TIEMPOS DE PERPLEJIDAD
Daniel Innerarity en su libro Política para perplejos (2018), dejaba patente su perplejidad y preocupación ante el impacto que diversos hechos han producido en nuestras sociedades, una perplejidad plagada de efectos negativos y espinosas incertidumbres hacia el futuro.
El primero de estos hechos fue la elección de Donald Trump en noviembre de 2016 como presidente de los Estados Unidos (EE.UU.), algo que rompía las reglas y los parámetros de la política norteamericana, que renegaba del legado de la anterior presidencia de Barack Obama y que sembraba de dudas y temores las políticas a aplicar por el polémico empresario, convertido en el líder de la (todavía) nación más poderosa del mundo. Ahora, en el cuarto año de su mandato, previo a las elecciones presidenciales del próximo noviembre, la perplejidad ha dado paso a la preocupación. Trump no sólo ha dinamitado las incipientes políticas sociales de la Administración Obama, sino que ha crispado las relaciones internacionales en todos los frentes: desde la política arancelaria y la guerra comercial con China, hasta su apoyo entusiasta al Brexit británico, debilitando así la alianza transatlántica con los países de la Unión Europea (UE), hasta su actitud beligerante con Venezuela e Iran o el respaldo cerrado que ofrece al gobierno de Benyamin Netanyahu que ha sepultado las escasas esperanzas que aún quedaban de lograr un acuerdo de paz justo al eterno conflicto palestino-israelí.
Hasta aquí los hechos de todos conocidos, pero ante el temor de una posible reelección de Trump, bueno es recordar las reflexiones que Innerarity nos hacía para explicar cómo una figura tan atípica (y peligrosa) como el magnate americano ha podido llegar a la Casa Blanca. Y es que, como explica el citado catedrático de filosofía política, ello responde a “cambios sociales y políticos insuficientemente advertidos por quien se sorprende ante sus efectos” y que responderían a varias razones. La primera de ellas es la existencia de “una política degradada”, ya que la actividad pública no se concibe como un ejercicio de virtudes públicas, como diría Cicerón, sino como el oficio de “un círculo cerrado de privilegiados que se dedican al ejercicio de la intriga”, tal y como quedó patente en los factores que propiciaron su elección, así como en los datos conocidos durante el proceso de destitución (impeachment) al cual fue sometido.
La segunda razón es que la irrupción de Trump en la política con su exitoso lema “America fist”, lo ha convertido en un abanderado contra los efectos negativos que la globalización estaba causando en amplios sectores de la sociedad americana. De ahí, su defensa de políticas proteccionistas o el establecimiento de barreras para defender a unos Estados Unidos, que se sentían en decadencia, de sus enemigos reales o imaginarios. Una peligrosa reacción propia de un exacerbado nacionalismo que se ha aprovechado de la angustia de los trabajadores que han sufrido los devastadores efectos de la globalización y de la deslocalización en las zonas industriales deprimidas o en el Medio Oeste agrario y conservador, para aupar al poder la retórica demagógica de Trump.
Y un tercer factor no menos importante: la reactivación del orgullo de los llamados WASP (White Anglo-Saxon Protestant) norteamericanos, un orgullo de tintes supremacistas y racistas, que rechaza el valor de la multiculturalidad en un país que, como es el caso de los EE.UU., se formó por oleadas de emigrantes de origen diverso, como también lo es, por cierto, la familia de Trump, cuyos orígenes se hallan en Escocia y Alemania. Ello explica su política anti-migración, cuyos ejemplos más duros y patentes son el trato recibido por los inmigrantes ilegales que llegan a EE.UU. y su anhelado proyecto de muro en la frontera con México.
Otro motivo de perplejidad, tan grave como el anterior, ha sido el desgarro producido por el Brexit británico que ha agrietado no sólo el proyecto sino también los sentimientos europeístas y cuyo futuro está plagado de incógnitas todavía difíciles de calibrar, un proceso de separación de la UE liderado por otro personaje que nos llena de preocupación cual es Boris Johnson, un Brexit que, en palabras de Innerarity es “uno de los fenómenos en los que el miedo a lo desconocido se traduce en torpeza y pone en marcha una serie de operaciones políticas de dudosa coherencia”.
Y qué decir de la perplejidad que nos causa el preocupante auge de la extrema derecha en muchos países, también en España, una cuestión ante la que hay que hacer frente con firmeza para lo cual es fundamental reforzar el cordón sanitario como han hecho en Europa Angela Merkel o Macron y no como sucede en España donde el PP y Ciudadanos rinden vasallaje a las órdenes imperativas de Vox y aceptan sumisamente que el partido de Abascal les marque la agenda y les capte su electorado con sus mensajes y propuestas abiertamente reaccionarias. Como decía Pierre Moscovici, “la democracia es un tesoro muy frágil”, pero para preservarla, resulta esencial que los partidos democráticos cierren el paso a los grupos que, bajo diversas denominaciones o maquillajes, defienden posiciones de extrema derecha, y consecuentemente, la derecha democrática tiene que alejarse de cualquier tentación de alcanzar parcelas de poder aliándose o mimetizando posturas y mensajes propios del neofascismo.
Ante este panorama, ahora agudizado por la perplejidad causada por los dramáticos efectos de la pandemia del coronavirus, como señalaba Ulrich Beck, “las sociedades contemporáneas no pueden atribuir todo aquello que les amenaza a causas externas; ellas mismas producen lo que no desean” y es que, como recordaba Innerarty, “hay que sustituir la inculpación hacia fuera por la reflexión hacia dentro”. Tal vez si logramos superar de forma positiva la perplejidad que en estos últimos años nos han suscitado acontecimientos como los indicados, podremos cambiar el rumbo de nuestra sociedad, una nave que, en estos temas, está surcando unos mares tan inciertos como peligrosos.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 22 septiembre 2020)
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