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LA AMENAZA XENÓFOBA

En estos últimos años se está produciendo un auge de los partidos ultranacionalistas y xenófobos como no se veía en Europa desde los años 30 del siglo pasado, una consecuencia nefasta más de la profunda crisis económica y de valores en la que nos hallamos sumidos. En este sentido, tanto Martin Schultz , presidente del Parlamento Europeo, como Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo ya han alertado en diversas ocasiones sobre el creciente peligro del discurso populista (y demagógico) contra la inmigración, el cual supone como una auténtica amenaza para los principios democráticos que conforman la UE.
Especialmente grave es la situación en Grecia tras la irrupción en la escena política del partido neonazi Amanecer Dorado con su virulento discurso xenófobo y antisemita que se ha manifestado en su oposición frontal a la inmigración, exigiendo la expulsión de todos los extranjeros del país, sus frecuentes agresiones a éstos por parte de sus milicias y su exaltación de una supuesta “raza helena”. Resulta deplorable la imagen de su líder, Nikos Michaloliakos, bramando mensajes de odio escoltado por atléticos guardaespaldas de aire mussoliniano con tanta musculatura como poco cerebro.
Pero Grecia no es el único caso. Las señales de alarma en el escenario político europeo son diversas y ahí tenemos a otros partidos que utilizan el tema de la inmigración como banderín de enganche y caladero de votos en diversos sectores de la población que sufren los efectos sociales de la crisis y que, desencantados con los partidos e instituciones democráticas, les han llevado a la peligrosa senda de apoyar posturas políticas de extrema derecha. En este sentido, podemos citar a grupos que han logrado un creciente apoyo electoral en sus respectivos países como el Partido del Pueblo Suizo (27 %), el Partido del Progreso Noruego (23 %), Auténticos Finlandeses (19 %), el Frente Nacional francés (18 %), el Partido Liberal autríaco (17,5 %) o los holandeses de la Lista Pym Fortuin y el Partido de la Libertad de Geert Wilders, grupos radicalmente antiislámicos.
Todas estas formaciones políticas han sabido canalizar un determinado grado de malestar social introduciendo en la agenda política temas como la inmigración, la integración de la población musulmana o gitana, así como la inseguridad ciudadana, temas éstos que, como señala Carmen González, los partidos tradicionales “preferían relegar a espacios menos visibles”. En este sentido, las razones de sus éxitos electorales serían varias: de tipo económico (nivel de desempleo, caída del nivel de vida que, en casos como el griego se cifra en el -40 %), de convivencia (ciudades y barrios periféricos con alta concentración de inmigrantes) y políticos (habilidad del discurso populista y demagógico de los dirigentes de la extrema derecha). Y es que los inmigrantes se han convertido en el chivo expiatorio del malestar de una población que, como ha ocurrido en Grecia, no ve la luz al final del túnel, desconfía de sus instituciones y partidos políticos: culpar al extranjero, al diferente, es un fácil recurso psicológico pues aleja la responsabilidad de los propios errores, excesos y corrupciones existentes en cada país y, además, es un ataque fácil y gratuito porque los inmigrantes están indefensos ante este tipo de agresiones. De este fenómeno no está exenta España y ahí tenemos los preocupantes síntomas de la irrupción de Plataforma per Catalunya (PxC) de Josep Anglada o las polémicas declaraciones de Xavier García Albiol, el alcalde del PP de Badalona.
Cuando el pasado 24 de agosto era condenado el ultraderechista noruego Anders Behring Breivik por el asesinato de 77 personas en los atentados de Oslo y Utøya del pasado año, éste respondió al tribunal con un saludo amenazador y una cínica sonrisa. No tenía el menor sentimiento de culpabilidad y arrepentimiento, pues pensaba que actuó, en su delirio xenófobo, en “defensa del pueblo noruego” al cual consideraba “amenazado” por la una supuesta “invasión musulmana” y por el “infierno multiétnico” que, según Breivik, impulsaba el gobierno socialdemócrata de Jens Stoltenberg.
Las ideas de Breivik son el paradigma de los riesgos que se ciernen sobre nuestra democracia, cada vez más, afortunadamente, multicultural y multiétnica. Por ello, ante esta ola xenófoba que, como un cáncer social amenaza nuestra convivencia, resulta imprescindible que todos los partidos democráticos sin excepción formen un “cordón sanitario” que impida a estos grupos extremistas acceder a las responsabilidades de gobierno y a los diversos parlamentos. No resulta aceptable lo ocurrido en las elecciones presidenciales francesas donde el derechista UMP, el partido de Sarkozy, que durante la campaña electoral ya había asumido parte del mensaje electoral xenófobo del Frente Nacional, al llegar la segunda vuelta de los comicios, coqueteó con el partido de Martine Le Pen con objeto de derrotar a las candidaturas socialistas, poniendo en riesgo los valores sobre los que se sustenta la V República Francesa.
El reto al que nos enfrentamos es doble: frenar el avance electoral de estos grupos xenófobos y, también, lograr la plena integración de la población inmigrante en los respectivos países de acogida, respetando todos aquellos valores culturales e identitarios que no contravengan los derechos humanos fundamentales. Nos va en ello el futuro de la democracia en Europa.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en El Periódico de Aragón, 9 septiembre 2012)
UN ESPECTRO DEL PASADO

En fechas recientes, el Grupo Municipal de CHA en el Ayuntamiento de Zaragoza ha propuesto, con toda justicia y razón, la retirada de la medalla de la ciudad y el título de “Alcalde honorario” a Ramón Serrano Súñer, uno de los personajes más siniestros del franquismo, título que ostenta desde 1938.
Serrano Súñer estuvo vinculado a Zaragoza cuando, como joven abogado del Estado, fue destinado a la capital aragonesa. Allí conoció a Ramona Polo, cuñada del general Francisco Franco, por entonces director de la Academia General Militar, con la que se casaría, ceremonia en la que fueron sus testigos José Antonio Primo de Rivera, y el mismo Franco, lo cual nos indica ya la orientación política de Serrano Súñer. Y en Zaragoza, entraría en política, siendo diputado por esta provincia en las filas de la CEDA (1933-1936), evolucionando posteriormente hacia un ardoroso fascismo que le impulsó a conspirar activamente contra la República.
Iniciada la guerra civil, logró llegar a Salamanca, poniéndose de inmediato a las órdenes de Franco, su cuñado, convertido ya por entonces “Generalísimo” de las fuerzas liberticidas y reaccionarias alzadas contra la legalidad republicana. Serrano Súñer, convertido ya en el “Cuñadísimo” del Caudillo, al amparo de éste fue acumulando un inmenso poder político que le convirtió en uno de los principales jerarcas del régimen franquista. Además de ser el redactor del Decreto de unificación que creó FET y de las JONS, el partido único de la dictadura de cuya Junta Política fue presidente, fue ministro del Interior (1938) y más tarde de Gobernación (tras la unión de Interior y Orden Público), cargos de los que fue el encargado de llevar a la práctica la implacable represión a la que fueron sometidos los republicanos tanto en el interior de España como aquellos que se habían exiliado: gracias a sus buenas relaciones con el régimen de Vichy y el nazismo, logró que fueran entregados a las autoridades franquistas algunos destacados dirigentes republicanos que, como fue el caso de Julián Zugazagoitia, Joan Peiró o Lluís Companys, serían posteriormente fusilados. Recordemos además que, Serrano Súñer firmó un acuerdo de cooperación policial con la Alemania nazi cuando Himmler, el siniestro jefe de las SS hitlerianas, visitó Madrid en octubre de 1940: consecuencia del mismo, se inició la deportación de los republicanos españoles en los territorios ocupados por el Reich a los campos de exterminio nazis, especialmente al de Mauthausen. De este modo, en la entrevista que tuvo con Hitler el 25 de septiembre de 1940, Serrano le dijo al Führer: “puede hacer con estos rojos lo que quiera porque la nueva patria no los considera españoles”: quedaba así sellado el dramático destino de millares de nuestros compatriotas. Manuel Leguineche recoge el testimonio de Antonio García Barón, un anarquista de Monzón superviviente de Mauthausen que corrobora esta idea al recoger las declaraciones del comandante Franz Ziereis, jefe nazi de dicho campo, quien antes de morir, “me dijo saber que los presos españoles estábamos allí por petición directa de Serrano Súñer a Hitler. El fue el que nos condenó a muerte”. Por todo ello merece el oprobio y el repudio en la historia y en la conciencia cívica de los españoles.
Además de artífice de la represión, Serrano Súñer, siendo ya ministro de Asuntos Exteriores, como germanófilo convencido que era, fue un decidido partidario de que la España franquista entrara en la II Guerra Mundial a lado de las potencias fascistas. Recordemos las entrevistas que, con tal motivo efectuó con los principales jerarcas nazis durante los meses de septiembre-octubre de 1940. En su encuentro con Hitler del 17 de septiembre, Serrano le expuso el programa imperialista de Falange, inspirado en el delirante libro de Areilza y Castiella titulado Reivindicaciones de España y en el que el régimen franquista deseaba anexionarse a cambio de su apoyo militar al Eje, además de Gibraltar y el Marruecos francés, el Oranesado argelino, ampliaciones territoriales en Guinea y el Sahara, así como Andorra y el Rosellón y la Cerdaña, esto es, la Cataluña francesa. Diversos motivos hicieron que, pese a que Franco se comprometió por escrito a entrar en la guerra (sin fecha concreta) en el Protocolo de Hendaya tras la entrevista de Hitler y el dictador español, lo cierto es que la mano de Serrano fue la impulsora de la creación de la División Azul.
El historiador Julián Casanova se hacía eco de la nefasta trayectoria política de Serrano Súñer en un excelente artículo titulado “Serrano Súñer y la sombra de la represión franquista” (El País, 12 septiembre 2003) con motivo del fallecimiento del político, cuya lectura resulta reveladora señalando cómo éste, pese a intentos exculpatorios posteriores, “estuvo allí, en primera línea, acumulando poder, en los años más duros, cuando más se humilló, torturó y asesinó, en el momento en que se puso en marcha el sistema represivo policial, con la Ley de Responsabilidades Políticas, la Ley de Seguridad del Estado y la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo. Defendió, con Franco, la rendición incondicional de los rojos, sitió fascinación por las potencias fascistas y odió a las democracias”. Por todo ello, el Ayuntamiento de Zaragoza, que ha aplicado la Ley de Memoria Histórica en la toponimia urbana (aunque todavía no ha dedicado la calle prometida hace años a Bernardo Aladrén) y que erigió un digno memorial en el Cementerio de Torrero en honor a las víctimas de la represión franquista, debería de acabar con el lastre que supone el que Serrano Súñer siga ostentando una distinción que le concedió la corporación zaragozana en plena guerra civil. Ha llegado el momento de acabar con este oprobio, pues resulta ofensivo para la memoria de las víctimas e indigno para la historia de Zaragoza, pues bajo ningún concepto debe honrarse a ese espectro del pasado, del peor y más triste pasado, aquel que representa la figura de Ramón Serrano Súñer.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 23 septiembre 2013)