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UN DICTADOR, DOS GENOCIDIOS

Hasta ahora siempre se decía que el general Franco fue cómplice pasivo de la deportación de los republicanos españoles a los campos de exterminio nazis, pero Carlos Hernández de Miguel en su libro Los últimos españoles de Mauthausen. La Historia de nuestros deportados, sus verdugos y sus cómplices (2015), demuestra con pruebas documentales que “Franco fue el principal responsable de lo ocurrido. No fue un cómplice necesario, fue el instigador de todo”. Y es que su “relación privilegiada” con el Reich hitleriano la aprovechó para eliminar, como ya estaba haciendo en España de forma sistemática, a los que consideraba como “rojos peligrosos”, aquellos que habían sido capturados por el ejército alemán tras la invasión de Francia en 1940, los cuales, tras desposeerlos de la nacionalidad española, serían posteriormente deportados en condición de apátridas, sellando así su fatal destino con la mirada complaciente del dictador, la mayor parte de ellos en Mauthausen-Gusen. Según Carlos Hernández, la responsabilidad de Franco fue evidente puesto que “Hitler jamás habría deportado a un solo ciudadano español sin antes consultarlo con Franco”.
Además de Franco, esta tragedia tiene otros culpables y verdugos y como tales deben pasar a la historia, en unos momentos en que en plena II Guerra Mundial, el régimen no ocultaba sus delirios filonazis. Este es el caso de Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores que, tras su visita a Berlín en octubre de 1940, permitió a los nazis la deportación de los republicanos españoles a los campos de la muerte, labor que continuaría Francisco Gómez Jordana, su sucesor al frente de la diplomacia franquista durante 1942-1944, ambos con la colaboración de destacadas figuras del régimen como el general Eugenio Espinosa de los Monteros, embajador en Berlín entre 1940-1941, el mismo que había firmado las sentencias de muerte de “Las Trece Rosas” en agosto de 1939, o José María Doussinague Teixidor, Director General de Política Exterior del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Además del genocidio al que fueron sometidos los republicanos, dentro y fuera de España, Franco fue culpable del que se cometió contra la población judía sefardí, a la cual se negó a salvar de la barbarie nazi. Asì, Eduardo Martín de Pozuelo en su libro El Franquismo, cómplice del holocausto (2015), documenta algunos episodios desconocidos de la dictadura tales como que Franco recibió por parte de Alemania reiteradas ofertas para entregarle a los judíos de nacionalidad española durante los años 1942-1943, propuesta que les hubiera salvado de los campos de exterminio, la cual se mantuvo, incluso, tras la siniestra Conferencia de Wansee (20 enero 1942) en la que los jerarcas nazis acordaron la “Solución final del problema judío” que daría inicio al Holocausto. Martín de Pozuelo señala que, ante esta oferta ilimitada y continua en el tiempo, los nazis se sorprendieron de las continuas negativas del Gobierno franquista, el cual mostró una absoluta frialdad e indiferencia ante estos grupos de judíos que estaba en su mano salvar. Tal es así que el régimen, por medio de José María Doussinague, el principal interlocutor en esta materia entre franquistas y nazis, haciendo gala de un filonazismo rebosante y de un rabioso antisemitismo, le manifestó a Hans-Adolf von Moltke, el embajador alemán en Madrid, que “si los judíos son enemigos de Alemania, los judíos son por tanto enemigos de España”, remachando su negativa diciendo que, en caso de autorizarse la repatriación de estos judíos, “una vez en España, se pondrían al lado de los aliados, de las democracias y por lo tanto en contra de nuestro régimen”, lo cual suponía, como recordaba Martín de Pozuelo, “un claro alineamiento” del franquismo con las potencias del Eje, al margen de su pretendida neutralidad. En consecuencia, el embajador von Moltke informó el 23 de febrero de 1943 a Berlín de su conversación con Doussinague en la que éste le dijo claramente que “El Gobierno español ha decidido no permitir en ningún caso la vuelta a España a los españoles de raza judía que viven en territorios bajo jurisdicción alemana”.
Pero la mezquindad del régimen fue todavía mayor si tenemos presente que, tras abandonarlos a su suerte, el franquismo pretendió apropiarse de los bienes de los judíos sefardíes españoles. Así, el 25 de marzo de 1943, el ministro Gómez Jordana remitió un Oficio al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán solicitando su intervención ante las de ocupación germanas en Francia, Bélgica y Holanda para pedirles que “los bienes de los judíos españoles dejados atrás al salir de éstos países”, deberán “ser administrados por los cónsules españoles o representantes de España y tienen que quedarse en su posesión por tratarse de bienes de súbditos españoles y por lo tanto ser un bien nacional de España”.
Posteriormente, la responsabilidad moral, política y criminal de Franco y su régimen con el Holocausto intentó ser maquillada por la meritoria labor humanitaria llevada a cabo por algunos diplomáticos españoles, siempre por iniciativa propia y contradiciendo las directrices oficiales que les instaban a “no interferir” en el genocidio judío, como fue el caso de los aragoneses Ángel Sanz Briz en Budapest, Sebastián Romero Radigales en Atenas, o el caso de Juan Palencia en Bulgaria, siendo éste último represaliado posteriormente por el régimen por conceder visados a judíos sin tener en cuenta su origen, actitud que justificó “porque los estaban matando”.
De lo que no cabe duda es que este es el trágico relato de cómo el franquismo fue el culpable y actor necesario de dos genocidios, el cometido contra los republicanos, dentro y fuera de España, y el del pueblo judío, dos hechos que le llenarán para siempre de oprobio y que siguen sin ser juzgados con arreglo a la legislación penal internacional.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 27 agosto 2019)
PEDIR PERDÓN

El pasado 1 de septiembre se recordaba el 80º aniversario del inicio de la II Guerra Mundial, la mayor tragedia sufrida por el conjunto de la humanidad en nuestra historia reciente. Con tal motivo, el presidente de Alemania, Franck Walter Steinheimer, pidió perdón a Polonia por el daño causado a dicho país por lo que calificó acertadamente como “guerra de destrucción masiva” iniciada en 1939 por los delirios expansionistas de Hitler y del nazismo.
Siempre he pensado que el hecho de pedir perdón, de reconocer los errores cometidos ennoblece a quien lo solicita, bien sean éstos, personas, instituciones o Estados, pues lleva aparejado un propósito sincero de enmendar pasadas (y funestas) acciones, razón por la cual debería ser más frecuente y habitual en nuestras conciencias y en el funcionamiento de las sociedades que nos preciamos de regirnos por valores éticos y democráticos.
Recordando este hecho, vuelve a mi memoria la polémica suscitada en el pasado mes de marzo tras la carta enviada por Andrés Manuel López Obrador, el Presidente de México, al rey Felipe VI para que se disculpase por los excesos cometidos por los españoles durante la conquista del país azteca. De este modo, de no mediar la disculpa solicitada, López Obrador no participaría en ninguno de los actos conmemorativos de los 500 años de la conquista española de México, efemérides que tendrá lugar en el 2021. Ante esta carta, lejos de todo análisis sosegado de lo que supuso la conquista del continente americano, palabra ésta de afilados significados, y en concreto del antiguo imperio azteca, resulta lamentable constatar las reacciones que ésta suscitó tanto en los ámbitos diplomáticos como políticos de España. Excepción hecha de la postura de Unidas Podemos, partidarios de la necesidad de “un proceso de recuperación de memoria democrática y colonial”, se ha evidenciado una reacción propia de un mal entendido orgullo patrio. Especialmente significativo es el caso del PP y de Pablo Casado, el cual, que sepamos no tiene acreditado ningún máster de Historia de América, que calificó la posición de López Obrador de “auténtica afrenta a España”, pues el dirigente conservador, ya en octubre de 2018, había afirmado que “la Hispanidad” había sido “la etapa más brillante del hombre junto con el imperio romano” y, ello le llevó a la conclusión de que, refiriéndose a España, “ninguna nación ha hecho tanto por la Humanidad”, expresiones propias de un patrioterismo exaltado y acrítico que desdibuja intencionadamente la realidad el hecho histórico de la conquista y colonización de América, el cual no debe ser magnificado y cuyos aspectos negativos, tampoco deben de ser ignorados. Y lo mismo podemos decir de las declaraciones de otros políticos como Josep Borrell, que se negó a presentar “extemporáneas disculpas”, Rivera que habló de “ofensa intolerable” o Abascal que arremetió contra el “socialismo indigenista” de López Obrador.
Es innegable que la conquista y posterior colonización de América por parte de España tuvo sus luces y también sus sombras, las cuales deben ser enfocadas desde una actitud autocrítica, lejos de todo prejuicio nacionalista y, por ello, la búsqueda de la objetividad nos debe alejar tanto de la tentación de caer en divulgar “una leyenda rosa” que no fue tal, como de otra leyenda de “tintes negros”, como señalaba recientemente Juan Eslava Galán en su libro La conquista de América contada para escépticos, pues ninguna de ellas responde a la realidad de los hechos.
Y dicho esto, sigo pensando que la postura de López Obrador no sólo es sensata sino también honesta, puesto que en relación con esta polémica propuso crear “un grupo de trabajo para hacer una relatoría de lo sucedido y, a partir de ahí, de manera humilde, aceptar nuestros errores, pedir perdón y reconciliarnos”. Ojalá esta misma voluntad fuera la misma a la hora de afrontar de manera “humilde y sincera”, como pedía López Obrador, otras épocas y acontecimientos históricos dolorosos y controvertidos. Y más aún, esta actitud serviría para reforzar los lazos entre España y México, ya que, sin pretender “caer en ninguna confrontación” el presidente azteca consideraba que se trata en definitiva de “un planteamiento que pensamos conveniente para hermanar más a nuestros pueblos, para actuar con humildad, no con prepotencia”.
El pedir perdón no es algo tan extraño y hay ejemplos recientes. Así ocurrió cuando Francia ofreció públicamente disculpas a Argelia por las torturas y desapariciones llevadas a cabo por ella durante la guerra de independencia del país norteafricano (1954-1962), cuando Holanda lo hizo por la reprobable actitud de sus tropas que dejaron indefensa la ciudad de Srebrenica en 1995 y propiciaron la masacre de 8.000 musulmanes por parte de las milicias serbias, cuando Alemania pidió perdón en el año 2000 ante el Parlamento de Israel por el genocidio contra los judíos cometido por el III Reich durante la II Guerra Mundial o cuando el Papa Francisco lo hizo por los agravios cometidos por la Iglesia durante la conquista de América durante su viaje a Bolivia en 2015.
Por todo ello, España no debería desoír la justa petición de López Obrador pues ello, ciertamente, dignificaría la relación histórica entre dos países hermanos. Y ya puestos a pedir perdón, en este año en que se recuerda el 80º aniversario del final de la Guerra de España de 1936-1939, no estaría de más que Francia tuviese algún gesto de disculpa por el trato vejatorio al que las autoridades galas sometieron a la inmensa marea del exilio republicano español que allí buscó refugio huyendo de la barbarie fascista. Ello también sería un gesto de justicia histórica.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 4 septiembre 2019)
BOLSONARO: UN TORNADO QUE DEVASTA BRASIL

Desde que el pasado 1 de enero accedió al poder de la República Federativa de Brasil el político ultraderechista Jair Bolsonaro, un tornado involucionista está socavando los cimientos de la democracia del país carioca. Bolsonaro, definido por Esther Solano Gallego como “líder populista con tendencias autoritarias”, ganó las elecciones presidenciales con una campaña demagógica centrada en el combate contra la corrupción, la seguridad ciudadana, el “antipetismo”, esto es, el ataque visceral a las políticas del Partido de los Trabajadores (PT) y la defensa de los valores familiares y religiosos. Durante su campaña, no dudó en recurrir a las noticias falsas (fake news) y a la desinformación, lo que, como señalaba la citada Esther Solano, hizo que dicha campaña fuera “sucia y altamente eficaz basada en la difamación”, echando por tierra “las formas clásicas de propaganda política”. Todo ello le produjo un considerable rédito electoral (casi 58 millones de votos) con los cuales no sólo ganó la presidencia del país, sino que el Partido Social Liberal (PSL), al cual pertenece, pasó a controlar el Congreso y algunos de los principales Estados federados brasileños. Desde entonces, ya nada es igual en Brasil, como está demostrando el peligroso tornado político en que se ha convertido Bolsonaro.
En primer lugar, esta devastación tiene claros tintes antidemocráticos pues, como indicaban Víctor Teodoro y Kalil Suzeley, la principal novedad de su victoria es “la falta de compromiso con la democracia del candidato vencedor”. De hecho, ha dejado patente su simpatía con diversos regímenes dictatoriales como el de Pinochet, del cual afirmó que “si no fuera por él, Chile sería una Cuba”, o justificando la dictadura militar brasileña (1964-1985) elogiándola “como ejemplo de prosperidad económica y seguridad ciudadana”. Además, el ex capitán Bolsonaro ha logrado un importante respaldo en el ámbito militar dado que es un firme partidario de la participación de los militares en cargos públicos pues los considera “personas muy cualificadas y competentes” y, por ello en su Gobierno, 4 de sus 15 ministros son militares, y que 20 de los 52 diputados con que cuenta el PSL, casi la mitad, son también militares o policías, razón por la cual se alude a ellos como “la bancada da bala”.
Igualmente, ha sido aupado a la presidencia por el voto de los sectores más ultraconservadores de la sociedad brasileña y, de forma especial, de las iglesias evangélicas, algunos de cuyos pastores, con su particular y sesgada interpretación de la Biblia han extendido la idea de que “ser cristiano es incompatible con ser de izquierdas”, los mismos pastores que se han dedicado a demonizar al PT al que presentan como sinónimo de anti religión y caos moral.
También resultan preocupantes sus posturas autoritarias en otro de los temas fuertes de la agenda política de Bolsonaro cuál es la seguridad ciudadana ya que plantea, al igual que otros dirigentes ultraderechistas, un endurecimiento del Código Penal con propuestas para reducir la mayoría de edad penal de 18 a 16 años o la liberalización del derecho a portar armas. Las formas y las actitudes de su pensamiento reaccionario también han quedado patentes en temas tales como su desprecio (y acoso) hacia las minorías indígenas del Amazonas o su trato vejatorio, despectivo hacia las mujeres, con un discurso abiertamente homófobo.
La devastación propiciada por Bolsonaro ha venido alentada en el ámbito económico, un tema del que ha reconocido que “no sabe nada”, pese a lo cual su política sigue los firmes y duros pasos del neoliberalismo, influido por Paulo Guedes, su asesor económico, un conocido ultraliberal que defiende una fuerte agenda de privatizaciones y reformas radicales tanto tributarias como del sistema de pensiones, muchas de estas medidas se incluyen en el Programa de Gobierno, el cual bajo el título de “El Camino de la Prosperidad”, tiene como lema “Brasil por encima de todo. Dios por encima de todos”.
Este tornado neoliberal ha supuesto un brutal recorte de las políticas de inclusión social que habían desarrollado los anteriores gobiernos del PT de Lula y Dilma Rousseff. En consecuencia, pese a que Lula sacó de la pobreza extrema a 1 de cada 5 brasileños con la “Bolsa Familia” y el Programa Hambre Cero, por lo que se llegó a hablar del “milagro brasileño” como modelo para los países africanos, la situación social ha empeorado gravemente tras el giro neoliberal de Bolsonaro y en la actualidad Brasil ha vuelto a formar parte del Mapa Mundial del Hambre de la FAO del cual había salido en 2014 y, sin embargo, Bolsonaro lo niega puesto que opina que el aumento del hambre en su país “es una gran mentira”.
Un tercer tornado golpea con fuerza a Brasil, el de la devastación mediambiental. Al igual que otros políticos neoliberales como Trump e incluso Rajoy en su día, niegan la evidencia de los nefastos efectos derivados del cambio climático hasta el punto de que Ricardo Salles, su ministro de Medio Ambiente, alude al mismo sin ningún rubor calificándolo como “una conspiración del marxismo globalista que domina la ONU”. Todo ello explica que Bolsonaro, espoleado por los grandes poderes económicos, está dispuesto a deforestar la Amazonía, el gran pulmón verde de nuestro planeta, con el fin de esquilmar sus recursos naturales, la cual ha aumentado durante su mandato en un +273%, favorecida por los voraces incendios (72.843 casos, un 83% más que los habidos en 2018), que están asolando la selva amazónica y que, en los primeros 8 meses de su mandato ya han deforestado 9.250 km. cuadrados, esto es, el equivalente a la mitad de la extensión de la provincia de Zaragoza.
Hay tornados climáticos que azotan con frecuencia a los países de América Latina, pero también hay otro tipo de tornados, los causados por políticos demagogos y reaccionarios, tan preocupantes y de devastadoras consecuencias como los anteriores, y de ellos, Bolsonaro es un dramático ejemplo.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 14 septiembre 2019)
VUELVE LA "RECONQUISTA"

La impetuosa irrupción de Vox en el panorama político español ha supuesto el resurgir de una ultraderecha autoritaria, centralista, xenófoba, plagada de mensajes que creíamos superados tras cuatro décadas de democracia. Es por ello que el siempre lúcido Vicenç Navarro definía con acierto a Vox como un “partido de claras raíces franquistas, que está redefiniendo los parámetros de las derechas españolas” sobre todo, en dos aspectos claves: “un neoliberalismo sin tapujos” y “una defensa extrema y radical del Estado borbónico uninacional y radial” y, por ello, defensor de un nacionalismo españolista frontalmente hostil hacia los nacionalismo periféricos, especialmente en el caso del catalán, lo cual ha propiciado, a su vez, la radicalización de éste último.
Esta derecha intolerante que pretende apropiarse en exclusiva del concepto de España y de “lo español”, es incapaz de asimilar la realidad plurinacional hispana, así como la existencia de nuestra sociedad actual, cada vez más laica y multicultural. Los mensajes de Vox inquietan no sólo por su trasnochado (y peligroso) lenguaje, sino también por el eco que éstos tienen en sectores de la derecha sociológica de indisimuladas simpatías con el franquismo.
En este contexto, el lenguaje se convierte en un arma política de agresión. Y, como ejemplo, ahí está el empleo por parte de Vox del concepto de “Reconquista”, una palabra de afiladas, el cual aparece con frecuencia en los mensajes de este paleoconservadurismo emergente. De este modo, cuando se alude a la “Reconquista” se está evocando, un largo período de luchas sangrientas que caracterizaron buena parte de la historia de España, no sólo por lo que a la Edad Media se refiere, sino, también, a épocas más recientes ya que el fascismo insurrecto en 1936 también pretendió “reconquistar” España a sangre y fuego a la que creían ver, supuestamente, apresada por las fuerzas de lo que ellos veían como la “anti España”: el laicismo republicano y el movimiento obrero. De hecho, el término de “Reconquista”, como señalaba Alejandro García Sanjuan, además de tener un claro sentido ideológico, se convierte en un “instrumento para transmitir ideas nacionalistas” ya que éste “es el pilar conceptual de la lectura nacionalcatólica de la historia de España”. Por todo ello, no son casuales los gestos que, con esta idea como telón de fondo ha evidenciado Vox, como por ejemplo el iniciar la pasada campaña a las elecciones generales del 28 de abril en un lugar de tanto simbolismo como es Covadonga.
Tras este sesgo integrista, aquel que gritaba “¡Santiago y cierra España!”, estos mensajes de corte ultramontano, que algunos pretenden actualizar como “¡Santiago Abascal y cierra España!” laten también las posiciones islamófobas de Vox y su rechazo a la inmigración, Es por ello que resulta preocupante el demagógico empleo de la imagen de una supuesta “invasión” de España por parte de aquellos migrantes que, sumidos en la desesperación, huyendo de guerras varias y miserias diversas, arriban a nuestras costas. Parece pues que esta derecha extrema está afectada obsesivamente por lo que parecería ser un “síndrome 711”, en alusión a la invasión musulmana que tuvo lugar en dicho año, hechos éstos que, obviamente en absoluto resultan comparables.
Y es que, tanto la derecha política como la historiografía conservadora española siempre han ignorado, cuando no despreciado, las aportaciones de las minorías musulmana y judía a la historia y la cultura hispana. Ejemplo de ello es la opinión del historiador Carlos Seco Serrano para quien la invasión del año 711 supuso “la pérdida de España”, la cual quedó, a partir de entonces, ocupada “por una raza y religión extranjera” y que, en rechazo de la misma, dio lugar, durante el espacio de ocho siglos, a la Reconquista cristiana, la cual, no lo olvidemos, trajo de la mano la Inquisición con lo que ello supuso: intolerancia religiosa, así como sufrimiento y muerte para infinidad de inocentes.
El conservadurismo hispano se articuló desde siempre en torno a la contraposición entre lo que se entendía por las esencias políticas y religiosas de la “nación española” frente al “Islam”, idea que enlazaría con la tesis del “choque de civilizaciones” defendida por Huntington. De este modo, César Vidal aludía a “el otro” (musulmán o judío) frente al cual la España cristiana habría ido construyendo su identidad nacional. Esta corriente islamófoba de la derecha española que ahora retoma con renovados bríos Vox, tuvo un decidido abanderado en la figura de José María Aznar: ahí queda para la historia su discurso pronunciado en el Hudson Institute en septiembre de 2006 en el cual se lamentaba de que “ningún musulmán le había pedido perdón por haber invadido España durante ocho siglos”.
La percepción del musulmán, del “moro” como “el otro”, como enemigo externo frente al cual se definía el “españolismo”, ha sido, como señalaban Sebastián Balfour y Alejandro Quiroga en su libro España reinventada: nación e identidad desde la transición (2007), “un elemento-clave del discurso castizo del nacionalismo español”, y esta es una imagen que se mantiene en la actualidad ya que, según dichos autores, “la idea de que España”, y no las Españas plurales y diversas, fue construida por los cristianos en su lucha contra los musulmanes perdura en la conciencia popular como “mito definitorio de la nación”.
En la actualidad, la islamofobia, al igual que el tema de la supuesta “invasión” de inmigrantes, se ha convertido en temas recurrentes para las extremas derechas europeas, asuntos de los cuales ha tomado Vox buena nota, y le está reportando un cierto rédito electoral, lo cual resulta un peligroso riesgo para la convivencia democrática. Por todo ello, frente a los aires de una añorada “nueva Reconquista” que alienta Vox, de aires tan anacrónicos como reaccionarios, el camino más sensato y honesto, bien lo sabemos tras una historia tan agitada y trágica como es la de España, pasa por fomentar el respeto y la convivencia entre personas y culturas distintas, y ese es el mejor antídoto para hacer frente a cualquier síntoma de intolerancia xenófoba.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 30 septiembre 2019)