SOPLAN VIENTOS PRECONCILIARES EN LA IGLESIA
Durante el pontificado de Benedicto XVI estamos asistiendo, entre la perplejidad, el desconcierto y la decepción, a toda una serie de gestos simbólicos y posiciones doctrinales del Vaticano que parecen retrotraernos a tiempos pasados y que creíamos superados.
Sonados han sido algunos errores de Benedicto XVI que han tenido efectos muy negativos en las relaciones entre la Iglesia Católica, el Islam y el Judaísmo. Todavía resuenan en nuestros oídos las frases pronunciadas por Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona el pasado 12 de septiembre de 2006 en las que, mediante una desafortunada cita del emperador bizantino Manuel II, se atacaba al Islam acusando a sus enseñanzas de “perversas” y “violentas”. Este discurso tuvo consecuencias nefastas en el mundo musulmán: frenó el ecumenismo, crispó a los creyentes moderados y dio argumentos a los islamistas radicales para enarbolar con mayor fuerza su Jihad, su lucha contra el occidente cristiano y sus valores con los efectos de todos conocidos.
Un nuevo error de Benedicto XVI fue el polémico bautismo realizado el pasado Jueves Santo del periodista italiano de origen egipcio Magdi Allam (ahora llamado Magdi Cristiano) al que se le dio una difusión deliberada (en el Vaticano, ante las cámaras de TV) y no en privado y en su parroquia como parecía lógico. Este hecho reavivó la tensión con el mundo musulmán, máxime cuando Magdi Cristiano hizo declaraciones hirientes tales como que “la raíz del mal está escrita en un Islam que es fisiológicamente violento e históricamente conflictivo” y que todo el mundo entendió que eran avaladas tácitamente por Benedicto XVI.
En esta misma línea, no ha sido un error menor el cometido con el Judaísmo al recuperar Benedicto XVI la anacrónica oración (en latín) conocida como “Plegaria por los judíos”, y que se rezaba antiguamente el día de Viernes Santo. Esta oración, abandonada por la Iglesia tras el Vaticano II (1962-1965) está llena de menciones peyorativas para los judíos a los que se califica de “pérfidos” y “pueblo obcecado” cuya “ceguera” por no reconocer a Cristo como Mesías, les hace permanecer en las “tinieblas”. De este modo, Benedicto XVI hacía una concesión a los sectores más ultracatólicos de la Iglesia, a los mismos que en su día se separaron de Roma siguiendo al obispo cismático Marcel Lefebvre y que ahora, agrupados en la Sociedad San Pío X, han retornado a la obediencia vaticana.
Las claves de todos estos hechos, de estos vientos preconciliares que soplan en las más altas jerarquía de la Iglesia, ya los apuntaba con acierto el teólogo progresista aragonés Benjamín Forcano en un esclarecedor artículo titulado “¿Retorno al preconcilio?. Claves de la restauración en la Iglesia Católica”, que tuvo una amplia difusión en América Latina durante el pasado año. Forcano nos recuerda el papel que en esta involución ha desempeñado Benedicto XVI, antiguo Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, encargado de ser el guardián de la ortodoxia católica. Ejemplo de ello serían el que el actual Papa haya autorizado la vuelta a la misa en latín según el ritual tridentino preconciliar para congraciarse a los sectores más tradicionalistas, diversos documentos doctrinales que dificultan el diálogo ecuménico y, lo que es todavía más grave, cuestionar el valor y los resultados del Concilio Vaticano II.
En la concepción teológica de Benedicto XVI subyace la idea de que el Vaticano II fue un hecho desfavorable, en algunos aspectos, una equivocación, que no aportó nada nuevo y que se apartó de la tradición multisecular de la Iglesia. Esta visión dogmática y conservadora cuestiona todo el espíritu renovador del cristianismo surgido del Vaticano II: esto es lo que explica las acciones de Benedicto XVI para recuperar la ortodoxia dogmática, que han conducido a graves errores con otras confesiones religiosas como es el caso del Islam y del Judaísmo. De hecho, Benjamín Forcano se pregunta con inquietud: “Hacia dónde va la Iglesia de Benedicto XVI?”: la respuesta es preocupante puesto que intuye que la deriva hacia posiciones preconciliares resulta evidente ya que el Vaticano está ofreciendo un trato de favor a los sectores eclesiales más neoconservadores, a la vez que se ha puesto en entredicho el diálogo ecuménico y, por si fuera poco, se ha cuestionado desde posiciones confesionales la legítima autonomía de la cultura y la ciencia.
Forcano es rotundo al afirmar que, bajo el pontificado de Benedicto XVI se está asentando un “modelo de Iglesia absolutista, no democrática, con un poder clerical escalonado pero total y omnipresente en la sociedad, acostumbrada a detentar el monopolio cultural, religioso y moral, por encima del poder civil y político”. De este modelo “dogmático y arrogante” de la Iglesia oficial, algo sabemos en España, no sólo por nuestra pasada historia, sino también por la hostilidad visceral de la jerarquía católica y sus medios de comunicación para con el Gobierno legítimo y la legislación emanada del Parlamento durante la pasada legislatura.
Ante esta Iglesia de aires preconciliares, ante la desafección que genera esta Iglesia jerárquica, resulta cada vez más comprensible la tendencia de muchos fieles a considerarse “cristianos sin Iglesia” dado que ésta se ha alejado cada vez más de las personas, de sus problemas y de la realidad social, de una Iglesia que ha preferido el poder (y los poderosos) y que no nos convence a muchos de los que seguimos creyendo en el mensaje liberador de Jesús de Nazaret.
José Ramón Villanueva Herrero
(Diario de Teruel, 22 abril 2008)
0 comentarios