ECOS DE LA GUERRA DE GAZA ( y II)
Si en un artículo anterior recordaba el debate moral generado en la sociedad israelí tras la brutalidad del ataque lanzado por las FDI contra Gaza, ahora querría aludir a algunas cuestiones sobre este conflicto que se han producido en el entorno del mundo árabe.
En primer lugar, durante los días de la guerra, ha resultado muy significativa la actitud de diversos países árabes de la zona. Y es que, al margen de la retórica panarabista habitual, no debemos olvidar que existe una pugna abierta entre los grupos y partidos islamistas emergentes (como es Hamas) y los regímenes árabes laicos y moderados afines a Occidente. En consecuencia, se ha puesto de manifiesto que, pese a la dureza del ataque israelí, en general, la reacción de los países árabes, salvo excepciones, ha sido “discreta”, hecho éste que ha sorprendido negativamente a la dirección política de Hamas. Y es que los islamistas radicales no sólo son un peligro para la existencia de Israel, sino también para la estabilidad de otros países de la zona como Egipto, Jordania, Siria, Turquía e incluso Arabia Saudí. Tal vez por ello, Shimon Peres, Presidente de Israel, declaró días atrás que, “en privado, los árabes nos piden que acabemos con Hamas” como forma de frenar el auge de sus propios movimientos fundamentalistas.
Enlazando con la idea anterior, resulta un ejemplo evidente el caso de Egipto, especialmente interesado en frenar a Hamas para evitar el resurgimiento de los Hermanos Musulmanes, su equivalente político-religioso en el país del Nilo. De hecho, el presidente Hosni Mubarak declaró públicamente que “no se debe permitir a Hamas que gane su guerra con Israel”. Por su parte, Omar Suleiman, jefe de los servicios secretos egipcios, nada más iniciarse el ataque israelí a Gaza, hizo unas declaraciones a la prensa árabe de Londres en las que, significativamente, señalaba que “hay que darle una buena lección a Hamas”. Finalmente, no resulta casual que, en la página web oficial del Ministerio de Defensa de Egipto, se califique a Hamas como “enemigo nacional”.
Algo similar ocurre con Jordania, donde el islamismo integrista está en auge con el riesgo que ello supone para el trono del rey Abdallah II.
Consecuentemente, se percibe un entente tácito entre Israel, Egipto y Jordania, al que habría que unir el papel mediador desempeñado por Turquía en el conflicto de Gaza, para frenar en Oriente Medio la expansión del fundamentalismo islamista el cual, no lo olvidemos, está alentado por un Irán camino de convertirse en potencia nuclear, ya que el régimen de Mahmud Ahmadineyad está respaldando a partidos como Hezbolláh en Líbano, Hamas en Gaza o los Hermanos Musulmanes en Egipto.
El problema de Hamas es que, como otros grupos terroristas, tendrá que optar algún día por priorizar sus posiciones políticas sobre cualquier otro tipo de estrategia violenta para empezar a ser un interlocutor válido no sólo ante Israel (cuya existencia no reconoce y cuya destrucción proclama), sino también con la propia sociedad palestina, aceptando que una parte importante de la misma, rechaza el integrismo y prefiere un modelo social y político de corte nacionalista, laico y democrático.
Mientras tanto, cuando una frágil tregua intenta abrirse paso, Hamas ha iniciado en Gaza una serie de represalias y ejecuciones contra militantes de Al-Fatah, el partido liderado durante décadas por Yasser Arafat y que ahora rige el presidente Mahmud Abbas: se tiene constancia de que 35 de ellos han sido tiroteados en las piernas por los milicianos de Hamas y varios más han sido asesinados. Ciertamente, en el conflicto civil soterrado que desgarra al pueblo palestino, Hamas ha conseguido establecer en Gaza un régimen de terror el cual sufren, también, muchos veteranos e históricos militantes nacionalistas palestinos de Al-Fatah.
Ante una situación como la descrita, para el problema de Oriente Medio poco valen las soluciones militares, razón por cual la política debe recuperar su protagonismo a la hora de reconducir la situación. En este sentido, resulta prioritario el que la población palestina se libere de lo que se ha dado en llamar “la espiral suicida de Hamas” y, para ello, es imprescindible reforzar el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) del presidente Abbas el cual debería de recuperar el control efectivo sobre Gaza, el cual perdió de forma violenta a manos de Hamas en junio de 2007. Igualmente, habría que establecer mecanismos de supervisión internacional que se hiciesen cargo del control de la frontera de Gaza, especialmente en el caso de la llamada “franja Filadelfia” que separa este territorio de Egipto para evitar el contrabando de armas y el lanzamiento de cohetes Qassam y Grad sobre Israel.
El intelectual israelí Meir Shalev recordaba hace unos días que, en una manifestación celebrada en Tel Aviv contra la guerra en Gaza, se podía leer en una pancarta: “Si queréis acabar con Hamas, dad esperanza a los palestinos y no guerra”. Ciertamente, el único camino de futuro para ambos pueblos pasa por la reapertura de las negociaciones de paz entre una reforzada ANP y un gobierno de Israel que esté dispuesto a hacer concesiones históricas. Para ello, la actitud de la nueva Administración de Barack Obama puede ser determinante. Además, como reclamaba Eytan Bentsur, exdirector general del Ministerio de Relaciones de Exteriores de Israel, en su artículo “Volver a Madrid” (Haaretz, 26 enero 2009), una salida a la actual situación en Oriente Medio sería “reactivar el Proceso de Madrid de 1991”, esto es, una nueva conferencia de paz que continuase la labor iniciada por la que tuvo lugar en aquel año en la capital de España y que generó la apertura de un diálogo sin precedentes que permitió dar los primeros pasos hacia la construcción de un nuevo Oriente Medio: inicio negociaciones directas palestino-israelíes, firma de la paz entre Jordania e Israel, primeras iniciativas de cooperación regional, etc.
Tal vez, en medio de tanta tragedia y dolor, la esperanza pueda abrirse paso. Tiempo al tiempo.
José Ramón Villanueva Herrero
(Diario de Teruel, 1 de febrero de 2009)
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