Blogia
Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

ÁNGEL SANZ BRIZ, EN SU CENTENARIO

ÁNGEL SANZ BRIZ, EN SU CENTENARIO

     

     Durante los días en que Aragón se hallaba sumido en el hondo dolor producido por la muerte de Labordeta, estando además en vísperas de una huelga general, pasó desapercibido el centenario de un ilustre aragonés: el diplomático Ángel Sanz Briz, nacido en Zaragoza un 28 de septiembre de 1910.

     Sanz Briz, de digna memoria, es conocido mundialmente por su labor humanitaria llevada a cabo durante 1944 cuando estando al frente de la embajada española en Budapest, salvó la vida de 5.200 judíos húngaros del metódico exterminio al cual los había condenado la barbarie nazi durante la II Guerra Mundial en lo que conocemos como el Holocausto, la Shoah, en hebreo.

     Cierto es que la ciudad de Zaragoza declaró a Sanz Briz “Hijo Predilecto” en 1977, que años después se dedicó a su memoria una plaza en la capital aragonesa embellecida con un busto de nuestro ilustre paisano, o que un Instituto de Educación Secundaria lleva su nombre en el zaragozano barrio de Casetas. También es verdad que el pasado verano la localidad oscense de Peraltilla, de donde era originaria su abuela materna, le rindió un emotivo homenaje.

     Sin embargo, también es cierto que este centenario pasó casi desapercibido y sólo dos artículos aparecidos en dos diarios madrileños se hicieron eco de la memoria de Sanz Briz con tal motivo: este fue el caso de El País, en donde el historiador Isidro González, especialista en el judaísmo español contemporáneo publicó un artículo titulado “El silencio y la soledad de un gran diplomático: Ángel Sanz Briz” (3 octubre) o el que apareció en el diario El Mundo firmado por Samuel Bengio, presidente de la Comunidad Israelita de Madrid con el título de “El Ángel de Budapest en el centenario de su nacimiento” (28 septiembre).

     En torno a la figura de Sanz Briz, al rememorar su digna labor en los tristes días de la Budapest de 1944, en que se inició el exterminio de los judíos húngaros por parte de las SS hitlerianas (Alemania había invadido el país en el mes de marzo) y de sus aliados magiares del Nyilas Keresztes Mozagalom (Movimiento de la Cruz Flechada), conviene, a mi modo de ver, hacer dos consideraciones.

     En primer lugar, destacar que el compromiso personal asumido por Sanz Briz a favor de la comunidad judía condenada al exterminio, respondió a un impulso ético, a un acto de su conciencia inspirada por sus profundos principios cristianos. De este modo, ante la brutalidad del nazismo, ante el silencio cómplice del régimen franquista y en especial del Ministerio de Asuntos Exteriores, optó por actuar por cuenta propia sin esperar instrucciones de sus superiores (que nunca llegaron), y se implicó plenamente en salvar cuantas vidas de judíos húngaros le fue posible, cifra estimada en torno a 5.200 personas, (más de las que salvó Oskar Schindler, por cierto), expidiéndoles pasaportes y visados españoles lo cual evitó la deportación de éstos al campo de exterminio nazi de Auschwitz.

     Aunque años después la dictadura franquista quiso lavar su imagen de connivencia con los regímenes nazi-fascistas derrotados en la II Guerra Mundial haciendo suya la labor llevada a cabo por Sanz Briz y otros diplomáticos españoles comprometidos en la salvación de los judíos perseguidos en los países de la Europa ocupada, lo cierto es que su actuación respondió a la actuación personal de éstos ante la magnitud del genocidio que estaba desarrollándose ante ellos y no a instrucciones emanadas de Madrid como en 1961 pretendió hacer creer el ministro Fernando María Castiella.  En este sentido, el periodista Diego Carcedo, en su libro Un español frente al Holocausto. Así salvó Ángel Sanz Briz a 5.000 judíos (Madrid, Temas de Hoy, 2000), no duda en calificar de “actitud timorata” el comportamiento del Gobierno franquista y en especial la del Francisco González Jordana, entonces ministro de Asuntos Exteriores,  a quien Sanz Briz envió un detallado dossier sobre el exterminio que se estaba cometiendo con el pueblo judío titulado “Informe sobre los campos de trabajo de Birkenau y de Auschwitz”. Nunca tuvo respuesta desde Madrid pese al estremecedor relato ofrecido por Sanz Briz y ello  desmonta el argumento esgrimido por la dictadura franquista según el cual ésta desconocía la existencia y la magnitud del holocausto que se estaba perpetrando por parte de su amiga la Alemania nazi.

     Igualmente, Sanz Briz coordinó su  labor humanitaria con otras legaciones diplomáticas de países neutrales (oficialmente, la España franquista lo era) en la Hungría ocupada por los nazis y ante la cual avanzaba ya el Ejército soviético. Este fue el caso de los representantes de Suecia (Raoul Wallenberg y Carl Daniellson), de Suiza (Karl Liz), Portugal (conde Pongracz), el nuncio del Vaticano (Angelo Rotta) y el delegado de la Cruz Roja Internacional (Friedrich Born). Todos ellos firmaron, junto con Sanz Briz, una nota de enérgica protesta pidiendo el cese inmediato de las deportaciones de judíos ante Döme Sztójay, jefe del filonazi Gobierno húngaro  y ante las fuerzas e ocupación alemanas comandadas por el todopoderoso Karl Adolf Eichmann, jefe de los temidos Einsatzgruppen de las SS y uno de los artífices de la tristemente conocida como “solución final” hitleriana destinada a exterminar al pueblo judío en la Europa ocupada.

     La segunda reflexión tiene un componente ético. El recuerdo de Sanz Briz no es sólo necesario desde la perspectiva de la memoria histórica. Su ejemplo y compromiso  nos interpela ante hechos preocupantes que ocurren ante nosotros: ahí están las políticas  racistas hacia la comunidad gitana de los gobiernos conservadores de Berlusconi y Sarkozy, el vergonzoso silencio de todos los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea (también de Zapatero), incapaces  de hacer el más mínimo reproche  a Sarkozy por sus deportaciones de ciudadanos gitanos en la cumbre del pasado 16 de septiembre, o el preocupante auge de grupos abiertamente xenófobos como  la Plataforma per Catalunya de Josep Anglada. Por ello, el recordar ahora que se ha cumplido el centenario de su nacimiento, la figura de Sanz Briz supone asumir y defender en todo momento y lugar el valor y la dignidad del ser humano, de todos los seres humanos, por encima de tentaciones  insolidarias, excluyentes o racistas. Ese es el legado de Sanz Briz para las instituciones democráticas progresistas y para los ciudadanos comprometidos, un camino para hacer más habitable y justa la sociedad que nos ha tocado vivir.

    

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en El Periódico de Aragón, 14 octubre 2010)

0 comentarios