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Kiryat Hadassa: el blog de José Ramón Villanueva Herrero

ORADOUR-SUR-GLANE, MEMORIA Y CONCIENCIA

ORADOUR-SUR-GLANE, MEMORIA Y CONCIENCIA

 

     Desde la victoria soviética en la batalla de Stalingrado (febrero 1943) y el posterior desembarco aliado en Normandía el 6 de junio de 1944, el histórico “día D”,  nadie tenía dudas sobre que en la II Guerra Mundial el fascismo sería derrotado, como tampoco se tenían sobre que la bestia nazi caería matando hasta el final.

     Tras el desembarco, en la Francia ocupada, la Resistencia multiplicó sus acciones de hostigamiento contra las tropas nazis, especialmente en la región de Lemousin. Las represalias de las fuerzas hitlerianas fueron, como siempre, crueles e implacables. Si 9 de junio la división blindada de las Waffen SS “Das Reich” ahorcó en Tulle a 99 de sus vecinos, al día siguiente, esta unidad de élite nazi, que había destacado en el frente ruso por haber llevado a cabo tareas de exterminio de población civil, se ensañó con Oradour-sur-Glane, un pueblo cercano a Limoges.

     Nadie podía presagiar la tragedia que allí tuvo lugar la tarde del 10 de junio de 1944, hace ahora 70 años. Tras rodear el pueblo, la población fue reunida en la Plaza del Mercado, incluidos los niños que fueron sacados de la escuela con el pretexto de verificar su identidad. Posteriormente, se separó a los hombres, que fueron asesinados en 6 lugares distintos del pueblo, mientras que a las mujeres y los niños se les encerró en la iglesia, la cual fue seguidamente incendiada. El balance de la represalia fue estremecedor: aquel fatídico día fueron asesinados en Oradour 642 personas, de ellas, 240 eran mujeres y 213 niños. Entre las víctimas, hubo 21 refugiados republicanos españoles y sus hijos, entre ellos la familia Gil Espinosa, originaria de Alcañiz, pues allí encontraron la muerte los padres, una pariente y dos hijas, Francisca y Pilar,  gemelas de 14 años, como nos recordaba recientemente el historiador Juan Manuel Calvo Gascón, especialista en el exilio y la deportación republicana. Hoy, una placa erigida en 1945 por el Gobierno de la República Española en el exilio recuerda “A nuestros Mártires de Oradour”, único y sencillo homenaje para con ellos ya que la democracia española nunca los ha honrado de forma institucional.

     Tras la liberación de Francia, el general De Gaulle decidió que Oradour no fuese reconstruido “para que se convierta en memoria al dolor de Francia durante la ocupación” y, desde entonces,  el lugar es un monumento histórico, un emotivo monumento a la memoria, y en 1999 fue nombrada “Villa Mártir” por el entonces presidente Jacques Chirac.

     Recientemente tuve ocasión de visitar las ruinas de Oradour. Todo se conserva tal y como quedó aquella trágica tarde: las casas incendiadas, al igual que los coches que había por sus calles; allí, una vieja bicicleta, allá, una máquina de coser, las ruinas de la cantina donde se reunían los republicanos españoles, la escuela de donde fueron sacados los niños para asesinarlos poco después. Impresionan los lugares del martirio, especialmente las ruinas de la iglesia, donde perecieron todas las mujeres y los niños y, donde el elevado calor fundió la puerta metálica del templo, la cual aparece ante nuestros ojos como un amasijo informe que nos recuerda la magnitud de la tragedia que allí tuvo lugar.

     Impresiona igualmente el recorrido por el magnífico Centro de la Memoria construido al lado de las ruinas de la villa mártir, una gran instalación permanente que contextualiza y prepara al visitante para una visita en la que la historia trágica de Oradour se hermana con la emoción y el sentimiento que produce el transitar por las calles de lo que fue un hermoso pueblo de la campiña francesa hasta la llegada de las tropas nazis de las SS mandadas por el comandante Adolf Diekmann, responsables de tan bárbaro crimen contra una población civil indefensa, un crimen que sería juzgado por el Tribunal de Burdeos en 1953 y en el que se condenó a algunos de sus responsables. Y, para que tomen nota las autoridades políticas y judiciales españolas reacias a aplicar los principios de la justicia universal, todavía hoy, 70 años después, están siendo investigados y pendientes de juicio por el tribunal alemán de Dortmund  algunos soldados nazis que participaron en la masacre de Oradour.

    En un artículo reciente, Juan Manuel Aragüés destacaba con acierto la importancia y la presencia de la memoria histórica antifascista en Francia. Sin embargo, también allí, en la República Francesa, en el país que alumbró los derechos del hombre y del ciudadano tras su revolución, se está extendiendo la negra sombra que supone el auge de las ideas extremistas de derechas. Lo acabamos de comprobar con  la victoria del Frente Nacional (FN) en los recientes comicios al Parlamento Europeo, todo un cataclismo electoral para la democracia y las instituciones galas. Tras el FN subyace una ideología mimética de los fascismos que asolaron Europa en los años 30 y que condujeron a la II Guerra Mundial. La amenaza es real y, en estos días hemos podido asistir a una sucesión de comentarios xenófobos y antisemitas de mal gusto y peor intención: así, Jean-Marie Le Pen, el histórico dirigente del FN, el que tiempo atrás calificó la existencia de cámaras de gas como “un detalle insignificante” de la guerra mundial, el que confiaba en el mortífero virus del Ébora para poner acabar con la inmigración, ahora ha respondido a las críticas de varios artistas judíos franceses diciéndoles que  habría que hacer “una hornada” con ellos. Y su hija, Marine, la política de moda en Francia, la nueva imagen del neofascismo galo, no dudó en comparar a los inmigrantes con los topos  pues según ella, a ambos hay que darles un mazazo cuando asoman la cabeza: este es  su programa político para “ilusionar” a la sociedad francesa.

     En momentos así resulta obligado el recordar las lecciones de la historia, como lo fue la tragedia de Oradour para que la memoria y la conciencia cívica se conviertan en una barrera infranqueable ante las amenazas totalitarias que están surgiendo en la sociedad europea. Las ruinas de Oradour nos lo advierten y nos lo recuerdan permanentemente.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en El Periódico de Aragón, 18 junio 2014)

 

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