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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

Mundo Judío

SALÓNICA, 1943: EL HOLOCAUSTO SEFARDÍ

 

     El Holocausto, la Shoah (catástrofe, en hebreo), devastó al pueblo judío europeo y, por ello, aniquiló, también, los grandes focos de poblaciones de origen sefardí, de los descendientes de los judíos que fueron expulsados en 1492 de España, de su siempre añorada Sefarad

     Antes de la II Guerra Mundial la comunidad sefardí europea se concentraba en Grecia, Yugoslavia y Bulgaria, siendo sus principales focos las ciudades de Sarajevo, Belgrado, Sofía y Salónica. Iniciada la guerra, la zona de los Balcanes quedó bajo control militar de las fuerzas del Eje, especialmente tras la ocupación por parte de la Alemania nazi de Yugoslavia y Grecia en 1941. A partir de este momento, y con la ayuda de los regímenes fascistas de Bulgaria y de la Croacia de Ante Palevich, se desató una campaña de humillaciones, acoso y persecución de la población judía, y, entre ella, de las comunidades sefardíes las cuales, a pesar de los siglos pasados desde su expulsión de España, seguían conservando un fuerte vínculo emocional con Sefarad, y mantenían vivo, todavía, su lengua, el ladino o judeo-español.

     Fue a partir de 1943 cuando, puesta en marcha la “Solución Final” por parte de la Alemania hitleriana, se intensificó la destrucción y exterminio de las comunidades judías que serían finalmente deportadas a los siniestros campos de exterminio nazis. Especialmente dramático fue el caso de lo ocurrido en la ciudad griega de Salónica, que por aquellas fechas contaba con una población de 250.000 habitantes, de los cuales, en torno a 50.000 eran de ascendencia judía sefardí, la mayor comunidad de hablantes de ladino o judeo-español. Un dato: según Marcos M. Bermejo, hacia 1927 se vendían en Salónica miles de  ejemplares de periódicos escritos en judeo-español, sobre todo, del titulado El Puevlo (sic), que era el más popular. Salónica era una ciudad donde existían sinagogas o congregaciones que mantenían el nombre de su lugar de procedencia de la antigua Sefarad, razón por la cual una de dichas sinagogas y calles de la judería llevaba el nombre de “Aragón”, a la vez que a sus judíos se les denominaba, también, como “saragosanos”, tal y como nos recordaban Adela Rubio y Santiago Blasco en su libro El Cal Aragón: los judíos aragoneses en Salónica. La importancia del legado judío en la ciudad llegó a ser tan importante que en el s. XVI Salónica era conocida como “la Madre de Israel” y, también, como “la Jerusalem de los Balcanes”.Todo cambió cuando los nazis ocuparon Grecia y, de este modo, el delirio asesino nazi puso fin en aquella hermosa ciudad griega a una cultura judía con profundas raíces hispanas que en ella había arraigado durante 450 años, cuya deportación y exterminio fue ordenada personalmente por Adolf Hitler.

     Las deportaciones masivas de los judíos de Salónica tuvieron lugar entre el 15 de marzo y el 7 de agosto del año 1943. La mayoría, en torno a 48.000, fueron enviados en tren al siniestro campo de exterminio de Auchwitz II–Birkenau, donde fueron gaseados de inmediato. Otros grupos llegaron a los campos de Treblinka y Bergen-Belsen. De este modo, se estima que alrededor del 96,5% de la comunidad, la mayoría de ellos descendientes de los judíos expulsados de España en 1492, murieron durante la Shoah.

     Pese a la meritoria labor del diplomático aragonés (de Graus) Sebastián Romero Radigales, por aquel entonces Cónsul general de la Embajada de España en Grecia, que salvó la vida de varios centenares de judíos helenos, la Shoah también supuso la destrucción de otras pequeñas comunidades judías como la de la isla de Rodas. En cambio, mejor suerte tuvieron los judíos de Atenas donde muchos de ellos pudieron salvar la vida con la ayuda de la población cristiano-ortodoxa local. Este hecho contrasta con lo ocurrido en Salónica, donde la actitud de sus vecinos cristianos, como señalaba Marcos H. Bermejo, “osciló entre el colaboracionismo y la indiferencia”. Ello se debió a un intento evidente de “helenizar” la ciudad dado que los cristianos recelaban de la “lealtad” de los judíos para con su nueva nación, para con Grecia: recordemos que Salónica fue incorporada a Grecia tan sólo dos décadas antes, en 1912, después de siglos de haber pertenecido al Imperio Otomano. Como ha estudiado el historiador Leon Satiel, la comunidad cristiana deseaba “reconvertir Salónica en un idílico paraíso bizantino sin apenas judíos ni musulmanes”. De hecho, cuando los nazis arrasaron el cementerio judío de Salónica, lo hicieron a instancias de la comunidad cristiano ortodoxa, que quería levantar allí la Universidad Aristóteles. Solo en fechas recientes se ha reconocido y disculpado el colaboracionismo de la comunidad cristiana griega con los nazis por su responsabilidad en el fatal destino que sufrieron la mayoría de la población judía de Salónica.

    De toda aquella inmensa tragedia, en la actualidad tan sólo quedan unos 1.000 judíos en Salónica, los cuales apenas hablan ya ladino. También existe en la ciudad, a modo de testimonio para las generaciones futuras, un Museo del Holocausto de Salónica, que pretende ser testimonio para las generaciones futuras, como un permanente deber de memoria, de la que fue el hogar de la comunidad judía sefardí de iberodescendientes más grande de Europa,  pues, como dejó escrito Elie Wiesel, “el olvido significaría peligro e insulto”, peligro de que resurja de nuevo “la demencia asesina”, y olvido, porque ello sería “un insulto a la memoria de las víctimas”. Reflexiones muy a tener presentes ahora que se cumplen 80 años de aquellos trágicos sucesos y en estos tiempos de emergentes mensajes y movimientos neofascistas.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 7 agosto 2023)

 

 

MUJERES JUDÍAS FRENTE AL NAZISMO

MUJERES JUDÍAS FRENTE AL NAZISMO

 

    Conocida es la imagen de los 6 millones de judíos asesinados por el nazismo durante la II Guerra Mundial, pero no lo es tanto la resistencia del pueblo hebreo ante la barbarie nazi. Tal vez el ejemplo más recordado sea el levantamiento del guetto judío de Varsovia (19 abril-16 mayo 1943) hasta el total exterminio del mismo por parte de las tropas hitlerianas. Emociona pensar que una de los lemas de sus defensores fuera “¡Pamietajcie Saragosiee! (Recordad Zaragoza)”, queriendo así emular la defensa de la capital aragonesa durante los Sitios de 1808-1809.

     Pero además de Varsovia, miles de judíos combatieron al nazismo en los países ocupados. Pero, como señalaba Steven Bowman, las mujeres que participaron activamente en los grupos de resistencia, “rara vez han sido mencionadas en la literatura histórica sobre la Segunda Guerra Mundial”, y sólo hasta fechas recientes se ha empezado a estudiar con cierto rigor su papel en la resistencia armada contra el nazismo. Este es el caso de Emily Landau que, a sus 17 años, fue la primera judía muerta en combate en el guetto de Varsovia, o Hannah Szenes (1921-1944), una joven poeta y luchadora judía húngara asesinada en Budapest, pero hubo otras muchas, algunas de las cuales recordamos hoy.

     Violeta Yosifova Yakova (1923-1944) (a) “Ivanka”, una partisana judía búlgara de origen sefardí, militante comunista, que formó parte de un escuadrón de la resistencia que asesinó a varios militares nazis y colaboracionistas, entre ellos, al jefe de la policía búlgara. Tras ser capturada, fue violada y torturada hasta la muerte y tras la liberación, fue declarada “Heroína de Bulgaria”.

    También murió en combate Rita Rosani (1920-1944), judía italiana, que se unió a la resistencia y fundó el Grupo “Aquila”. En el lugar donde fue asesinada se celebra cada año un acto en su memoria y en la sinagoga de Verona, una placa la recuerda con una cita bíblica: “Muchas mujeres han realizado proezas, pero tú las superas a todas” (Proverbios, 31:29).

    Otras jóvenes tuvieron mejor suerte, como fue el caso de Sara Yehoshua Fortis, judía griega de origen sefardí que se convirtió en “andarte”, esto es, en luchadora de la Resistencia griega y, a los 16 años, pasó a integrarse en el Ejército Popular de Liberación de Grecia (ELAS). Sara Fortis lideró un grupo compuesto exclusivamente por mujeres, el cual se convirtió en un valioso aliado para los combatientes masculinos del ELAS: junto a ellos participaron en numerosas misiones, tanto de combate y ataques a objetivos militares, como en la ejecución de colaboracionistas nazis. Tal fue así que los “andartes” masculinos se apropiaron de muchas acciones llevadas a cabo por las partisanas de Sara Fortis puesto que a muchos griegos les resultaba impensable que aquel grupo de aguerridas jóvenes mujeres pudiera llevarlas a cabo. Pese a ello, Sara Fortis, con apenas 18 años, era ya conocida como “kapetenissa (capitana) Sarika” y continuó luchando contra los ocupantes nazis hasta la liberación de Grecia a finales de 1944.

     También podemos citar a Roza Papo (1914-1984), una judía bosnia de Sarajevo de origen sefardí, que, tras la invasión nazi de Yugoslavia, se unió en 1941 a los partisanos de Tito. Médica de profesión, dirigió y coordinó todos los hospitales de campaña de los partisanos, pero también participó en la lucha, adscrita al Batallón de Ataque de Bosnia, siendo herida en combate. Durante la guerra, perdió a sus padres, hermanos y la mayor parte de su familia en la represión llevada a cabo por las milicias fascistas croatas aliadas de los nazis. Tras la liberación, le cabe el honor de haber sido la primera mujer ascendida al rango de generala en el conjunto de los países de la Península Balcánica.

    Un caso especial fue el de Hedy Lamarr (1914-2000), judía de origen checo, que, además de famosa actriz de Hollywood, fue la inventora durante la II Guerra Mundial de un sistema de comunicaciones inalámbricas a larga distancia que permitía guiar por radio los torpedos de los submarinos aliados y que evitaba las interferencias nazis, descubrimiento que sería el antecedente del actual Bluetooth y del WIFI.

     En estos días en los que se cumple el 80º aniversario de la infame Conferencia de Wansee (20 enero 1942) en la que los jerarcas nazis acordaron la “solución final” para el pueblo judío, su exterminio, todas estas heroicas jóvenes judías merecen ocupar un lugar destacado en la historia del antifascismo.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 21 enero 2022)

 

EN RECUERDO DE IBN GABIROL

EN RECUERDO DE IBN GABIROL

  

     En el año 1021, hace ahora un milenio, nacía en Málaga Shlomo ben Yehudah Ibn Gabirol, a quien los cristianos llamaron Avicebrón, el gran poeta y filósofo judío, que tan profunda influencia ejerció en el pensamiento medieval europeo y cuya trayectoria vital estuvo muy vinculada a la Zaragoza musulmana del s. XI. Hagamos un poco de historia.

    En la convulsa época del medievo hispano, la ciudad de Córdoba, capital del emirato musulmán independiente regido por los omeyas, alcanzó un gran florecimiento cultural por lo que llegó a definirse como “la capital intelectual del mundo”, en gran medida ante el impulso del visir judío Hasday ben Isaac Ibn Shaprut. No obstante, el esplendor de Córdoba se apagó tras la muerte de Almanzor y las revueltas internas que pusieron fin al califato dando lugar a que éste se fragmentase en multitud de reinos de taifas independientes.

     Tras el final del califato, se sucedió un período de inestabilidad política y, con ella, la situación para la minoría judía en Al-Andalus se hizo peligrosa, razón por la cual muchos de ellos abandonaron Córdoba. Este fue el caso de Yehuda Ibn Gabirol el cual se refugió en Málaga y allí nació su hijo Shlomo en el año 1021. No obstante, poco tiempo después se trasladó a la taifa de Zaragoza, lugar de refugio para muchos judíos que huían del fanatismo islamista, hecho que destacaba el profesor Millás Vallicrosa al señalar que, “si todos aquellos reyezuelos de taifas se esforzaron en emular a los califas cordobeses en el fausto de la corte y en la protección dispensada a los sabios y literatos, quizás ninguno de ellos eclipsó en este respecto a la corte de Zaragoza, donde la hábil política de Mundir I aseguró para su reino bellos días de paz, y Zaragoza se hizo una gran ciudad que eclipsaba a la decadente y asolada Córdoba”. Es por ello que Zaragoza se convirtió, en aquellos años, en la más importante de las taifas que sustituyeron al antiguo esplendor de la Córdoba califal.

     De este modo, en opinión de Sor Mary Testemalle, religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de Sión, orden dedicada al diálogo judeo-cristiano, en Saraqusta, la Zaragoza musulmana del s. XI, fue todo un ejemplo de tolerancia,  pues en ella hallaron refugio filólogos, poetas, talmudistas y filósofos judíos huidos de Córdoba, Málaga y Granada, y en donde “reanudaron los estudios, traducciones y comentarios que tanto brillo habían proporcionado a las escuelas de Córdoba”, un lugar donde, además, los judíos a ella llegados, “pudieron gozar de la posibilidad de vivir en paz su fe religiosa”.

     En aquella Saraqusta musulmana, tolerante y culta, se formó Ibn Gabirol en la importante escuela rabínica que allí existía y en esta ciudad fue donde vivirá los años más fecundos de su actividad creativa, en donde maravilló por sus dotes poéticas, razón por la cual Bahya  Ibn Paquda alude a él como “otro gran hijo de Zaragoza”. No obstante, en torno a los 25 años abandonó la ciudad tras los tumultos ocurridos que supusieron el asesinato de Mundir II y el fin de la dinastía de los tuyibíes. Por entonces, Ibn Gabirol ya gozaba de gran fama en el mundo literario musulmán y judío. Según Moshe Ibn Ezra, que pertenecía a la generación posterior a Ibn Gabirol, refiriéndose a éste, señalaba que, “todos los ojos inteligentes estaban vueltos hacia él y aún los envidiosos le señalaban con gestos de admiración”. Fue entonces cuando emprendió una serie de viajes que le llevaron a residir un tiempo en Granada, pretendió trasladarse a la Tierra de Israel, y, aunque se conoce escasamente este último período de su vida, parece ser que murió en Valencia hacia 1058 con apenas 30 años de edad.

    La figura y la importancia de Ibn Gabirol ha sido ampliamente ensalzada por su profundo legado. Así, la citada Sor Mary Testemalle dice de él que “fue una de las mayores glorias del judaísmo español y esta gloria se debe en parte a los maestros geniales que encontró en la capital de Aragón, que supieron desarrollar sus dones excepcionales”. Por su parte, David Maeso lo define como “altísimo poeta, extraordinario filósofo, insigne científico, místico y moralista”, mientras que Heine dijo que Ibn Gabirol fue “poeta entre los filósofos y filósofo entre los poetas” y, Menéndez Pelayo lo llegó a comparar con Dante y Milton “por la elevación de sus pensamientos, la belleza de las imágenes y la elegancia del estilo”.  Por todo lo dicho, Ibn Gabirol simboliza el esplendor de la cultura judeo-española de la primera mitad del s, XI y su influencia se extendió hasta la escolástica de santo Tomás de Aquino y también hasta el pensamiento de Abraham Abulafia, cabalista judío nacido en Zaragoza.

     Entre las obras de Ibn Gabirol, todas ellas escritas en lengua árabe, el idioma culto de la época, son destacables sus poesías religiosas recogidas en Corona del reino, una síntesis entre las creencias tradicionales judías y la filosofía neoplatónica, cuyos versículos todavía se cantan en la liturgia sefardita; las máximas morales de su Selección de perlas y, sobre todo, La Fuente de la Vida, una obra de profundo contenido filosófico, cuya importancia destacaba la filóloga Natalia Muñoz Molina y que en opinión del medievalista Luis Suárez Fernández, desempeñó un papel esencial en la historia de Europa. Uno de los aspectos más destacables de La Fuente de la Vida es que, con ella, Ibn Gabirol pretendió crear una filosofía universal que, por encima de las diferencias religiosas, pudiera reunir a toda la humanidad en torno a la verdad ya que pensaba que, si la religión había llegado a ser un signo de división, la filosofía podía ser el instrumento para lograr la unidad perdida. Para buscar el acercamiento entre las tres religiones monoteístas, en aquellos tiempos tan convulsos como violentos, la filosofía de Ibn Gabirol se hizo impersonal, aconfesional, dado su convencimiento de que todos los pueblos adoran bajo diversos nombres al mismo Dios.

     Pero Ibn Gabirol no lograría su proyecto de unidad interreligiosa ya que La Fuente de la Vida trascendió durante poco tiempo en la filosofía judía o árabe en España. No obstante, en el s. XII la Escuela de Traductores de Toledo tradujo La Fuente de la Vida al latín y, así, Ibn Gabirol, razón por la cual se dijo de él que “hizo su entrada triunfal entre los cristianos occidentales”, aunque ello fuera a costa de su nombre ya que pasó a ser conocido como Avicebrón, como así lo llamaron los escolásticos creyendo que era cristiano, y no fue hasta el año 1846 en que Salomon Munk dio a conocer la identidad judía de Ibn Gabirol.

    No obstante, sorprende la falta de conocimiento generalizado sobre la vida y la obra de Ibn Gabirol, de su legado poético y filosófico, en España y también en Aragón. Por ello, ahora que se cumple el milenio de su nacimiento, es el momento oportuno para reivindicar su figura más allá de ser judío, dada la transcendencia universal de su poesía y filosofía y un primer paso sería incluir su estudio en los diversos currículos educativos. Además, diversas actividades culturales recordarán a Ibn Gabirol en todas aquellas ciudades vinculadas con su trayectoria vital como fueron Córdoba, Málaga, Granada, Valencia, y, también debería de serlo Zaragoza, dado que sería el momento idóneo para dar a conocer la importancia y transcendencia de la figura de Ibn Gabirol y, por extensión, del legado cultural sefardí.

    Tal vez, ahora que se cumple el milenario del nacimiento de Ibn Gabirol, bien merece un recuerdo, máxime en su Zaragoza de adopción y, en estos tiempos inciertos que nos está tocando vivir, tiempos en que, como en la Zaragoza musulmana del s. XI en la que vivió Ibn Gabirol, resulta más necesario que nunca destacar el valor de la tolerancia y de la multiculturalidad, de la cultura de la paz y el respeto a la diversidad en definitiva, pues, como decía Ibn Gabirol en una de sus máximas, “la paciencia cosecha la paz y la prisa, la pierde”.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 28 marzo 2021)

 

 

 

 

 

 

EN RECUERDO DE HANNAH SZENES

EN RECUERDO DE HANNAH SZENES

 

     Siempre he admirado a los intelectuales y poetas que tuvieron (y tienen) el coraje de bajar de sus torres de marfil e implicarse, comprometerse, con la realidad política y social de su tiempo, por muy adversos que éstos sean, por muy fuertes que soplen los vientos. Esto me ocurrió al conocer la historia de Hannah Szennes (1921-1944), una joven poetisa judía húngara, heroína de la lucha antifascista y, por ello, víctima de la barbarie hitleriana. Para mí, fue una historia tan desconocida como emotiva, un testimonio de valor y sacrificio del cual en estas fechas se ha cumplido el 73º aniversario de su asesinato.

     Hannah Szenes había nacido en Budapest en 1921, en el seno de una familia judía asimilada, culta y de clase media, un año después de la llegada al poder del dictador  Miklós Horthy, que, entre 1920 y 1944 estableció en Hungría un régimen ultranacionalista, antisemita y profundamente anticomunista. Estudió en un colegio protestante en el cual los católicos tenían que pagar el doble del coste de los estudios y los judíos, el triple. No fue hasta los 17 años cuando se reafirmó en su olvidada identidad judía y empezó a estudiar hebreo, momento que coincide con los sangrientos sucesos de la Kristallnacht en la Alemania nazi (1938).

     Bien pronto sintió la discriminación a la que eran sometidos los judíos y, ante el auge del antisemitismo en Hungría, se convirtió en una joven sionista y, por ello, estaba firmemente convencida que la emigración a la tierra de Israel, entonces la Palestina bajo Mandato británico, era la única solución de futuro para su pueblo amenazado en Europa por la negra y sangrienta sombra del fascismo. De este modo, en septiembre de 1939, unos días después de que estallase la II Guerra Mundial, emigró a Palestina (“Estoy en casa”, escribirá en su Diario). Allí estudia y trabaja  en la Escuela Agrícola de Nahalal y en el kibutz Sdot Iam en Cesarea, tiempo en el que inició su poemario en hebreo en el que plasmó su profundo amor por las tierras y paisajes de Palestina.

     Pero el Próximo Oriente no era ajeno a la tempestad bélica que incendiaba toda Europa a pesar de que el avance nazi-fascista de las tropas de Rommel había sido frenado en las tierras egipcias de El Alamein. Los judíos residentes en Palestina eran conscientes del riesgo cierto de aniquilamiento que pesaba sobre sus hermanos atrapados en la Europa ocupada por la barbarie hitleriana. En consecuencia, un grupo de ellos se ofrecieron como voluntarios a las autoridades británicas para ser entrenados con objeto de ser lanzados en paracaídas sobre Italia, Rumanía, Eslovaquia, Yugoslavia y Hungría y así infiltrarse tras las líneas enemigas, ayudar a la Resistencia, organizar sabotajes y proporcionar información a los aliados. Y la joven Hannah fue una de las voluntarias, su compromiso personal los resumía así en su Diario: “somos los únicos que podemos ayudar y no tenemos siquiera el derecho de dudar […] Es mejor morir con la conciencia tranquila que volver a casa sabiendo que no intentamos nada”. La joven poetisa, solidaria con el holocausto que estaba sufriendo su pueblo, no dudó en dar un paso adelante para combatir de frente al nazismo, encarnación del mal absoluto. En una carta dirigida a Yehuda Braminski, le confiesa: “Me voy con alegría, por mi libre voluntad y siendo totalmente consciente de las dificultades. Veo mi partida como un privilegio y también como un deber”.

     Finalmente, en marzo de 1944, Hannah y su grupo de combatientes judíos fueron lanzados en paracaídas sobre los bosques de Yugoslavia. Allí se unieron a los partisanos de Tito y combatieron a las tropas nazis de ocupación. Durante esta época, en los bosques de Srebrenica trágico lugar donde ocurrieron las matanzas de varios miles de bosnios musulmanes en 1995 durante la reciente guerra de la exYugoslavia,  Hannah escribió uno de sus más combativos poemas, “Bendita la llama”, en el que animaba a los judíos de la Europa ocupada a rebelarse contra los opresores nazis.

     En junio de 1944, desoyendo las advertencias de sus amigos guerrilleros, Hannah decidió pasar a su Hungría natal con la intención de salvar al mayor número posible de judíos, entre ellos, a su madre y a su hermano. Pero, tras ser traicionada por un informador, fue detenida y torturada por la policía fascista húngara y por la Gestapo nazi, a pesar de lo cual nunca obtuvieron de ella ninguna información relevante. Tras un simulacro de juicio en el que se negó a pedir clemencia, el 7 de noviembre de 1944 fue fusilada en su Budapest natal: como señala Jordi Font, que ha estudiado su vida y su obra, se negó a que le vendaran los ojos y prefirió ver la cara de sus asesinos hasta el último momento. Tenía 23 años.

     Hannah, poetisa y combatiente, murió al igual que 700.000 judíos húngaros deportados al campo de exterminio de Auschwitz. Su madre y su hermano se salvaron, al igual que los cinco millares de judíos que deben la vida a la valiente actitud de Ángel Sanz Briz, aquel joven diplomático zaragozano, entonces destinado en la embajada española de Budapest. Hannah asumió su fatal destino con coraje y, durante su encarcelamiento, escribió un poema que emociona: “Ahora, en julio, cumpliría veintitrés años / Escogía número en un juego arriesgado / El dado rodó. He perdido”.

     En estos días en que se ha cumplido el aniversario de su asesinato, su ejemplo de compromiso y valor tiene un especial significado, ahora que la amenaza sombría y negra del fascismo pretende resurgir en Hungría, en donde avanza el partido fascista Jobbik y la derecha autoritaria magiar pretende rehabilitar el legado político del dictador Horthy, cuando el Gobierno de Viktor Orbán y su partido Fidesz, impulsar políticas de claro signo reaccionario y xenófobo.. El sacrificio de Hannah Szennes nos recuerda a todos una lección, la misma que plasmó en otro de sus poemas: “Y sabed que el precio del camino / de la justicia y el valor / no es bajo”. Y es cierto, siempre es duro defender la justicia y la dignidad ante enemigos tan poderosos y brutales. Pero es imprescindible, ayer, hoy y siempre.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 12 noviembre 2017)

 

 

 

 

 

     En este año 2016 en que se ha celebrado el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes y de William Shakespeare, máximos exponentes de la literatura española y británica, en que en Aragón se dignifica el valor cultural que supone la existencia en nuestro territorio de las lenguas catalana y aragonesa, quiero recordar, también, otra noticia relacionada con nuestra historia, una noticia que ha pasado desapercibida en la agenda cultural. A ella me referiré seguidamente.

   En la ciudad turca de Estambul, desde hace siglos punto de encuentro entre Oriente y Occidente, ciudad sedimentada sobre el legado de diversas culturas, se publica un periódico, El Amaneser, el único del mundo editado en idioma judeo-español, en ladino, el que hablaban los judíos sefardíes descendientes de aquellos que fueron expulsados por los Reyes Católicos en 1492 y que, en la actualidad, todavía conservan esta lengua, la que se hablaba en la España del s. XV.

   El Amaneser es un curioso periódico, una auténtica reliquia de esta página de la cultura hispánica de la cual no se hablará en este año cervantino pero que, sin embargo, merece formar parte de este legado histórico,  de esa muchas veces idealizada en exceso “España de las tres culturas” (cristiana, musulmana y judía) de la cual somos herederos.

   El Amaneser, que tiene su sede en el Sentro de Investigasyones sovre la Cultura Sefardí, en el barrio de Nisantasi, en el centro de Estambul, fue fundado por Karen Gerson Sarmon y que se publica desde 2005 con periodicidad mensual, a través de sus 24 páginas impresas a color, pretende la no menos quijotesca tarea de recuperar la rica tradición de la prensa sefardí que, desde mediados del s. XIX, se editaba en Estambul, por aquellos años capital del Imperio Otomano y, también,  ser un nexo de unión entre todas las comunidades sefardíes dispersas por el mundo. Por otra parte, debido a la creciente disminución del número de sefardíes que aún conservan el español del s. XV como lengua materna, la labor de El Amaneser es digna de reconocimento: de este modo, la comunidad sefardí de Estambul, que entre 1947-1980 editaba su semanario Shalom en ladino o judeo-español, en la actualidad lo hace en lengua turca y, no obstante, El Amaneser se distribuye entre dicha comunidad, como suplemento mensual, y además se envía también al extranjero, por ejemplo a todas la familia sefardíes residentes en Bulgaria.

   La comunidad sefardí de Estambul está formada en la actualidad por unas 15.000 personas, por lo que constituye la principal comunidad no musulmana en un país de mayoría islámica, una comunidad arraigada en la ciudad turca desde hace siglos y que nunca ha tenido problemas de convivencia ni de discriminación si bien es cierto que, como consecuencia del alarmante auge del radicalismo yihadista y del atentado sufrido en el año 2003 contra la principal sinagoga de la ciudad, la comunidad judía local, y también la sede de El Amaneser, son objeto de una discreta vigilancia policial a modo de protección en sus lugares de reunión y culto.

   El ladino o judeo-español del s. XV es una lengua que resulta inteligible sin excesivos problemas para el lector español actual. Su característica más peculiar es que su ortografía refleja fielmente la fonética actual y, de este modo, en el ladino hallamos el uso frecuente de la “k”, la falta de la “c” y las tildes, el distinto empleo de la “b” y la “v”, la pervivencia de antiguas palabras castellanas ya en desuso, como por ejemplo “meldar” (leer) o la incorporación de otras palabras de raíces árabes o turcas. De este modo, el judeo-español ha adoptado la ortografía estandarizada por el filólogo Moshe Shaul, vicepresidente de la Autoridad Nasionala del Ladino.

    En consecuencia, el ladino es una auténtica joya lingúística  que, pese a  múltiples y crecientes dificultades, se mantiene viva en diversas comunidades sefardíes de Oriente como, además de Estambul, las de Sofía, Sarajevo o las existentes en diversas ciudades de Israel.

   En este año evocador de la figura de Miguel de Cervantes, de posible ascendencia judeoconversa, y, por extensión, de la lengua castellana, también debemos recordar que, pese a su importancia y legado cultural centenario, el judeo-español, a fecha de hoy, no tiene una Academia de la Lengua propia. No obstante, el pasado 21 de abril, la Real Academia Española de la Lengua eligió como miembros consultores en materia del ladino a los prestigiosos filólogos israelíes Samuel Rafael y Moshe Shaul, lo cual supone un notable respaldo y reconocimiento hacia el judeoespañol.

   Por todo lo dicho, tal vez este año 2016, pleno de evocaciones cervantinas, de homenaje y difusión a la lengua castellana en definitiva, debería también tenerse un espacio de recuerdo  para con el judeo-español, para esa parte centenaria y emotiva de nuestra cultura que todavía sobrevive en la actualidad, una cultura que parece mantenerse fiel al lema de El Amaneser, según el cual, “kuando muncho oscurece, es para amaneser”. Confiemos en que, frente a la amenaza que suponen las sombras de oscuridad, preludio del ocaso, prevalezca el “amaneser” de esta joya de nuestro legado cultural hispano.

 

José Ramón Villanueva Herrero

EN RECUERDO DE HANNAH SZENES

EN RECUERDO DE HANNAH SZENES

 

     Siempre he admirado a los intelectuales y poetas que tuvieron (y tienen) el coraje de bajar de sus torres de marfil e implicarse, comprometerse, con la realidad política y social de su tiempo, por muy adversos que soplasen los vientos. Esto me ocurrió al conocer la historia de Hannah Szennes (1921-1944), una joven poetisa judía húngara, heroína de la lucha antifascista y, por ello, víctima de la barbarie hitleriana. Para mí, fue una historia tan desconocida como emotiva, un testimonio de valor y sacrificio del cual en estas fechas se ha cumplido el 68º aniversario de su asesinato.

     Hannah Szenes había nacido en Budapest en 1921, un año después de la llegada al poder del dictador  Miklós Horthy, que, entre 1920 y 1944 estableció en Hungría un régimen ultranacionalista, antisemita y profundamente anticomunista, en el seno de una familia judía asimilada, culta y de clase media. Estudió en un colegio protestante en el cual los católicos tenían que pagar el doble del coste de los estudios y los judíos, el triple. No fue hasta los 17 años cuando se reafirmó en su olvidada identidad judía y empezó a estudiar hebreo, momento que coincide con los sangrientos sucesos de la Kristallnacht en la Alemania nazi (1938).

     Bien pronto sintió la discriminación a la que eran sometidos los judíos y, ante el auge del antisemitismo en Hungría, se convirtió en una joven sionista y, por ello, estaba firmemente convencida que la emigración a la tierra de Israel, entonces la Palestina bajo Mandato británico, era la única solución de futuro para su pueblo. De este modo, en septiembre de 1939, unos días después de que estallase la II Guerra Mundial, emigró a Palestina (“Estoy en casa”, escribirá en su Diario). Allí estudia y trabaja  en la Escuela Agrícola de Nahalal y en el kibutz Sdot Iam en Cesarea, tiempo en el que inició su poemario en hebreo en el que plasmó su profundo amor por las tierras y paisajes de Palestina.

     Pero el Próximo Oriente no era ajeno a la tempestad bélica que incendiaba toda Europa a pesar de que el avance nazi-fascista había de las tropas de Rommel había sido frenado en las tierras egipcias de El Alamein. Los judíos residentes en Palestina eran conscientes del riesgo cierto de aniquilamiento que pesaba sobre sus hermanos atrapados en la Europa ocupada por la barbarie hitleriana. En consecuencia, un grupo de ellos se ofrecieron como voluntarios a las autoridades británicas para ser entrenados con objeto de ser lanzados en paracaídas sobre Italia, Rumanía, Eslovaquia, Yugoslavia y Hungría y así infiltrarse tras las líneas enemigas, ayudar a la Resistencia, organizar sabotajes y proporcionar información a los aliados. Y la joven Hannah fue una de las voluntarias, su compromiso personal los resumía así en su Diario: “somos los únicos que podemos ayudar y no tenemos siquiera el derecho de dudar […] Es mejor morir con la conciencia tranquila que volver a casa sabiendo que no intentamos nada”. La joven poetisa, solidaria con el holocausto que estaba sufriendo su pueblo, no dudó en dar un paso adelante para combatir de frente al nazismo, encarnación del mal absoluto. En una carta dirigida a Yehuda Braminski, le confiesa: “Me voy con alegría, por mi libre voluntad y siendo totalmente consciente de las dificultades. Veo mi partida como un privilegio y también como un deber”.

     Finalmente, en marzo de 1944, Hannah y su grupo de combatientes judíos fueron lanzados en paracaídas sobre los bosques de Yugoslavia. Allí se unieron a los partisanos de Tito y combatieron a las tropas nazis de ocupación. Durante esta época, en los bosques de Srebrenica trágico lugar donde ocurrieron las matanzas de varios miles de bosnios musulmanes en 1995 durante la reciente guerra de la exYugoslavia,  Hannah escribió uno de sus más combativos poemas, “Bendita la llama”, en el que animaba a los judíos de la Europa ocupada a rebelarse contra los opresores nazis.

     En junio de 1944, desoyendo las advertencias de sus amigos guerrilleros, Hannah decidió pasar a su Hungría natal con la intención de salvar al mayor número posible de judíos, entre ellos, a su madre y a su hermano. Pero, tras ser traicionada por un informador, fue detenida y torturada por la policía fascista húngara y por la Gestapo nazi, a pesar de lo cual nunca obtuvieron de ella ninguna información relevante. Tras un simulacro de juicio en el que se negó a pedir clemencia, el 7 de noviembre de 1944 fue fusilada en su Budapest natal: como señala Jordi Font, que ha estudiado su vida y su obra, se negó a que le vendaran los ojos y prefirió ver la cara de sus asesinos hasta el último momento. Tenía 23 años.

     Hannah, poetisa y combatiente, murió al igual que 700.000 judíos húngaros deportados al campo de exterminio de Auchswitz. Su madre y su hermano se salvaron, al igual que los cinco millares de judíos que deben la vida a la valiente actitud de Ángel Sanz Briz, aquel joven diplomático zaragozano, entonces destinado en la embajada española de Budapest. Hannah asumió su fatal destino con coraje y, durante su encarcelamiento, escribió un poema que emociona: “Ahora, en julio, cumpliría ventitrés años/Escogía número en un juego arriesgado/ El dado rodó. He perdido”.

     Ahora, en estas fechas en que se ha cumplido el aniversario de su asesinato, su ejemplo de compromiso y valor tiene un especial significado, ahora que la amenaza sombría y negra del fascismo pretende resurgir en Hungría, en donde avanza el partido fascista Jobbik y la derecha autoritaria magiar pretende rehabilitar el legado político del dictador Horthy. El sacrificio de Hannah Szennes nos recuerda a todos una lección, la misma que plasmó en otro de sus poemas: “Y sabed que el precio del camino/ de la justicia y el valor/ no es bajo”. Y es cierto, siempre es duro defender la justicia y la dignidad ante enemigos tan poderosos y brutales. Pero es imprescindible, ayer, hoy y siempre.

 

José Ramón Villanueva Herrero