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UN OPROBIO A LA MEMORIA

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     No por esperado, ha causado menos malestar la decisión del Gobierno de Aragón,  anunciada el pasado 15 de diciembre por la consejera Dolores Serrat, de suprimir el Programa Amarga Memoria calificándolo de “superfluo”. La coartada perfecta para tomar esta medida ha sido la necesidad de realizar ajustes presupuestarios, pero la realidad es que el PP, ahora en el Gobierno, nunca ha tenido la voluntad política de acometer el deber moral y cívico que nuestra democracia adeuda, todavía, para con las víctimas del franquismo, una cuestión de salud democrática que debería medirse por otros parámetros distintos a los meramente economicistas.

     La derecha española, también en Aragón, siempre se ha mostrado reacia a romper, de verdad y de forma definitiva,  las amarras emocionales e ideológicas con la herencia del franquismo, a diferencia de lo hecho por otras derechas europeas, como las de Alemania, Italia o Francia, que apoyaron las políticas públicas de la memoria histórica antifascista  y del impulso de la educación cívica en los valores democráticos.

     Debemos recordar la Proposición no de ley 127/06 relativa al impulso de medidas para la recuperación de la memoria histórica del Programa Amarga Memoria, presentada en las Cortes de Aragón por Chunta Aragonesista. En los debates de la misma, el año 2006, el PP ya dejó clara su posición. Una lectura atenta del Diario de Sesiones de las Cortes de Aragón recoge determinadas afirmaciones de Antonio Suárez, entonces diputado portavoz del PP, sobre la referida Proposición no de ley a la que calificaba de “sectaria” y “fundamentalista”, “un camino equivocado”, que sólo pretendía “la confrontación social”.

     A nivel nacional, en pleno debate parlamentario sobre la futura Ley 52/2007 de la Memoria Histórica (LMH) impulsada por el Gobierno de Zapatero, ya advirtió Rajoy de que la derogaría en caso de ganar las elecciones del 2008 y es previsible que, a nivel nacional, como ocurre en Aragón, las políticas del PP pongan fin a la legislación memorialista que, pese a todas sus deficiencias y limitaciones, había abierto, por vez primera, el camino para la plena reparación moral, y tal vez jurídica, de las víctimas de la dictadura franquista. En este sentido es de justicia destacar que el Programa Amarga Memoria del Gobierno de Aragón, bajo el impulso de Jaime Vicente Redón, ha realizado durante estos últimos años una labor encomiable gracias al trabajo realizado por Ana Oliva o Elisa Plana, junto con el apoyo entusiasta de Juan Carlos Gil y demás funcionarios de la Dirección General de Patrimonio Cultural. De este modo, se editaron numerosas publicaciones, se realizaron diversas actividades culturales, jornadas y exposiciones, también en el ámbito educativo (visitas al Campo de Mauthausen o el proyecto de cooperación transfronteriza “Las Rutas de la Memoria”), se elaboró  un mapa de fosas en Aragón (519 localizadas,  uno de los más completos y sistemáticos de España), además de efectuar diversas exhumaciones con las oportunos criterios arqueológicos y antropológicos.

     A fecha de hoy, y mientras siga en vigor la Ley 52/2007, corresponde a los poderes públicos, esto es, al Gobierno de Rajoy en Madrid o al de Rudi en Aragón, amparar y realizar actuaciones concretas en el ámbito de las políticas públicas de la memoria histórica. De hecho, la referida ley insta a la colaboración de las Administraciones públicas con los particulares para la localización e identificación de las victimas “como última prueba de respeto hacia ellos”, tal y como se indica en su artículo 11, así como a la adopción de medidas concretas para lograrlo (arts. 12, 13 y 14). De igual modo,  la LMH  indica expresamente que “es deber del legislador, y cometido de la ley, reparar a las víctimas, consagrar y proteger, con el máximo rigor normativo, el derecho a la memoria personal y familiar como expresión de plena ciudadanía democrática, fomentar los valores constitucionales y promover el conocimiento y la reflexión sobre nuestro pasado, para evitar que se repitan situaciones de intolerancia y violación de derechos humanos”. Y todo ello, no ha sido, no es, y nunca será algo “superfluo”.

     Una de las razones esgrimidas por el PP para enterrar, y nunca mejor dicho, el Programa Amarga Memoria es la de que había que recuperar “el espíritu de la Transición”. Pero quienes esto dicen, olvidan  los “peajes” que entonces hubo que pagar para consolidar la democracia española, entre ellos, el aprobar la Ley 46/1977 de Amnistía, una ley de “punto final” para con los crímenes del franquismo, el renunciar al restablecimiento de la legalidad republicana o el posponer las justas demandas de las víctimas de la guerra civil y de la dictadura franquista. Hoy, después de tres décadas de democracia constitucional, estas demandas de justicia, verdad y reparación que empezaron a abrirse paso, con problemas y dificultades en estos últimos años, no pueden quedar sepultadas por la previsible involución auspiciada por las políticas conservadoras del PP. Calificar estas cuestiones como “superfluas” es, cuando menos, una frivolidad carente de la más mínima sensibilidad cívica puesto que, como señala la LMH, “se trata de peticiones legítimas y justas, que nuestra democracia, apelando de nuevo a su espíritu fundacional de concordia, y el marco de la Constitución, no puede dejar de atender”.

     Los familiares de víctimas del franquismo, han llorado durante largos años por sus familiares asesinados, muchos de ellos arrojados a cunetas donde yacen, todavía, para escarnio de nuestra democracia. Hoy vuelven a llorar  por el desinterés de la derecha gobernante en España y también en Aragón por las cuestiones relacionadas con la memoria histórica y, mientras tanto, la herida, esa herida, esa historia sangrante, seguirá sin cerrarse. Nuevas lágrimas recorrerán sus rostros, azotados por tanta incomprensión, sintiendo en su interior el sufrimiento porque la democracia española y las instituciones que la representan, quieren volver a negarles la ayuda para encontrar los restos de sus seres queridos y enterrarlos dignamente. Y mientras tanto, algunos familiares de las víctimas, acabarán sus días sin haber cumplido este anhelo, porque determinados gobernantes consideran que se trata de algo “superfluo”.

     José Ramón Villanueva Herrero (nieto de un carabinero de la República)

     (publicado en El Periódico de Aragón, 29 diciembre 2011)

 

03/01/2012 09:04 kyriathadassa Enlace permanente. Memoria histórica No hay comentarios. Comentar.

MAESTROS HÚNGAROS DE LA FOTOGRAFÍA EN ZARAGOZA

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     Exceptuando esta sección, no existen demasiados nexos de unión (históricos y culturales) entre Hungría y las tierras de Aragón. Sin embargo, tiempo atrás destacamos por medio de un artículo, la figura y el legado de Ángel Sanz Briz (1910-1980), aquel digno diplomático zaragozano el cual, estando al frente de la Embajada de España en Budapest durante 1944, salvó la vida a más de cinco mil judíos húngaros que iban a ser enviados a Auschwitz por la barbarie nazi, con la colaboración de sus aliados magiares del Movimiento de la Cruz Flechada ((Nyilas Keresztes Mozagalom).

     En esta ocasión, quiero hacer referencia a un acto cultural: la exposición que, con el título de “Maestros húngaros de la fotografía. Brassaï, Capa, Kertész, Molí-Nagy, Munkácsi” organizada en Zaragoza por la Obra Social de Ibercaja y que ha estado abierta al público desde el 29 de septiembre hasta el 31 de diciembre pasado.

     Esta excelente exposición es la primera vez que presenta en España y consta de fondos del Magyar Fotográfiai Múzeum, institución que lleva 20 años investigando, conservando y difundiendo el asombroso patrimonio fotográfico de Hungría. En ella, se nos ofrece, a partir de 74 fotografías de gran valor,  un interesante recorrido sobre la trayectoria artística de estos cinco fotógrafos húngaros que, a lo largo del siglo XX, realizaron una contribución fundamental al desarrollo técnico y estético de la fotografía. Les une a todos ellos su condición de judíos que, por  razones políticas o económicas, se vieron obligados a emigrar de su Hungría natal y triunfaron innovando el arte de la fotografía moderna. Este fue el caso del fotoperiodismo de Robert Capa, la fotografía documental de Brassaï, los reportajes de moda realizados por Martin Munkácsi, la fotografía artística de André Kertész o la fotografía experimental en el caso de Lászlo Molí-Nagy.

     El recorrido se inicia con las obras de André Kertész (Budapest, 1894 – Nueva York, 1985), el cual, tras su paso por el mundo artístico parisino de Montparnasse y su establecimiento definitivo en los Estados Unidos desde 1936, logró la fama por la espontaneidad de sus fotografías, la modernidad de sus desnudos distorsionados y un uso inteligente de la luz lo cual convirtió muchas de sus obras en una fotografía artística que logró el reconocimiento público.

     Martin Munkácsi (Cluj, 1896 – Nueva York, 1963), considerado como uno de los pioneros del fotoperiodismo, tras huir del nazismo, se estableció también en los Estados Unidos. Allí revolucionó la fotografía de moda, que siempre realizó en blanco y negro, y a quien se considera como el inventor del concepto “sexy” y que, a través de su legado fotográfico, se intuye que siempre pretendió buscar la cara festiva de la vida.

     Lászlo Moholy-Nagy (Bácsborsód, 1895 – Chicago, 1946), tras residir durante un tiempo en Berlín como profesor de la prestigiosa Escuela Bauhaus, también huyó del nazismo y, al igual que Kertész y Munkácsi, se estableció en Estados Unidos siendo profesor del Institute of Design de Chicago. Su fotografía experimental se caracterizó por su innovación y por ser un espíritu vanguardista infatigable.

     Brassaï (Brassó, 1899 – Niza, 1984), este fotógrafo, cuyo verdadero nombre era Gyla Hlász, adoptó como pseudónimo el de su ciudad natal, entonces húngara,  y que actualmente pertenece a Rumanía. Interesado por la pintura y autodidacta de la fotografía, se afincó en París y se hizo famoso por sus fotografías sobre la vida nocturna de la capital francesa, razón por la cual se le llamó “el ojo de París”. También resultan muy notables la fotografías que realizó de muchos de los artistas que, por aquellos años, vivían en la ciudad del Sena, como era el caso de Dalí, Matisse o Picasso.

     Robert Capa (Budapest, 1913 – Thai Bien, Indochina Francesa, 1954), tal vez sea el fotógrafo húngaro más conocido y de mayor proyección personal y artística en España. También tuvo que emigrar de su tierra natal por sus ideas izquierdistas y se estableció en Berlín hasta que, tras el ascenso de Hitler al poder en 1933, buscó nuevo refugio en Francia. Posteriormente, fue enviado por la Agencia Regards para cubrir la información gráfica sobre la Guerra Civil Española, período durante el cual inmortalizó fotografías que reflejaban con total nitidez la desigual lucha que libraba la República Española, abandonada a su suerte por las democracias occidentales, contra el fascismo. No podía faltar en esta exposición la mítica fotografía titulada “Muerte de un miliciano”, en el que la cámara de Capa refleja el instante en que es abatido por las balas de los sublevados un combatiente republicano en Cerro Muriano (Córdoba).

     Posteriormente, Capa tuvo un destacado papel como reportero gráfico durante la II Guerra Mundial. Siempre se mantuvo fiel a su máxima según la cual, “si las fotos no son bastante buenas, significa que no has estado suficientemente cerca” y, por ello, murió al pisar una mina cuando estaba cubriendo la guerra de Indochina. Por todo ello, Robert Capa ha sido considerado el mayor fotógrafo de guerra y ha influido de forma determinante en la obra de casi todos los corresponsales que, hasta la actualidad, han cubierto, con serio riesgo de sus vidas, los diversos conflictos bélicos que han ensangrentado a la Humanidad.

     Por todo lo dicho esta exposición nos acerca a la cultura húngara contemporánea de la mano de estos cinco fotógrafos judíos, exiliados de su patria e innovadores en las técnicas fotográficas, hasta convertir a la imagen en el nuevo arte de nuestro tiempo. En conjunto, esta exposición nos invita a un recorrido por la Europa del siglo XX a través de las personas, los acontecimientos y la historia que les tocó vivir, todo un tiempo de cambios políticos y sociales, de historias cotidianas y, también, experimentos visuales nuevos y búsquedas estéticas innovadoras.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Quincenal de Hungría, nº 122, Budapest, enero 2012)

06/01/2012 20:47 kyriathadassa Enlace permanente. Cultura No hay comentarios. Comentar.

HANS SERELMAN

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     En cierta ocasión, oí hablar de un médico judío, llamado Hans Serelman, miembro de la Resistencia francesa y que fue asesinado por los nazis en las cercanías de Oloron, en uno de cuyos cementerios estaba enterrado.  Desde entonces, he visitado en varias ocasiones su tumba y, en estas fechas en que la cuestión de la memoria histórica ha recibido un nuevo revés por parte del Gobierno de Aragón tras la supresión del Programa Amarga Memoria, lo he vuelto a hacer: ante ella, me reafirmo en el valor cívico y democrático de la memoria, de todo lo cual Francia resulta un ejemplo a imitar, como lo fue la vida de aquel médico antifascista judío.

     Victor Hans Jacob Serelman nació en Berlín en 1898 y era un prestigioso cirujano establecido en Niederlungwitz, en la región alemana de Sajonia cuando llegó Hitler al poder en 1933. A partir de ese momento,  la política racista del nazismo, sobre todo tras la aprobación de las leyes raciales de Nuremberg en 1935,  supuso la segregación y  el  acoso permanente de  la población judía. Fue precisamente en este año, cuando el doctor Serelman, tratando a un paciente grave que necesitaba con urgencia una transfusión sanguínea y, dado que entonces no existían Bancos de Sangre, fue él mismo quien le donó su propia sangre salvando así la vida del paciente, un alemán ario. Pero esta acción humanitaria tuvo, sin embargo,  efectos negativos para el doctor ya que, en  aplicación de la Ley de Protección de la sangre alemana y honor alemán, fue acusado de “contaminar la sangre de la raza alemana” con su sangre judía y, por ello, enviado al campo de concentración de Dachau, donde permaneció durante 7 meses hasta  que fue liberado por la presión de la población a favor de su doctor, según señala Michel Martín, uno de los investigadores que han estudiado su vida.

     Tras salir de Dachau, logró huir de Alemania emigrando a Checoslovaquia y más tarde a Austria. Al estallar la guerra civil española, sus ideales antifascistas hicieron que se incorporase a la Brigada Internacional “Thaëlmann”, formada por militantes de izquierda, sobre todo comunistas alemanes y austriacos. Encuadrado en dicha Brigada, estuvo destacado en diversos frentes, entre ellos, el de Aragón, al igual  que ocurrió con figuras tan destacadas como George Orwell, Tito, André Malraux, Ernest Hemingway o Willy Brandt, que apoyaron de forma activa a la causa republicana. Tras el hundimiento del frente de Aragón y la consiguiente retirada  del Ejército Popular, Serelman tuvo un papel destacado en la evacuación del hospital de Benicasim (abril 1938) y, ante el avance franquista en Cataluña, se unió a la marea de republicanos, combatientes y civiles, que buscó refugio en Francia en febrero de 1939. Una vez en tierras galas, al igual que miles de nuestros compatriotas y brigadistas internacionales, fue internado en el Campo de Gurs, del cual se evadió en 1943.

      Tras su huída de Gurs, se refugió en Jurançon en casa de una familia protestante hasta que, a finales de ese año, se unió al grupo guerrillero “Guy Môquet”, que llevaba este nombre en honor de un joven, hijo de un diputado del PCF, que había sido fusilado en 1941. Dicho grupo  de resistencia antinazi se había formado en 1943 por una docena de jóvenes de Oloron a los que se les unió, además de Serelman, un desertor del ejército alemán llamado Max Karl. Este maquis, que lideraba Étienne Martin (“comandante Valmy”),  realizó diversas acciones armadas en tierras del Béarn como la voladura del puente de Escot, el ataque a un convoy alemán en Herrère o el descarrilamiento de un tren en Lurbe. Serelman, que alcanzó el rango de capitán y que en la Resistencia era conocido como “Víctor”,  participó algunas de estas acciones contra la ocupación nazi pero, sobre todo, desempeñó su papel como médico y, a falta de medicinas, curaba con plantas a los  maquis heridos que luchaban en esas montañas pirenaicas.

     Pero el destino estaba marcado para este grupo de resistentes: el 19 de junio de 1944, Serelman murió junto con otros tres combatientes del maquis, entre ellos su paisano Max Karl, a manos de los nazis  en la granja de Arrouès, en el pueblo de Eysus: Serelman cayó muerto de una ráfaga de ametralladora y, posteriormente, su cuerpo fue quemado con un lanzallamas por los nazis. Al finalizar la guerra, fue enterrado en el cementerio oloronés de Santa María y su nombre figura inscrito en el Memorial de la Shoah, como combatiente judío contra el nazismo.

     La memoria de Serelman ha sido recuperada gracias a las investigaciones de Michel Martin, hijo del “comandante Valmy”, autor de libros sobre el maquis en esta  zona pirenaica francesa colindante con el  Pirineo aragonés como Du Bager à Marie-Blanque y Résistance en Haut Béarn,  así como por la historiadora Dora Schaul, mientras que Bernard Férié, realizó un documental titulado Le Médecin du Maquis. También las instituciones han recordado la figura de este capitán judío, luchador infatigable contra el fascismo y, en 2004 se colocó una placa conmemorativa en su memoria y los demás resistentes asesinados en el “Espace Guy-Môquet” de Eysus, acto al que se sumaron varios familiares de Serelman venidos desde Alemania.

     Cuando tanto se agita la cuestión de la memoria histórica en España, me viene a la memoria lo que ocurre en Francia, donde este tema no suscita la tensión política que genera en nuestro país por el rechazo visceral de la derecha política ante las políticas públicas de la memoria. Difícil es encontrar un lugar en territorio galo en donde no hallemos memoriales, monumentos o lugares de la memoria en los que se honra, con total normalidad democrática, a los combatientes por la libertad, a los luchadores contra el fascismo, sea cual sea su nacionalidad y, por ello, donde se recuerda a muchos de nuestros compatriotas republicanos, que murieron  combatiendo en las filas de la Resistencia francesa durante los sangrientos años de la II Guerra Mundial.

     Tal  vez algún día, la memoria de de miles de republicanos españoles, todavía yacentes en las fosas de la ignominia que salpican la geografía hispana, puedan ser honrados de la misma forma que lo son esos lugares de Francia, igual que lo es la tumba de aquel héroe que vertió su sangre por la libertad llamado Hans Serelman.

     José Ramón Villanueva Herrero

     (publicado en: El Periódico de Aragón, 22 enero 2012)

 

23/01/2012 08:26 kyriathadassa Enlace permanente. Memoria histórica No hay comentarios. Comentar.

EL MOVIMIENTO OBRERO UGETISTA EN ARAGÓN (XI). CAÍDAS Y DESARTICULACIONES (1946-1948)

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     Si desde 1942 se fue produciendo una gradual expansión orgánica de la clandestina UGT aragonesa, no por ello cesaba el permanente acoso al cual eran sometidos los grupos antifranquistas por parte de las fuerzas represivas. De hecho, según relataba el periódico El Noticiero el 15 de enero de 1946, la Jefatura Superior de Policía de Zaragoza se vanagloriaba de tener en su archivo 700.000 fichas policiales, ¡en una ciudad que por aquel entonces contaba con 250.000 habitantes!. Este asfixiante acoso policial hizo que, durante estos años hubiese varias caídas y desarticulaciones que fueron debilitando gradualmente a la UGT aragonesa hasta su práctico desmantelamiento en 1948.

     La primera caída tuvo lugar en agosto de 1946 como consecuencia de la filtración de un confidente policial que trabajaba en el Viceconsulado británico de Zaragoza, el cual, hasta entonces, había apoyado a la Organización Socialista clandestina de UGT-PSOE-JSE. Consecuencia de ello fue la detención de diversos ugetistas, entre ellos, Manuel Soto, Eugenio Díez o Francisco Simón Ullate, el cual intentó suicidarse en las dependencias policiales, mientras que otros militantes, como Luís Arbella o Pascual Marco, lograron huir y refugiarse con apoyo de los ugetistas vascos en el barrio bilbaíno de Zamákola.

     En enero de 1947 se produjeron una serie de caídas en cadena tras la desarticulación en la ciudad de Huesca de la CNT y del Socorro  Internacional Pro-Presos, seguida pocos días después de la caída del libertario Comité Comarcal “Espartaco” en la Cuenca Minera de Utrillas, lo cual supuso, además de numerosas detenciones, la desarticulación de 14 comités locales. Dado que esta organización, vinculada a la CNT se integraba a su vez en la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas (ANFD), las conexiones entre ambas propiciaron que la policía desarticulase a su vez a la organización zaragozana de la ANFD, cuyos dirigentes principales, entre ellos, los representantes ugetistas, fueron detenidos a lo largo del mes de marzo de 1947, fechas por las que también se produjo una importante caída de los cuadros del PCE con un total de 47 detenidos. De este modo, entre febrero-marzo de dicho año, se produjo una desarticulación parcial del PSOE-UGT en Aragón y algunos de  sus más activos militantes como Celestino Torres, Manuel Soto, Eusebio Díez, Pascual Marco o Adolfo Barbacil, cayeron en manos de la policía., así como diversos militantes ugetistas de San Sebastián, dadas sus conexiones entre éstos y la UGT aragonesa. De igual modo, se desarticuló el Comité Comarcal de las JSE de Alcañiz y parte de la organización ugetista en las Cuencas Mineras turolenses, entre ellos, Juan Mateo, los cuales sufrieron la dureza de los maltratos policiales durante los interrogatorios y, como consecuencia de ello, Francisco Collado perdió un ojo y Antonio Muñoz Sánchez se ahorcó en su celda, todo lo cual fue denunciado en las páginas de Vida Nueva, la publicación clandestina de la UGT aragonesa.

     Esta ola represiva motivó una nueva reorganización del núcleo de UGT existente en Aragón, el cual tuvo lugar tras un Comité Local celebrado en Zaragoza el 21 de septiembre de 1947 y en el cual se eligió a Bonifacio Solá Yubero (presidente) y a Manuel Canteli como secretario, figurando también Peribáñez  (tesorero y vicesecretario) y Grávalos, Larrea, Moisés González y Jesús Gamboa, más tarde incorporado a las filas del PCE y de CC.OO., como vocales. Este nuevo Comité Regional de UGT mantuvo contactos externos con Euskadi (especialmente, Bilbao y San Sebastián), Barcelona, Valencia, Logroño, Soria, con Madrid (de forma esporádica) y con la dirección de UGT en el exilio de Toulouse gracias a la labor constante y tenaz de Pascual Marco Mateo. Como objetivos políticos, se hicieron esfuerzos por reactivar la agónica ANFD, así como mantener la relación con la CNT, a la que se alude como “entidad hermana”, y para coordinar la acción opositora con el pequeño núcleo de la Federación Universitaria Escolar (FUE). existente en la Universidad de Zaragoza. Tampoco se olvidaron temas organizativos como la ayuda a los presos, la financiación y la prensa clandestina de la UGT aragonesa, así como el intento de reactivar, con escaso éxito,  la FNTT, y la FETE, las históricas federaciones de campesinos y maestros ugetistas.

     También se había reorganizado la JSE, la cual, a partir de febrero de 1947, se define como “Juventud Combatiente” y, entre sus miembros, militantes igualmente de la UGT, se planteó el peligroso dilema del recurso a la violencia. De hecho, algunos de ellos, como Daniel González o el alcañizano Bernardo Gracia, evidenciaron, a través de los llamados Grupos de Acción Espacial (GAE), la necesidad de realizar acciones más contundentes que el mero reparto de propaganda clandestina. Por ello, se dotaron de armas para pasar a la acción directa y violenta contra la dictadura en unos momentos en que el contexto internacional y las resoluciones de la ONU parecían haber dejado aislado al régimen del general Franco. Por todo ello, se intentaron poner unas bombas en el Gobierno Civil de Zaragoza que, debido a la inexperiencia de los jóvenes ugetistas no explosionaron, se pretendió realizar un atraco en una sucursal del Banco Zaragoza y, también, se estuvo a punto de asesinar a un confidente policial empleado en la fábrica Tudor en junio de 1947: en el último instante, ésta acción no se llevó a cabo y la cuestión del recurso a la violencia suscitó un profundo debate interno en las filas de las JSE zaragozanas.

     Mientras todo esto ocurría, la policía franquista iba cerrando el cerco sobre la organización socialista clandestina formada por la acción conjunta y coordinada de UGT-PSOE-JSE. Consecuencia de ello fue que, en la madrugada del 10 de febrero de 1948, la Brigada Político-Social detuvo a los 34 principales dirigentes de la UGT, PSOE y JSE en Aragón, a la vez que se incautaba de todo el armamento de la organización y de su aparato de prensa y propaganda. Contra los detenidos se instruyó  la Causa nº 407 por parte del Juzgado de Instrucción Militar nº 3 de Zaragoza bajo las acusaciones de “asociación ilícita, propaganda ilegal, tenencia ilícita de armas” y, en algún caso, de “reincidencia”.

     Los efectos de la caída de febrero de 1948, como señalan David Corellano y Mercedes Yusta, fueron “devastadores para la resistencia socialista aragonesa y, consecuentemente, para la UGT, la cual no se recuperaría hasta la década de los años setenta”. Y, sin embargo, la llama de la UGT clandestina, aunque tenue, siguió viva durante los años siguientes, gracias a la fidelidad de un núcleo reducido de militantes, entre los que se debe destacar de forma especial a Pascual Marco Mateo, tal y como comprobaremos en la siguiente entrega de esta breve historia de la UGT aragonesa.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: La Voz Sindical, órgano de la UGT Aragón, nº 118, diciembre 2011)

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