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ALBERT EINSTEIN EN ZARAGOZA

En estas fechas en que ha sido noticia la comprobación de la existencia de las ondas gravitacionales, como predijo Albert Einstein en su Teoría General de la Relatividad, es buen momento para recordar la relación este científico, sin duda el más conocido y popular de los últimos tiempos, con la ciudad de Zaragoza.
A principios de 1923 el sabio alemán realizó un viaje a España que le llevó, sucesivamente, a Barcelona y Madrid. Al regreso de esta última, y por iniciativa del Jerónimo Vecino, físico de la Universidad zaragozana, Einstein, el brillante Premio Nobel de Física de 1921, accedió a desplazarse a ella para pronunciar dos conferencias en la Facultad de Medicina y Ciencias, actual Edifico Paraninfo, de la Universidad de Zaragoza, por las que cobró 575 pesetas por cada una de ellas, además de otras 250 pesetas para gastos.
La visita de Einstein, que tuvo lugar entre los días 12 y 14 de marzo, fue todo un acontecimiento que revolucionó la vida cultural de la capital aragonesa: de ella se hizo amplio eco la prensa local (Heraldo de Aragón, El Noticiero, El Día) y Thomas F. Glick, en su libro Einstein y los españoles. Ciencia y sociedad en la España de Entreguerras, le dedicó su capítulo 5º titulado “Einstein en Zaragoza”.
Durante las 50 horas en que el eminente científico permaneció en la capital aragonesa, como recordaba Antón Castro, Einstein quedó gratamente impresionado por la gran acogida, tanto intelectual como afectiva, de que fue objeto. Por su parte, Zaragoza se sintió muy honrada con la presencia del ilustre invitado y por ello, Gonzalo Calamita aludió a la presencia de Einstein en la Universidad zaragozana como un “espléndido regalo científico” a la ciudad. Por aquel entonces Zaragoza era una capital provinciana, pero no era un yermo cultural: allí había dejado su impronta Ramón y Cajal y era destacable el trabajo científico que Antonio Gregorio de Rocasolano estaba llevando a cabo en su laboratorio de investigaciones bioquímicas, tema que interesó a Einstein, por lo que aprovecharía su estancia en la ciudad para visitarlo.
De este modo, el lunes 12 de marzo de 1923, a las 6 de la tarde, a las dos horas escasas de su llegada a Zaragoza, Einstein pronunció en francés su primera conferencia que trató sobre su teoría de la relatividad. Con una expectación enorme y la sala abarrotada por escuchar al sabio, expuso sus teorías en un acto de gran relieve académico pues estuvo presidido por Ricardo Royo Villanova (rector de la Universidad), el general Mayandía (futuro ministro en la ya inminente dictadura del general Primo de Rivera), Gonzalo Calamita (decano de la Facultad de Medicina), Antonio Gregorio de Rocasolano y Manuel Lorenzo Pardo que clausuró el acto en su condición de Secretario de la Academia de Ciencias Exactas, Físico-Químicas y Naturales de Zaragoza, entidad que aprovecharía la visita de Einstein para nombrarlo miembro de la misma y que, fundada el 27 de marzo de 1916, cumplirá en unos días su primer centenario.
La segunda conferencia se celebró al día siguiente, el martes 13 de marzo, en el mismo lugar que la anterior y en esta ocasión trató sobre “La estructura del Espacio”. Durante ella Einstein realizo diversas ecuaciones y dibujos en una pizarra. Este hecho hizo que el rector Royo Villanova propusiese que dicha pizarra se conservase intacta, tal y como la dejó el eminente científico “para que quede algo perenne y constante del paso de Einstein por la Universidad […] a fin de poder mostrarlos a las generaciones venideras, como reliquias de la fecha de hoy” (Heraldo de Aragón, 14 marzo 1923). Ignoro si la famosa pizarra se conserva en la actualidad.
El elevado nivel científico de dichas conferencias sólo era comprensible para un reducido número de personas, aunque no por ello mermaba la fascinación del auditorio por Einstein: como señalaba Antón Castro, el diario El Día dejó constancia de su “veneración admirada” por el sabio mientras que otro testimonio, con noble sinceridad reconocía: “No lo entiendo, pero es una eminencia”.
Por su parte, la comunidad científica agasajó al ilustre invitado con una comida en el Casino Mercantil. Le dio la bienvenida, con un discurso en alemán, el filólogo Domingo Miral y, en su respuesta, Einstein hizo una mención a su patria, a aquella República de Weimar que, tras la derrota alemana en la I Guerra Mundial, se debatía en una profunda crisis económica y social, señalando, como apuntaba El Noticiero, “su confianza de que se llegue a salvar la crisis de Alemania para hacer posible la urgentemente necesaria reconstitución de Europa”. Ciertamente, el clarividente científico erró en su vaticinio pues la crisis de Weimar, no sólo socavó la democracia alemana, sino que fue el fermento del nazismo, de aquella bestia parda, que, tras llegar al poder en 1933, obligaría a Einstein, judío y antifascista, a exiliarse en Estados Unidos.
La estancia de Einstein en Zaragoza, sus 50 horas en la capital aragonesa, de la que partió el 14 de marzo, el día de su cumpleaños, en el tren rápido de la tarde con destino a Bilbao, fue todo un hito destacable y recordado en la vida social y cultural de la ciudad. De este modo, en la Memoria de la Academia de Ciencias de 1923, redactada por Lorenzo Pardo, el ilustre ingeniero dejó constancia de ello al indicar que, “Para la comunidad científica la visita de Einstein fue realmente significativa. No sólo su presencia honró a la ciencia aragonesa, sino que, además, el nombre de Zaragoza se vincularía en lo sucesivo a su prestigio”. Ahora, 93 años después, aquella visita de Einstein sigue siendo un recuerdo que perdura en la historia de la ciudad y, desde luego, también, en la de la Universidad de Zaragoza.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 14 marzo 2016)
CHAPLIN, SIEMPRE

El 25 de diciembre de 1977, hace ahora 35 años, moría Charles Spencer Chaplin, el genial Charlot, sin duda la figura más famosa de toda la historia del cine. Sus películas son un legado permanente para la cultura occidental ya que, como señaló Alberto Sánchez Millán, Chaplin “puso su arte y su vida no sólo para divertir y emocionar, sino también al servicio de la lucha por la justicia y la libertad”.
En estos tiempos en que son tan necesarios los referentes éticos, el asumir compromisos políticos y sociales para transformar la realidad, bueno resulta recordar, a modo de homenaje, la actitud de Chaplin tal y como quedó patente en algunas de sus películas más inolvidables. Este es el caso de Armas al hombro (1917), una obra que, en medio de la sangría de la I Guerra Mundial, defendía una posición pacifista y, consecuentemente, contraria a todo belicismo militarista.
El compromiso político de Chaplin y su antifascismo militante quedó plasmado en El Gran Dictador (1940), otra de sus películas indispensables. La barbarie hitleriana impulsó a Chaplin, judío de origen, a realizar una película contra de las dictaduras fascistas, la cual se convirtió en un alegato permanente frente a la barbarie y la opresión totalitaria y, en consecuencia, una ardiente defensa de la sociedad democrática. La valiente actitud de Chaplin le supuso numerosos problemas: recibió amenazas e intentos de boicot, fue denunciado ante el Comité de Actividades Antiamericanas, enfureció a dirigentes fascistas como Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda nazi, aquel que decía que “cuando oigo hablar de cultura, enseguida echo mano a mi pistola”, y que calificó a Chaplin como “un pequeño judío despreciable”, a aquel Chaplin que tan brillantemente había ridiculizado a Hitler en esta memorable película. Esta joya del cine fue prohibida no sólo en muchos Estados de la Unión, sino, por supuesto, en todos los países fascistas, incluida la España de Franco, en donde no se pudo estrenar hasta la muerte del dictador, de aquel nefasto general superlativo gallego.
Recordamos igualmente otras obras de Chaplin en las que aparece una fuerte crítica social como es el caso de Charlot en el balneario (1917), en la que ridiculiza a la alta sociedad norteamericana, El Chico (1921), un testimonio social que evoca las penurias de su infancia, película por la que los bienpensantes le acusaron de “disolvente” y “anarquista”, y, sobre todo, Tiempos Modernos (1932), en la que denuncia la explotación alienante de la clase trabajadora en la sociedad industrial y que supuso un nítido retrato de las deplorables condiciones de empleo que la clase obrera tuvo que soportar en la época de la Gran Depresión. Por ello, Chaplin entonces, como Ken Loach o Costa-Gavras ahora, ponía su genio cinematográfico al lado de las ideas de la izquierda y en defensa de la lucha de los trabajadores y de la justicia social. Chaplin, consagrado ya como una figura relevante e influyente del séptimo arte, toma partido, se compromete y politiza en defensa de los desfavorecidos. Su crítica social por medio del cine de las injusticias de la sociedad capitalista se fueron agudizando con los años y así aparece otra de sus películas memorables: Monsieur Verdoux (1947), obra que fue boicoteada por la ultraconservadora Comisión de la Decencia.
Pero todo compromiso tiene un precio a pagar. De este modo, la crítica social de Chaplin le enfrentó cada vez de forma más frontal con los poderes económicos y moralizantes de la sociedad: si en 1942 se le acusó desde estos sectores de “comunista”, todo un insulto desde el punto de vista de la mentalidad norteamericana, a partir de 1947 empezó a ser perseguido por el funesto Comité de Actividades Antiamericanas presidido por el senador Mc Carthy, hasta el punto que, desde la Fiscalía, pidió su deportación (Chaplin era británico) alegando que “su vida en Hollywood contribuye a destruir la fibra moral de América”. El acoso fue en aumento y, en 1952, el Fiscal General de los EE.UU. ordenó detenerlo acusado, falsamente, de pertenecer al Partido Comunista y de “delitos contra la moralidad”. Por todo ello, en dicho año, Chaplin decide abandonar EE.UU. y se establece con su familia en Suiza donde residirá el resto de su vida.
Chaplin fue mucho más que el tierno personaje de Charlot, fue un “genial poeta de la imagen”, como lo definió con acierto Alberto Sánchez Millán, un artista comprometido que soñó un mundo mejor para el conjunto de la humanidad. En estos tiempos aciagos, emociona volver a ver el discurso final de El Gran Dictador, un emocionado alegato a favor de la solidaridad humana, de la lucha contra la guerra, a opresión y la codicia, pero también es un canto a la esperanza de que un futuro mejor es posible. Enlazando con la angustiosa situación actual en la que las instituciones democráticas representativas se hallan secuestradas por los poderes económicos, en el referido discurso final, Chaplin confía en que “el poder que arrebataron al pueblo volverá al pueblo”. Además, hay una frase que no puede tener más vigencia en esta convulsa época que padecemos: “Unámonos, luchemos por un nuevo mundo, un mundo decente que dará a los hombres una oportunidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a la ancianidad una seguridad”.
Evocando aquel verso de Gabriel Celaya cuando nos decía que la palabra es un arma cargada de futuro, también lo es el mensaje fílmico de Chaplin pues su legado y su recuerdo, siguen y seguirán siempre vivos en nuestra memoria colectiva. Y ese es el mejor homenaje que podemos brindarle al mayor genio de la historia del cine.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 16 diciembre 2012)
MAESTROS HÚNGAROS DE LA FOTOGRAFÍA EN ZARAGOZA

Exceptuando esta sección, no existen demasiados nexos de unión (históricos y culturales) entre Hungría y las tierras de Aragón. Sin embargo, tiempo atrás destacamos por medio de un artículo, la figura y el legado de Ángel Sanz Briz (1910-1980), aquel digno diplomático zaragozano el cual, estando al frente de la Embajada de España en Budapest durante 1944, salvó la vida a más de cinco mil judíos húngaros que iban a ser enviados a Auschwitz por la barbarie nazi, con la colaboración de sus aliados magiares del Movimiento de la Cruz Flechada ((Nyilas Keresztes Mozagalom).
En esta ocasión, quiero hacer referencia a un acto cultural: la exposición que, con el título de “Maestros húngaros de la fotografía. Brassaï, Capa, Kertész, Molí-Nagy, Munkácsi” organizada en Zaragoza por la Obra Social de Ibercaja y que ha estado abierta al público desde el 29 de septiembre hasta el 31 de diciembre pasado.
Esta excelente exposición es la primera vez que presenta en España y consta de fondos del Magyar Fotográfiai Múzeum, institución que lleva 20 años investigando, conservando y difundiendo el asombroso patrimonio fotográfico de Hungría. En ella, se nos ofrece, a partir de 74 fotografías de gran valor, un interesante recorrido sobre la trayectoria artística de estos cinco fotógrafos húngaros que, a lo largo del siglo XX, realizaron una contribución fundamental al desarrollo técnico y estético de la fotografía. Les une a todos ellos su condición de judíos que, por razones políticas o económicas, se vieron obligados a emigrar de su Hungría natal y triunfaron innovando el arte de la fotografía moderna. Este fue el caso del fotoperiodismo de Robert Capa, la fotografía documental de Brassaï, los reportajes de moda realizados por Martin Munkácsi, la fotografía artística de André Kertész o la fotografía experimental en el caso de Lászlo Molí-Nagy.
El recorrido se inicia con las obras de André Kertész (Budapest, 1894 – Nueva York, 1985), el cual, tras su paso por el mundo artístico parisino de Montparnasse y su establecimiento definitivo en los Estados Unidos desde 1936, logró la fama por la espontaneidad de sus fotografías, la modernidad de sus desnudos distorsionados y un uso inteligente de la luz lo cual convirtió muchas de sus obras en una fotografía artística que logró el reconocimiento público.
Martin Munkácsi (Cluj, 1896 – Nueva York, 1963), considerado como uno de los pioneros del fotoperiodismo, tras huir del nazismo, se estableció también en los Estados Unidos. Allí revolucionó la fotografía de moda, que siempre realizó en blanco y negro, y a quien se considera como el inventor del concepto “sexy” y que, a través de su legado fotográfico, se intuye que siempre pretendió buscar la cara festiva de la vida.
Lászlo Moholy-Nagy (Bácsborsód, 1895 – Chicago, 1946), tras residir durante un tiempo en Berlín como profesor de la prestigiosa Escuela Bauhaus, también huyó del nazismo y, al igual que Kertész y Munkácsi, se estableció en Estados Unidos siendo profesor del Institute of Design de Chicago. Su fotografía experimental se caracterizó por su innovación y por ser un espíritu vanguardista infatigable.
Brassaï (Brassó, 1899 – Niza, 1984), este fotógrafo, cuyo verdadero nombre era Gyla Hlász, adoptó como pseudónimo el de su ciudad natal, entonces húngara, y que actualmente pertenece a Rumanía. Interesado por la pintura y autodidacta de la fotografía, se afincó en París y se hizo famoso por sus fotografías sobre la vida nocturna de la capital francesa, razón por la cual se le llamó “el ojo de París”. También resultan muy notables la fotografías que realizó de muchos de los artistas que, por aquellos años, vivían en la ciudad del Sena, como era el caso de Dalí, Matisse o Picasso.
Robert Capa (Budapest, 1913 – Thai Bien, Indochina Francesa, 1954), tal vez sea el fotógrafo húngaro más conocido y de mayor proyección personal y artística en España. También tuvo que emigrar de su tierra natal por sus ideas izquierdistas y se estableció en Berlín hasta que, tras el ascenso de Hitler al poder en 1933, buscó nuevo refugio en Francia. Posteriormente, fue enviado por la Agencia Regards para cubrir la información gráfica sobre la Guerra Civil Española, período durante el cual inmortalizó fotografías que reflejaban con total nitidez la desigual lucha que libraba la República Española, abandonada a su suerte por las democracias occidentales, contra el fascismo. No podía faltar en esta exposición la mítica fotografía titulada “Muerte de un miliciano”, en el que la cámara de Capa refleja el instante en que es abatido por las balas de los sublevados un combatiente republicano en Cerro Muriano (Córdoba).
Posteriormente, Capa tuvo un destacado papel como reportero gráfico durante la II Guerra Mundial. Siempre se mantuvo fiel a su máxima según la cual, “si las fotos no son bastante buenas, significa que no has estado suficientemente cerca” y, por ello, murió al pisar una mina cuando estaba cubriendo la guerra de Indochina. Por todo ello, Robert Capa ha sido considerado el mayor fotógrafo de guerra y ha influido de forma determinante en la obra de casi todos los corresponsales que, hasta la actualidad, han cubierto, con serio riesgo de sus vidas, los diversos conflictos bélicos que han ensangrentado a la Humanidad.
Por todo lo dicho esta exposición nos acerca a la cultura húngara contemporánea de la mano de estos cinco fotógrafos judíos, exiliados de su patria e innovadores en las técnicas fotográficas, hasta convertir a la imagen en el nuevo arte de nuestro tiempo. En conjunto, esta exposición nos invita a un recorrido por la Europa del siglo XX a través de las personas, los acontecimientos y la historia que les tocó vivir, todo un tiempo de cambios políticos y sociales, de historias cotidianas y, también, experimentos visuales nuevos y búsquedas estéticas innovadoras.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Quincenal de Hungría, nº 122, Budapest, enero 2012)