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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

DOS MONUMENTOS, DOS HISTORIAS DISTINTAS

DOS MONUMENTOS, DOS HISTORIAS DISTINTAS

     

     Con profunda emoción asistí el pasado 27 de octubre al acto de inauguración del Memorial a las víctimas republicanas asesinadas por el franquismo en las tapias del Cementerio de Torrero de Zaragoza. De este modo, se honraba a nuestros familiares asesinados y, pese a tantos años de espera, el significado de tan emotivo acto adquiere una dimensión de justicia, de reafirmación de la cultura de la memoria y, desde luego, también, de los valores republicanos por los que murieron nuestros familiares y multitud de representantes de las organizaciones políticas y sindicales hermanados por su sacrificio en este Memorial.

     Gracias a la iniciativa de todos los grupos políticos del Ayuntamiento de Zaragoza y al empuje y coraje de Julián Casanova, que junto con su equipo de historiadores, son todo un ejemplo modélico del compromiso a favor de la recuperación de la memoria histórica en Aragón, con este Memorial se honra con dignidad y justicia a todos los republicanos a los que ha sido posible identificar, con nombres y apellidos, una iniciativa valiente que merece el agradecimiento ciudadano, pues con ello, se les libera de un olvido al que el franquismo pretendió condenarlos después de asesinarlos en una represión implacable, calificada de genocidio por la legislación penal internacional. Ciertamente, era una iniciativa necesaria y, de este modo, Zaragoza se convierte en la primera ciudad española que dedica un monumento individualizado a los represaliados republicanos: recorrer las 3.543 placas que recuerdan los nombres, edad, y las fechas de su asesinato de nuestros familiares y compañeros de organizaciones políticas y sindicales, sirve, también, para constatar, entre lágrimas, la auténtica dimensión del baño de sangre que supuso la represión franquista y que se simboliza en el cubo rojo de Arrudi en el que culmina esta espiral de emociones, esta ruta de la memoria.

     Al recordar todo esto, pienso que Zaragoza ha escrito una página digna de su historia. En contraste, me viene a la memoria que todavía quedan muchos, demasiados, republicanos asesinados en fosas y cunetas a lo largo de toda nuestra geografía, que merecen idéntica  reparación. También recuerdo en estos momentos la situación de los republicanos enterrados en el Valle de los Caídos, faraónica obra erigida entre 1940-1959 por el general Franco para perpetuar la memoria de la guerra. Es una triste historia que,  ante la evidente laguna que sobre esta cuestión supone el artículo 16 de la Ley de la Memoria Histórica, pretende ahora ser reparada por el Gobierno de España, el cual se ha comprometido a financiar la exhumación de todas las víctimas del franquismo cuyos restos fueron robados para rellenar los nichos del Valle de los Caídos sin el consentimiento de sus familias.

     Sobre el Valle de los Caídos, construido como macromemorial para honrar a la dictadura franquista (no fue casualidad que se inaugurase un 1 de abril de 1959, el 20º aniversario del final de la guerra, el “Día de la Victoria” en la terminología del régimen),  lo que no es tan conocido es el delirante proyecto, cual de una peculiar “ruta de la memoria” se tratara, diseñado por Salvador Dalí y radicalmente distinto al espíritu y el sentido del Memorial zaragozano. Y es que Dalí,  al margen de su genialidad artística,  era también un entusiasta partidario del régimen franquista. Gracias a la autobiografía de Luís Buñuel publicada con el título de Mi último suspiro, sabemos algo más sobre el esperpéntico memorial proyectado por Dalí en relación a los caídos en nuestra guerra fraticida. Así, tras destacar Buñuel las simpatías de Dalí con el fascismo,  nos describe en los siguientes términos el referido proyecto daliniano:

     “Propuso [Dalí], incluso, a la Falange, un monumento conmemorativo bastante extravagante. Se trataba de fundir juntos, confundidos, los huesos de todos los muertos de la guerra. Luego, en cada kilómetro, entre Madrid y El Escorial, se alzarían una cincuentena de pedestales sobre los que se colocarían esqueletos hechos con los huesos verdaderos. Estos esqueletos serían de tamaño progresivamente mayor. El primero, a la salida de Madrid, tendría tan sólo unos centímetros de altura. El último, al llegar a El Escorial, alcanzaría los tres o cuatro metros. Como es de suponer, el proyecto fue rechazado”.

     Si bien Buñuel se mantuvo durante toda su vida fiel al ideal republicano, y ello le supuso, como a tantos compatriotas penalidades y años de exilio, su en otros tiempos amigo Dalí, se acomodó y enriqueció al amparo de una dictadura a la que siempre rindió vasallaje. Por ello es tan importante el valor ético de la memoria, tal y como se refleja en el Memorial zaragozano de Torrero y por ello, quiero recordar unas palabras, también de Buñuel, sobre el valor de la memoria, tanto para las personas como para cimentar y fortalecer, día a día, las bases de nuestros valores democráticos:  “una vida sin memoria no sería vida, como una inteligencia sin posibilidad de expresarse no sería inteligencia. Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada”.  Estas palabras de Luís Buñuel adquieren hoy pleno sentido pues,  al contemplar el Memorial de Torrero, no sólo honramos a las víctimas republicanas, sino que se interpela a nuestra conciencia para preservar su recuerdo y su compromiso político por ampliar los horizontes de la libertad y la justicia, en homenaje a ellos y como legado ético para las generaciones futuras.

 

José Ramón Villanueva Herrero    

(publicado en El Periódico de Aragón, 29 octubre 2010)

 

    

 

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