     Ante semejante aberración jurídica, ante tan flagrantes violaciones de los derechos humanos, la situación ha sido denunciada en diversos informes de Amnistía Internacional, de Human Rights Watch y del Comité Internacional de la Cruz Roja. El pasado mes de febrero, la Comisión de Expertos de la ONU, en un demoledor informe, tras denunciar las graves violaciones de la legislación internacional cometidas, no dudaba en afirmar  que “el Gobierno de EE.UU. deberá cerrar las instalaciones de Guantánamo sin tardanza”.

Todas estas circunstancias han generado un profundo rechazo hacia la política belicista norteamericana y también en contra del empleo de la tortura bajo el pretexto de combatir el terrorismo internacional. Es el momento de que con la misma firmeza con la que la inmensa mayoría de la ciudadanía española nos opusimos a la guerra de Irak, hagamos ahora oír nuestra voz para reclamar el cumplimiento estricto de la legalidad internacional, el final de la ocupación militar de dicho país y la supresión de la tortura y otras prácticas propias de la guerra sucia. Hay que exigir el cierre inmediato de Guantánamo, la prisión iraquí  de Abú Grahib, la afgana de Pul-i-Jarji y la de otros lugares de detención y tortura clandestina cuya localización permanece oculta y que sólo han servido para fomentar el radicalismo islámico y el odio hacia Occidente y sus valores. De ahí que el cierre de todos estos siniestros lugares y la abolición de la tortura, sea, hoy, un imperativo moral y político inaplazable. 

José Ramón Villanueva Herrero

(Diario de Teruel, 21 abril 2006) 

NEGOCIAR CON ETA

     Resulta grave y preocupante la táctica de oposición adusta, dura y demagógica de la derecha en un tema tan sensible como la lucha antiterrorista, aspecto éste que deber ser siempre política de Estado y, por ello, quedar al margen de las disputas políticas partidarias. Y es que, a Zapatero, la derecha le está negando algo que se le concedió al resto de los presidentes de la democracia española: dialogar con ETA para lograr la paz. El Gobierno del Presidente Zapatero tiene plena legitimidad política para dialogar con ETA, máxime cuando cuenta con un amplio respaldo en tal sentido por parte del Parlamento. Consecuentemente, la negociación debe centrarse en la entrega de las armas y en la situación de los presos etarras, asumiendo, con generosidad, salidas que permitan su reinserción social y política.  Ciertamente, siempre quedarán sectores irreductibles, contrarios al acuerdo, pero un horizonte de paz puede suponer una fractura en el conglomerado político y social que respalda a ETA. Eso es precisamente lo que ocurrió en la negociación entre el Gobierno de UCD y ETA (político-militar) en 1982, el cual, gracias a la mediación de hombres de la talla de Juan María Bandrés y Mario Onaindía, dió como resultado el abandono de las armas  y la reinserción social y política de los etarras “polis-milis”.

     La negociación política con ETA quedó legitimada en el ya lejano Pacto de Ajuria Enea para la normalización y pacificación de Euskadi, firmado en 1988 por todos los partidos democráticos, el cual, en su punto 10º, decía textualmente que, “si se producen las condiciones adecuadas para el final dialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad de poner fin a la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción, apoyamos procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes decidan abandonar la violencia”.

     Con este horizonte, se realizaron las fracasadas negociaciones de Argel en 1989 entre el Gobierno de Felipe González y ETA. Una nueva esperanza se generó cuando el entonces Presidente Aznar autorizó el 4 de septiembre de 1998 establecer contactos con la banda etarra. De este modo, Aznar apostaba (y eso le honra) por iniciar el difícil camino de dialogar con ETA, a la cual, aludió ese día como “Movimiento Vasco de Liberación”: ningún Presidente de Gobierno había sido tan suave a la hora de referirse a la banda terrorista,  lo cual era especialmente significativo en su caso puesto que Aznar había sido objeto de  un atentado etarra.

     El camino se inició sin ninguna crítica de la oposición, más aún, con pleno apoyo de Zapatero,  entonces líder de la oposición: la cuestión lo merecía. Por eso, cuando ahora se critica de forma implacable al Gobierno socialista por intentar lograr la paz, cuando se escuchan las declaraciones de Rajoy y Aceves (dos exministros del Interior, por cierto), hay que recordar  que el expresidente Aznar no dudó en tomar medidas para crear un ambiente favorable para el diálogo con ETA como el acercamiento a Euskadi de  126 presos etarras. También, a principios de diciembre de 1998, se celebró una reunión entre el PP y HB, a la que asistieron, por parte de los populares, Zarzalejos, Martín Fluxá y Arriola, mientras que, por parte batasuna estaban presentes Otegi, Diez Usabiaga y Barrena. Tras ella, el Gobierno requirió un estudio para acelerar la transferencia de competencias y su posible ampliación al Gobierno Vasco. Los citados dirigentes populares, enviados por Aznar, se reunieron el 19 de mayo de 1999 en Suiza con los miembros de la dirección de ETA Mikel Antza (responsable del aparato político) y con Belén González (a) “Carmen”, (exmiembro del “Comando Madrid” sobre la que pesaban 4 asesinatos). El diálogo no prosperó y, cuando el 28 de noviembre de  1999 ETA anunciaba el fin de la tregua, Aznar pudo decir, con toda legitimidad en su Declaración institucional que “me comprometí como Presidente del Gobierno a impulsar con toda determinación las iniciativas que condujeran a un proceso de paz...[...] Autoricé el diálogo con ETA para acreditar su voluntad al cese definitivo de la violencia”. Exactamente igual que ocurre en la actualidad con el nuevo Gobierno socialista.

     Para lograr el final de la violencia, habrá que tener constancia, convicciones y, también, generosidad histórica. La misma que tuvieron las fuerzas progresistas españolas cuando, en plena Transición, se aprobó la Ley de Amnistía (1977) que, de hecho, supuso una auténtica “ley de punto final” para con los crímenes y los represores del franquismo. Es una oportunidad histórica y la derecha vociferante debería ofrecer al Gobierno de España el mismo respaldo leal que recibió durante el proceso negociador que Aznar inició durante 1998-1999. A quienes tanto hablan “claudicación” de Zapatero, hay que recordarles que, el 5 de noviembre de 1998, Aznar manifestaba estar dispuesto “al perdón y a la generosidad” si ETA renunciaba a la violencia. A pesar de los anteriores engaños de ETA, de la oposición cerril de la derecha, hoy como ayer, el perdón y la generosidad de los que hablaba Aznar seguirán siendo necesarios.  Pues pase lo que pase, nuestros gobernantes tienen el deber moral y político de hacer todos los esfuerzos posibles para alcanzar la paz en Euskadi, como en su día lo intentaron Suárez, González, Aznar y, ahora,  Rodríguez Zapatero. 

     José Ramón Villanueva Herrero.

     (Diario de Teruel, 19 febrero 2006)