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TAL VEZ ESTA SEA LA HORA DEL CANFRANC

La importancia de un eje de comunicaciones transpirenaico resulta capital para Aragón. Este anhelo histórico por permeabilizar la cordillera, por articular las comunicaciones entre las regiones vecinas (y hermanas) de Aragón y el Béarn francés preservando el medio natural de los valles, supone también, una puerta abierta a Europa y, consecuentemente, la consolidación efectiva de un eje norte-sur que enlace las regiones del sur de Francia con el Levante mediterráneo a través de Aragón.
La idea de perforar el Pirineo se remonta al siglo XIX. Así se constata en el periódico progresista zaragozano Eco de Aragón dirigido por el político y escritor turolense (de Fórnoles) Braulio Foz. En dicha publicación, en julio de 1841, se aludía ya a la necesidad de trazar una carretera a Francia y, consiguientemente, “determinar por dónde atravesará el Pirineo”. Esta idea coincidía con un momento en el cual Francia parecía retomar una idea de Napoleón, el cual, en pleno apogeo de su poder imperial, pensó en trazar “una carretera de Bruselas a Lisboa por los Pirineos de Aragón” (alusión en Eco de Aragón, 5 julio 1841). De este modo, desde 1840, se constata que el Gobierno francés “ha resucitado este proyecto” y, por ello, algunas gestiones se llevaron a cabo entre ingenieros de ambos países, aunque éstas no tuvieron ningún resultado práctico. Lo novedoso del proyecto napoleónico era que, rechazando los trazados tradicionales por Jaca y Sallent, proponía que dicha carretera transeuropea Bruselas-Lisboa, debería de ir por Torla y, como señala el periódico de Braulio Foz, “no pasará por el Pirineo, sino debajo del Pirineo, taladrándolo de parte a parte”: he ahí la primera mención histórica a la necesidad de un túnel internacional que atravesase la cordillera.
Lógicamente, los intereses geopolíticos de Napoleón fueron los que le impulsaron a plantearse este proyecto. Pero, en torno a 1840-1841, los liberales progresistas españoles como Braulio Foz soñaban con abrir comunicaciones con Francia “fuese por donde fuese”: además de un componente económico, había una motivación política cual era acercar España a los aires de libertad y progreso que soplaban en Europa y cuyo modelo más cercano era Francia.
Pero la idea básica para hacer permeable el Pirineo fue el proyecto del ferrocarril de Canfranc, cuyos primeros esbozos se remontan a 1853. Sin embargo, éste tuvo que hacer frente a numerosas dificultades: no fue hasta 1882 cuando Alfonso XII puso la primera piedra y, de igual modo, aunque en el Tratado hispano-francés de 1904 ambos países se comprometieron a realizar la obra en 10 años, y que el 18 de octubre de 1912 se unieron las galerías de avance españolas y francesas, hecho del cual ahora se ha recordado su centenario, debido a la I Guerra Mundial, las obras no se inauguraron hasta el 18 de julio de 1928, esto es, 14 años más tarde de lo previsto.
Desde el cierre en 1970 por parte de Francia tras el hundimiento del túnel de l’Estanguet de este importante trazado ferroviario internacional, que unía las ciudades hermanas de Pau y Zaragoza, capitales de las regiones vecinas del Béarn y Aragón, tan vinculadas por una historia común, pese a la demanda de su reapertura y las declaraciones oficiales y solemnes de las autoridades de ambos países, han sido tantos los retrasos y dilaciones que siempre hay un halo de escepticismo cuando los políticos, ponen una fecha a la ansiada reapertura del Canfranc: la última, según declaraciones de Alain Rousset y Luisa Fernanda Rudi, está fijada en torno al año 2020 ¿será ésta la definitiva?.
En la demanda de las necesarias comunicaciones transpirenaicas también se alude al proyecto de la Travesía Central del Pirineo (TCP) mediante la cual se perforaría la cordillera con un túnel de baja cota y gran longitud. Esta magna obra de ingeniería cuenta, no obstante, con serias dificultades dado el elevado coste económico y medioambiental que conlleva, unido al hecho de que la Comisión de Transportes del Parlamento Europeo rechazó el pasado mes de diciembre el incluir a la TCP en la lista de proyectos prioritarios de la Unión Europea (UE). No parece ser el tiempo de proyectos faraónicos sino el de otros más modestos y efectivos, y, por ello, tal vez esta sea, de verdad, la hora del Canfranc.
En las circunstancias actuales, con una recesión económica golpeando con fuerza a la UE en su conjunto y a España en particular, resulta más realista apostar de forma decidida por la reapertura (y modernización) de la línea del Canfranc dado su menor coste de ejecución y su escaso impacto ambiental en los paisajes pirenaicos. El momento es oportuno, máxime ahora que este trazado ha vuelto a recuperar la consideración de línea de interés internacional tras el reciente acuerdo en este sentido adoptado por Hollande y Rajoy, ahora que en el lado francés se pretende que el tren llegue de Oloron a Bedous antes del 2015. Con todo ello, después de años de inacción, Francia parece retomar el espíritu del citado tratado de 1904 mediante el cual ambos países se comprometían a mantener el eje ferroviario y, de este modo, acabar con décadas de deterioro y abandono que hicieron languidecer a esa “gran dama” que es la estación internacional de Canfranc y a esa extraordinaria obra de ingeniería ferroviaria.
Por todo ello, resulta imprescindible permeabilizar el Pirineo Central de forma efectiva, como en su día proyectó Napoleón, como soñó el progresista turolense Braulio Foz, como pretendieron los primeros impulsores del Canfranc, como anhela en la actualidad la ciudadanía aragonesa. Y es que, el futuro de nuestra región, de sus potencialidades presentes y futuras, depende en gran medida de unas adecuadas comunicaciones transpirenaicas y, sin duda, ello pasa por la reapertura y modernización del Canfranc.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en El Periódico de Aragón, 14 enero 2013)
RECUPERAR LA UTOPÍA

En estos tiempos aciagos en que las adversidades nos acosan, necesitamos recuperar la fuerza y la esperanza, retomar una dosis de utopía necesaria para hacer frente a las adversidades y avanzar hacia un futuro mejor y más justo, ese futuro que los poderes económicos dominantes nos niegan. Es por ello que resulta recomendable la lectura de los utopistas clásicos, no desde la nostalgia, sino desde una perspectiva actual y aplicada a nuestra realidad inmediata.
El término “utopía”, divulgado por Tomás Moro en su célebre obra de idéntico nombre, hace referencia a “un lugar que no existe”, a algo que no es real, pero que sin embargo debiera de serlo porque se imagina como una meta deseable en la búsqueda de un modelo de sociedad ideal. Por esta razón, las utopías siempre han sido subversivas pues, al contrastar la realidad con el ideal utópico, ponen en evidencia las injusticias del presente. En consecuencia, como señalaba Luís Gómez Llorente, recientemente fallecido, las utopías son el “escalón previo” de proyectos ideológicos progresistas y, por ello, la esperanza de los oprimidos de que un futuro mejor es posible rompiendo así el férreo dogal que en todo tiempo y lugar nos imponen los poderes económicos dominantes.
En medio de la tempestad desatada por la actuación de Luis Bárcenas y sus efectos “sobre-cogedores”, es necesaria la utopía de unos gobernantes que, como señalaba Platón en La República, sean sobrios, austeros, sin otro interés que el bien común y limpios de comportamientos corruptos. Necesitamos la utopía de un nuevo modelo económico que ponga fin al desmedido afán de riqueza, tan inmoral como nefasto, que ha sido el causante de la actual crisis global, a esa “diabólica serpiente” de la codicia a la que se refería Moro, el cual realizó un certero análisis de los males sociales de su época, los cuales arrancaban de una organización económica injusta, de la acumulación de la riqueza en manos de unos pocos, razón que explica sus críticas a la nobleza ociosa y a los banqueros y exalta a los trabajadores, a las clases humildes, que son el sustento real de la sociedad y del Estado. Como advertía en el s. XIX el socialista fabiano británico William Clarke, el “capitalismo salvaje” tiende “a la crueldad y a la opresión con tanta seguridad como el feudalismo o la esclavitud”, y no podemos permitir que el reloj de la historia retroceda a tiempos tan nefastos para la dignidad del ser humano. Por ello, otro ideal utópico sería el de recuperar el papel del Estado, actualmente convertido en mero títere de “los mercados”, para que, como señalaba Marx y nos recuerda Sousa Santos, sea un elemento decisivo en la transformación más justa de la sociedad.
Frente a los derechos constitucionales que, como es el caso del trabajo, la vivienda o los derechos sociales están siendo constantemente vulnerados, también necesitamos recuperar la utopía. Fue la Federación Socialdemócrata británica la que reivindicó en el s. XIX el derecho a un trabajo digno y cuya garantía era exigible a los poderes públicos. Este es un derecho más necesario que nunca, ahora que la crisis la están soportando con una intensidad brutal las rentas del trabajo, mientras que, por el contrario, las rentas del capital se están lucrando en medio de la actual recesión y fiasco económico-financiero. En cuanto a las constantes reducciones salariales, tanto en el sector público como en el privado, sería necesario aplicar la Ley contra el envilecimiento de los salarios propugnada por el Frente Popular español en 1936 mediante la cual no sólo se pretendía evitar la depreciación de éstos por parte de los patronos, sino que instaba a las instancias judiciales a actuar de oficio para evitarlo.
Y qué decir del acoso al que se somete a la educación y la sanidad pública, elementos esenciales y vertebradores de toda sociedad avanzada y progresista, los cuales están siendo desmantelados en aras a descarados intereses económicos. Deberíamos recordar a Étienne Cabet quien en su obra Viaje a Icaria (1842), su modelo de sociedad ideal, ponía especial énfasis en la existencia de un servicio sanitario para todos. Por su parte, Tomás Moro señalaba cómo “los utópicos tienen una especial consideración para sus enfermos, a los que cuidan en hospitales públicos […] por lo que los enfermos, aunque sean muchos, nunca tienen que sufrir escaseces ni privaciones” y, en cuanto al trato que éstos reciben, Moro indicaba que, en aquella sociedad ideal, “no se ahorra nada de lo que pueda ser bueno para lograr su curación, sean alimentos o medicinas”. Ciertamente, la Utopía de Moro no parece ser el libro de lectura de los gobernantes-privatizadores del PP como es el caso de Dolores Cospedal o de Fernández-Lasquetty, el polémico Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid.
En esta crisis global existen serios riesgos de que repunten peligrosos populismos demagógicos derechistas, desde el berlusconismo hasta los diversos (y siniestros) rostros de la xenofobia y el fascismo: ahí está la grave amenaza que supone el partido neonazi Amanecer Dorado para el futuro político de Grecia. Frente a estos riesgos que pueden hacer tambalear los cimientos de las democracias occidentales, es cuando más necesaria resulta la defensa de los ideales de la justicia social y la solidaridad, esa solidaridad que Rigoberta Menchú definió poéticamente como “la ternura de los pueblos”. Y, por ello, es necesario recuperar los ideales, la utopía, para hacer frente a un adverso presente y aunar la fuerza necesaria para conquistar un futuro que se nos adivina incierto. Sólo así mantendremos vivo el anhelo recogido en la frase final de la Utopía de Tomás Moro, obra que el próximo año 2018 cumplirá el quinto centenario de su publicación: “Confesaré con sinceridad que en la república de Utopía hay muchas cosas que deseamos, más que confiamos, ver en nuestras ciudades”. Y por ello, hemos de esforzarnos por hacerlas posibles.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 28 enero 2013)