TIEMPOS POS-PANDÉMICOS
En un reciente artículo publicado por Antón Costas en este mismo periódico, titulado “Año 1 después del covid-19”. nos recordaba que la salida de la actual crisis generada por la pandemia universal sería un error plantearla solamente en términos económicos, dado que “no podemos olvidar que además de una recesión económica, estamos sufriendo una recesión social y una recesión democrática que viene del aumento del populismo autoritario”. Así las cosas, Costas consideraba con acierto que había que dar prioridad a la recuperación social y, para ello, defendía la necesidad de impulsar la mejora de las políticas sociales, elemento esencial del Estado de bienestar tan acosado en la actualidad por las políticas neoliberales. A su vez, apuntaba la idea de que, para lograr la recuperación social se necesitaban políticas e instituciones nuevas que afronten la pobreza infantil y de los jóvenes tales como la universalización de la gratuidad de la enseñanza preescolar de o a 3 años, favorecer el acceso a la vivienda asequible, que se experimenten nuevas políticas de empleo para que la digitalización y la automatización puedan crear más y mejores empleos de los que destruyen, así como que se actué de forma decidida en la regulación tecnológica y la fiscalidad de los robots y los algoritmos de las plataformas digitales.
En esta misma línea, Rosa Duarte recordaba que la pandemia actual obligará a revisar el modelo económico y ello pasa, necesariamente, por tomar conciencia de la importancia del sector público (sistemas sanitarios, educativos, asistenciales y tecnológicos) y ello será imprescindible para que la recuperación sea plenamente inclusiva, para que nadie se quede atrás.
En ese futuro post-pandémico que nos espera, Antón Costas aludía a que el principal reto que tenemos como sociedad es la falta de buenos empleos, por lo cual éste debería de ser el principal objetivo de la recuperación, tanto desde una perspectiva económica y social. Pero el tema del empleo va a ser tan incierto como cambiante y es por ello que Yuval Noah Harari en su célebre libro 21 lecciones para el siglo XXI (2020), afirma de forma rotunda que “No tenemos idea alguna de cómo será el mercado laboral en 2050”, debido a efectos de la automatización y de la inteligencia artificial (IA) sobre el empleo. Pero sí que nos advierte, de forma premonitoria, de que “ningún empleo humano quedará jamás a salvo de la automatización futura, porque el aprendizaje automático y la robotización continuarán mejorando”. Además, augura que, al igual que la industrialización creó la clase obrera, la IA hará emerger una “clase inútil”, laboralmente hablando, en un contexto en el que el beneficio del capital dependa cada vez menos del trabajo asalariado y más de la especulación financiera. Igualmente, ello podría generar una inestabilidad laboral ya que el auge de la automatización y de la IA, hará más difícil organizar sindicatos o conseguir mejoras laborales dado que los nuevos empleos en las economías avanzadas implicarán “trabajo temporal no protegido, trabajadores autónomos y trabajo ocasional, todo lo cual es muy difícil de sindicalizar”.
Toda esta auténtica revolución del mercado laboral futuro consecuencia del proceso, por otra parte, imparable, de la robotización y de la IA, para reducir su impacto sobre el empleo, debe obligar a los gobiernos a realizar reajustes de sus modelos económicos y sociales. Es por ello que Harari asume el lema de los gobiernos nórdicos de “proteger a los obreros, no los empleos” con objeto de garantizar las necesidades básicas de la población, su nivel social y autoestima. Así, las cosas, si Antón Costas aludía a la implantación de un “Ingreso Mínimo Vital”, Harari propone la necesidad de una “Renta Básica Universal” (RBU) la cual se financiaría grabando a las grandes fortunas y a las empresas que controlan los algoritmos y los robots para utilizar ese dinero para pagar “a cada persona un salario generoso que cubra sus necesidades básicas”. En este sentido, la RBU debe responder a sus dos adjetivos: “básica”, tanto en cuanto debería satisfacer las necesidades humanas básicas, las condiciones objetivas de toda persona (alimentación, educación, sanidad e incluso el acceso a Internet en un mundo globalizado), como “universal”, ya que los impuestos de las grandes compañías, por ejemplo, Amazon o Google, deberían destinarse a personas desempleadas en cualquier lugar del mundo, de ahí el sentido global de la RBU.
En el futuro post-pandémico, marcado por unos previsibles cambios radicales en lo que al mercado del empleo se refiere, Harari considera que lo deseable sería conseguir combinar “una red de seguridad económica universal con comunidades fuertes y una vida plena”, lo cual enlazaría con la prioridad que apuntaba Antón Costas a la hora de una recuperación social como objetivo prioritario. Y ello, aún contemplado en una perspectiva que no obvia ni minimiza el impacto indudable que va a tener, cada vez más, la automatización robótica y la IA en el mercado laboral tal y como ahora lo conocemos. Pese a este cambio radical, Harari, de forma premonitoria nos advierte de que, “a pesar del desempleo masivo, aquello que debería preocuparnos mucho más es el paso de la autoridad de los humanos a la de los algoritmos, lo que podría acabar con la poca fe que queda en el relato liberal y abrir el camino a la aparición de dictaduras digitales”. Toda una advertencia para los tiempos post-pandémicos que nos esperan en el futuro.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 8 de julio de 2021)
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