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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

¿REQUIEM POR UN MONARCA SAUDÍ?

¿REQUIEM POR UN MONARCA SAUDÍ?

    

     La muerte del rey Fahd ben Adbul-Aziz al Saud ha producido situaciones sorprendentes: adulado por dirigentes políticos, se han declarado días de luto oficial, Marbella lo ha nombrado “hijo predilecto”, etc. Está claro que el monarca saudí tenía “buena imagen” en Occidente. Pero las palabras huecas y los elogios falsos no pueden ocultar la dura realidad: el rey Fahd representaba un régimen tiránico cuya existencia debería indignar al mundo civilizado. Pero el pragmatismo político y los intereses económicos consiguen el prodigio de convertir a reyes déspotas en buenos amigos de Occidente, a gobernantes criminales en políticos clarividentes...y este es el caso del monarca fallecido. Recordemos algunos datos.

     El Reino Unido de Arabia Saudí surgió en 1932 tras la unificación de varias monarquías feudales de la Península Arábiga por parte de Abdelaziz ibn Saud. Desde entonces, la familia Saud ha gobernado con mano de hierro al reino que lleva su nombre. Una interpretación rigorista del Islam en su versión wahabita, la aplicación de la Sharia o ley islámica y el asfixiante control  de la Policía Religiosa (Al Mutawa’een) sobre la vida y costumbres de los saudíes, nos retrotrae a los tiempos más oscuros de las monarquías feudales del Medievo. En el país del rey Fahd no existen derechos ciudadanos ni  libertades públicas: no hay elecciones libres, los partidos políticos, sindicatos y  organizaciones de derechos humanos están prohibidos ; los medios de comunicación sufren la más rigurosa censura, el sistema penal saudí, basado en la Sharia, recurre con frecuencia a la tortura (amputaciones, flagelación, etc) y, según Amnistía Internacional,  es el tercer país que más aplica la pena de muerte (por decapitación pública).

     Especialmente grave es la situación de las mujeres que, como ocurría en el régimen talibán de Afganistán, carecen de todo tipo de derechos y libertades (incluso el de conducir un vehículo). Un suceso ocurrido el 11 de marzo de 2002 evidencia con toda crudeza la situación de las mujeres saudíes. En esa fecha, 14 niñas murieron y decenas más resultaron heridas al incendiarse su colegio de La Meca: la Al Mutawa’een impidió que escaparan del fuego... porque no llevaban el pañuelo para cubrirles la cabeza y no haber ningún familiar varón para recogerlas ; tampoco se permitió a los equipos de rescate entrar en el colegio...porque eran hombres y, por tanto, no podían “mezclarse” con las niñas que se estaban quemando. Aterrador.

     Tampoco debemos olvidar que la monarquía saudí lleva años financiando la construcción de mezquitas en países occidentales, al frente de las cuales impone a imanes wahabitas, mucho más rigoristas que los hachemitas o alauitas. Y son estos clérigos quienes con sus prédicas, en ocasiones incendiarias, no ayudan precisamente al necesario diálogo y entendimiento entre el Islam y Occidente.

     Todo esto parece olvidarse ya que los inmensos recursos petrolíferos  de Arabia Saudí (1/4 de las reservas del planeta y primer exportador mundial), le permiten ejercer un papel principal en el sistema económico mundial y en la OPEP. Así, desde que en 1945 concedió a los Estados Unidos el monopolio de la explotación de su petróleo, unido a su permanente alineamiento junto a las potencias occidentales en la conflictiva zona de Oriente Medio,  hacen que el reaccionario régimen saudí sea aceptado y visto con simpatía por el mundo civilizado democrático. Le ocurre lo mismo que a la España de Franco en los tiempos de la Guerra Fría: los intereses geoestratégicos de los EE.UU. obviaron su carácter dictatorial para convertir al régimen en “el vigía de Occidente”...igual que, ahora, Arabia Saudí es “el vigía de Oriente” (y de su petróleo). De hecho, la alianza militar entre Arabia Saudí y los EE.UU. se mantiene inalterada desde 1951: desde entonces, la monarquía saudí, anacrónica, feudal y corrupta hasta el extremo, ha mantenido su posicionamiento prooccidental.

     Aunque  inversiones millonarias han pretendido convertir al país en un “islote de modernización”,  la realidad es tan falsa como los espejismos de sus desiertos. La riqueza ha podido crear infraestructuras, adormecer la conciencia de sus súbditos, pero no les han traído la libertad. Y es que la monarquía del rey Fahd ha tenido la rara habilidad de aunar la más retrógrada interpretación del Islam con todos los vicios, lujos y corrupciones del capitalismo salvaje.

     Al margen de hipocresías políticas e intereses económicos, la muerte del rey Fahd supone la desaparación de un tirano, al cual le sucederá otro tirano: su hermanastro Abdalá, igual que el rey fallecido sucedió en 1982 a su también hermanastro (y también tirano) el rey Jaled: y todo con el beneplácito de las democracias occidentales.

     Por todo lo dicho, no siente pesar por la muerte del rey Fahd. En todo caso, el réquiem no habría que entonarlo por el monarca fallecido sino por la situación de los derechos humanos existente en Arabia Saudí. Y en ello, Occidente y su bienestar, tiene, tenemos, una gran responsabilidad moral.

 

     José Ramón Villanueva Herrero

     (Diario de Teruel, 25 agosto 2005)

 

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