RECUPERAR LA UTOPÍA
En estos tiempos aciagos en que las adversidades nos acosan, necesitamos recuperar la fuerza y la esperanza, retomar una dosis de utopía necesaria para hacer frente a las adversidades y avanzar hacia un futuro mejor y más justo, ese futuro que los poderes económicos dominantes nos niegan. Es por ello que resulta recomendable la lectura de los utopistas clásicos, no desde la nostalgia, sino desde una perspectiva actual y aplicada a nuestra realidad inmediata.
El término “utopía”, divulgado por Tomás Moro en su célebre obra de idéntico nombre, hace referencia a “un lugar que no existe”, a algo que no es real, pero que sin embargo debiera de serlo porque se imagina como una meta deseable en la búsqueda de un modelo de sociedad ideal. Por esta razón, las utopías siempre han sido subversivas pues, al contrastar la realidad con el ideal utópico, ponen en evidencia las injusticias del presente. En consecuencia, como señalaba Luís Gómez Llorente, recientemente fallecido, las utopías son el “escalón previo” de proyectos ideológicos progresistas y, por ello, la esperanza de los oprimidos de que un futuro mejor es posible rompiendo así el férreo dogal que en todo tiempo y lugar nos imponen los poderes económicos dominantes.
En medio de la tempestad desatada por la actuación de Luis Bárcenas y sus efectos “sobre-cogedores”, es necesaria la utopía de unos gobernantes que, como señalaba Platón en La República, sean sobrios, austeros, sin otro interés que el bien común y limpios de comportamientos corruptos. Necesitamos la utopía de un nuevo modelo económico que ponga fin al desmedido afán de riqueza, tan inmoral como nefasto, que ha sido el causante de la actual crisis global, a esa “diabólica serpiente” de la codicia a la que se refería Moro, el cual realizó un certero análisis de los males sociales de su época, los cuales arrancaban de una organización económica injusta, de la acumulación de la riqueza en manos de unos pocos, razón que explica sus críticas a la nobleza ociosa y a los banqueros y exalta a los trabajadores, a las clases humildes, que son el sustento real de la sociedad y del Estado. Como advertía en el s. XIX el socialista fabiano británico William Clarke, el “capitalismo salvaje” tiende “a la crueldad y a la opresión con tanta seguridad como el feudalismo o la esclavitud”, y no podemos permitir que el reloj de la historia retroceda a tiempos tan nefastos para la dignidad del ser humano. Por ello, otro ideal utópico sería el de recuperar el papel del Estado, actualmente convertido en mero títere de “los mercados”, para que, como señalaba Marx y nos recuerda Sousa Santos, sea un elemento decisivo en la transformación más justa de la sociedad.
Frente a los derechos constitucionales que, como es el caso del trabajo, la vivienda o los derechos sociales están siendo constantemente vulnerados, también necesitamos recuperar la utopía. Fue la Federación Socialdemócrata británica la que reivindicó en el s. XIX el derecho a un trabajo digno y cuya garantía era exigible a los poderes públicos. Este es un derecho más necesario que nunca, ahora que la crisis la están soportando con una intensidad brutal las rentas del trabajo, mientras que, por el contrario, las rentas del capital se están lucrando en medio de la actual recesión y fiasco económico-financiero. En cuanto a las constantes reducciones salariales, tanto en el sector público como en el privado, sería necesario aplicar la Ley contra el envilecimiento de los salarios propugnada por el Frente Popular español en 1936 mediante la cual no sólo se pretendía evitar la depreciación de éstos por parte de los patronos, sino que instaba a las instancias judiciales a actuar de oficio para evitarlo.
Y qué decir del acoso al que se somete a la educación y la sanidad pública, elementos esenciales y vertebradores de toda sociedad avanzada y progresista, los cuales están siendo desmantelados en aras a descarados intereses económicos. Deberíamos recordar a Étienne Cabet quien en su obra Viaje a Icaria (1842), su modelo de sociedad ideal, ponía especial énfasis en la existencia de un servicio sanitario para todos. Por su parte, Tomás Moro señalaba cómo “los utópicos tienen una especial consideración para sus enfermos, a los que cuidan en hospitales públicos […] por lo que los enfermos, aunque sean muchos, nunca tienen que sufrir escaseces ni privaciones” y, en cuanto al trato que éstos reciben, Moro indicaba que, en aquella sociedad ideal, “no se ahorra nada de lo que pueda ser bueno para lograr su curación, sean alimentos o medicinas”. Ciertamente, la Utopía de Moro no parece ser el libro de lectura de los gobernantes-privatizadores del PP como es el caso de Dolores Cospedal o de Fernández-Lasquetty, el polémico Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid.
En esta crisis global existen serios riesgos de que repunten peligrosos populismos demagógicos derechistas, desde el berlusconismo hasta los diversos (y siniestros) rostros de la xenofobia y el fascismo: ahí está la grave amenaza que supone el partido neonazi Amanecer Dorado para el futuro político de Grecia. Frente a estos riesgos que pueden hacer tambalear los cimientos de las democracias occidentales, es cuando más necesaria resulta la defensa de los ideales de la justicia social y la solidaridad, esa solidaridad que Rigoberta Menchú definió poéticamente como “la ternura de los pueblos”. Y, por ello, es necesario recuperar los ideales, la utopía, para hacer frente a un adverso presente y aunar la fuerza necesaria para conquistar un futuro que se nos adivina incierto. Sólo así mantendremos vivo el anhelo recogido en la frase final de la Utopía de Tomás Moro, obra que el próximo año 2018 cumplirá el quinto centenario de su publicación: “Confesaré con sinceridad que en la república de Utopía hay muchas cosas que deseamos, más que confiamos, ver en nuestras ciudades”. Y por ello, hemos de esforzarnos por hacerlas posibles.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 28 enero 2013)
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