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ESPÍA, QUE ALGO QUEDA

Vivimos en un mundo que tiene una fe ciega en la tecnología y, sin embargo, nunca como ahora hemos sido tan vulnerables, tal y como ha puesto en evidencia las revelaciones de Edward Snowden, el antiguo miembro de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, (la NSA, sus siglas en inglés) y para quien ésta agencia de espionaje se ha convertido, ciertamente, en “la peor amenaza para las libertades”.
Debemos de recordar que los programas de espionaje masivo (en telefonía e Internet) de la NSA fueron aprobados por George W. Bush tras los atentados del 11-S con objeto de combatir al terrorismo yihadista. Ello supuso la puesta en marcha numerosos proyectos de vigilancia tecnológica, entre ellos, los programas Echelon o PRISM, que permiten monitorizar el ciberespacio y acceder de forma exhaustiva al tráfico de Internet, a las cuentas de correo electrónico, los datos multimedia y a las comunicaciones telefónicas, espionaje que no sólo se ha limitado a Al-Qaeda y sus aliados, sino que se ha extendido a otros países (incluso a los aliados), a organizaciones internacionales y ONGs (entre ellas, Amnistía Internacional o Human Right Watch, HRW). Estas actuaciones, continuadas por Obama, pueden controlar cualquier tipo de comunicación telefónica y de Internet en todo el planeta y en la actualidad desarrollan cerca de 500 programas, tanto operativos como en fase de desarrollo, destinados a la vigilancia y al espionaje tecnológico, entre ellos, el llamado Xkey Store, considerado como la amenaza más grave para las libertades en la era moderna pues permite almacenar informaciones relativas a millones de personas (metadatos) sin ninguna autorización judicial.
Las actuaciones de la NSA, desde su creación en 1952 por el presidente Harry Truman, en el contexto de la Guerra Fría, y que, con sus 80.000 empleados llegó a controlar la casi totalidad de las comunicaciones electrónicas procedentes del bloque oriental comunista, siempre ha estado envuelta en la polémica y los escándalos como cuando realizó escuchas a personalidades contrarias a la guerra de Vietman o a los promotores de las campañas a favor de los derechos civiles en los años 60, sin olvidar su imposibilidad para prevenir los atentados del 11-S o las falsedades lanzadas por la NSA sobre la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en el Irak de Saddam Hussein.
En la actualidad, la cibervigilancia masiva está generando unos riesgos que han sumido al mundo en un grave clima de inseguridad que, cual si de un nuevo y todopoderoso Gran Hermano se tratara, supone una vulneración de los derechos humanos y las libertades democráticas. En este sentido, el escándalo se agudizó al saberse que empresas como Google, Apple, Facebook o Microsoft, han proporcionado información de sus usuarios a la NSA:
Pero un aspecto que se olvida con frecuencia es que, además de estos riesgos ciertos, la NSA y sus programas de espionaje masivo son también un gran negocio pues, en la actualidad, la Agencia forma parte de un gran entramado económico en el que participan las principales empresas tecnológicas, de Internet y de defensa de los EE.UU, así como diversas universidades, una auténtica simbiosis de colaboración público-privada que mueve ingentes cantidades de dinero. De este modo, en el Consejo Asesor de la NSA se integran diversas empresas (Bell, IBM, Microsoft o Intel), de entre las más de 260 empresas acreditadas para trabajar en sus programas de espionaje y que se ubican, sobre todo, en el Nacional Business Park situado en torno a la sede de la NSA en Fort Meade (Maryland). Por otra parte, la Alianza de Inteligencia y Seguridad Nacional (INSA) vinculada a la NSA, resulta una pieza clave del sistema de inteligencia de los EE.UU. en la que se integran numerosas empresas tecnológicas y de defensa entre, ellas, además de las citadas, Boeing, HP o Lockeed Martin. De este modo, la INSA se convierte en la receptora de la casi totalidad del presupuesto de I+D+i norteamericano que, en el 2013, alcanzó la cifra de 40.000 millones de dólares.
El caso Snowden ha generado un profundo debate sobre los límites del espionaje en aras a la seguridad colectiva y, por ello, el Partido de la Izquierda Socialista de Noruega lo ha nominado para el Premio Nobel de la Paz 2014 puesto que, con sus revelaciones, ha contribuido a un orden mundial “más pacífico y estable” y porque “ha ayudado a difundir el conocimiento crítico sobre los modernos sistemas de vigilancia a Estados e individuos”. Esto último ha puesto en evidencia la necesidad de elaborar una nueva legislación internacional en esta materia y, en este sentido, se han empezado a dar, pese a la oposición de los EE.UU., los primeros pasos por parte de la Asamblea de Parlamentarios del Consejo de Europa y del Parlamento Europeo.
A modo de conclusión, las filtraciones de Snowden han obligado a muchos gobiernos a estimar el valor estratégico del ciberespacio, el cual ha pasado de ser un bien común y abierto, a un lugar donde se puede, ahora, obtener información y ejercer poder. El control del ciberespacio y, por supuesto, del espionaje masivo, marcarán este comienzo del s. XXI y, con ello, nuestra libertad individual y, también, nuestra seguridad colectiva. Todo dependerá de los criterios e intereses que primen en la conquista y control de esta última frontera que es el ciberespacio. Para ello, deberemos tener presente, como dijo Benjamín Franklin, que “quien esté dispuesto a renunciar a la libertad en aras a la seguridad, no merece ni la una ni la otra”. Ese será el reto para que nuestra democracia no quede secuestrada por la tecnología impulsada por, como hace la NSA, por medio de ningún Gran Hermano que nos vigile…y nos controle.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en El Periódico de Aragón, 28 julio 2014)
EUROPEÍSMO EN CRISIS

El ideal europeísta, el mismo que logró aunar voluntades de un grupo de países que llevaban siglos desangrándose en continuas guerras y que, superados odios y recelos, decidieron construir un futuro en común, que crearon la Unión Europea (UE), después de medio siglo de innegables éxitos políticos, económicos y sociales, parece haber embarrancado en estos últimos años.
Las razones de esta crisis son diversas y, entre ellas, el priorizar los intereses particulares frente a los colectivos de la UE; el auge de los nacionalismos que han desdibujado la idea de un europeísmo federalista; la indiferencia, cuando no la hostilidad de un creciente sector de la ciudadanía, en ocasiones con preocupantes síntomas xenófobos y racistas, así como la incapacidad de la UE para dar respuesta a la actual crisis económica. Todo ello ha agudizado la permanente pugna entre europeístas y antieuropeístas o euroescéticos, siendo éstos últimos los que han ido ganando cada vez más terreno tanto en el ámbito político como en el social.
La marea antieuropeísta tuvo su punto de partida con la llegada de Margaret Tatcher al gobierno británico (1979) como principal abanderada de un neoliberalismo emergente y para el cual, como señalaban Alfonso Calderón y Luis Sols, “el proyecto europeo, poderoso frente a los mercados y las multinacionales, era el peor de los males”. Ello explica los constantes vetos británicos a cualquier avance hacia una construcción federal de Europa.
El Tratado de Maastricht (1992) intentó reforzar las instituciones europeas y dotarlas de mayores competencias, pero bien pronto el neoliberalismo rampante neutralizó los objetivos del mismo y, como nos recordaban los citados autores, “en vez de crear un ejecutivo supranacional fuerte que controlara la economía desde el ámbito europeo, se aseguraron de que ningún poder democráticamente elegido pudiera condicionar los mercados financieros”. Y así fue, y así nos ha ido a los ciudadanos europeos que hemos sufrido con intensidad los azotes de la actual crisis económica.
Las doctrinas neoliberales son las que otorgaron una total independencia al Banco Central Europeo (BCE) al margen de cualquier control democrático y, con ello, como denunció en su momento Oskar Lafontaine, la UE optó por el camino equivocado de priorizar el combatir el alza de precios y la inflación frente a otra política monetaria de signo más social que fomentara la inversión, el crecimiento económico y la creación de empleo. De este modo, el neoliberalismo se impuso sobre el keynesianismo a la hora de marcar el rumbo económico de la UE.
Durante el período 2004-2007 en el que, con la entrada en la UE de 12 nuevos países, la mayoría de la Europa del Este y de escasas convicciones europeístas, la tradicional posición euroescéptica de Gran Bretaña halló nuevos y entusiastas aliados y, con ello, los particularismos nacionales avanzaron ante al cada vez más debilitado proyecto colectivo europeo. Y así vinieron nuevos reveses: el fracaso del proyecto de Constitución Europea (2005) o el Tratado de Lisboa (2007), un grave retroceso político que supuso el fin del intento de construir un gobierno europeo fuerte, capaz de impulsar políticas económicas con las que oponerse a la creciente dictadura de los mercados.
Cuando en el 2008 estalló la crisis económica, el neoliberalismo halló la gran coartada para atacar a fondo un proyecto europeísta en el que nunca creyó. El momento fue aprovechado por los euroescépticos, aquellos que siembre habían reclamado el desmantelamiento del Estado del Bienestar, uno de los mayores éxitos de la UE. Alegando la aplicación de “reformas estructurales”, hallaron una ocasión de oro para lograr su objetivo. Se debilitó a los sindicatos y los cauces de negociación colectiva, se facilitaron los despidos laborales, se bajaron los salarios reales de los trabajadores y con ello, se multiplicaron las diferencias de renta y así, frente a una minoría enriquecida, la mayoría de la población veía como sus niveles de renta se reducían o en el mejor de los casos se estancaban. Además, la hegemonía política de Alemania hizo que la canciller Angela Merkel impusiera a la UE sus recetas económicas (reducciones salariales, recortes del Estado de Bienestar), las mismas que aplica en España Rajoy, su fiel alumno, con los negativos costes sociales que ello ha ocasionado.
Con tristeza constatamos cómo en el actual rumbo de la UE la política se halla al servicio de los mercados y la banca y que los gobiernos, tanto conservadores como socialdemócratas, supeditan la política a la economía, justo lo contrario de lo que ocurría en los inicios del proyecto europeo donde los medios económicos estaban orientados a unos fines políticos colectivos.
Ante la actual crisis del europeísmo, agudizada por el desprestigio de las instituciones y la mediocridad de una clase política carente de estadistas de talla, el ideal europeo sólo resurgirá si la UE demuestra ser capaz de dar soluciones efectivas a los problemas de sus ciudadanos. Y, para ello, lo primero es embridar desde una Europa Social, los desmanes del euroescepticismo neoliberal, por medio de un auténtico Gobierno europeo que impulse políticas de crecimiento, que salvaguarde el Estado de Bienestar, recupere una auténtica solidaridad fiscal para con los estados miembros y que ofrezca una salida efectiva a la crisis sin costes sociales. De lo contrario, el ideal europeo irá languideciendo como una bella utopía que quiso ser y no fue y ello sería una tragedia para la paz, la democracia y la justicia social de Europa.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 25 agosto 2014)