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QUERIDO MANDELA

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En estos días estamos asistiendo a la digna agonía de Nelson Mandela, conocido también como “Madiba”, nombre del clan de la etnia xhosa a la que pertenece, una de las figuras más importantes de la historia del s. XX y comienzos del XXI.

     Evocando su trayectoria y su legado político surgen, desde la emoción, algunas reflexiones. En primer lugar, destacar su relevancia histórica dado el papel desempeñado por Mandela al transformar a la República Sudafricana, un país que pasó de ser un apestado internacional en tiempos del régimen racista del apartheid, a convertirse en una sociedad multirracial y democrática, en una de las naciones emergentes en la actual economía global. El liderazgo de Mandela y la labor de otros líderes antirracistas como Desmond Tutu, han ayudado a construir una sociedad libre y tolerante en la diversidad, un país multirracial y multicultural capaz de convivir después de la larga noche del racismo extremo impuesto por los afrikaner blancos sobre la mayoría negra. Por ello, Mandela ya ha pasado a la historia como uno de los grandes estadistas de la historia reciente de la Humanidad.

     Para desmantelar ese anacrónico vestigio del racismo en pleno s. XX que era la Sudáfrica del apartheid, Mandela contó con dos instrumentos: una acción política no violenta (la inspiración de Gandhi es evidente), y un auténtico espíritu de reconciliación para romper las seculares barreras que habían separado a la oprimida mayoría negra de la minoritaria clase dominante blanca. Por ello, el cambio político liderado por Mandela es un ejemplo único y admirable en la historia, máxime si lo comparamos con lo ocurrido en la vecina Zimbabwe (la antigua Rhodesia), donde tras la caída del régimen racista blanco de Ian Smith, se implantó la dictadura de Robert Mugabe. Y es que Mandela, tras las negociaciones con Frederik Willem de Klerk, el último presidente de la Sudáfrica racista, fue capaz de pilotar una acertada transición democrática sin claudicaciones pero también sin resentimientos frente a la élite blanca afrikaner que, hasta entonces, había monopolizado el poder político.

     Mandela nos recuerda que el color de la piel nunca puede ser una barrera que limite la dignidad y los derechos humanos de las personas. Esta convicción le dio la fuerza moral para luchar toda su vida no sólo para defender a la población negra sudafricana de tanto oprobio e injusticia, sino también, y ahí está la grandeza moral de Madiba, para sobreponerse a todo odio y rencor por los agravios sufridos después de los 27 duros años que pasó en las prisiones sudafricanas, y  tender puentes de diálogo y reconciliación con la población blanca, lo cual dice mucho de su ética personal, de su profunda calidad humana, no sólo como luchador contra la injusticia racial sino también, primero como dirigente del Congreso Nacional Africano (ANC)  y,  posteriormente como Presidente de Sudáfrica, cargo que ocupó entre 1994-1999. En consecuencia, como señalaba Manuel García Biel, Mandela fue “capaz de elevarse por encima de su sufrimiento personal y de su pueblo y dirigir con un gran ejercicio político y ético todo un proceso de reconciliación del pueblo sudafricano para conseguir su conversión en una sociedad democrática y multicultural”. Mandela, principal líder de la izquierda sudafricana, cumplió plenamente en su país el utópico ideal recogido en la letra de La Internacional, aquel que alude a que “los odios que al mundo envenenan, al punto se extinguirán”, ideal logrado con la fuerza de sus convicciones, su mirada limpia y su carácter de hombre de bien.

     Mandela nos enseña a valorar la riqueza multicultural y multirracial como alternativa a cualquier tipo de integrismo (político, religioso, étnico), lo cual es una lección necesaria en este mundo nuestro, cada vez más mestizo. Por ello, el valor y el respeto a la diversidad serán cada vez más necesarios para garantizar la convivencia armónica en las sociedades multiculturales de nuestra aldea global.

     Resulta significativo que los dos más grandes líderes políticos con mayores valores éticos del s. XX proceden  del Tercer Mundo: me refiero a Gandhi y a Mandela. Su legado es un ejemplo, también para este Occidente nuestro tan opulento (ahora menos), tan individualista y egocéntrico. Ambos son un referente permanente no sólo en la historia, sino también para todos los que admiramos su ejemplo ético y su pensamiento político. Con razón decía de él Anna Bosch que Mandela es “el mayor ejemplo de dignidad” de la historia reciente puesto que su figura pasará a la historia como un referente de integridad, inteligencia, capacidad de lucha y de reconciliación con sus adversarios sin renunciar nunca a sus propios principios.

     Mandela es también un dirigente político comprometido con la justicia social, con la lucha contra las enormes desigualdades  que existían (y continúan) en la sociedad sudafricana. Por ello, nos recordaba algo que, ante la actual involución de derechos económicos y sociales a que nos está avocando la crisis global, adquiere una candente actualidad: “Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento”.

     Gracias, querido Mandela, por ayudar a construir un mundo sin rencor,  tolerante y multirracial, un legado  que perdurará siempre en la historia y en nuestros corazones.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 7 julio 2013)

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07/07/2013 18:19 kyriathadassa Enlace permanente. Política internacional No hay comentarios. Comentar.

ORIENTE MEDIO: ENTRE LA TENSIÓN Y LA ESPERANZA

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     En estos días se van a reiniciar en Washington las conversaciones directas de paz entre la Autoridad Nacional Palestina (ANP) e Israel, las cuales estaban paralizadas desde septiembre de 2010. A ello a contribuido el impulso (y la presión) de la Administración Obama y, de forma especial, de John Kerry, su Secretario de Estado, que, con su “diplomacia de puente aéreo”, ha realizado diversos viajes a Jerusalem, Ramallah y Amman, los cuales han permitido este tímido rayo de esperanza tras años de desencanto y escepticismo, ante un agónico proceso de paz que sigue añorando poner fin al enquistado conflicto palestino-israelí.

     Con una situación explosiva en Oriente Medio como consecuencia de la guerra civil en Siria, la creciente inestabilidad política en Egipto, el auge de la presencia de Al Qaeda en el norte de la península del Sinaí, unido a la amenaza nuclear de Irán, el gobierno de coalición israelí de Biniamin Netanyahu ha accedido a abrir la puerta a unas negociaciones tan complejas como inaplazables a pesar del incierto resultado que puedan tener. Y es que muchas son las adversidades a las que habrá que hacer frente para que el estancado proceso de paz logre algún resultado positivo. En primer lugar, por los numerosos adversarios con que cuenta, tanto por la parte palestina (problemas internos y corrupción que minan a la ANP del presidente Mahmud Abbas cuyo liderazgo es cuestionado por Hamas, auge del fundamentalismo islamista en las filas palestinas), como por la parte israelí (oposición intransigente al proceso de paz de los colonos y de la derecha religiosa, tanto desde dentro como desde fuera del Gobierno hebreo), lastres éstos difíciles de contrarrestar.

    Frente a todas estas adversidades, el Plan Kerry se basa en tres ejes (económico, seguridad y político) con propuestas concretas en cada caso. Con respecto al primero, al económico, expuesto por Kerry durante la sesión de clausura del Foro Económico Mundial para Oriente Medio y Norte de África celebrado en Amman el pasado mes de mayo, plantea la inversión de 4.000 millones de dólares para reactivar la economía palestina, impulsar el empleo, el comercio y el turismo en Cisjordania (se excluye a Gaza mientras se halle bajo el control de Hamas y el apoyo financiero de Irán), evitaría la bancarrota económica de la ANP. Tan importante inyección económica sería aportada por una serie de países bajo la coordinación de Tony Blair. En esta misma línea, un grupo de inversores israelíes y palestinos han lanzado recientemente la iniciativa “Superando el impasse” con objeto de lograr la necesaria reactivación de la economía palestina tras la reanudación de las conversaciones de paz.

     Pero junto a esta propuesta económica, las negociaciones requieren abordar el problema de la seguridad, una obsesión permanente para Israel, y, sobre todo, las cuestiones políticas fundamentales  que están en la raíz del conflicto. De este modo, la “paz económica” pretende ser un impulso para avanzar hacia una solución política que aborde las referidas cuestiones de fondo sin las cuales no será posible lograr una paz justa para ambas partes.

     Partiendo de la idea de que la única solución viable es la existencia de dos Estados (Palestina e Israel), las conversaciones de paz que ahora se inician, que se prevén discretas y prolongadas, han de abordar el tema de la delimitación de las fronteras, las cuales deben de ser aceptadas por ambas partes y reconocidas internacionalmente.  En este sentido, se ha vuelto a poner sobre la mesa la Iniciativa de Paz de la Liga Árabe de 2002 que plantea la devolución por parte de Israel de todos los territorios ganados en la guerra de 1967 (Cisjordania, Jerusalem Este y el Golán) y la aceptación de las fronteras de la línea de armisticio previa a dicha guerra como base sobre la cual acordar intercambios menores. Su delimitación definitiva, en caso de acuerdo, habría que ratificarlo por sendos plebiscitos  por parte de la ciudadanía de Palestina e Israel. Como recordaba recientemente la Liga Árabe, de ser aceptada esta propuesta, 22 países árabes y 35 naciones musulmanas firmarían la paz con el Estado hebreo, lo cual cimentaría la paz en el cada vez más convulso mapa de Oriente Medio.

     Otras cuestiones esenciales son la paralización definitiva de la construcción de asentamientos judíos en Cisjordania, la excarcelación de presos palestinos, la vuelta de los refugiados, sin olvidar otros temas espinosos como la cuestión de Jerusalem Este que, pese a la oposición frontal de la derecha israelí, en un futuro deberá ser la capital del futuro Estado Palestino. Como recordaba Tzipi Livni, ministra de Justicia de Israel y máxima representante de su gobierno en las negociaciones, el logro de la ansiada paz implicará “dolorosas concesiones” para Israel, pero ésta es la única vía para superar este secular conflicto respondiendo a las justas demandas del pueblo palestino y, también, para garantizar la continuidad de Israel como un Estado judío y democrático.

     El reinicio del proceso de paz, frente a tanta tensión, puede ser una esperanza, una esperanza que todos necesitan: Mahmud Abbas y la ANP porque precisan ofrecer mejoras y avances tangibles a la población palestina frente a la intransigencia islamista de Hamas y, también para Israel porque, como reconocía Netanyahu, estas negociaciones resultan de un interés “vital y estratégico”, especialmente tras el incremento de la tensión con Irán y la desestabilización creciente en Siria, Egipto y, posiblemente también en el Líbano, todo un coctel explosivo en Oriente Medio. Como señalaba John Kerry, de lo que suceda en estas negociaciones, “dependerá lo que ocurra en las próximas décadas” ya que,  advertía, “se nos está acabando el tiempo” para abrir paso a la paz pues el fracaso de este proceso mantendría candente un “conflicto perpetuo” que seguiría alentando el odio y la violencia entre dos pueblos, el judío y el palestino, que comparten una misma tierra, una tierra regada con demasiada sangre inocente. Y eso es lo que hay que evitar.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 29 julio 2013)

29/07/2013 08:41 kyriathadassa Enlace permanente. Oriente Medio No hay comentarios. Comentar.

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