EL ORIGEN DEL MOVIMIENTO FEMINISTA
En la historia del movimiento feminista español figura, de manera destacada, la escritora Concepción Gimeno Gil (1850-1919), natural de Alcañiz, que en 1901 escribió un importante libro titulado La mujer intelectual, en el cual reivindicaba todo un ideario tendente a la emancipación de la mujer mediante el acceso a la educación y la cultura.
De entrada, la autora contrapone la imagen de la “Eva moderna” libre y consciente de su misión, frente a la “Eva antigua”, aquella a la que se aludía en su época con términos peyorativos tales como “frágil”, “impura”, “germen del pecado” o “espíritu del mal”. Gimeno, dispuesta como estaba a romper con tan arcaica imagen, arremetió contra las mentes reaccionarias defensoras de mantener la sumisión absoluta de la mujer, calificando a los que así pensaban como “ciegos de espíritu”.
Acto seguido, Gimeno desmota los argumentos de quienes se oponían a la emancipación de la mujer alegando que con ello perderían parte de su feminidad. Bien al contrario, el feminismo defendido por la alcañizana debía ser interpretado como una prueba evidente de progreso social y, por ello, demandaba la participación de la mujer en todo tipo de colectivos sociales, especialmente en el caso del naciente movimiento pacifista en el cual, como señalaba, éstas estaban desempeñando un activo papel por medio de la Liga de Mujeres para el Desarme Internacional.
Por otra parte, Gimeno confiaba en que esta “Eva moderna”, junto a su compromiso pacifista, debía de irrumpir con fuerza en el nuevo siglo que entonces se iniciaba por medio del acceso sin trabas a la educación y la cultura. Se observa en sus ideas una influencia del Regeneracionismo como lo prueba su confianza en la educación como elemento de modernidad y de europeización, tan necesarios en la anacrónica España que despertaba al siglo XX. En este sentido, la postura de Gimeno resulta rotunda: “si lo que se gasta en cañones se invirtiera en instrucción pública, los pueblos serían más felices porque el vicio y la corrupción nacen de la ignorancia y la miseria”.
Estas manifestaciones de energía y compromiso público serían para Gimeno rasgos distintivos de la “Eva moderna” por la que ella aboga. Prueba de ello sería también el acceso de la mujer a un número cada vez mayor de profesiones, las cuales enumera llena de entusiasmo: “La mujer de otros tiempos no debía ver, oír ni hablar; la de nuestros días discute en Ateneos, preside Congresos, forma parte de tribunales, asóciase a la vida espiritual del hombre, a la vida del progreso”. No obstante, reconocía, mal que le pese, que estos avances son mucho más evidentes en el mundo anglosajón pues la situación resultaba bien distinta en la Europa latina y, por ello, también en España, razón por la cual dedica un capítulo completo a destacar la libertad de que entonces disfrutaba la mujer norteamericana: educación mixta desde la infancia, y divorcio legal, disposiciones éstas impensables en la España de 1901. Acto seguido y, tras enumerar a diversas mujeres norteamericanas destacadas tanto en el mundo de las ciencias como en el de las letras, incidirá Gimeno de un modo especial en las feministas yanquis, las cuales formaban por aquel entonces la vanguardia del movimiento emancipador “que repercutió en todo el mundo” como era el caso d Leila J. Robinson, Virginia L. Minor, Lucrecia Mott, Elisabeth Cady S. Tanton, Marguerite Fuller, Hannah Lee, Mercy Otis Warren o Abigail Adams. La simpatía de Gimeno hacia la mujer norteamericana resulta evidente puesto que, a una sociedad más libre que la española, habría que añadir las mayores posibilidades de desarrollo cultural, lo cual hace que ésta se muestre “ampliamente abierta a todos los modernismos”. Con ello, la mujer, en palabras de Gimeno, ha dado “un impulso intelectual que la ha hecho entrar de lleno en la vía del progreso”.
Tampoco olvida en su libro a las escritoras progresistas portuguesas. Tras destacar el gran desconocimiento que en España se tenía de la actividad cultural existente en el país hermano, especialmente en el caso de las literatas lusas, Gimeno citará a Alicia Pestana, fundadora de la Liga Portuguesa por la Paz y autora de importantes estudios sociológicos y de pedagogía entre ellos, uno relativo a los centros femeninos de Segunda Enseñanza por lo que Gimeno la define como “apasionada adepta de la moderna evolución feminista”, a Angelina Vidal, “alma del socialismo portugués”, Alice Moderno, políglota y miembro de la International Women Union y a Olivia Telles de Menezes, amiga personal de Gimeno, de la cual nos dice que “publicó artículos muy notables sobre la emancipación de la mujer”.
El libro concluye con un apasionado alegato de Gimeno para que las españolas sigan el ejemplo de las norteamericanas y portuguesas. Para ello, además de la toma de conciencia previa, no había más camino que el acceso de éstas a la cultura, la adquisición de una sólida formación intelectual que equipare a la mujer de entonces con el hombre pese a los, a veces, poco indisimulados recelos que ello pudiera despertar entre los varones:
“¡Hombres, no desalentéis a la mujer que quiera ilustrarse; facilitadle los medios indispensables! Rebajar a vuestra compañera es rebajaros; al despreciarla os envilecéis.
Si algunos insensatos se oponen todavía a que la mujer se instruya y la declaran inepta para adquirir ilustración, otros varones discretos creen que educar un hombre es formar un individuo, mientras que educar a una mujer es formar futuras generaciones…”
Con esta aproximación a una de las obras más significativas del Concepción Gimeno Gil, he pretendido recordar su memoria, la misma que ha honrado Alcañiz, su ciudad natal, al dar su nombre a un colegio público, donde se cimenta la educación en valores e igualdad de las nuevas generaciones. Una decisión que honra a la comunidad educativa alcañizana.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 27 marzo 2023)