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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

SALÓNICA, 1943: EL HOLOCAUSTO SEFARDÍ

 

     El Holocausto, la Shoah (catástrofe, en hebreo), devastó al pueblo judío europeo y, por ello, aniquiló, también, los grandes focos de poblaciones de origen sefardí, de los descendientes de los judíos que fueron expulsados en 1492 de España, de su siempre añorada Sefarad

     Antes de la II Guerra Mundial la comunidad sefardí europea se concentraba en Grecia, Yugoslavia y Bulgaria, siendo sus principales focos las ciudades de Sarajevo, Belgrado, Sofía y Salónica. Iniciada la guerra, la zona de los Balcanes quedó bajo control militar de las fuerzas del Eje, especialmente tras la ocupación por parte de la Alemania nazi de Yugoslavia y Grecia en 1941. A partir de este momento, y con la ayuda de los regímenes fascistas de Bulgaria y de la Croacia de Ante Palevich, se desató una campaña de humillaciones, acoso y persecución de la población judía, y, entre ella, de las comunidades sefardíes las cuales, a pesar de los siglos pasados desde su expulsión de España, seguían conservando un fuerte vínculo emocional con Sefarad, y mantenían vivo, todavía, su lengua, el ladino o judeo-español.

     Fue a partir de 1943 cuando, puesta en marcha la “Solución Final” por parte de la Alemania hitleriana, se intensificó la destrucción y exterminio de las comunidades judías que serían finalmente deportadas a los siniestros campos de exterminio nazis. Especialmente dramático fue el caso de lo ocurrido en la ciudad griega de Salónica, que por aquellas fechas contaba con una población de 250.000 habitantes, de los cuales, en torno a 50.000 eran de ascendencia judía sefardí, la mayor comunidad de hablantes de ladino o judeo-español. Un dato: según Marcos M. Bermejo, hacia 1927 se vendían en Salónica miles de  ejemplares de periódicos escritos en judeo-español, sobre todo, del titulado El Puevlo (sic), que era el más popular. Salónica era una ciudad donde existían sinagogas o congregaciones que mantenían el nombre de su lugar de procedencia de la antigua Sefarad, razón por la cual una de dichas sinagogas y calles de la judería llevaba el nombre de “Aragón”, a la vez que a sus judíos se les denominaba, también, como “saragosanos”, tal y como nos recordaban Adela Rubio y Santiago Blasco en su libro El Cal Aragón: los judíos aragoneses en Salónica. La importancia del legado judío en la ciudad llegó a ser tan importante que en el s. XVI Salónica era conocida como “la Madre de Israel” y, también, como “la Jerusalem de los Balcanes”.Todo cambió cuando los nazis ocuparon Grecia y, de este modo, el delirio asesino nazi puso fin en aquella hermosa ciudad griega a una cultura judía con profundas raíces hispanas que en ella había arraigado durante 450 años, cuya deportación y exterminio fue ordenada personalmente por Adolf Hitler.

     Las deportaciones masivas de los judíos de Salónica tuvieron lugar entre el 15 de marzo y el 7 de agosto del año 1943. La mayoría, en torno a 48.000, fueron enviados en tren al siniestro campo de exterminio de Auchwitz II–Birkenau, donde fueron gaseados de inmediato. Otros grupos llegaron a los campos de Treblinka y Bergen-Belsen. De este modo, se estima que alrededor del 96,5% de la comunidad, la mayoría de ellos descendientes de los judíos expulsados de España en 1492, murieron durante la Shoah.

     Pese a la meritoria labor del diplomático aragonés (de Graus) Sebastián Romero Radigales, por aquel entonces Cónsul general de la Embajada de España en Grecia, que salvó la vida de varios centenares de judíos helenos, la Shoah también supuso la destrucción de otras pequeñas comunidades judías como la de la isla de Rodas. En cambio, mejor suerte tuvieron los judíos de Atenas donde muchos de ellos pudieron salvar la vida con la ayuda de la población cristiano-ortodoxa local. Este hecho contrasta con lo ocurrido en Salónica, donde la actitud de sus vecinos cristianos, como señalaba Marcos H. Bermejo, “osciló entre el colaboracionismo y la indiferencia”. Ello se debió a un intento evidente de “helenizar” la ciudad dado que los cristianos recelaban de la “lealtad” de los judíos para con su nueva nación, para con Grecia: recordemos que Salónica fue incorporada a Grecia tan sólo dos décadas antes, en 1912, después de siglos de haber pertenecido al Imperio Otomano. Como ha estudiado el historiador Leon Satiel, la comunidad cristiana deseaba “reconvertir Salónica en un idílico paraíso bizantino sin apenas judíos ni musulmanes”. De hecho, cuando los nazis arrasaron el cementerio judío de Salónica, lo hicieron a instancias de la comunidad cristiano ortodoxa, que quería levantar allí la Universidad Aristóteles. Solo en fechas recientes se ha reconocido y disculpado el colaboracionismo de la comunidad cristiana griega con los nazis por su responsabilidad en el fatal destino que sufrieron la mayoría de la población judía de Salónica.

    De toda aquella inmensa tragedia, en la actualidad tan sólo quedan unos 1.000 judíos en Salónica, los cuales apenas hablan ya ladino. También existe en la ciudad, a modo de testimonio para las generaciones futuras, un Museo del Holocausto de Salónica, que pretende ser testimonio para las generaciones futuras, como un permanente deber de memoria, de la que fue el hogar de la comunidad judía sefardí de iberodescendientes más grande de Europa,  pues, como dejó escrito Elie Wiesel, “el olvido significaría peligro e insulto”, peligro de que resurja de nuevo “la demencia asesina”, y olvido, porque ello sería “un insulto a la memoria de las víctimas”. Reflexiones muy a tener presentes ahora que se cumplen 80 años de aquellos trágicos sucesos y en estos tiempos de emergentes mensajes y movimientos neofascistas.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 7 agosto 2023)

 

 

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