LA LARGA NOCHE NEOLIBERAL
La magnitud de la crisis global y sus consecuencias económicas, sociales y políticas han desbordado todas las previsiones iniciales desde que ésta se inició en el año 2007. Las crisis cíclicas son consustanciales al sistema capitalista, siempre las ha habido con mayor o menor intensidad, pero la que ahora padecemos se ha convertido en un auténtico tsunami que se está llevando por delante empleos, empresas y logros sociales, además de agrietar gravemente los muros del Estado de Bienestar. Es la victoria del neoliberalismo, el rostro más agresivo e insolidario del capitalismo del siglo XXI.
Sin embargo, el embate neoliberal ya venía de lejos, desde las ideas de Friedrich Hayek y sobre todo, desde que en los años 80 se impusieron las políticas económicas implantadas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Los aspectos esenciales de lo que ahora sucede ya se señalaban en 1993 en el libro La larga noche neoliberal. Políticas económicas de los 80, editado por el Instituto Sindical de Estudios vinculado a la Escuela “Julián Besteiro” de UGT. En el mismo, nueve economistas realizaban un análisis crítico del neoliberalismo, una ideología que, desde el final de la II Guerra Mundial, se fijó como objetivo “atacar las conquistas sociales del movimiento obrero”. En la presentación, José María Zufiaur, sindicalista histórico de la UGT, nos ofrecía una síntesis de los cuatro rasgos que definen al neoliberalismo y que en la actualidad se vuelven a repetir con precisión milimétrica: la obsesión monetarista en política económica basada en el control de la inflación; invertir las condiciones del reparto y redistribución de la renta; denostar y desacreditar al sector público y extender el mercado desregulado, así como el ataque sistemático contra el sindicalismo de clase y los movimientos sociales alternativos. Cementémoslos brevemente.
En primer lugar, priorizar la lucha contra la inflación oponiéndola al crecimiento y a la creación de empleo ha llevado a políticas económicas de “ajuste permanente”, y a que “a ese dios se ha inmolado cualquier otra realidad”, en palabras de Juan Francisco Martín Seco, razón por la cual este economista considera como “falsas soluciones” las propuestas neoliberales de ajuste asumidas por algunos partidos socialdemócratas, también por el PSOE, basadas en restricciones presupuestarias, flexibilización del mercado de trabajo, limitaciones salariales, reducción de los impuestos y privatizaciones de determinadas áreas del sector público.
El segundo objetivo neoliberal consiste en invertir el sentido de la distribución la riqueza para favorecer el incremento de los beneficios empresariales en detrimento de los salarios: de hecho, en los últimos años, se ha reducido el porcentaje de participación de los salarios en el PIB a la vez que se incrementaba el correspondiente a los beneficios empresariales y a las rentas del capital. Como señala el economista Jesús Albarracín, el objetivo del neoliberalismo es “restaurar el nivel de la tasa de beneficios” existente en las etapas de expansión económica y ello supone la imposición por parte del capital de medidas tales como “aceptar políticas de austeridad y ajuste: reducción de salarios reales, precarización del empleo, retroceso del Estado de Bienestar, aumento de la productividad con cargo al empleo, políticas monetarias y financieras restrictivas”. De este modo, recuperar las tasas de beneficio perdidas pasaba, para las posiciones neoliberales, por debilitar el Estado de Bienestar, combatir las políticas socialdemócratas y rechazar el keynesianismo, esto es, la intervención del Estado en la economía capitalista.
Otro aspecto lamentable ha sido una regresión en el proceso de redistribución de rentas que se realiza mediante los impuestos y el gasto público. De hecho, el neoliberalismo ha ido socavando la labor redistributiva que, con arreglo a criterios de justicia social, debe llevar a cabo el Estado de bienestar mediante los impuestos (fiscalidad progresiva), y los gastos en inversiones públicas y en servicios sociales. Bien al contrario, los postulados neoliberales han defendido reformas fiscales conservadoras (rebajas de impuestos y exenciones fiscales) que alivian, sobre todo, a las rentas altas y a las del capital. De igual modo, se han fijado como objetivo el recorte de los servicios públicos y del gasto social, alegando que, con ello, se pretendía corregir el déficit público, un déficit que, paradójicamente, se había generado en muchas ocasiones por esas mismas rebajas fiscales o por la negativa a gravar adecuadamente a los grupos de mayores ingresos.
El tercer pilar del neoliberalismo es el de desacreditar todo lo público, esto es, las prestaciones y servicios públicos, la regulación estatal y la participación del sector público en la economía. En contraposición, presentan las privatizaciones y la extensión del mercado como un elemento progresista (la famosa “mano invisible” que autorregula los mercados, de la que hablaba Adam Smith). Así, cuando se alude al mercado libre, lo que en realidad se pretende en conseguir la total discrecionalidad para los grupos de poder que lo controlan y que prefieren una desregulación indiscriminada para mejor imponer sus intereses económicos y, para lograrlo, no debe de haber una sociedad civil organizada que les sirva de contrapeso.
El cuarto aspecto del ideario neoliberal es su total rechazo hacia el sindicalismo de clase, presentando las posiciones sindicales como arcaicas y retrógradas, así como su frontal oposición a las políticas de concertación y pacto social propias del modelo socialdemócrata. De hecho, en caso de ofrecer la posibilidad de un “pacto social”, para el neoliberalismo y sus aliados, éste deja de ser, como en otros tiempos una salida progresista a la crisis, sino la búsqueda de una legitimación y respaldo sindical a las políticas neoliberales de ajuste, las cuales se presentan, además, como “las únicas posibles”. La firma el pasado día 2 de febrero del Pacto Social y Económico, puede ser un buen ejemplo de ello: nunca podrá ser bueno un pacto que suponga, en la práctica, el retroceso de los derechos laborales y sociales de los trabajadores y, desde este punto de vista, me uno a quienes opinan que la firma de este Pacto antisocial por parte de UGT y CC.OO. supone un grave error.
Frente al capitalismo, “el reino de la injusticia y del despilfarro” en palabras de Jesús Albarracín, y en el contexto de la actual crisis global, este economista nos advierte que “cualquier política económica que quiera ser realmente de izquierdas, chocará con la oposición cerrada del capital, y, por lo tanto, exigirá un cambio en la correlación de fuerzas para imponerla”. Ello resulta especialmente urgente debido a la claudicación de la socialdemocracia ante la dictadura de los mercados imperante y al hecho de que muchas de estas políticas de ajuste de signo neoliberal, iniciadas por el Gobierno de Zapatero, es de suponer (y de temer) que serán potenciadas por la derecha política y económica en el caso de que Rajoy alcance el poder en un próximo horizonte electoral.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en El Periódico de Aragón, 6 febrero 2011 y Diario de Teruel, 17 febrero 2011)
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