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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

Religión

PROCESOS SOCIALES LIBERADORES

PROCESOS SOCIALES LIBERADORES

 

     En este año que está a punto de concluir, se han recordado dos acontecimientos de transcendental importancia para el devenir de la historia mundial: el quinto centenario de la reforma protestante iniciada por Martín Lutero en 1517, y el centenario de la Revolución Rusa de octubre de 1917. Junto a ellos, también es digno de mencionar el centenario del nacimiento de Oscar Arnulfo Romero (1917-1980), obispo de San Salvador, decidido defensor de los derechos humanos y de la justicia social, razón por la  que  fue asesinado el 24 de marzo de 1980 por los Escuadrones de la Muerte de la extrema derecha salvadoreña.

     El obispo Oscar Romero solía decir que “una Iglesia que no se une a los pobres, a fin de hablar desde el lado de los pobres, en contra de las injusticias que se cometen con ellos, no es una verdadera Iglesia de Jesucristo”, en plena coherencia con el verdadero mensaje cristiano, por lo que se granjeó el odio de la oligarquía reaccionaria de El Salvador, la misma que había saqueado vidas y haciendas, la misma que había monopolizado el poder desde siempre en su país. Por estas razones  Romero criticaba con firmeza “la idolatría de la violencia y de un tipo de justicia absolutizada, dentro del sistema capitalista, de la propiedad privada, que justifica el poder político de los regímenes de seguridad nacional”, críticas éstas que propiciaron su posterior asesinato.  De igual modo, Óscar Romero, nos recordaba la necesidad de dignificar la política (“la gran política”, decía) para luchar por el bien común, para “escuchar el clamor de los oprimidos”, sin olvidar tampoco la defensa de modelos de producción más justos y sostenibles.

     Romero, como Ignacio Ellacuría, que sería asesinado junto a otros 5 jesuitas y dos mujeres el 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana de San Salvador, son el testimonio de todos aquellos cristianos que, en América Latina “luchan por la verdad, la paz y la justicia” y que murieron asesinados por su compromiso social cristiano. Nos vienen a la memoria de forma especial el recuerdo de estos crímenes en estos días en que el juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castelló ha iniciado el procesamiento del excoronel salvadoreño Inocente Montano, responsable de dichos asesinatos tras ser extraditado a España desde los EE.UU.

     Por otra parte, mucho se ha hablado de los cambios políticos y de los movimientos progresistas que en estos últimos años se han producido en América Latina, dentro de lo que ha dado en llamarse “Socialismo del siglo XXI”, cuya pujanza y aires de renovación de la izquierda contrasta con el grave declive de la socialdemocracia en Europa. No obstante, en fechas recientes asistimos a retrocesos en lo que había sido un exitoso ciclo progresista en América Latina como los ocurridos tras la muerte de Hugo Chávez, reemplazado con escasa fortuna por Nicolás Maduro, la defenestración del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil  tras los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, o la reciente derrota de la izquierda en las elecciones presidenciales de Chile y, pese a ello, siguen siendo modelos que han propiciado importantes cambios y transformaciones sociales que no siempre han sido valorados en su justa medida desde este lado del Atlántico

     En este “Socialismo del siglo XXI” es destacable el hecho de que cuenta con el apoyo de los sectores cristianos progresistas vinculados a la Teología de la Liberación. Como señala el teólogo brasileño  Marcelo Barros, “en este camino a un nuevo tipo de Socialismo, un elemento característico es la participación de grupos espirituales, cristianos y de otras tradiciones religiosas, comprometidos con la transformación social del mundo”. En este sentido, hay que recordar la participación, desde los años 60, de los cristianos progresistas en lo que ha dado en llamarse “procesos sociales liberadores”: ahí está el ejemplo de Helder Cámara, Pedro Casaldáliga, Jon Sobrino, Leonardo Boff o los ya citados Oscar Romero e Ignacio Ellacuría, compromiso social que éstos dos últimos pagaron con su vida. Tampoco olvidamos a Frey Betto, dominico brasileño que ejerció una importante influencia en las políticas sociales desarrolladas por Lula, así como diversos ecos  de la teología de la liberación que se perciben en algunos aspectos de la acción política desarrollada por Evo Morales en Bolivia, Fernando Lugo en Paraguay, Rafael Correa en Ecuador o el mismo Hugo Chávez en Venezuela.

     Como señalaba el sociólogo marxista Lucien Goldman, las ideas socialistas y el cristianismo que defiende la Teología de la Liberación en América Latina tienen en común “su rechazo al individualismo  y la superación de la cultura burguesa, así como la búsqueda de valores transindividuales”. En esta misma línea, Michael Lowly señalaba que, desde los orígenes del cristianismo, muchos creyentes comprendieron que el mensaje evangélico exigía “el combate histórico en pro de una comunidad humana más libre, igualitaria y fraterna”. Por ello, a partir del s. XIX muchos cristianos entendieron, entendemos, que ese futuro comunitario era el socialismo. Por lo dicho, el citado Marco Barros alude a “una espiritualidad socialista para el s. XXI”, retomando las ideas de Ignacio Ellacuría en defensa de los humildes, de los explotados, de lo que él llamaba  “el pueblo crucificado”. Esta teología se fundamenta pues en asociar la imagen del Cristo crucificado a la del pueblo crucificado, metáfora central de la teología de la liberación: la un pueblo sufriente, golpeado por las injusticias y la opresión de los poderosos, como lo recuerda la historia de la trágica matanza  ocurrida en la localidad chilena de Santa María de Iquique en 1907 y que inmortalizó en una célebre Cantata la música del grupo Quilapayún.

     A modo de conclusión, el Socialismo del Siglo XXI y los movimientos cristianos progresistas de América Latina afines a la  Teología de la Liberación parecen unir sus fuerzas para hacer realidad el noble ideal de Simón Bolívar, el cual soñaba con “unir a todos los pueblos de esta inmensa patria grande y poder hacer bien al mundo todo”.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 24 diciembre 2017)

 

 

UNOS ACUERDOS ANACRÓNICOS

UNOS ACUERDOS ANACRÓNICOS

 

      El reciente acuerdo del Ayuntamiento de Zaragoza sobre la obligatoriedad de los concejales de asistir a los actos religiosos católicos apoyado por PP, PSOE y CHA, plantea de nuevo  el tema de la necesaria y nunca alcanzada laicidad de las instituciones públicas en España, una cuestión pendiente, todavía en nuestra democracia aconfesional. Y no sólo carecemos de un Estatuto de Laicidad, sino que, bien al contrario, la Iglesia Católica ha mantenido un cúmulo de prerrogativas y privilegios económicos sin igual en los países de nuestro entorno.

      Ejemplo patente de ello fue cuando, en plena transición, España firmó el 3 de enero de 1979 unos acuerdos con el Vaticano sobre asuntos económicos, los cuales, desde entonces, han generado polémica y debate en la sociedad civil puesto que éstos eran, y siguen siendo, excesivamente complacientes y generosos con la Iglesia Católica a pesar del indudable peso histórico e implantación social de la misma en España.  Es evidente que dichos acuerdos resultan anacrónicos en una democracia madura y, en consecuencia, requieren, cuando menos, una profunda revisión si no su completa derogación, aunque esto último resulta harto improbable puesto que el PP nunca lo hará y el PSOE sólo lo plantea cuando se halla en la oposición pero, en cambio,  ha sido incapaz de dar pasos en este sentido desde el poder durante los Gobiernos de Felipe González y de Zapatero.

     El Acuerdo de 1979 reemplazaba al  Concordato de 1953 y consta de 7 artículos y un Protocolo Adicional. De entrada, se destaca en él que  “la revisión del sistema de aportación económica del Estado español a la Iglesia Católica resulta de especial importancia” por lo que en artículos sucesivos, quedará patente el generoso trato de favor que, desde entonces, se garantizó a la Iglesia Católica en la nueva legalidad constitucional.

     Especial interés tiene el artículo 2, relativo a la financiación eclesiástica, señalando que “El Estado se compromete a colaborar con la Iglesia Católica en la consecución de su adecuado sostenimiento económico”. Para ello, transcurridos tres ejercicios completos desde la firma, se indicaba que el Estado “podrá asignar a la Iglesia Católica un porcentaje del rendimiento de la imposición sobre la renta o el patrimonio neto y otra de carácter personal, por el procedimiento técnicamente más adecuado”. No obstante, hasta que se aplique este nuevo sistema, basado en la manifestación expresa de los contribuyentes en asignar a la Iglesia la aportación correspondiente consignada en su IRPF, el Estado se compromete a garantizarle en los Presupuestos Generales del Estado (PGE) “la adecuada dotación” la cual tendrá “carácter global y único, que será actualizada anualmente”. En consecuencia, a pesar de indicarse que el propósito de la Iglesia es “lograr por sí misma los recursos suficientes para la atención de sus necesidades”, esto es, su autofinanciación, a fecha de hoy, sigue sin lograrse y, por ello, corre en buena parte a cuenta de los PGE que, en este aspecto, está exento de recortes presupuestarios pues cuenta con la garantía de su actualización anual. Por ello, tres décadas después, se sigue sin lograr la autofinanciación de la Iglesia Católica, como ocurre en otros países como es el caso de Francia, donde su Constitución de 1958 la define como una “República, indivisible, laica, democrática y social”, y en donde la Iglesia se autofinancia desde hace 110 años, desde que la Ley de 9 de diciembre de 1905 dejó claro que “El Estado no reconoce, ni paga ni subvenciona ningún culto”. Por ello, lejos de toda animadversión religiosa, en un monumento de la ciudad francesa de Vendôme, puede leerse:  “La laicidad: no se ha inventado mejor modo para vivir juntos”. Y es cierto.

     Pero volvamos a España. Además de lo dicho, los Acuerdos de 1979 conceden a la Iglesia toda una serie de exenciones tributarias (artículo 4) como es el caso de la exención total y permanente de la Contribución Territorio Urbana (el actual IBI) de sus edificios y de los Impuestos sobre Sucesiones y Donaciones y Transmisiones patrimoniales en aquellos de sus bienes que se dediquen al culto, al sustento del clero, al “sagrado apostolado” y al “ejercicio de la caridad”. Finalmente, se le reconoce a la Iglesia la exención de contribuciones especiales y de la tasa de equivalencia. Además, en el artículo 5 se contemplan  beneficios fiscales para las asociaciones y entidades religiosas no comprendidas en el artículo anterior que se dediquen a actividades religiosas, benéfico-docentes, médico-hospitalarias o de asistencia social.

     A este cúmulo de exenciones tributarias, se sumaría, años más tarde, durante el Gobierno Aznar, la Ley 49/2002, de 23 de diciembre, de Régimen fiscal de las entidades sin fines de lucro y de los incentivos fiscales al mecenazgo, que hacía extensiva a la Iglesia Católica todos los beneficios aplicables a este tipo de entidades sociales y ONGs. De este modo, como si de un auténtico regalo de Navidad se tratara, dicha ley completaba el círculo de las exenciones tributarias de las cuales disfrutaba la Iglesia Católica, la cual, en la práctica, al margen de su labor espiritual y social, goza de un paraíso (fiscal) en la tierra.

     Bien acertado iba Cervantes cuando puso en la boca de Don Quijote aquella frase de “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”. Y seguimos topando con ella pues en asuntos económicos, el magistrado Luis Manglano recordaba que “no hay Estado social de derecho sin solidaridad tributaria” y ello resulta especialmente grave en esta época de crisis, recortes y austeridad en la cual, la Iglesia, pese a su innegable labor social y asistencial, dadas las exenciones de que disfruta, no ha contribuido en materia fiscal, como queda patente en el caso de las ingentes pérdidas de recaudación del IBI de los municipios españoles ante la exención que disfruta la Iglesia con relación a este impuesto que, en el caso de los inmuebles que dedica a actividades lucrativas, resulta legal y socialmente inaceptable. Por todo lo dicho, los Acuerdos de 1979 son anacrónicos, atentatorios contra la soberanía legislativa de cualquier Estado democrático moderno y resultan fiscalmente insolidarios.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 13 octubre 2015)

 

UNA TEOLOGÍA INDIGNADA

UNA TEOLOGÍA INDIGNADA

 

      A las reacciones y protestas de partidos, sindicatos y movimientos sociales ante la brutalidad de las imposiciones neoliberales en la actual crisis global, también la teología de signo progresista ha dejado oír su voz.  Así, Leonardo Boff, uno de los principales exponentes de la teología de la liberación, ya  advertía de la magnitud de una crisis que no era coyuntural sino estructural, fruto de una falta de ética y de una codicia financiera desmedida, fomentada por un capitalismo de una voracidad insaciable. Las consecuencias sociales, recordaba Boff, pesaban de forma abusiva sobre los sectores más débiles de la sociedad, con el agravante de que la crisis ha hecho fracasar en gran medida el ambicioso plan  de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) que pretendía reducir a la mitad la pobreza en el mundo para el año 2015 y lo mismo podemos decir en relación al Protocolo de Kyoto o  a los decepcionantes resultados de la XVII Cumbre de la ONU sobre el Cambio Climático de  Durban. Toda esta situación resulta especialmente escandalosa pues, si lamentablemente se han ido estrangulando a nivel mundial estos proyectos que afectan a la Humanidad en su conjunto, los gobiernos, excepción hecha de Islandia,  no han dudado  en invertir grandes cantidades de dinero  para “salvar” a los bancos.

     Tras el estallido de rebeldía cívica que supuso la irrupción del Movimiento 15-M,  José Ignacio González Faus, destacado teólogo  progresista español, señalaba que “el capitalismo global es incompatible con la democracia” y, consecuentemente, hacía suyas las afirmaciones de Boaventura de Sousa Santos que denuncian la existencia, de facto, de un “fascismo económico” aunque maquillado  de  democracia formal… pero sometida a la dictadura de los mercados. Igualmente, González Faus criticaba la falta de comportamientos éticos en determinados ámbitos de la clase política, y citaba  como ejemplos, además de la corrupción, los escandalosos sueldos (suma de pensiones parlamentarias y emolumentos recibidos de grandes empresas) en el caso de los expresidentes Felipe González y José María Aznar. En contraposición con estas situaciones, González Faus instaba a construir lo que Ignacio Ellacuría,  jesuita asesinado  en El Salvador en 1989, llamaba “una civilización de la sobriedad compartida”.

     En vísperas de la pasada huelga general del 29 de marzo, José Algora, obispo de Ciudad Real y anteriormente de Teruel, publicaba un texto titulado A vueltas con la reforma, y que suponía una contundente crítica hacia la reforma laboral del Gobierno de Rajoy. Algora dejaba claro  su rechazo a una ley “que rebaja claramente los derechos de los trabajadores respecto a situaciones anteriores” a la vez que denunciaba que en nuestra democracia formal los perdedores “son los mismos y siempre los más débiles”. Por ello, tras rechazar el que  las políticas conservadoras recurran a “usos del pasado que trajeron tanta injusticia y explotación a los trabajadores”, planteaba la necesidad de buscar otras alternativas para construir “un tejido social compacto y fuerte” que haga  “personas y países fuertes para soportar las inclemencias de las coyunturas históricas”.

     Si esto ocurría en España,  esta ola de “indignación teológica” frente a la crisis, también se ha sumado  desde una perspectiva internacional, el Consejo Pontificio Justicia y Paz, el cual, en octubre de 2011 publicó un extenso documento titulado Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia mundial en el que se critica el “liberalismo económico sin reglas y supervisión”, la “ideología de la tecnocracia”, a la vez que denuncia los comportamientos carentes de ética (egoísmo, codicia colectiva o el acaparamiento de bienes a gran escala) que han potenciado la crisis. Interesante resulta la idea de crear una “Autoridad política mundial”, una especie de “Gobierno de la globalización” con competencias en materias tales como: paz y seguridad; desarme y control de armamentos; promoción y tutela de los derechos fundamentales básicos; gobierno de la economía y políticas de desarrollo; gestión de los flujos migratorios y la seguridad alimentaria y también la tutela del medio ambiente. Esta Autoridad política mundial, supondría, en definitiva, reforzar el papel de la ONU tendente a lograr la “justicia social global” y así embridar la actual hegemonía de los poderes económicos, de los mercados sobre los gobiernos y Estados mediante el impulso  de una serie de políticas financieras y monetarias que no dañen a los países pobres, que tengan carácter vinculante y se basen en la lógica de la subsidiariedad y en el principio de solidaridad. Sólo así, priorizando el “bien común mundial” que trasciende a los intereses nacionales, ajeno a toda tentación paternalista o hegemónica, se podrá avanzar hacia una ansiada justicia social global.

     Además, Justicia y Paz pide una profunda reforma del sistema financiero y monetario internacional mediante una serie de medidas concretas como la creación de un Banco Central Mundial que regule el flujo y el sistema de intercambios monetarios; la potenciación del papel del Banco Central Europeo y el establecimiento de una imposición fiscal a las transacciones financieras internacionales. También propone la recapitalización de los bancos, “incluso con fondos públicos”, pero condicionada al desarrollo de comportamientos “virtuosos” que reactiven la economía “real”.

     A modo de conclusión, esta visión teológica de la actual crisis señala que, “en un mundo en vías de una rápida globalización, remitirse a una Autoridad mundial llega a ser el único horizonte compatible con las nuevas realidades de nuestro tiempo y con las necesidades de la especie humana”. Y es verdad, pues de lo contrario, la humanidad puede adentrarse por los abismos de la Gran Recesión, del aumento insultante de las desigualdades sociales y el riesgo de un colapso ecológico.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en Diario de Teruel, 3 abril 2012 y El Periódico de Aragón, 9 abril 2012)

PAGOLA, UN TEÓLOGO FRENTE A LA NUEVA INQUISICIÓN

PAGOLA, UN TEÓLOGO FRENTE A LA NUEVA INQUISICIÓN

     

     En fechas recientes, la Congregación para la Doctrina de la Fe, continuadora del Santo Oficio, la antigua Inquisición, ha abierto un proceso al teólogo vasco José Antonio Pagola por la publicación de su obra Jesús. Aproximación histórica (Madrid, PPC, 2007), el libro de tema religioso en lengua castellana de mayor acogida en los últimos años, con diversas ediciones y traducido a 9 idiomas. Pagola se convierte así en una  víctima más de la Inquisición vaticana, igual que lo han sido en los últimos años teólogos del prestigio de Leonardo Boff, Hans Küng, José María Castillo o Juan José Tamayo, lo cual supone una ofensiva reaccionaria contra todos aquellos que, como los citados, se han caracterizado por sus posiciones en defensa de las reformas del Concilio Vaticano II, de la teología de la liberación y de la libertad de expresión en el seno de la Iglesia Católica.

     El sector más conservador de la Conferencia Episcopal Española (CEE), representado por los obispos Demetrio Fernández (Córdoba), José Ignacio Munilla (San Sebastián), Juan Antonio Martínez Camino (obispo auxiliar de Madrid y portavoz de la CEE), con el respaldo del cardenal Rouco Varela, han logrado que, finalmente, el Vaticano procesase a Pagola, el cual estaba siendo acosado desde que en octubre de 2007 publicó su libro sobre Jesús de Nazaret.

     La campaña contra Pagola la inició Demetrio Fernández, entonces obispo de Tarazona, cuando a través de la página web de la diócesis turiasonense, difundió un informe, firmando por José Pico Pavés, actual secretario técnico de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, que desacreditaba por completo la obra de Pagola, a la que llegaba a acusar de “herética”. El 27 de junio de 2008, dicha Comisión, hizo pública una “Nota de clarificación” en la que recogía lo que ésta consideraba como “deficiencias principales” del texto de Pagola. Así, en el aspecto de “cuestiones metodológicas”, se le reprochaba que el teólogo ofreciese una aproximación a la historia de Jesús desde posiciones ideológicas contrarias a la Iglesia, y, significativamente, se señalaba que, “la reconstrucción histórica realizada por el autor altera datos supuestamente históricos con recreaciones literarias inspiradas en la mentalidad actual, adoptando, además, el análisis propio de la lucha de clases para describir el entorno familiar, social, económico, político y religioso”. En el apartado de las “reticencias doctrinales”, la nueva Inquisición reprocha a Pagola que éste niegue la intención de Jesús de fundar una Iglesia como comunidad jerárquica y es que, según éste teólogo, Jesús nunca tuvo intención de crear un grupo organizado y jerárquico, sino un movimiento de hombres y mujeres unidos fraternalmente en el que “nadie ejercerá un poder dominante y tampoco hay diferencias jerárquicas entre varones y mujeres”, ideas evangélicas que la Iglesia actual no está dispuesta a admitir.

     En consecuencia, la campaña contra Pagola se intensificó y, a partir de entonces, la Conferencia Episcopal Española ordenó retirar el libro de las librerías y  destruir los ejemplares almacenados, todo un eco de las viejas intolerancias inquisitoriales del medievo.

     A partir de ahora, iniciado el procesamiento en los tribunales vaticanos, se abre para Pagola un período largo y lento, basado en un oscuro secretismo. De hecho, el teólogo vasco desconoce las acusaciones que se le imputan: en eso tampoco ha cambiado el espíritu inquisitorial subyacente ya que, en este tipo de procesos, sólo se recurre al acusado para un interrogatorio (que no puede preparar) y, al final del mismo, para anunciarle su condena o absolución: como vemos, las garantías jurídicas y la presunción de inocencia propias de toda legislación civil democrática, no tienen cabida en las seculares normas que rigen los tribunales vaticanos. Y es que éstos, siguen funcionando como en la Edad Media, por medio de denuncias secretas, ante las cuales se niega al procesado la posibilidad de defenderse. Con ello, se ha pretendido silenciar las posiciones teológicas progresistas de Pagola quien días atrás reconocía que  siempre ha tratado de “contribuir a una Iglesia más evangélica al servicio de un mundo más humano”.

     José María Castillo, otro teólogo procesado, al hacer pública su solidaridad con Pagola, recordaba el oscurantismo que rodea a los procesos del Santo Oficio. A Castillo, en abril de 1988 se le comunicó oralmente que la Santa Sede le retiraba el permiso para seguir enseñando en la Facultad de Teología de Granada, en la que  era catedrático:  desde entonces, han pasado 23 años en los que nunca ha recibido del Vaticano una explicación… y sigue suspendido de toda actividad docente.

     Todo lo dicho supone un proceso de  involución eclesial, el avance de las posiciones integristas en el seno de la Iglesia. Este integrismo, según el filósofo francés M. Blondel se caracteriza por la regresión del mensaje cristiano a mera ley de temor y coacción; una sacralización del poder clerical y la sensación de los sectores integristas eclesiales de “vivir en perpetuo estado de sitio”, lo cual presupone una exigencia de “obediencia ciega y supresión de los indóciles”, todo ello con un espíritu de “cruzada” con objeto de imponer  los viejos (y caducos) privilegios clericales a la actual sociedad civil, laica, plural y democrática. Como señalaba el teólogo dominico Yves Congar, también procesado por los tribunales vaticanos, la visión inquisitorial se convierte en “una de las mayores falsificaciones de la verdad cristiana: el integrismo es una manipulación del cristianismo al servicio de la propia necesidad de seguridad, o del propio afán de poder (religioso, político o económico)”. Es por ello que la reacción integrista añora recomponer la trasnochada alianza entre el poder espiritual y el poder político del momento: a partir de ahí, se entienden las afinidades  entre el integrismo eclesiástico y las posiciones políticas conservadoras y reaccionarias.

     Frente a esta involución integrista, Pagola, al igual que otros teólogos procesados, es un decidido partidario de la democratización de la Iglesia con una implicación creciente de los laicos. Por ello reclama el derecho a la libertad de expresión, de investigación y de publicación para los teólogos, al igual que la eliminación de la censura eclesiástica. En consecuencia,  la progresista Asociación de Teólogas y Teólogos “Juan XXIII”,  que repetidamente ha defendido las reformas del Concilio Vaticano II, la opción preferencial por los pobres, el acceso de las mujeres al sacerdocio y  la supresión del celibato obligatorio, considera que resulta urgente que Roma levante las sanciones impuestas a estos teólogos, muchos de ellos condenados, no lo olvidemos, por Joseph Ratzinger en su etapa al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la heredera de la nefasta Inquisición vaticana.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en: Diario de Teruel, 27 febrero 2011)

 

CRISIS EN LA IGLESIA CATÓLICA

CRISIS EN LA IGLESIA CATÓLICA

    

        Desde hace unos años, la conciencia de nuestra sociedad percibe el que la Iglesia Católica se halla sumida en una profunda crisis, sobre todo tras constatarse una innegable involución propiciada por el Vaticano con el apoyo de los sectores más integristas y neoconservadores, involución que, en opinión del teólogo progresista Kart Rahner ha hecho que éste haya entrado en lo que califica de un "invierno eclesial", prueba del cual serían los conflictos y el descontento interno entre los sectores católicos más abiertos que ha llevado al alejamiento y desafección de numerosos ciudadanos que en su día fueron bautizados en la fe católica.

        Esta profunda crisis, ignorada en gran medida por la jerarquía, ha hecho reflexionar a diversos teólogos progresistas como es el caso de Xavier Alegre, Josep Jiménez, José Ignacio González Faus y Josep M. Rambla, cuyas conclusiones aparecen recogidas en el nº 153 de Cuadernos "Cristianisme i Justícia" (2008). Dicho grupo de teólogos españoles, tras reconocer la pésima imagen que tiene la Iglesia en los medios de comunicación, se lamentan de que ésta mantiene una permanente actitud defensiva "que le lleva a considerarse injustamente atacada o perseguida" y, que sin embargo, es incapaz de realizar, con toda humildad, la más mínima autocrítica pues, se refugia en la cómoda solución de "echar toda la culpa a la maldad del mundo exterior, y añorar en silencio una antigua situación de poder eclesial y de cristiandad" en una sociedad que ha cambiado hacia posiciones aconfesionales y secularizadas que, como ocurre en España, lo cual no termina de asimilar la jerarquía eclesiástica. En este sentido, la opinión de este colectivo de teólogos progresistas resulta de total actualidad para entender la desafección y descrédito que la Iglesia tiene en la actual sociedad española, incluso entre muchas personas que nos sentimos cristianos puesto que "la actual crisis del catolicismo en España y la hostilidad que despierta cuanto huele a cristiano, no son obra de un gobierno malvado nacido por generación espontánea, sino cosecha de un largo pecado de nuestra jerarquía durante la época de la dictadura y antes de ella".

        De hecho, estos teólogos apuntan que la Iglesia Católica de hoy tiene una serie de "llagas" que le alejan no sólo del mensaje evangélico sino también de muchos creyentes. Entre ellas, además de la división de los cristianos y el enfriamiento de la marcha hacia la unidad, señalan el "olvido de la centralidad de los pobres" al negarse a reconocer la jerarquía que las desigualdades sociales no son un accidente natural sino algo radicalmente contrario a la voluntad de Dios y no optar de forma valiente y decidida por ser una Iglesia de los pobres, comprometida de forma radical con la defensa de la justicia social, tal y como hace la Teología de la Liberación en los países del Tercer Mundo y que, lamentablemente, es tan denostada desde las esferas vaticanas.

        Otra llaga sangrante de la Iglesia sería el "jerarcocentrismo", esto es, el que los creyentes has sido totalmente postergados por la jerarquía, contraviniendo de éste modo el espíritu del Vaticano II. En este sentido, cuestionan el papel de la Curia en el gobierno de la Iglesia y, sobre todo, la actitud patriarcal de la jerarquía, que ignora permanentemente el papel de la mujer como no sea para amonestarla o culpabilizarla. En contraste con el papel desempeñado por la "apóstol" Junia en la Iglesia primitiva citada por San Pablo (Ro 16,7), estos teólogos se hacen eco de que "el cristianismo primero escandalizó a la sociedad por su apertura respecto a la mujer; el catolicismo oficial de hoy escandaliza a la sociedad por su cerrazón respecto a la mujer".

        Para hacer frente al excesivo poder acumulado por la jerarquía, así como para acabar con sus posiciones integristas y anacrónicas, este colectivo propone toda una serie de medidas concretas, las cuales considero de sumo interés para evitar que la involución eclesial siga por la peligrosa pendiente por la cual camina en la actualidad. Estas medidas serían: que el Papa no fuese Jefe de Estado ni sus representantes en las iglesias de cada país ostentasen el cargo político de embajadores, la supresión del cardenalato como dignidad, la reforma de la elección papal, la participación de las iglesias locales en la elección de sus obispos, dar a los Sínodos funciones deliberativas y no sólo consultivas, revisión profunda de la Congregación de la Doctrina de la Fe (heredera de la antigua Inquisición) y, desde luego, conferir un mayor protagonismo a la mujer en el seno de la Iglesia.

        Finalmente, otra de las llagas de la Iglesia actual, especialmente evidente en el caso español, es que la institución eclesial no sabe, todavía, coexistir con normalidad en una sociedad plenamente democrática. De hecho, ante polémicas e intromisiones recientes de la jerarquía en la actuación de los poderes públicos democráticos, y de forma especial en la legislación emanada del Parlamento o en las decisiones adoptadas por el actual Gobierno socialista, la conclusión de este grupo de teólogos les lleva a una crítica contundente hacia la jerarquía al señalar que "la Iglesia española todavía no ha sabido educar a los fieles en el principios elemental de que aquello que es legal en una sociedad laica y democrática, no tiene por qué coincidir con la moral cristiana". Y es que la jerarquía sigue empeñada en que lo moral y lo legal coincidan, desconociendo de éste modo cual es el sentido de la ley civil.

         Es triste comprobar las actitudes de una Iglesia "distanciada del género humano al que considera enemigo y perdido, a menos que vuelva a ella", como se lamentan los teólogos autores de este estudio. Los gestos y estridentes declaraciones públicas que, en demasiadas ocasiones caracterizan a la jerarquía eclesiástica me recuerdan la frase de Andrei Sajarov, disidente ruso y premio Nobel de la Paz, según la cual "la intolerancia es la angustia de no tener razón".

         El alejamiento del mensaje evangélico y las actitudes intolerantes, no son buenos síntomas para que la sociedad deje de percibir a la Iglesia como lejana y sumida en una profunda crisis. Tal vez no anden tan equivocados los sectores cristianos progresistas cuando plantean, como desde hace años demanda Kart Rahner, la convocatoria de un Concilio Vaticano III.

        José Ramón Villanueva Herrero

        (Diario de Teruel, 28 febrero 2010)

NOSTALGIAS CLERICALES

NOSTALGIAS CLERICALES

         

Todavía no se han apagado en Zaragoza los ecos de la polémica ciudadana por el hecho de que, a iniciativa del alcalde Belloch, se haya dedicado una calle a San Josemaría Escrivá de Balaguer, inmerecido honor para con el fundador del Opus Dei. Ciertamente, el santo aragonés fue, a lo largo de toda su vida, un ejemplo de actitudes religiosas retrógradas además de sectarias y, también, defensor de un posicionamiento servil para con la dictadura franquista, razón por la cual, la decisión de Belloch sólo sirve para alentar, además de un rechazo cívico, el que, en contraste, se produzca una nueva ola de añoranzas clericales por parte de los sectores más rancios de la derecha política y religiosa.

Mientras el alcalde socialista Belloch ha honrado desmedidamente a Escrivá de Balaguer, a quien Franco le concedió el título nobiliario de “Marqués de Peralta”, la periodista Pilar Urbano, destacada figura del Opus Dei, “acusó” al Presidente Zapatero de ser “masón”, al igual que, en fechas recientes, lo han hecho diversos medios de comunicación de la derecha clerical con Francisco Caamaño, el nuevo ministro de Justicia: para la “caverna” reaccionaria, el ser masón sigue utilizándose como un insulto hiriente y es que, como señalaba Enric Sopena, la masonería “es un filón inacabable para la demagogia conservadora”. En cambio, en una sociedad democrática, este hecho responde a la libertad individual de cada ciudadano y, por ello, respetable y ajena a toda polémica o acusación peyorativa.

La caverna clerical, en su abierta ofensiva contra el Gobierno Socialista de Zapatero, ha empleado todo tipo de metralla y munición, como la campaña contra la legislación sobre el aborto, los matrimonios homosexuales o contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, lo cual es un caso único en la Europa Occidental dado que la Iglesia ha lanzado una auténtica “cruzada” contra esta asignatura que educa en valores cívicos y democráticos. Habría que recordar que esta actitud es bien distinta a la que mantuvo en su día la jerarquía eclesiástica con la nefasta Formación del Espíritu Nacional (FEN) de la dictadura, una asignatura obligatoria al servicio del adoctrinamiento franquista y que el régimen liberticida nos impuso a varias generaciones de españoles.

Las nostalgias clericales no entienden los valores del Estado laico y, por ello, interfieren en el  normal y libre desarrollo de la vida pública con harta frecuencia. Por ello, no es cierto que la libertad religiosa se halle amenazada por lo que el cardenal Bertone llamaba “predominio cultural del agnosticismo y del relativismo” y, bien al contrario, se percibe un cierto frenazo por parte del Gobierno a las medidas de impulso del Estado laico como lo serían la aprobación de un Estatuto de Laicidad que supondría, entre otras cosas, la desaparición de los símbolos religiosos en las instituciones y edificios públicos y la ausencia de ritos católicos en los actos oficiales y en los funerales de Estado.

Pero en España, pese al buen trato que, en todo momento ha recibido la Iglesia por parte del poder civil, la jerarquía eclesiástica mantiene una permanente actitud de frontal hostilidad hacia el Gobierno Socialista: ahí están los exabruptos de la Cadena COPE como flagrante evidencia. Con esta actitud, la jerarquía parece añorar pasados tiempos, épocas de preeminencia y poder, tiempos del nacional-catolicismo, aquellos tiempos en que, como ocurrió en diciembre de 1957, esta derecha de sotana y sacristía, quiso, incluso, honrar al general Franco haciéndolo cardenal de la Iglesia Católica. Y, sin embargo, pese a quien pese, la sociedad civil considera que ha llegado el momento de revisar las exenciones fiscales concedidas a la Iglesia en los acuerdos firmados por España con la Santa Sede sobre asuntos económicos de 3 de enero de 1979 y, también, la Ley Orgánica 7/1980, de Libertad Religiosa; que hay que avanzar en las investigaciones biomédicas y que, los matrimonios homosexuales, tienen plena legitimidad en la sociedad civil.

Lejos, muy lejos quedan los tiempos en que un clericalismo asfixiante era el vigilante severo de las vidas y conciencias de los españoles. Hay que recordar el riguroso control que de la moral, tanto individual como social, se abrogaba el clericalismo militante, fiel servidor de la dictadura: ahí están las atribuciones sobre la censura de obras de creación literaria, teatral y cinematográfica por parte de la Iglesia. A modo de ejemplo, resulta curiosa la amonestación episcopal de Fray León Villuendas, obispo de Teruel, quien en 1948 condenó en los más duros términos la proyección de la película “Gilda”, un melodrama pasional protagonizada por Glenn Ford y Rita Hayworth, y en la que la actriz, de origen hispano-judío (su verdadero nombre era Margarita Carmen Cansino), enfundada en un vestido de satén negro y, en actitud insinuante, se quitaba un guante mientras cantaba “Put the Blame On Mame”, escena de una mítica sensualidad que ha pasado a la historia del cine. El texto del obispo Villuendas, publicado en el diario Lucha el 15 de mayo de 1948, decía así:

“Enterados con profundo dolor de nuestra alma de que próximamente se intenta proyectar en nuestra ciudad la película “Gilda”, GRAVEMENTE ESCANDALOSA [sic], en cumplimiento de uno de nuestros más sagrados deberes del oficio pastoral, y como ya lo han hecho muchos de nuestros Venerables Hermanos del Episcopado Español, prohibimos la dicha película cinematográfica “Gilda”, y amonestamos, amadísimos hijos, haciendo saber a los empresarios que no pueden exhibir esta película, y a los fieles que no podrán presenciarla sin GRAVAR SU CONCIENCIA CON PECADO MORTAL [sic].

De la docilidad y religiosidad de nuestros fieles diocesanos esperamos la más fiel obediencia, a esta NUESTRA AMONESTACIÓN EPISCOPAL [sic].

Teruel, 14 de mayo de 1948.

Fr. León, Obispo de Teruel”.

Ciertamente, aquellos eran otros tiempos, unos tiempos que añoran, todavía, quienes defienden las nostalgias clericales de un caduco nacional-catolicismo, el mismo que siempre defendió Escrivá de Balaguer, el mismo que parece mantener todavía firmes seguidores entre los sectores más inmovilistas de la Iglesia Católica en España.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(Diario de Teruel, 14 junio 2009)

 

LA INVOLUCIÓN VATICANA: LA OFENSIVA

LA INVOLUCIÓN VATICANA: LA OFENSIVA

         

 Las nostalgias clericales, o mejor dicho, la involución religiosa propiciada por los teólogos conservadores (los “teocon”), parecen avanzar con paso firme bajo el impulso de Benedicto XVI. Incapaz de asumir la realidad de un mundo complejo y secularizado, reacio a abrirse a la sociedad actual con un mensaje humilde y evangélico como en su día hizo Juan XXIII, el Papa Ratzinger se encierra tras los muros de un clericalismo cada vez más anacrónico y lleno de actitudes preconciliares. Es por ello que, como señalaba recientemente el teólogo progresista italiano Vito Mancuso, la jerarquía de la Iglesia es cada vez más “fría y rígida” ante las exigencias del mundo moderno. El último ejemplo de ello sería la reciente excomunión el pasado 5 de marzo de una madre católica brasileña y del personal médico, administrativo y de mantenimiento  de un Hospital universitario por el hecho de haber llevado a cabo  el aborto de una niña de 9 años embarazada de mellizos tras haber sido violada por su padrastro.

No es casualidad el que, con Benedicto XVI, los “teocon” cuestionen cada vez más abiertamente el espíritu de renovación surgido del Vaticano II y se hayan producido graves desencuentros no sólo con la sociedad civil, sino con las dos religiones monoteístas (Judaísmo e Islam) que, junto con el Cristianismo, proclaman la creencia en un sólo Dios creador y salvador del ser humano. Si desafortunadas fueron sus frases sobre la religión islámica en su discurso en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006 que tanto indignaron al mundo musulmán, no menos preocupante ha sido la tormenta desencadenada en el seno de la Iglesia Católica al levantar Benedicto XVI el pasado 24 de enero la excomunión a cuatro obispos de la integrista y ultraconservadora Fraternidad San Pío X fundada por Marcel Lefébvre y que rompió su obediencia con Roma al negarse a reconocer la renovación que supuso el Concilio Vaticano II y por la defensa a ultranza de los integristas de la liturgia preconciliar en lengua latina. Este es el caso de los obispos lefebvristas Richard Williamson, Alfonso de Galarreta, Bernard Fella y Tissier de Mallarais, excomulgados todos ellos en 1988. De hecho, para algunos teólogos como es el caso de Hans Küng, este hecho resulta especialmente escandaloso puesto que ha tenido lugar coincidiendo con el 50º aniversario del anuncio por parte de Juan XXIII de la celebración del Concilio Vaticano II (enero de 1959) y, sin embargo, Benedicto XVI no ha aprovechado la ocasión para hacer ningún elogio de su antecesor, conocido como “el Papa bueno” y, en cambio ha elegido estas fechas para levantar la excomunión a personas que defienden posiciones contrarias al espíritu del Vaticano II.

Este hecho, ha supuesto una clara cesión ante los sectores más integristas del catolicismo y, su retorno al seno de la Iglesia, ha sido más polémico si cabe debido a que uno de estos obispos, Richard Williamson, dada su condición de “negacionista recalcitrante”  de la inmensa tragedia que el Holocausto del pueblo judío (la Shoah) supuso, ha dado lugar a un clamor de indignación no sólo en la comunidad cristiana, sino, también, en el judaísmo internacional. La rehabilitación del integrista Williamson, que mantiene que en la Alemania nazi “no existieron cámaras de gas” y que durante la II Guerra Mundial no murieron 6 millones de judíos sino “tan sólo” 300.000 y “ninguno gaseado”, ha supuesto una auténtica bofetada en la cara del judaísmo. Por ello, el diálogo judeo-cristiano corre un serio riesgo de quedar interrumpido, sino destruido de forma irremediable, por la decisión de Benedicto XVI a favor de rehabilitar al polémico obispo lefebvrista. Consecuencia de ello, el pasado 28 de enero, el Rabinato de Israel rompió relaciones con el Vaticano.

Tal vez, Benedicto XVI, con sus desencuentros con musulmanes, judíos y con los sectores más progresistas del catolicismo (y no digamos con los reductos de la Teología de la Liberación), defienda la idea de una Iglesia entendida como “un pequeño rebaño”, que no le importe perder por el camino a muchos de sus fieles para convertirse en una Iglesia elitista, alejada de los pobres y de la realidad social, cercana a las posiciones e intereses del Opus Dei y de los sectores más conservadores  (y cada vez más influyentes) de la jerarquía católica. Si alguna duda cabía, el rehabilitado obispo lefebvrista Bernard Tissier lo dejó claro al afirmar que los integristas que él representa, “no vamos a cambiar nuestras posiciones, sino a convertir a Roma a las nuestras”, ya que “hay que situar al Papa” en la “dirección correcta”, esto es, en posiciones dogmáticas y doctrinales preconciliares.

Hans Küng, el más prestigioso teólogo cristiano crítico con la involución vaticana, el mejor exponente del pensamiento más progresista del catolicismo,  ante la creciente deriva eclesiástica de los “teocon”, frente a esta involución (¿irreversible?) del Vaticano, propone toda una serie de medidas valientes que Benedicto XVI debería de asumir e impulsar. Entre ellas, plantea que la jerarquía reconozca que la Iglesia “atraviesa una crisis profunda”; que se permita el acceso a los sacramentos de los divorciados; que se realicen las oportunas correcciones en la encíclica Humanae Vitae (1968) que condena todas las formas de contraconcepción; que el Papa Ratzinger, antiguo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (sucesor de la antigua Inquisición vaticana),  rectifique su rígida teología,“que data del concilio de Nicea (en 325)”; que se suprima la ley del celibato para los sacerdotes, que se estudie un nuevo método para la elección de los obispos “en el cual el pueblo tendría una palabra que decir”, así como rehabilitar a los teólogos progresistas y críticos con la involución vaticana a los que se les ha prohibido dedicarse a la enseñanza y la publicación de sus escritos, entre los que figurarían Leonardo Boff, Jon Sobrino,  Roger Haigh o el mismo Küng. También apunta Küng la posibilidad de convocar un nuevo Concilio, el Vaticano III, para tratar temas como el celibato eclesiástico, el tema de los métodos para el control de natalidad o una mayor democratización en el seno de la Iglesia. De no romper la dinámica involucionista,  Hans Küng advertía en las páginas de Le Monde el pasado 25 de febrero que “la Iglesia corre el riesgo de convertirse en una secta” al alejarse cada vez más de la realidad social y de la esencia del mensaje evangélico. Por ello, de no reconducirse la involución vaticana, Küng, al igual que el también teólogo crítico Herman Häring, pedían la dimisión del Papa Benedicto XVI como un acto de servicio a la Iglesia. Así de contundente, así de claro.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(La Comarca, 24 de marzo de 2009 , Diario de Teruel, 5 abril 2009)

LA CRISIS GLOBAL Y LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN

LA CRISIS GLOBAL Y LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN

         

 

     Días atrás, el teólogo progresista y exjesuíta José María Castillo publicaba un artículo en el cual, bajo el título de "La crisis: el silencio de la Iglesia", denunciaba lo que estaba siendo un clamoroso silencio de la jerarquía eclesiástica ante una cuestión que preocupa a tantas personas de tantos países cual es las consecuencias económicas y sociales de la crisis global que padecemos.

     Si bien es cierto que el pasado día 3 de diciembre, Benedicto XVI, aprovechando una audiencia papal a los representantes de un banco italiano señaló que "uno de los objetivos primarios de los bancos es la solidaridad hacia las clases más débiles y el apoyo a la actividad productiva", lo cierto es que apenas ha habido posicionamientos claros de la jerarquía católica, que tan rotunda se manifiesta ante otros temas como el aborto, la eutanasia, el divorcio, la homosexualidad, los anticonceptivos o la asignatura de Educación para la Ciudadanía. De hecho, como señala Castillo, "la gente no tiene ni idea de lo que piensan los obispos" sobre la crisis del sistema financiero, la quiebra de los bancos, la subida de los precios, el paro, las hipotecas basura o la codicia desmedida que está en la raíz de la crisis, una crisis "tan profunda, tan oscura y tan grave", como la define Castillo.

     Frente al conformismo de la jerarquía, incapaz de llevar a cabo "la misión profética que tiene que ejercer en defensa de los pobres y las personas peor tratadas por la vida y por los poderosos de este mundo", se halla la actitud de la Teología de la Liberación la cual mantiene una clara actitud de denuncia ante los responsables de esta "economía canalla" (como la definió Loretta Napoleoni) que está arruinando el mundo.

     Una de estas voces proféticas y de denuncia es la del teólogo brasileño Leonardo Boff, el cual abandonó la Orden Franciscana en 1992 después de constantes enfrentamientos con el Vaticano y, especialmente con el entonces cardenal Ratzinger. En un brillante artículo titulado "Crisis de Humanidad", Boff nos ofrece unas reflexiones de interés. Comienza señalando que la crisis económico-financiera ("previsible e inevitable"), remite a una crisis más profunda, a una crisis de valores, "de humanidad". Su origen reciente lo sitúa en las políticas impulsadas por Margaret Tatcher y Ronald Reagan que supusieron una absoluta carencia de valores humanos en el proyecto neoliberal y en la economía (desbocada) de mercado que ellos impusieron. Acto seguido, Boff denuncia la codicia de "los gigantes de Wall Street" los cuales, sin regulación alguna, carecen de ética y manejan sin ningún escrúpulo informaciones anticipadas ("insider informations"), las manipulan, divulgan rumores en los mercados, los inducen a "falsas apuestas" obteniendo con todas estas maniobras especulativas grandes lucros, tal y como recientemente se ha puesto de manifiesto con la monumental estafa de Bernard Madoff. Consecuentemente, el reproche moral de Boff frente a las maniobras financieras de este neoliberalismo sin escrúpulos es obvio puesto que, como señala, la confianza y la verdad resultan "sacrificados sistemáticamente en función del beneficio de los especuladores". Se trata, pues, de un sistema económico-financiero que califica de "falso y perverso" y, por ello, tenía que derrumbarse un día u otro…y eso es lo que ha ocurrido. Un dato resulta revelador: mientras el capital financiero-especulativo de los EE.UU. en el último año se estima en 167 billones de dólares, el capital real generado en procesos productivos fue de tan sólo 48 billones de dólares.

     La salida a la crisis tiene que basarse en los valores de la ética y la justicia. Es por ello que Boff critica el modelo americano que, hasta el presente, se ha limitado a "injertar mucho dinero en los ganadores para que la lógica continuase funcionando sin pagar nada por sus errores". Por el contrario, y a modo de aviso a navegantes, Boff opta claramente por el modelo europeo, un modelo basado en políticas socialdemócratas que han construido el llamado "Estado de Bienestar". Es precisamente por ello por lo que el papel del Estado, y no del mercado, debe ser determinante para hacer frente a la crisis. Así nos lo advierte Boff:

"los europeos, recordando los vestigios que han quedado del humanismo de las Luces, han tenido más sabiduría. Denunciaron la falsedad, pusieron en el campo del Estado como instancia salvadora y reguladora, y en general como actor económico directo en la construcción, en la infraestructura y en los campos sensibles de la economía. Ahora no se trata de reflotar el neoliberalismo sino de inaugurar otra arquitectura económica sobre bases no ficticias. Esto quiere decir que la economía debe ser un capítulo de la política (la tesis clásica de Marx), no al servicio de la especulación sino de la producción, y de la adecuada acumulación. Y la política deberá regirse por criterios éticos de transparencia, de equidad, de justa medida, de control democrático y dando especial cuidado a las condiciones ecológicas que permiten la continuidad del proyecto planetario humano".

     Estas consideraciones de Boff, tan ciertas como contundentes, que, además de teólogo, ha estado implicado siempre en movimientos sociales como las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) o el Movimiento de los Sin Tierra (MST) brasileño, son de absoluta actualidad. Estas ideas, aplicadas al caso de España me inducen a una reflexión: nuestra economía, definida constitucionalmente como "social y de mercado", en estos momentos en que el "mercado" y las reglas que lo condicionan se hallan cuestionadas, es cuando el adjetivo "social" debe ganar un protagonismo y un liderazgo político en aras a la defensa de los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad. Es ahora cuando el Estado, esto es, la política, debería redefinir un nuevo modelo económico que haga frente a la codicia de un mercado desregulado, responsable de conducirnos a una crisis global como la que estamos padeciendo. Para ello, es imprescindible reactivar la economía mediante el impulso del gasto público, la inversión en infraestructuras, en educación, en sanidad y en políticas sociales, aunque ello suponga un endeudamiento del Estado puesto que el mito del "déficit cero" en tiempos de crisis no sirve para reactivar la economía ni tampoco para paliar los efectos sociales que ha generado esta "economía canalla", esta crisis global. Ciertamente, estas propuestas van a suponer todo un reto para los partidos socialdemócratas y para los valores que ha defendido históricamente el socialismo democrático.

 

(Diario de Teruel, 21 diciembre 2008)