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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

YIHADISMO ISLAMISTA EN ÁFRICA

YIHADISMO ISLAMISTA EN ÁFRICA

 

      La expansión del fundamentalismo islamista se ha convertido en una amenaza real que cuestiona nuestro sistema de valores y nuestra democracia. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York o del 11 de marzo de 2004 en Madrid, el espectro yihadista dejó ver su faz de violencia ciega y fanática contra Occidente, ese conjunto de países entre los que nos encontramos y que consideran como “infieles”, “corruptos” y “decadentes”.

     El embate del yihadismo no sólo se ha lanzado contra las sociedades laicas y secularizadas occidentales, sino que también se ha propagado con rapidez en determinadas áreas del Tercer Mundo. Significativo y preocupante es el caso de África, donde, si hace unos  años el islamismo radical se localizaba en Sudán, Nigeria y Somalia, en ésta última década se ha extendido con rapidez, cual si de una nueva plaga se tratara, por el Sahel, por el África Subsahariana. El objetivo de estos movimientos yihadistas es el  imponer un modelo de islam violento para convertir a África en un continente exclusivamente musulmán, lo cual supone un serio riesgo para la tradicional convivencia pacífica con el cristianismo y con las creencias animistas existentes en estos países. Los grupos yihadistas africanos se caracterizan por su victimismo (creen que el Islam está siendo constantemente agredido), por la crítica a otras religiones que consideran falsas, su rechazo a las intervenciones militares  de los “infieles” en los países musulmanes (Irak, Afganistán, Libia o, en un hipotético futuro en Siria o Irán), así como por su insistencia sobre la degradación moral y la decadencia de Occidente.

     Entre las causas que explican en parte la expansión del yihadismo en África estarían la contribución a la difusión del islamismo radical llevada a cabo por Irán desde el triunfo en 1979 de la revolución islámica en dicho país, la labor proselitista de los grupos wahabistas financiados por Arabia Saudí, así como el hecho de que, tras la insurrección libia de 2011, muchos antiguos mercenarios que sirvieron al derrocado régimen de Gadaffi, se pasaron con sus armas a las filas yihadistas.

    El recorrido por los grupos, especialmente activos en el Sahel, resulta preocupante. El más conocido es Al-Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), que surgió en 1999 como escisión del Grupo Islámico Armado (GIA) argelino  y que actúa en Mauritania, norte de Mali y Níger, además  del sur de Argelia. Su financiación, además de los rescates obtenidos por los secuestros de occidentales (recordemos los casos de los cooperantes españoles Alicia Gómez, Albert Vilalta y Roque Pascual), se basa, al igual que ocurre con los talibanes de Afganistán, en el tráfico de cocaína. En el Sahel actúan también el Movimiento para la Unidad de la Yihad en África del Oeste (MUJAO) y también Ansar Dine, fundado por el jefe de la rebelión tuareg Lyad Ag Ghalo: ambos grupos ocuparon el norte de Mali en 2012 hasta que fueron desalojados por la ofensiva militar francesa de principios de este año.

     Atención especial merece el caso del islamismo radical en Nigeria, representado por el grupo Boko Haram que, significativamente en lengua hausa significa “la educación occidental es pecado”. Inspirado por los talibanes afganos, se caracteriza por su odio religioso, lo cual ha convertido en objetivo prioritario de sus acciones violentas a los cristianos y sus iglesias para imponer la sharia, la ley islámica en su interpretación más rigorista, en el Norte de Nigeria. En el caso de Somalia, también resulta tristemente conocido el grupo Al-Shabab (“Los Jóvenes”): además de sus acciones terroristas, entre ellas la reciente masacre en el centro comercial Westgate de Nairobi, es responsable de lapidaciones y mutilaciones, rechaza como “vicios” la música y el fútbol y, al igual que los demás grupos islamistas, niegan a las mujeres los más elementales derechos.

     Pero la peste yihadista se extiende. Además de en estos países, también rebrota en otros puntos como Senegal (una democracia aceptable en el conjunto de África), Camerún (considerado hasta ahora un modelo de estabilidad y seguridad), la República Centroafricana, donde el pasado 24 de marzo la coalición rebelde Seleka tomó el poder violentamente, en Chad, así como en Túnez y Egipto tras sus frustradas “primaveras árabes” e incluso en nuestro vecino Marruecos.

     La realidad de los hechos ha demostrado que resulta improbable el intento de consolidar, mediante intervenciones armadas, sistemas políticos de corte occidental en países musulmanes sin tradición democrática: ahí están los ejemplos de Irak o Afganistán. Por ello, como señala José Carlos Rodríguez, “lo que es seguro es que durante los años venideros los medios militares no bastarán para acabar con esta amenaza” y, por ello serán precisos líderes religiosos y políticos que “trabajen por la creación de una cultura de paz, en medio de un ambiente de violencia que nada tiene de religioso”. En consecuencia, tal vez la Alianza de Civilizaciones, tan denostada por la derecha, sea un camino, ciertamente lento pero eficaz, para tender puentes de respeto y comprensión entre Occidente y el Islam, primer y necesario paso para hacer frente a la expansión del odio y la intolerancia yihadista.

     Nuestra democracia está siendo atacada por tres graves amenazas: el resurgir del fascismo, las políticas antisociales del neoliberalismo capitalista y el islamismo yihadista. Ante todas ellas debemos estar alerta y ofrecer una respuesta en defensa de nuestros valores. Nos va en ello el futuro.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 21 octubre 2013)

 

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