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En este año 2016 en que se ha celebrado el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes y de William Shakespeare, máximos exponentes de la literatura española y británica, en que en Aragón se dignifica el valor cultural que supone la existencia en nuestro territorio de las lenguas catalana y aragonesa, quiero recordar, también, otra noticia relacionada con nuestra historia, una noticia que ha pasado desapercibida en la agenda cultural. A ella me referiré seguidamente.
En la ciudad turca de Estambul, desde hace siglos punto de encuentro entre Oriente y Occidente, ciudad sedimentada sobre el legado de diversas culturas, se publica un periódico, El Amaneser, el único del mundo editado en idioma judeo-español, en ladino, el que hablaban los judíos sefardíes descendientes de aquellos que fueron expulsados por los Reyes Católicos en 1492 y que, en la actualidad, todavía conservan esta lengua, la que se hablaba en la España del s. XV.
El Amaneser es un curioso periódico, una auténtica reliquia de esta página de la cultura hispánica de la cual no se hablará en este año cervantino pero que, sin embargo, merece formar parte de este legado histórico, de esa muchas veces idealizada en exceso “España de las tres culturas” (cristiana, musulmana y judía) de la cual somos herederos.
El Amaneser, que tiene su sede en el Sentro de Investigasyones sovre la Cultura Sefardí, en el barrio de Nisantasi, en el centro de Estambul, fue fundado por Karen Gerson Sarmon y que se publica desde 2005 con periodicidad mensual, a través de sus 24 páginas impresas a color, pretende la no menos quijotesca tarea de recuperar la rica tradición de la prensa sefardí que, desde mediados del s. XIX, se editaba en Estambul, por aquellos años capital del Imperio Otomano y, también, ser un nexo de unión entre todas las comunidades sefardíes dispersas por el mundo. Por otra parte, debido a la creciente disminución del número de sefardíes que aún conservan el español del s. XV como lengua materna, la labor de El Amaneser es digna de reconocimento: de este modo, la comunidad sefardí de Estambul, que entre 1947-1980 editaba su semanario Shalom en ladino o judeo-español, en la actualidad lo hace en lengua turca y, no obstante, El Amaneser se distribuye entre dicha comunidad, como suplemento mensual, y además se envía también al extranjero, por ejemplo a todas la familia sefardíes residentes en Bulgaria.
La comunidad sefardí de Estambul está formada en la actualidad por unas 15.000 personas, por lo que constituye la principal comunidad no musulmana en un país de mayoría islámica, una comunidad arraigada en la ciudad turca desde hace siglos y que nunca ha tenido problemas de convivencia ni de discriminación si bien es cierto que, como consecuencia del alarmante auge del radicalismo yihadista y del atentado sufrido en el año 2003 contra la principal sinagoga de la ciudad, la comunidad judía local, y también la sede de El Amaneser, son objeto de una discreta vigilancia policial a modo de protección en sus lugares de reunión y culto.
El ladino o judeo-español del s. XV es una lengua que resulta inteligible sin excesivos problemas para el lector español actual. Su característica más peculiar es que su ortografía refleja fielmente la fonética actual y, de este modo, en el ladino hallamos el uso frecuente de la “k”, la falta de la “c” y las tildes, el distinto empleo de la “b” y la “v”, la pervivencia de antiguas palabras castellanas ya en desuso, como por ejemplo “meldar” (leer) o la incorporación de otras palabras de raíces árabes o turcas. De este modo, el judeo-español ha adoptado la ortografía estandarizada por el filólogo Moshe Shaul, vicepresidente de la Autoridad Nasionala del Ladino.
En consecuencia, el ladino es una auténtica joya lingúística que, pese a múltiples y crecientes dificultades, se mantiene viva en diversas comunidades sefardíes de Oriente como, además de Estambul, las de Sofía, Sarajevo o las existentes en diversas ciudades de Israel.
En este año evocador de la figura de Miguel de Cervantes, de posible ascendencia judeoconversa, y, por extensión, de la lengua castellana, también debemos recordar que, pese a su importancia y legado cultural centenario, el judeo-español, a fecha de hoy, no tiene una Academia de la Lengua propia. No obstante, el pasado 21 de abril, la Real Academia Española de la Lengua eligió como miembros consultores en materia del ladino a los prestigiosos filólogos israelíes Samuel Rafael y Moshe Shaul, lo cual supone un notable respaldo y reconocimiento hacia el judeoespañol.
Por todo lo dicho, tal vez este año 2016, pleno de evocaciones cervantinas, de homenaje y difusión a la lengua castellana en definitiva, debería también tenerse un espacio de recuerdo para con el judeo-español, para esa parte centenaria y emotiva de nuestra cultura que todavía sobrevive en la actualidad, una cultura que parece mantenerse fiel al lema de El Amaneser, según el cual, “kuando muncho oscurece, es para amaneser”. Confiemos en que, frente a la amenaza que suponen las sombras de oscuridad, preludio del ocaso, prevalezca el “amaneser” de esta joya de nuestro legado cultural hispano.
José Ramón Villanueva Herrero
EN RECUERDO DE HANNAH SZENES

Siempre he admirado a los intelectuales y poetas que tuvieron (y tienen) el coraje de bajar de sus torres de marfil e implicarse, comprometerse, con la realidad política y social de su tiempo, por muy adversos que soplasen los vientos. Esto me ocurrió al conocer la historia de Hannah Szennes (1921-1944), una joven poetisa judía húngara, heroína de la lucha antifascista y, por ello, víctima de la barbarie hitleriana. Para mí, fue una historia tan desconocida como emotiva, un testimonio de valor y sacrificio del cual en estas fechas se ha cumplido el 68º aniversario de su asesinato.
Hannah Szenes había nacido en Budapest en 1921, un año después de la llegada al poder del dictador Miklós Horthy, que, entre 1920 y 1944 estableció en Hungría un régimen ultranacionalista, antisemita y profundamente anticomunista, en el seno de una familia judía asimilada, culta y de clase media. Estudió en un colegio protestante en el cual los católicos tenían que pagar el doble del coste de los estudios y los judíos, el triple. No fue hasta los 17 años cuando se reafirmó en su olvidada identidad judía y empezó a estudiar hebreo, momento que coincide con los sangrientos sucesos de la Kristallnacht en la Alemania nazi (1938).
Bien pronto sintió la discriminación a la que eran sometidos los judíos y, ante el auge del antisemitismo en Hungría, se convirtió en una joven sionista y, por ello, estaba firmemente convencida que la emigración a la tierra de Israel, entonces la Palestina bajo Mandato británico, era la única solución de futuro para su pueblo. De este modo, en septiembre de 1939, unos días después de que estallase la II Guerra Mundial, emigró a Palestina (“Estoy en casa”, escribirá en su Diario). Allí estudia y trabaja en la Escuela Agrícola de Nahalal y en el kibutz Sdot Iam en Cesarea, tiempo en el que inició su poemario en hebreo en el que plasmó su profundo amor por las tierras y paisajes de Palestina.
Pero el Próximo Oriente no era ajeno a la tempestad bélica que incendiaba toda Europa a pesar de que el avance nazi-fascista había de las tropas de Rommel había sido frenado en las tierras egipcias de El Alamein. Los judíos residentes en Palestina eran conscientes del riesgo cierto de aniquilamiento que pesaba sobre sus hermanos atrapados en la Europa ocupada por la barbarie hitleriana. En consecuencia, un grupo de ellos se ofrecieron como voluntarios a las autoridades británicas para ser entrenados con objeto de ser lanzados en paracaídas sobre Italia, Rumanía, Eslovaquia, Yugoslavia y Hungría y así infiltrarse tras las líneas enemigas, ayudar a la Resistencia, organizar sabotajes y proporcionar información a los aliados. Y la joven Hannah fue una de las voluntarias, su compromiso personal los resumía así en su Diario: “somos los únicos que podemos ayudar y no tenemos siquiera el derecho de dudar […] Es mejor morir con la conciencia tranquila que volver a casa sabiendo que no intentamos nada”. La joven poetisa, solidaria con el holocausto que estaba sufriendo su pueblo, no dudó en dar un paso adelante para combatir de frente al nazismo, encarnación del mal absoluto. En una carta dirigida a Yehuda Braminski, le confiesa: “Me voy con alegría, por mi libre voluntad y siendo totalmente consciente de las dificultades. Veo mi partida como un privilegio y también como un deber”.
Finalmente, en marzo de 1944, Hannah y su grupo de combatientes judíos fueron lanzados en paracaídas sobre los bosques de Yugoslavia. Allí se unieron a los partisanos de Tito y combatieron a las tropas nazis de ocupación. Durante esta época, en los bosques de Srebrenica trágico lugar donde ocurrieron las matanzas de varios miles de bosnios musulmanes en 1995 durante la reciente guerra de la exYugoslavia, Hannah escribió uno de sus más combativos poemas, “Bendita la llama”, en el que animaba a los judíos de la Europa ocupada a rebelarse contra los opresores nazis.
En junio de 1944, desoyendo las advertencias de sus amigos guerrilleros, Hannah decidió pasar a su Hungría natal con la intención de salvar al mayor número posible de judíos, entre ellos, a su madre y a su hermano. Pero, tras ser traicionada por un informador, fue detenida y torturada por la policía fascista húngara y por la Gestapo nazi, a pesar de lo cual nunca obtuvieron de ella ninguna información relevante. Tras un simulacro de juicio en el que se negó a pedir clemencia, el 7 de noviembre de 1944 fue fusilada en su Budapest natal: como señala Jordi Font, que ha estudiado su vida y su obra, se negó a que le vendaran los ojos y prefirió ver la cara de sus asesinos hasta el último momento. Tenía 23 años.
Hannah, poetisa y combatiente, murió al igual que 700.000 judíos húngaros deportados al campo de exterminio de Auchswitz. Su madre y su hermano se salvaron, al igual que los cinco millares de judíos que deben la vida a la valiente actitud de Ángel Sanz Briz, aquel joven diplomático zaragozano, entonces destinado en la embajada española de Budapest. Hannah asumió su fatal destino con coraje y, durante su encarcelamiento, escribió un poema que emociona: “Ahora, en julio, cumpliría ventitrés años/Escogía número en un juego arriesgado/ El dado rodó. He perdido”.
Ahora, en estas fechas en que se ha cumplido el aniversario de su asesinato, su ejemplo de compromiso y valor tiene un especial significado, ahora que la amenaza sombría y negra del fascismo pretende resurgir en Hungría, en donde avanza el partido fascista Jobbik y la derecha autoritaria magiar pretende rehabilitar el legado político del dictador Horthy. El sacrificio de Hannah Szennes nos recuerda a todos una lección, la misma que plasmó en otro de sus poemas: “Y sabed que el precio del camino/ de la justicia y el valor/ no es bajo”. Y es cierto, siempre es duro defender la justicia y la dignidad ante enemigos tan poderosos y brutales. Pero es imprescindible, ayer, hoy y siempre.
José Ramón Villanueva Herrero