CENTROS EDUCATIVOS CON NOMBRES FRANQUISTAS...TODAVÍA
En la actualidad, se alude con frecuencia a la necesidad de recuperar nuestra memoria histórica colectiva, aquella que nos hurtó y manipuló durante décadas la dictadura franquista. Este fenómeno, que tantos recelos genera en determinados sectores, supone, no obstante, un claro síntoma de la vitalidad democrática de nuestra sociedad civil y, por ello, pienso que debe de ser apoyado y respaldado por la ciudadanía y, por supuesto, por todas las instituciones públicas.
Dicho esto, resulta sorprendente y penoso a un tiempo constatar la flagrante y ofensiva pervivencia, todavía, de determinados nombres que, en nuestra toponimia urbana, exaltan a determinadas figuras de la dictadura franquista. Y es que, transcurridos 30 años desde la muerte del dictador y 25 de existencia de ayuntamientos democráticos, aún figuran en algunos edificios públicos los nombre de destacados partidarios del régimen liberticida que fue el franquismo y que simboliza la página más negra de nuestra historia reciente. Ello se debió a que, durante la Transición, tal vez por excesiva prudencia, no se culminó la necesaria supresión de toda la toponimia urbana de signo franquista.
Es preciso recordar que esto no ocurre en ningún país de nuestro entorno que haya sufrido una dictadura similar a la padecida en España: sería impensable encontrar en Alemania, Italia, Francia o Portugal calles o centros escolares que honrasen en la actualidad a personalidades vinculadas con el nazismo, el fascismo, el régimen colaboracionista de Vichy o el salazarismo respectivamente. Y ello por una razón obvia: porque estas denominaciones fascistas y liberticidas no tienen cabida en una sociedad libre y democrática. Pero en España, todavía no podemos decir lo mismo: desgraciadamente, muchos poderes fácticos, muchas inercias y muchos temores infundados mantienen nombres que ofenden a nuestra conciencia ciudadana. No nos engañemos: este no es un debate entre izquierda y derecha, es pura y llanamente una reafirmación de nuestras más elementales convicciones democráticas.
Este hecho resulta especialmente grave en lo que afecta a los centros educativos que, después de tantos años, todavía conservan nombres vinculados al franquismo. Como recordaba el diputado socialista González Serna, "en una democracia madura, como la nuestra, no se puede permitir que haya niños y niñas que acudan a diario a centros educativos que llevan por nombre el del dictador o el de alguno de sus colaboradores" (Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados nº 133, 3 noviembre 2004). Por ello, en nuestra provincia de Teruel, tenemos los casos del Instituto " José Ibáñez Martín" de Teruel, así como el del Colegio Público de idéntico nombre ubicado en Utrillas, el C. P. "Emilio Díaz" de Alcañiz o el C. P. "Juan Espinal", en la capital turolense. Todos estos nombres, dedicados a personas adictas a la dictadura y que no representan en absoluto los valores de libertad, justicia, progreso social y pluralismo que rigen nuestra sociedad actual, deberían ser sustituidos de forma inmediata mediante el oportuno consenso entre los respectivos Consejos Escolares y las fuerzas políticas e instituciones locales.
No está de más recordar que, tras la reciente aprobación de la Proposición no de Ley sobre retirada de los símbolos de la dictadura franquista de los edificios públicos del Estado donde aún persisten de 3 de noviembre de 2004, se considera no sólo como "simbolos franquistas" a los monumentos y lápidas, sino también los nombres de las calles y centros educativos cuyas denominaciones resultan contrarias a los valores de la legalidad democrática constitucional. Por ello, estos anacronismos ofensivos para nuestra conciencia de ciudadanos libres, deberían subsanarse cuanto antes y con el mayor consenso político y social del que, desde el respeto, pero también desde la firmeza democrática, seamos capaces.
José Ramón Villanueva Herrero.
(Diario de Teruel, 13 enero 2005)
1 comentario
Dimas Vaquero Peláez -
En un Aragón gangrenado y rabioso
los odios y venganzas se adueñaron de la libertad,
donde la muerte rondaba cada albada
queriendo olvidar para no recordar.
A los olvidados durante 70 años , sin paz, sin piedad y sin perdón
(Novela Histórica sobre la Memoria de la represión durante la guerra civil española, donde la ficción de una novela no ha superado a la verdad, ni la realidad de los hechos nunca fueron una ficción.)
Es una novela que arranca en los días del golpe militar de 1936 contra el gobierno de la República. En un pueblo cualquiera de los Monegros se ven alteradas por el acontecimiento las labores agrícolas de recogida de mieses y de las faenas veraniegas en el verano del 36. El pueblo, Valdelayegua, pronto se ve inmerso en los graves acontecimientos que arrancan de la capital y que en pocas horas se extienden por los pueblos de la provincia.
Su ayuntamiento democrático será destituido por la presencia en el pueblo de un grupo de falangistas y de la guardia civil, que, en colaboración con algunos de sus vecinos, lo sustituyen por un alcalde de derechas que ellos designan directamente. La represión y la primera sangre pronto empezará a correr por el pueblo, donde las denuncias y envidias entre vecinos y la implacable labor del mosén, un cura del más duro integrismo católico del momento, provocan denuncias, detenciones y los fusilamientos de su alcalde republicano y de sus concejales, así como de simpatizantes y militantes de izquierdas y sindicalistas de la CNT, incluido su maestro. Serán llevados a un barranco del desierto monegrino y directamente ejecutados.
Blas, un obrero anarquista al servicio del propietario agrícola Luis Oliete, se ve obligado a salir huyendo a la sierra de Alcubierre donde se juntará con los refugiados de otras localidades próximas. Mientras, en el pueblo, su madre y Carmen, novia e hija de uno de los nuevos concejales de derechas impuestos por los falangistas, se verán en la necesidad de ocultar su escondite y luchar para que no sea detenido y fusilado como los demás. Mientras en el pueblo la represión falangista y de la guardia civil se ceba con sus sobrinos y su cuñada.
A las pocas semanas del golpe militar, las columnas de milicianos y anarquistas provenientes de Cataluña, los durrutis, ocuparán ahora el pueblo de Valdelayegua, y de nuevo destituirán a su ayuntamiento de derechas, produciéndose una nueva serie de detenciones y fusilamientos de gentes de derechas por los milicianos como venganza. Todo el pueblo pasará a prestar sus servicios en el régimen de las colectividades anarquistas del Bajo Aragón.
Blas será uno de los que se incorporen a esas milicias, primero intercediendo en el pueblo por salvar la vida de algunos de sus vecinos y luego para participar directamente en la guerra, en las defensas de Alcubierre y luego trasladado al frente de Madrid y enrolado en un Batallón Mixto de las Brigadas Internacionales, el batallón italiano de los garibaldinos.
Enrique, otro vecino del pueblo y amigo de Blas, una persona de derechas y hermano del alcalde nacional que los durrutis fusilan al tomar Valdelayegua, se verá en la obligación de tener que alistarse por imperativo en las filas republicanas y de participar en el frente de Madrid. Ni él ni Blas saben de la presencia del otro en el mismo frente y en el mismo Batallón, padeciendo los dos las mismas penalidades y consecuencias de los duros enfrentamientos bélicos de la defensa de la capital. La herida sufrida por Enrique en una batalla y su hospitalización será el motivo de que ambos coincidan en Madrid por la mediación de su comisario político italiano, Ciatti.
Este encuentro será un punto de inflexión en la relación de ambos, con una ideología tan diferente y unos motivos tan distintos de su presencia en el frente defendiendo a la República. Pero esas discrepancias políticas no serán un obstáculo para su amistad y para que Blas interceda y medie por Enrique, a quien descubren su pasado de derechas y su ideología fascista, detenido en una checa de Madrid. Blas y Ciatti arriesgarán sus vidas y se comprometerán en ser sus salvadores, librándole de un trágico final.
La guerra sigue su rumbo hacia la derrota republicana, y la necesidad de defender el frente de Aragón hace que trasladen a Blas a su tierra aragonesa, participando en los últimos momentos de la caída del frente del Ebro hasta ser detenido y encarcelado en Zaragoza.
Ángela, la madre de Blas, Carmen la novia que espera un hijo suyo, y Enrique, intentarán por todos los medios a su alcance reunir los avales y los informes positivos para demostrar la inocencia de Blas al nuevo régimen y que sea liberado, luchando para evitar su condena a muerte. Algunos de los contactos que tienen para salvar a Blas será Luis Oliete, el antiguo patrón de Blas y nuevo alcalde de derechas de su pueblo ya recuperado por los nacionales. Ni su patrón Luis Oliete, ni mosén Pablo, un cura de viejo pedigrí conservador y colaborador con los fascistas, mueven un solo dedo y ni un solo contacto por salvar a Blas, siendo sus testimonios los principales motivos de que su condena a muerte sea incuestionable. La cárcel de Torrero sería el lugar de sus últimos días, donde cada amanecer era más rojo por los fusilados que a diario bañaban con su sangre las tapias de su cementerio.
Blas, anarquista y ateo, en los últimos momentos de su vida hace una seria reflexión sobre su condena y confía sus sentimientos a un cura capuchino que intentará darle consuelo en los últimos momentos, dejando una pequeña, pero profunda herencia para el hijo que nunca vería nacer.
No todo volvería a la normalidad en Valdelayegua tras la ejecución de Blas y la victoria de los rebeldes. Cada bando sufrió las consecuencias, .pero uno más que otro. Cada bando honró a sus muertos, .pero solamente uno les pudo llorar y homenajear.
El Memorial del Cementerio de Torrero en Zaragoza puede ser el memorial del protagonista de esta novela, Blas, fusilado en sus tapias y enterado en la fosa común juntos a cientos de aragoneses y españoles.
Autor: DIMAS VAQUERO PELÁEZ,
http://zaragozaciudad.net/dimas
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Editorial: Libros Certeza
Parque 41, Zaragoza.