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NECESITAMOS AL JUEZ GARZÓN

En estas fechas en que el caso Bárcenas y las finanzas bajo sospecha del PP acaparan titulares de prensa y colman la indignación ciudadana, se ha cumplido un año desde aquel 9 de febrero de 2012 en que fue inhabilitado el juez Baltasar Garzón tras los juicios a los que fue sometido por el Tribunal Supremo por considerar “aparentemente delictivas” algunas de las resoluciones adoptadas por el magistrado en el caso Gürtel y en las investigaciones por los crímenes del franquismo.
Traigo a colación este hecho ya que, ante la gravedad de los sucesos que salpican a toda la cúpula del PP, a la ministra Mato y al mismo Rajoy, en su doble condición de presidente del PP y del Gobierno de España, es cuando más necesaria resulta una acción judicial implacable y contundente que acabe con ese cáncer de la corrupción que está pudriendo nuestra democracia y en este sentido, la memoria y la labor del juez Garzón resultan un ejemplo permanente. Recordemos que fue él quien en febrero de 2009 inició el sumario del caso Gürtel que destapó las oscuras y cenagosas tramas de corrupción política y financiación irregular del PP y quien ordenó las detenciones de los principales cabecillas de la trama, entre ellos, Francisco Correa, cuyo apellido en alemán (Gürtel), dio nombre a este sumario bajo las acusaciones de blanqueo de capitales, fraude fiscal, cohecho y tráfico de influencias.
Tras destaparse el escándalo y la implicación en el mismo de altos cargos del PP, como señala María Garzón, la hija del magistrado en su libro Suprema injusticia, “desde la cúpula de dicho partido dejó la veda abierta a la auténtica persecución y acoso a mi padre, instrumentalizados por la caverna mediática y alentados por cargos politicos de relevancia”. De este modo, Rajoy llegó a declarar en TV que “Garzón es socialista y, como tal, debería de abstenerse de juzgar un caso en el que hubiere implicados del Partido Popular” y el 9 de diciembre de 2009, se presentó una querella contra Garzón en la que Ignacio Peláez, el abogado de los inculpados del caso Gürtel, acusaba al juez de prevaricación y de un delito contra las garantías de intimidad por ordenar grabar las conversaciones, ciertamente comprometedoras, de los inculpados de la trama.
La insistente campaña de la derecha política, mediática (y judicial) pidiendo la cabeza de Garzón culminó con el procesamiento del juez y, al igual que le ocurrió por la querella que le fue interpuesta por su investigación de los crímenes del franquismo, se evidenció un decidido intento de acabar con su carrera judicial: se pusieron dificultades para su defensa, se le sometió a una investigación inquisitiva, se rechazaron pruebas fundamentales que demostraban la racionalidad, proporción, legalidad y necesidad de la medida de intervención de las comunicaciones de los inculpados en la trama Gürtel. Los hechos posteriores son conocidos: el 14 de mayo de 2010 Garzón fue suspendido en sus funciones jurisdiccionales y, finalmente, el 9 de febrero de 2012, el Tribunal Supremo lo condenó a la desproporcionada pena de 11 años de inhabilitación con lo cual acababan de forma indigna con la brillante carrera judicial de Garzón.
Recordando estos hechos, y teniendo muy presentes las circunstancias actuales, resulta preocupante pensar la fuerza que sigue teniendo la derecha para neutralizar a jueces como Garzón, comprometidos firmemente y hasta las últimas consecuencias con la justicia igualitaria y la defensa del Estado de Derecho, lo mismo que ya hicieron estos contrapoderes al conseguir archivar las investigaciones del juez Manglano sobre el caso Naseiro (otro ejemplo de financiación ilegal del PP por parte de otro tesorero corrupto del partido conservador en la década de 1990) al alegarse irregularidades en la instrucción del sumario pese a la evidencia de las pruebas inculpatorias.
La condena de Garzón supuso un descrédito interno (y externo) para la Justicia española al acabar con un modelo de juez que incomodaba a muchos y que le granjeó poderosos adversarios, los cuales, por ahora, van ganando la partida. María Garzón lo expresaba de forma contundente al señalar que “España no se puede permitir más casos como los que acabaron con el juez Garzón. Su condena es nuestra vergüenza; su inocencia negada, la piedra que no nos deja avanzar; su inhabilitación, el ejemplo de una arbitrariedad; su expulsión, la ausencia de justicia”
En las situación actual, con el caso Bárcenas socavando la credibilidad de nuestro sistema representativo, es cuando la Justicia española tiene la ocasión de redimirse de aquel oprobio asumiendo el reto de esclarecer por completo las tramas de corrupción que salpican al PP y a sus principales dirigentes, como está haciendo el juez Pablo Ruz o también el juez José Castro con el no menos grave e indignante “caso Urdangarín” y los turbios manejos del Instituto Nóos. Y, en este contexto, sería necesaria la rehabilitación de Garzón y su vuelta a la carrera judicial, pues sus 30 años de intensa dedicación a combatir las lacras de nuestra sociedad (narcotráfico, corrupción, terrorismo, crímenes contra la humanidad…) le hacen digno merecedor de ello. El Gobierno, y especialmente el ministro Gallardón, en vez de indultar a conductores kamikaces homicidas, haría bien en contemplar medidas de gracia para Garzón, ejemplo de juez honesto e incorruptible, tal y como propuso la asociación Magistrados Europeos por la Libertad y la Democracia. Y es que, sin duda, la ciudadanía y el Estado de Derecho, necesitan, necesitamos al juez Baltasar Garzón.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 10 febrero 2013)
WILLY BRANDT Y SU CENTENARIO

En este año que ahora comienza, se cumple el centenario del nacimiento de Herbert Kart Frahm, más conocido como Willy Brandt (1913-1992), uno de los políticos más destacados de la Europa del s. XX y un referente, junto con Olor Palme, Bruno Kreisky o François Mitterrand, de la socialdemocracia moderna, y que tanto influyó en Felipe González y en el PSOE durante los decisivos años de la transición democrática española.
Willy Brandt, afiliado al ala izquierda de las Juventudes del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en 1929, abandonó éste partido unos años más tarde para unirse al Partido de los Trabajadores Socialistas de Alemania (SAPD), fundado por socialistas de izquierda que reprochaban al SPD su “reformismo exagerado”, tal y como señalaba Gérard Sandoz.
Con la llegada del Hitler al poder en 1933, y huyendo de la “peste parda” del nazismo, se exilió en Noruega, momento en el cual tomó el nombre por el cual es universalmente conocido. Allí, fue fundador y secretario de la Oficina Internacional de Organizaciones Juveniles Revolucionarias. Poco después, al estallar nuestra guerra civil, viajó a la España republicana como representante del SAPD y, al igual que el escritor británico George Orwell, estuvo durante una parte de 1937 junto a las milicias del POUM en el frente de Huesca. Sobre esta experiencia en tierras aragonesas, años más tarde Brandt declaró que lo que presenció y vivió cerca de la capital oscense marcaría su vida y le sirvió para reafirmarse en sus ideales socialistas y en su defensa del pacifismo, como más tarde tuvo ocasión de poner en práctica durante el período de la Guerra Fría y la peligrosa confrontación entre los bloques del Este (comunista) y el Oeste (capitalista) con la amenaza latente del estallido de una temida III Guerra Mundial con el probable uso del arma nuclear.
Tras su paso por la España republicana, y el posterior estallido de la II Guerra Mundial, abandonó Noruega (cuya ciudadanía había obtenido) tras la ocupación del país báltico por las tropas nazis y se refugió en la neutral Suecia. Concluida la contienda, regresó a su Alemania natal y se reincorporó a las filas del SPD, partido en el cual desarrolló el resto de su larga e intensa carrera política hasta que un cáncer acabó con su vida en 1992.
De la trayectoria ideológica de Brandt, como la de otros políticos socialdemócratas, dejando atrás sus radicalismos juveniles, fue evolucionando hacia posiciones más centristas, proceso en el cual resultó decisiva la influencia del socialismo escandinavo. De hecho, la evolución de Brandt es paralela a la que tuvo lugar en las filas del SPD, partido que inició un proceso gradual de desmarxistización a medida que el “milagro alemán” de la postguerra se consolidaba mediante la implantación de medidas propias del liberalismo económico. A partir de aquí, la carrera política de Brandt fue ascendente: como alcalde de Berlín-Oeste (1957-1966), tuvo que hacer frente a las consecuencias de la construcción del Muro que en 1961 dividió a la capital germana y que supuso el máximo momento de tensión en las relaciones entre el Este comunista y el Oeste capitalista; más tarde, como ministro de Asuntos Exteriores en la llamada “Gran Coalición” CDU-SPD (1966), evidenció sus mejores dotes políticas impulsando la llamada Ostpolitik (“la política oriental”), la apertura de la República Federal Alemana (RFA) hacia los países del Este, lo cual supuso la normalización de las relaciones con los países comunistas del Pacto de Varsovia, especialmente con la República Democrática Alemana (RDA), así como la firma de los acuerdos fronterizos con Polonia y Checoslovaquia y, en definitiva, el entierro de la Guerra Fría.
Brandt llegó a canciller de Alemania tras la histórica victoria electoral del SPD en los comicios de 1969, tras lograr la socialdemocracia germana el apoyo de las clases medias, aunque para ello tuvo que renunciar a parte de su identidad marxista y aceptando la hegemonía del pragmatismo político sobre toda preocupación ideológica. Es el ejemplo de la que Sandoz ha dado en llamar “la izquierda respetuosa”, aquella que no cuestiona los cimientos del sistema, aquella cuyo programa reformista socialdemócrata se integraba plenamente en el sistema y que no sólo ha renunciado a sus principios marxistas, sino que ha terminado aceptando los postulados del capitalismo liberal y ahí está la errática senda que seguirían posteriormente Felipe González, el Nuevo Laborismo de Blair, o las Terceras Vías de Schroeder o de Zapatero.
Pero donde quedó patente la talla de estadista de Brandt es como impulsor de la Ostpolitik y, con ello, de la distensión entre el Este y el Oeste enfrentados durante la Guerra Fría, lo cual le hizo digno merecedor del Premio Nobel de la Paz en 1971. Por ello, es necesario recordar la memoria de Brandt, cuyo legado político, su visión del futuro de Europa, su influencia en muchos partidos socialdemócratas, entre ellos el PSOE, desde su puesto como presidente de la Internacional Socialista (1976-1992), contrasta con la actual hegemonía conservadora de corte prusiano de la canciller Merkel, incapaz de promover una “Südpolitik”, una política de cooperación solidaria con los países del sur de Europa que, como Grecia, Portugal, España o Italia, están ahogados por la crisis y por la rigidez de las políticas de austericidio económico impuestas por la canciller germana.
Por ello, en este año en que se cumple el centenario del nacimiento de Willy Brandt, su recuerdo nos hace pensar en que hoy es más necesario que nunca la aparición de auténticos estadistas de su talla y proyección política y, desde luego, de una nueva socialdemocracia renovada y refundada desde sus cimientos.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 22 febrero 2013)