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EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI

En América Latina, durante décadas sometida a sangrientos regímenes dictatoriales y a una voraz explotación económica, se han producido en estos últimos años una serie de interesantes cambios políticos tras el advenimiento en estos países de diversos gobiernos progresistas y de izquierda. Este sería el caso de la llegada al poder de Hugo Chaves (Venezuela, 1999), Lula (Brasil, 2002), Evo Morales (Bolivia, 2005), Rafael Correa (Ecuador, 2006), Fernando Lugo (Paraguay, 2008), José Múgica (Uruguay, 2009) y, también, Ollanta Humala (Perú, 2011). Por esta razón, parece emerger en América Latina movimientos alternativos al capitalismo, un nuevo tipo de socialismo para el siglo XXI, algo especialmente destacable en estos momentos de declive ideológico, social y electoral de la socialdemocracia en Occidente, excepción hecha del esperanzador cambio político ocurrido en Francia tras la victoria del François Hollande.
El término “socialismo del siglo XXI”, acuñado por Heinz Dieterich Steffan, ha sido popularizado por Hugo Chavez y, desde una perspectiva marxista, pretende construir una sociedad libre de explotación y, frente a los que en Occidente claman por “menos Estado”, eufemismo tras el que enmascaran su deseo de “menos democracia”, el socialismo del siglo XXI apuesta decididamente por el reforzamiento del poder estatal, democráticamente controlado, como forma de avanzar hacia el desarrollo económico y social de América Latina. Igualmente, fomenta la democracia participativa y las organizaciones de base, el tejido social, aspectos éstos que tanto se socavan en nuestro Occidente, azotados como estamos por las imposiciones del neoliberalismo que nos están conduciendo a una democracia devaluada. En palabras de Chavez, estos movimientos socialistas emergentes deben basarse en “la solidaridad, la fraternidad, el amor a la libertad y en la igualdad”.
Ciertamente, las experiencias surgidas en estos últimos años en América Latina evidencian que no existe un modelo único para lograr una sociedad democrática, participativa, socialista y sin clases sociales, pero se van abriendo horizontes hacia el ideal de emancipación y justicia social. Tal es así que, tras el estallido de la crisis global en 2007, en todos estos movimientos políticos y sociales latinoamericanos, se produjo un impulso decidido hacia la búsqueda de alternativas al capitalismo, razón por la cual Boaventura de Souza Santos señalaba con acierto que América Latina “ha sido el continente donde el socialismo del siglo XXI entró en la agenda política”. Entre las características de este socialismo emergente, como señalaba David Choquehuanca, ministro de Asuntos Exteriores de Bolivia, frente al capitalismo que prioriza el lucro desmedido y voraz a cualquier precio, estos movimientos alternativos reivindican el concepto indígena del “vivir bien”, entendiendo por ello el cuidado del bien común, la sostenibilidad de la tierra y la salud integral de cada persona.
El ideario del socialismo del siglo XXI se plantea en tres etapas sucesivas: la transición de la dictadura a la democracia; seguidamente, el paso del colonialismo a la descolonización (fase en la que se han producido sonadas nacionalizaciones para que estos países recuperasen su soberanía económica plena) y, como etapa final, la transición del capitalismo al socialismo, un proceso todavía embrionario y no exento de contradicciones. En esta línea, es donde se sitúa el Socialismo Bolivariano, impulsado por Hugo Chávez en Venezuela y por los países que forman la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA). Pese a los errores propios y las deformaciones interesadas de sus detractores, la Revolución bolivariana se basa en tres principios: la igualdad y dignidad de todas las personas, especialmente las culturas oprimidas; la educación, como palanca de transformación social (algo que debemos recordar con especial énfasis en España donde se están atacando frontalmente los valores y principios de la Educación Pública) y, por último, la necesidad de la unión civil y militar para consolidar este proceso de transformación social y política.
Es importante destacar también que todos estos movimientos cuentan con el apoyo de los sectores cristianos progresistas vinculados a la teología de la liberación. En este sentido, desde los años 60 del pasado siglo, resulta evidente la participación de los cristianos progresistas en lo que ha dado en llamarse “procesos sociales liberadores”: ahí está el ejemplo de Helder Cámara, Pedro Casaldáliga, Leonardo Boff, Jon Sobrino, Frei Betto o los de Ignacio Ellacuría y Oscar Romero, cuyo compromiso social les costó la vida.. Como señalaba el religioso brasileño Marcelo Barros, “en este camino a un nuevo tipo de socialismo”, uno de sus elementos característicos, es la participación de grupos cristianos “comprometidos en la transformación social del mundo” por lo que reivindica un “espiritualidad socialista para el siglo XXI” basada en ideas de Ellacuría (la defensa del pueblo “crucificado”) y de Oscar Romero, que demandaba la necesidad de dignificar la política, (“la gran política”, decía) para dar respuestas clamor de los oprimidos y defender modelos de producción y consumo más justos y sostenibles.
De este modo, el Socialismo del siglo XXI emergente y los movimientos cristianos progresistas de América Latina parecen unir sus fuerzas para hacer realidad el ideal de Simón Bolívar, el cual soñaba con “unir a todos los pueblos de esta inmensa patria grande y poder hacer bien al mundo todo”. Y es que, como recordaba Pedro Casaldáliga, en esta tarea, “somos obreros de la Utopía”.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 13 agosto 2012)
RECORDAD MATIGNON

Tras el hundimiento de la Bolsa de Nueva York en el crack de 1929, una profunda depresión económica se extendió por el mundo, también por Francia. En el país galo, las secuelas de la misma se agudizaron sobre todo a partir de 1931 dado que las políticas deflacionistas de los gobiernos conservadores supusieron un elevado coste social para los trabajadores, especialmente en lo referente a disminución de salarios y restricciones del crédito. Fueron años en los que aumentó el desempleo, cayeron los salarios, se hundieron los precios agrarios y una avalancha de quiebras azotó al sector industrial. Con tan angustiosa situación de fondo, en mayo de 1936 se produjo la victoria electoral del Frente Popular francés y la formación de un nuevo Gobierno presidido por el socialista Léon Blum: bajo su impulso, a los tres días de tomar posesión del cargo, en la noche del 7-8 de junio, se firmaron los llamados Acuerdos de Matignon, un hito relevante en la trayectoria de la lucha del movimiento obrero por la conquista de los derechos laborales, a la vez que un ejemplo de que, frente a aquella grave crisis económica, había soluciones, salidas sociales, que no cargasen los costes sociales de la misma sobre los trabajadores, como hacían (y hacen) las políticas económicas de la derecha.
Los Acuerdos de Matignon, firmados por la patronal francesa (CPGF), el sindicato CGT, y el Gobierno del Frente Popular, supusieron logros históricos de gran calado social como la consecución de la jornada laboral de 40 horas semanales, la generalización de los convenios colectivos, aumentos salariales para los trabajadores de entre el 7 y el 15 %, libertad de afiliación sindical, comprometiéndose los patronos a que ello no supusiera ninguna discriminación a la hora de “tomar decisiones relativas a la contratación, ejecución o distribución del trabajo, medidas disciplinarias o despido” (art. 3). Igualmente, se reconocía, por vez primera, el ocio como un derecho de los trabajadores y, de este modo, éstos pudieran disfrutar de vacaciones anuales pagadas, logro histórico en la historia del movimiento obrero. Además, los Acuerdos de Matignon supusieron una disminución del paro y una importante reactivación del consumo interno, convirtiéndose también en el modelo de pacto social en materia de negociación colectiva a nivel estatal mediante acuerdos tripartitos entre la patronal, los sindicatos y el Gobierno: todo un ejemplo de responsabilidad social para hacer frente a la crisis, de entonces y de ahora.
He querido recordar los Acuerdos de Matignon precisamente ahora en que tantas conquistas sociales y laborales están amenazadas, en que la derecha económica, política y social está lanzando una ofensiva en toda regla contra los derechos que tanto costó conquistar y a los que una sociedad democrática avanzada no puede ni debe renunciar y en cuya defensa debemos cerrar filas. Como ariete de esta ofensiva reaccionaria contra los derechos laborales y sociales, como uno de sus más ardorosos abanderados, encontramos a Salvador Sostres, polémico columnista del diario El Mundo en cuyas páginas ha dejado frecuentes ejemplos de su ideología y en los que ha arremetido contra los valores y principios esenciales de nuestro Estado de Bienestar, tan tambaleante en estos últimos tiempos. Citaré sólo dos artículos de Sostres especialmente reprobables: el titulado “Cómo acabar con el paro “ (El Mundo, 28 septiembre 2011) en el que, desde su visceralidad contra los sindicatos de clase, clamaba por “la abolición del Estatuto de los Trabajadores, la cancelación de los convenios colectivos y la supresión de los comités de empresa”. No menos repulsivo resultaba su artículo ”El Estado moderno” (El Mundo, 13 julio 2012) en el que arremetía contra los funcionarios, las prestaciones por desempleo y en el que llegaba a decir que “hay que eliminar también el concepto de vacaciones pagadas”, pues, “si tenemos la ocurrencia de querer vacaciones, que sea por nuestra cuenta”: como vemos, tales disparates reaccionarios nos retrotraían a tiempos anteriores a los Acuerdos de Matignon, a ese supuesto “Estado moderno” que nos quiere imponer el neoliberalismo, un Estado con menos derechos laborales y con más desigualdades sociales.
Las ideas expuestas por Sostres suponen el programa máximo de una derecha cada vez más extrema que no tiene ningún rubor en manifestarse tal y como es en realidad: profundamente reaccionaria. Por ello, la lección que hoy nos ofrece el recuerdo de los Acuerdos de Matignon es que sólo con la firmeza y unidad de los trabajadores podremos hacer frente al ataque sistemático al cual estamos siendo sometidos. Y, no debemos olvidar que cuando los poderosos ven amenazadas sus posiciones de privilegio, es cuando optan por hacer concesiones a la clase trabajadora. Lamentablemente, en la España actual, no sienten ese temor ni tampoco hay un Gobierno progresista en el poder que, como hizo el de Léon Blum, los presione en ese sentido para lograr así conquistas en beneficio de los sectores sociales más desfavorecidos, de aquellos que, como decía Indalecio Prieto, sufren en su rostro el trallazo de la injusticia. Y es que, los Acuerdos de Matignon nos recuerdan y demuestran que por muy adversas que sean las circunstancias, siempre es posible encontrar una salida progresista y justa a la crisis que nos acosa.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: Diario de Teruel, 23 agosto 2012 y El Periódico de Aragón, 27 agosto 2012)