EL RETO DE LOS BIOCOMBUSTIBLES
Tal vez a estas alturas ya se haya convencido el primo de Rajoy de que el cambio climático es una seria amenaza para nuestro planeta. Resulta indudable que el aumento del volumen de los gases de efecto invernadero (metano, óxido nitroso y sobre todo CO²) es el responsable del aumento de la temperatura media de la Tierra y las consiguientes modificaciones sobre el clima, todo lo cual está suponiendo un cambio rápido y profundo, el mayor desde las glaciación Würmiense, hace 10.000 años, y cuyas graves consecuencias ya las estamos empezando a percibir.
Ante esta situación resulta evidente que el modelo económico y energético basado en los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) responsable del calentamiento del planeta debe ser reemplazado por otro alternativo y más respetuoso con el medio ambiente. Es por ello que cada vez adquieren más importancia las llamadas “energías limpias” como es el caso de la eólica o la solar, así como los biocombustibles. Me referiré seguidamente a estos últimos puesto que suponen una alternativa interesante al consumo de los combustibles fósiles tradicionales.
Los biocombustibles más usados son el bioetanol (sustituto de la gasolina producido a partir de almidones o azúcares de maíz, trigo, caña de azúcar o remolacha) y el biodiésel, obtenido a partir de algunas plantas oleaginosas (aceite de colza, girasol o de palma). En este contexto, debemos hacer mención al Plan de Acción sobre el Clima y las energías renovables elaborado por la Comisión Europea en enero de 2008. Dicho Plan recoge un conjunto de medidas encaminadas a luchar contra el cambio climático para después del 2012, fecha en la que expira el actual Protocolo de Kyoto. Entre dichas medidas, se propone el que para el 2020 la Unión Europea (UE) debería de consumir en transporte un 10 % de biocombustibles, siempre que su producción sea sostenible (en la actualidad, apenas cubre el 1% del consumo total).
Digamos igualmente que, según los estudios existentes, las tierras de cultivo de la UE apenas tienen capacidad para producir la mitad de la cantidad prevista en el objetivo del 2020. En consecuencia, la UE necesitará importar ingentes cantidades de biocombustibles, especialmente procedentes de Malasia e Indonesia (proveedores de caña de azúcar y aceite de palma) y también del Brasil, principal productor de bioetanol.
La creciente demanda de biocombustibles ha supuesto algunas ventajas para los países productores pues ello ha estimulado a sectores agrícolas estancados además de crear empleo en el campo. Así, por ejemplo, en Brasil se fundó en el 2005 la primera cooperativa de biocombustibles que, con métodos agrícolas sostenibles, ha mejorado las condiciones de vida de en torno a 25.000 familias. Pero junto a todo esto, también es cierto que la cada vez mayor producción de biocombustibles es responsable de hasta el 30 % de la subida de los precios de los alimentos durante la crisis alimentaria del 2006-2008, durante la cual éstos se elevaron hasta en un 83 % con los consiguientes efectos devastadores para la población de muchos países en vías de desarrollo.
Preocupante resulta igualmente la desenfrenada carrera desatada en estos últimos años en determinados países para convertirse en proveedores del sustancioso suministro del 10 % de biocombustibles para el transporte europeo del 2020. Y lo que es más grave: las presiones de las empresas productoras sobre las comunidades indígenas han hecho que, según la ONU, en torno a 60 millones de personas se hallan en peligro de ser desplazadas fuera de sus tierras para dedicar éstas a la producción de biocombustibles, tal y como está empezando a ocurrir en Tanzania o Indonesia.
También debemos recordar que los biocombustibles, pese a su buena imagen, se producen con frecuencia a costa de la explotación de los trabajadores de los países pobres (bajos salarios, condiciones de trabajo miserables, forzados a comprar la comida y las medicinas en las plantaciones para las que trabajan a precios inflados, todo ello careciendo del derecho a organizarse y crear sindicatos para defenderse de semejante explotación), todo lo cual nos recuerda las dramáticas condiciones de vida de los obreros del salitre de Santa María de Iquique en el Chile de 1907, causa de la rebelión de éstos y la posterior represión y asesinato de casi 3.000 personas.
A modo de conclusión, algunos expertos consideran que, en el fondo, las políticas de los países industrializados sobre biocombustibles no ofrecen medidas efectivas para combatir el cambio climático puesto que su impacto sobre la atmósfera es equilibrado pues el CO² que atrapan las plantas al crecer lo liberan posteriormente durante la combustión y sin embargo permite a los gobiernos de los países desarrollados el evadirse de tomar otras decisiones (difíciles y urgentes) sobre cómo reducir el elevado consumo energético. De hecho, el coste real de estas políticas puede suponer en algunos países del Tercer Mundo el profundizar la diferencia entre los países del opulento Norte y de los del Sur en vías de desarrollo, además del riesgo cierto de degradación medioambiental ante la deforestación de amplias zonas para dedicarlas a estos cultivos, como ahora está sucediendo en Indonesia.
En consecuencia, la UE, como señala María Hidalgo Múgica, del Departamento de Campañas y Estudios de Interpón Oxfam, debería replantearse su política de biocombustibles eliminando la meta del 10 % y promoviendo las condiciones sociales y ambientales que permitan el uso sostenible de los biocombustibles. De este modo, no sólo se reduciría de forma efectiva la emisión de gases de efecto invernadero sino que también se ofrecerían oportunidades de desarrollo local y se podrían impulsar en los países productores una tecnología que les ayudase a reducir su dependencia del petróleo.
Se trata de todo un reto para así evitar los efectos negativos de la opción por los biocombustibles y para que de éste modo, esta alternativa deje de ser una amenaza añadida al cúmulo de riesgos que sufren y padecen los países pobres.
José Ramón Villanueva Herrero
(Diario de Teruel, 11 julio 2010)
1 comentario
pekimpah -
Más cerca de nosotros, en la España del Cid, en el año 1.000 los ríos españoles llevaban el doble de agua que en la actualidad, el Guadalquivir, por ejemplo, era navegable hasta Córdoba. Groenlandia estaba libre de hielos en la Edad Media. También en esa época hubo periodos cálidos en toda Europa, tanto que en el norte de Inglaterra se cultivaba la vid. En el siglo XVIII, por el contrario hubo un periodo de enorme frío, y los ejemplos son múltiples. Ninguno de estos cambios climáticos, tremendos por otra parte, ha estado causado por la actividad humana.
El estado del miedo
¿Se acuerdan ustedes del agujero de ozono en la Antártida, que dejaba ciegos a los pingüinos y a las focas, y que iba a destruir el mundo? Pues ni había agujero, ni dejaba ciego a nadie, ni nada de nada. Resulta que se trata de un fenómeno cíclico que se repite anualmente: al final del crudo invierno antártico, se producen una serie de reacciones fotoquímicas en la estratosfera que reducen la cantidad de ozono, en septiembre la cantidad de ozono llega a un mínimo, luego se recupera y en noviembre el agujero se ha cerrado. Con ésta patraña se amedrentó a toda una generación, se forraron unos cuantos y miles de activistas ecologistas vivieron del cuento.
Ahora es igual pero a gran escala, el planeta se calienta, los hielos se derriten y asciende el nivel del mar, es el nuevo estado del miedo, un camelo total. Sin embargo, el supuesto calentamiento global ha permitido a los vendedores del Apocalipsis y a las ideologías izquierdistas que no han aportado nada útil a la humanidad en 80 años, excepto dictadura, miseria e injusticia, crear un engaño colectivo del que se benefician extraordinariamente.
El planeta se calienta. Mentira, los gráficos de temperaturas medias mundiales muestran desde 2007 una bajada no una subida. En el verano de 2008, el que esto escribe estuvo en el santuario de ballenas del río San Lorenzo, cerca de Québec, y la bióloga marina que nos acompañaba nos explicó que el invierno anterior había sido el más frío que recordaba. Los jesuitas que llevan registros de la altura de la nieve caída en Québec desde hace 400 años, medirían la mayor altura en cuatro siglos.
La mayoría de las medidas de temperatura se toma en islas de calor, grandes ciudades y aeropuertos, también se utiliza el truco de emplear los años que convienen, y en la mayoría de los casos se realizan sin garantía alguna. En West Point, por ejemplo, con garantía de seriedad, continuidad y método, no se han producido cambios en la temperatura media en 175 años, 51ºF en 1826 y 51ºF en 2000.
Pero la prueba del nueve ha sido la realizada por unos hackers tras pillar a los gurús del calentamiento de la Universidad de East Anglia con el carrito de los helados. Han manipulado datos, han destruido pruebas y han silenciado o desacreditado a los disidentes. Y toda la información que utiliza la ONU y las organizaciones internacionales procede de esta fuente. Por cierto, estos mismos científicos predecían en los años 70 una nueva glaciación, pero como es mucho más rentable el calentamiento, han cambiado la predicción.
Ecoterrorismo
Este tipo de comportamientos, es lo que el conocido escritor Michael Crichton denomina ecoterrorismo: científicos dispuestos a modificar o manipular sus datos según las necesidades de las organizaciones que les subvencionan. Han falsificado de todo, pero lo más relevante han sido las temperaturas que no han crecido en los últimos diez años, lo que invalida totalmente la gran estafa del calentamiento. Una falsificación que no es nueva, porque es la que llevan haciendo décadas los marxista ecologistas, utilizando fotos de glaciares en verano con menos hielo, diciendo que son de invierno, o filmando desprendimientos de masas de hielo polar en verano, diciendo que es en invierno.
El CO2 en la atmósfera ha pasado de una media de 250 ppm a 385 ppm, pero en el Holoceno, hace 12.000 años, ese nivel era de 7.000 ppm, sin mediar actividad humana. De los gases emitidos por la centrales de de carbón, parte es CO2 y parte SO2, y ocurre que el SO2 refleja los rayos solares y, en consecuencia, enfría. El conjunto de emisiones contaminantes de las innumerables centrales de carbón, tenderá a enfriar y no a calentar en los próximos 20 años. Otra cosa distinta es el desastre ecológico en las zonas colindantes, pero eso no es calentamiento global, es contaminación local contra la que se debe luchar con todos los medios. Además, si hubiera un efecto invernadero, las temperaturas sólo podrían subir, y un invierno glacial como el actual sería imposible.
Los hielos se derriten, un camelo estratosférico. El Polo Sur, que contiene el 90% del hielo de la tierra, se esta enfriando, excepto en una pequeña zona. Las mediciones con radar de banda lateral muestran que la masa de hielo de la Antártida oeste crece al ritmo de 26,8 gigatoneladas año, y el hielo marino antártico dura ahora 21 días mas que en 1979. Hace dos años se produjo el invierno mas frío en 100 años en el hemisferio sur, hasta nevaría en Buenos Aires.
Y ya, la repanocha de la tomadura de pelo, llega cuando se afirma que asciende el nivel del mar ¿Dónde asciende? Cualquiera que viva o vaya habitualmente a la playa podrá comprobar la absoluta falsedad de la afirmación, no ha subido ni un centímetro en 60 años, y en 100 si miramos fotos antiguas de nuestras playas ha bajado. Si el deshielo fuera cierto, el nivel del mar habría crecido un metro o dos, y todas esas playas habrían desaparecido, entonces ¿qué trolas nos cuentan? Por ello, no se dejen engañar, crean solo lo que ven sus ojos, no hay más cambio climático que el natural.